“Vivimos en un mundo prisionero del presente y sin proyección de futuro más allá de las próximas elecciones”: Enzo Traverso

POR LLUÍS AMIGUET /

Entrevista con el historiador y profesor universitario italiano Enzo Traverso (Piamonte, 1957), uno de los más destacados investigadores de las ideas del siglo XX, reconocido por sus estudios acerca de las consecuencias del nazismo, de la violencia totalitaria y de las dos guerras mundiales en la cultura europea. Graduado en la Universidad de Génova, se doctoró en la EHES de París y durante dos décadas ejerció la docencia en Francia. Actualmente es catedrático en Cornell University de Ithaca, Estados Unidos.

Uno de sus últimos libros de este intelectual italiano lleva por título Melancolía de izquierda. Después de las utopías (Galaxia Gutenberg). En él aborda el derrumbe del comunismo en 1989 con lo cual las utopías del siglo xx desaparecieron y dejaron lugar a un presente cargado de memoria pero incapaz de proyectarse en el porvenir. Este nuevo vínculo entre historia y memoria permite redescubrir una tradición oculta, una visión melancólica de la izquierda que atraviesa la historia revolucionaria. A partir de un archivo vasto y heterogéneo de teoría, testimonios e imágenes, Enzo Traverso explora esta constelación melancólica desde perspectivas diversas: el análisis de una cultura izquierdista de la derrota, la descripción de una concepción marxista de la memoria, la construcción de una visión del duelo, y la investigación de la tensión entre el éxtasis y la pena que da forma a la bohemia revolucionaria. Se concentra también en algunas figuras que sintetizan distintas formas de melancolía de izquierda, de Marx a Walter Benjamin, pasando por Leon Trotski y Daniel Bensaïd, y en el análisis de una rica iconografía, desde pinturas de Courbet hasta afiches soviéticos de la década de 1920, o películas de Eisenstein, Theo Angelopoulos, Chris Marker y Ken Loach. En las antípodas de un manifiesto nostálgico, Traverso sostiene: “La melancolía de izquierda no significa el abandono de la idea del socialismo o de la esperanza de un futuro mejor; significa repensar el socialismo en un tiempo en que su memoria está perdida, oculta y olvidada y necesita ser redimida”.

Al analizar la actual coyuntura geopolítica mundial, este historiador considera que cuanto menos poder real tienen nuestros políticos, más agria y confrontacional es la política. Como ya no pueden decidir ni la moneda; ni las fronteras; ni los presupuestos y su déficit; ni la política exterior o militar; ni las políticas agrarias, comerciales o tributarias, a nuestros candidatos electorales sólo les queda pelearse –y a nosotros votarlos– por su estilo y personalidad, que es donde realmente está el debate. Por ello afirma: “vivimos encerrados en un eterno presente político” en el que lo único que importa son las próximas elecciones. Y después, el me pongo yo, te quitas tú.

La humanidad tiende a caer en una pulsión autodestructiva

¿Qué nos ha dejado la Escuela de Frankfurt?

La visión de la historia como un camino doble: el de la dominación de unos seres humanos por otros y el del aparente progreso de la humanidad como una inexorable marcha hacia la ­catástrofe.

No suena muy optimista.

Pues hoy tiene una lectura actual en la amenaza real del calentamiento global y la destrucción del planeta, tras habernos abandonado a la lógica de producir más y más hasta degradar el ecosistema.

Y los de Frankfurt, ¿no veían posibilidad de rectificar?

(Theodor) Adorno niega esa posibilidad: la humanidad tiende a caer en una pulsión autodestructiva y se resigna a contemplar nuestra inevitable decadencia con una actitud crítica. Sólo encuentra alivio estético, por ejemplo, en la música.

¿Por qué eran tan pesimistas?

En su época eran realistas. Habían sufrido la destrucción de Europa una vez ya en la Primera Guerra Mundial y veían al nazismo imponerse e intuían el Holocausto: no tenían ninguna razón para la esperanza. Entonces la historia, en efecto, era la ciega marcha de Europa y todo Occidente hacia la autodestrucción total.

Y tuvieron que huir de la Gestapo.

Walter Benjamin escapó de los nazis hasta llegar al suicidio en Portbou. Pero, aun así, a pesar de la lucidez que hacía inevitable su pesimismo histórico, ve una posibilidad de redención por el pensamiento.

Pues sea bienvenida.

Podemos salvarnos si ponemos orden en nuestra historia y renunciamos al principio único del mercado, de la competición, de la avaricia, y de la pugna eterna por la dominación de unos humanos por otros para ganar siempre más y más…

¿Para sustituirlo con qué?

Con otros principios como el de la igualdad. Y no sólo la legal y formal, sino la social, la igualdad efectiva que ha permitido nuestro progreso compartido y ha sido el norte de la izquierda europea desde de la Revolución Francesa.

¿Aún alguien hace caso de intelectuales como los de la Escuela de Frankfurt?

Yo retiraría el atributo de intelectuales a ­quienes sólo lo son para servir a los poderes ­establecidos. Esos intelectuales que Gramsci llamaba “orgánicos”, es decir, corporativos, porque están siempre al servicio de un poder sin independencia de criterio.

¿Los que siempre piensan como sus amos?

No es intelectual quien no es crítico con quien manda. Un pensador o economista o sociólogo que trabaja para una fundación de un banco o sólo para un partido y está sujeto a lo que le mandan pensar no es un intelectual.

¿Cómo les llamaría, entonces?

En Francia a esos tipos les llaman intelectuel ambiance, por analogía a musique ambiance, música ambiental, como la del hilo musical en los grandes almacenes.

¿Por qué?

Porque son esos pensadores que ocupan el espacio mediático que ya poseen o controlan los poderosos para servirles y aminorar y neutralizar los conflictos que molestan a quienes les pagan. Nunca se salen del guion y sólo innovan en el modo de servirles.

¿Para qué sirve un intelectual?

El intelectual es un alertador de incendios sin más interés que el de servir a la verdad. Benjamin lo define como alguien que sirve a los demás siendo crítico y lúcido.

¿Acaso es más relevante el intelectual narciso que sólo responde a su divismo?

Si hay intelectuales que sólo sirven a su propio ego es porque responden al modelo neoliberal de pensador. Creen que el individuo es el centro del universo y si es intelectual, pues más todavía. Y si es él, pues, además, es el único centro del universo. Acaban haciendo reír.

¿Vivimos una época narcisa?

Lo es. Y para mí, hay un síntoma que lo evi­dencia en los intelectuales y es que su propia imagen se ha convertido en su gran argumento de venta: en vez de brindar sus ideas, venden su ego.

Si todo lo que tienen que vender es su propia firma, sólo los compra el papanatas.

En cualquier caso, eso no pasaba antes: nadie se ponía su foto en la cubierta de un libro. Se solía buscar una ilustración sobre el contenido de la obra y no la foto del autor, porque lo que importaba era lo que decía y no quién lo decía. Sólo los grandes clásicos eran identificados por la efigie en sus libros.

Por eso hoy se encarga ya el libro directamente al famoso y ya le escribirán algo.

También pasa algo parecido con la política: el primer y a menudo único argumento del debate político, y no digamos electoral, es la personalidad del candidato.

Pero la política es más confrontacional que nunca.

Precisamente a causa de esos personalismos. Y su radicalismo es aparente: en el fondo nadie cuestiona las cosas importantes. Hay mucha gesticulación para que todo siga igual.

¿Cómo de igual?

Vivimos en un mundo prisionero del presente y sin proyección de futuro más allá de las próximas elecciones. Y en cambio, los retos que vale la pena que confrontemos, como la construcción de Europa o frenar el cambio climático, exigen pensar a largo plazo.

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