Un panorama de incertidumbres

POR JUAN DIEGO GARCÍA

La coincidencia de una crisis económica que no acaba de ser superada, una pandemia de trágicas consecuencias mundiales y el conflicto armado en Ucrania explican la sensación de incertidumbre que se vive hoy en el planeta. Las voces apocalípticas de multiplican y por doquier se escuchan premoniciones aterradoras. ¿Se está ya ante una crisis casi final del capitalismo? ¿Se vislumbra entonces la oportunidad, esta vez sí, de “asaltar los cielos” y emancipar la humanidad? O, por el contrario, debido a la evidente debilidad de la izquierda y el poder mayor del capital ¿estaríamos ante un renacer del fascismo y, en el mejor de los casos, estaríamos ante la aplicación de paliativos para calmar la creciente protesta social sin afectar de manera importante el modelo neoliberal vigente en todo el mundo? El conflicto de Ucrania, ¿desembocará en una guerra atómica que podría comprometer la misma existencia del género humano? Hacer un ejercicio de realismo no es tarea fácil; pero podría empezar por subrayar algunos elementos que pueden aliviar la dura tensión actual e imaginar soluciones menos dramáticas.

En efecto, ante situaciones muy críticas el sistema capitalista ha encontrado soluciones que, si bien no resolvieron las contradicciones propias de su naturaleza tampoco llevaron al colapso final. En unos casos se procedió mediante la violencia y la negación de sus mismos valores liberales y humanistas, en otros, mediante formas de redistribución de la riqueza que consiguieron (con bastante éxito en algunos países) resolver así fuese parcial y temporalmente la contradicción entre una gran superproducción y un consumo socialmente muy desigual. Nada hace pensar que hoy, fórmulas de control estatal del mercado no sean aplicables; en esa dirección parecen avanzar las propuestas de los partidos y los gobiernos  (sobre todo de las metrópolis) para que los grandes monopolios que han obtenido ganancias estratosféricas en estas crisis cedan parte de sus beneficios y se pueda disminuir una tensión social que llega ya a niveles preocupantes.

En la periferia del sistema (el mundo pobre) ese descontento social está propiciando que sectores de la izquierda y del centro (Latinoamérica, sobre todo) accedan al gobierno e impulsen reformas similares, además de otras reivindicaciones que impone aquí la cuestión nacional. No se busca acabar con el capitalismo sino introducir reformas que contribuyan a superar la enorme desigualdad prevaleciente, no menos que a buscar una relación menos desventajosa en el escenario internacional. La gran burguesía criolla, al igual que la metropolitana, observa atentamente el desarrollo de los acontecimientos para decidirse por las reformas o sencillamente optar por el fascismo. Tiene asegurado (por ahora) el firme apoyo de los cuarteles, no menos que el respaldo social y electoral de sectores significativos de la población como se evidencia en prácticamente todo el continente (Brasil, ayer mismo). En las metrópolis, por su parte, la gran burguesía cuenta con una extrema derecha en ascenso pero aún no decisiva electoralmente. Allí, son los partidos de corte fascista que tanto en Europa como en Estados Unidos (Trump) dan por superado el modelo político de la democracia representativa y levantan las consignas tradicionales del fascismo; buscan el apoyo de ciertos sectores populares y de la pequeña y mediana propiedad que, ciertamente, se ven afectados por el libre comercio y la globalización neoliberal. Es importante su influencia en los cuarteles así como en grupos significativos del poder judicial y legislativo y gozan del apoyo de no pocos medios de comunicación de masas.

Aunque la crisis económica no consigue controlarse, la clase dominante tiene aún márgenes para hacer cierta redistribución de la riqueza social y evitar entonces caer en una situación de alto riesgo. En el mundo rico la burguesía cuenta con recursos materiales enormes; en la periferia del sistema, porque aunque en tantos sitios las fuerzas populares han conseguido inclusive hacerse con el gobierno, la burguesía criolla mantiene el control de los resortes principales de la economía y, por supuesto, tiene el respaldo de las metrópolis (USA y UE) prestas a echar una mano en caso de necesidad. Aquí el instrumento siempre ha sido el golpe militar, la intervención armada directa o los bloqueos y sabotajes de su economía, tan dependiente aún de las  metrópolis. Aunque la correlación política de fuerzas favorece más a la izquierda en Latinoamérica que en los centros metropolitanos, su mayor debilidad está determinada en muchos aspectos por las relaciones con el mercado externo y por la fuerza nada desdeñable de la derecha criolla, algo que explica la enorme prudencia y el pragmatismo con que esos gobiernos progresistas buscan tanto las reformas internas como alcanzar un puesto diferente en el entramado mundial.

La pandemia parece ya básicamente superada dejando a su paso cuadros que en el mundo pobre están cargados de enorme dramatismo (en Brasil, ir más lejos) y que en todo el planeta muestran  los enormes riesgos de dejar en manos del mercado la gestión de la salud pública, otro legado siniestro del neoliberalismo.

El conflicto en Ucrania es la expresión de la lucha entre las potencias tradicionales del sistema capitalista y las potencias emergentes, Rusia y China, en particular. Es muy difícil predecir cuál será la evolución de ese conflicto pero solo acontecimientos inesperados y fuera de control desembocarían en la temida guerra atómica. En realidad hay algunos elementos que permiten presagiar un acuerdo de paz a mediano plazo. En una perspectiva optimista lo más razonable sería que Occidente acepte desistir de su estrategia de impulsar mayores avances de la OTAN (en todo el planeta) so pena de que chinos y rusos y sus (cada vez más) aliados y amigos empiecen a replicar esa política agresiva –que es la razón principal de ese conflicto- también con una presencia militar y estratégica de esas potencias emergentes en el entramado mundial. Además, hasta podría ser que se llegase a reordenar las llamadas instituciones internacionales, limitando el poder de Occidente y dejando a los países periféricos espacios más amplios para influir en la toma de decisiones, ahora en manos exclusivamente de los países ricos. Refundar la ONU y demás organismos parecidos podría ser el inicio de un nuevo orden mundial. Si el capitalismo puede asumir ciertas reformas a nivel interno (de tipo keynesiano, por ejemplo) también sería posible que nuevos equilibrios mundiales contribuyeran a formas menos agresivas y dañinas del sistema capitalista.