Una aproximación a la modernidad barroca en Bolívar Echeverría

POR SERGIO ARTEMIO GUILLERMO VALENTÍN

Bolívar Echeverría Andrade fue uno de los más grandes pensadores latinoamericanos y uno de los pilares del pensamiento crítico-marxista alrededor del mundo. En las siguientes líneas, pese a que no es una tarea sencilla, nos introduciremos a las nociones sobre el Barroco desde la mirada moderna que propuso el filósofo ecuatoriano-mexicano.

La modernidad de lo barroco (1988) libro publicado a finales del siglo pasado, pudiera parecer una reunión de textos académicos que se articulan y brindan una interesante forma de observar fenómenos históricos, estéticos, económicos, políticos y culturales de la historia humana y del encuentro de dos mundos. En él, se hacen presentes dos conceptos que se relacionan constantemente en la obra echeverriana: barroco y modernidad, mismos que “aparecen cada vez con más frecuencia cuando se habla de la vida social y la historia latinoamericanas, y que, sin embargo, o tal vez justamente por ello, en lugar de precisarse, se vuelven cada vez más ambiguos” (Echeverría, 1998: p.51).

Bolívar Echeverría Andrade (1941-2010).

El barroco es un concepto que parte de la Historia del Arte, de acuerdo con Gombrich, “empleado por los comentaristas de una época posterior (al Renacimiento) que combatieron las tendencias del siglo XVII y desearon ridiculizarlas. Barroco significa absurdo o grotesco y fue utilizado por personas que insistieron en que las formas de los edificios clásicos nunca debían ser aplicadas o combinadas de otra manera de como lo fueron por los griegos y romanos” (Gombrich, 1999: p.387).

Desde la Historia del Arte, disciplina descrita en ocasiones como la narración de un encadenamiento sucesivo de estilos diversos, el barroco sería uno de ellos y surge tras la crisis de la creatividad durante el Renacimiento. Esta nueva visión del arte buscó, desde el ornamento, lo decorativo y lo artificial, otra forma de acercarse al fenómeno artístico y, al ser más recargado, se le dio aquel nombre para denigrarlo. No obstante, para Bolívar Echeverría “el concepto de barroco ha salido de la historia del arte y la literatura particular y se ha afirmado como una categoría de la historia de la cultura en general” (1998: p.32).

La modernidad, por otro lado, es definida por nuestro autor en sus 15 Tesis de Modernidad y Capitalismo (1997) como “el carácter peculiar de una forma histórica de totalización civilizatoria de la vida humana” (p.70). Su fundamento es la consolidación indetenible de la Revolución Industrial cada vez más acelerada, implicando un “cambio tecnológico que afecta a la raíz misma de las múltiples civilizaciones materiales del ser humano” (p.73).

En este sentido, la modernidad significó un cambio en la forma en la que se concibió la vida, tomando como base cinco elementos a los que Bolívar denominó los rasgos característicos de la vida moderna: humanismo, progresismo, urbanícismo, individualismo y economicismo.

El humanismo contiene “la pretensión de la vida humana de supeditar la realidad misma de lo Otro a la suya propia” (p.79); el progresismo, en donde “la vida humana solo es tal porque se interesa en el cambio al que la somete en transcurso del tiempo” (p.79); el urbanicismo involucra a los dos anteriores y su mirada se enfoca en el “proceso de construcción de una entidad muy particular: La Gran Ciudad” (p.79); el individualismo prioriza “la constitución de la identidad individual a partir de un centro de sintetización abstracto: su existencia en calidad de propietarios (productores/consumidores) privados de mercancías” (p.82). Se observa aquí, como refiere Jean-Luc Nancy en La comunidad inoperante (2000) al individuo como “el residuo que deja la experiencia de la disolución de la comunidad” (p.15); y el economicismo que “se origina en la oportunidad que abre el fundamento de la modernidad de alcanzar la igualdad” (1997: p.83). No obstante, este rasgo lo que genera es desigualdad, “tanto vales, tanto tienes” menciona el filósofo ecuatoriano.

En este orden de ideas, el barroquismo moderno surge como una especie de resistencia a esa modernidad –la que intentó totalizar las formas de vida– y, el ethos barroco, que estetiza la vida cotidiana, es la muestra de esa posibilidad de resistencia. Bolívar intentó pensar y detectar, desde el campo de la teoría, la posibilidad de una modernidad diferente a lo impuesto hasta ahora, es decir, una modernidad no capitalista. De este modo, la modernidad barroca se ubica en una suerte de juego ya que, aunque rechaza al capitalismo, convive con él en una relación dialéctica.

La Historia del Arte muestra a Bernini, quien se ubicó en el “desencanto posrenacentista y planteó como proyecto no seguir el canon clásico, sino rehacerlo; no aprovecharlo, sino revitalizarlo” (1998: p.76). El ethos barroco, al igual que Bernini, no borra la contradicción propia del modo de vida de la modernidad capitalista, pero tampoco la niega: “la reconoce como inevitable, pero se resiste a aceptarla” (p. 91).

El ethos barroco ayuda a soportar la modernidad capitalista y esto se puede observar en la figura de Malintzin, quien fue intérprete de una relación en la que se involucraron dos mundos: Hernán Cortés, por el lado de los “conquistadores” y Moctezuma, por el lado de los “conquistados”; su función fue la de mediar un entendimiento entre dos hablas singulares, construyendo un texto común para ambas, (p.91) aprendió a convivir con la contradicción y medió las dos formas de concebir el mundo.

Echeverría consideró a la Historia de la Cultura en la España americana de los siglos XVII y XVIII, y lo que se ha reproducido en ella en los países de América Latina, como “una de las pocas historias particulares pueden ofrecer un panorama mejor para el estudio del ethos barroco” (p.47). El antecedente de Malintzin, refleja lo que ocurriría después en ese encuentro de dos mundos y abrió una posibilidad a la participación de los indios en la modernidad, buscando el empoderamiento de los indígenas, partiendo de una reconfiguración del cristianismo, que tomaría como base, ya no el dolor y el sufrimiento, sino el goce.

Así, los jesuitas buscaron, por un lado, que los indígenas adquieran conocimientos prácticos y técnicos que involucraban el aprendizaje de talleres y,  por el otro, el empoderamiento a través del contacto con el juego, el arte y la fiesta. Esto implicó que el Nuevo Mundo se alejara de la hegemonía pretendida por la modernidad que imperaba en Europa; el ethos barroco significó una estetización de la vida cotidiana y por ello, se considera una resistencia, una contraconquista que vive en y contra el capitalismo.

Aunque no existe una justificación para denominar a toda una época de la Historia de acuerdo al tipo de creación artística preponderante en ella, para Bolívar Echeverría cabe una posibilidad y se encuentra en el barroco, debido a que existió una “estetización desmedida” de la vida cotidiana (p.185) generando una ruptura, junto con el arte, mediante el juego y la fiesta.

En el juego los papeles del azar cambian, se giran y surge la “experiencia de la imposibilidad, de establecer si un hecho dado, debe su presencia a una concatenación causal de otros hechos anteriores” (p.190), la ruptura dio paso a la buena o mala suerte, o bien, a la “voluntad de Dios”.

La fiesta, además de ser un elemento comunitario, representa un abandono, es puesto en suspenso el modo rutinario de la experiencia concreta, abre el panorama a una experiencia estética que le da al ser humano la posibilidad de “traer al escenario de la conciencia objetiva, normal y rutinaria, aquella experiencia que tuvo, mediante el trance, en su visita a la materialización de la dimensión imaginaria” (p.192). Esta experiencia estética es indispensable para la vida cotidiana de la sociedad, debido a que “intenta revivir con ella (…) la experiencia de la plenitud de la vida y del mundo de la vida” (p.192).

La estetización barroca de la vida cotidiana “vuelve fluidos los límites entre el mundo real y el mundo de la ilusión” (p.195). La existencia en ruptura del ser humano que compone a la resistencia de la vida moderna –el de la modernidad barroca– vive en distancia respecto de sí mismo, como si no fuera él mismo, sino su doble: “se burla de la realidad, la pone de cabeza” (p.118).

Al no concebir el ethos de la modernidad y adherirse a lo barroco, se ejemplifica una suerte de resistencia que tiene que vivir conforme al capitalismo y convivir con otros ideales propios de la modernidad; vive lo verdadero en el mundo de lo falso, como lo hizo Bernini desde un aspecto artístico, o Malintzin desde un aspecto histórico-cultural: no niegan lo anterior, pero no asumen lo nuevo, aprenden a convivir con ello. Hablar de una modernidad barroca abre la posibilidad de pensar al ethos barroco como explicación de muchas de las realidades latinoamericanas y le da un sentido a las formas en las que la vida se significa y resignifica, partiendo de una experiencia estética y haciéndole frente a realidades absolutas, proponiendo otro mundo en donde prime la sensibilidad, el juego, la fiesta y el arte, por encima de aquellos rasgos característicos de la vida moderna.

Bibliografía

Bolívar Echeverría. (1998). Modernidad de lo barroco. México: Ediciones era.

Bolívar Echeverría. (1997). Las ilusiones de la modernidad. México: Ediciones era.

Ernst Gombrich. (1999). La Historia del Arte. México: Editorial Diana.

Jean-Luc Nancy. (2000). La comunidad inoperante.  Santiago de Chile: Arcis-Lom.

https://sergioguillermov.medium.com/about