“Sin el impulso ‘desde abajo’ poco podrá lograrse en la nueva oleada progresista que despunta en América Latina”: Atilio Boron

Atilio A. Boron

POR RONY NÚÑEZ MESQUIDA /

Si bien el subsuelo de América Latina está en permanente movimiento y es evidente que las contradicciones sociopolíticas se encuentran en plena ebullición, lo decisivo para que el progresismo en la región siga avanzando, no obstante que las condiciones internacionales son adversas, los liderazgos muestran menor capacidad de convocatoria que en el pasado y las bases populares están debilitadas y en proceso de reorganización, dependerá en buena medida “de la movilización del campo popular, su efectiva organización y concientización. Sin ese impulso ‘desde abajo’ poco podrá lograrse”, advierte el politólogo y sociólogo argentino Atilio Boron.

En entrevista con la edición chilena de Le Monde Diplomatique, el reconocido cientista social y docente universitario, referente del análisis geopolítico de América Latina, hace una detallada radiografía de la coyuntura política de la región y los avances que ha tenido el progresismo en países como México, Argentina, Bolivia, y la expectativa que existe en Ecuador con la candidatura presidencial de Andrés Arauz, quien de manera rotunda ganó la primera vuelta electoral el pasado 7 de febrero.

Latinoamérica desde un momento cero

El destacado sociólogo y académico chileno Alberto Mayol, al referirse conceptualmente al “momento cero” como fenómeno disruptivo en términos políticos asevera: “El concepto de “momento cero” es un derivado de un término que el lingüista Roland Barthes denomina “grado cero”. Esto es un momento en el cual los elementos que configuran el escenario están comenzando su proceso de construcción” (1).

Tomando este parámetro de análisis, al confrontarlo con la realidad política latinoamericana actual, cabe apreciar que, tras el término de un ciclo de gobiernos progresistas en nuestro continente, el cual fue reemplazado por gobiernos de derecha, tanto por métodos democráticos como no democráticos (Bolivia y Brasil son dos buenos ejemplos recientes de este último caso), pareciera que, los efectos nocivos derivados por esta “ola neoconservadora”, y el fracaso de sus políticas neoliberales en nuestro países, estuvieran dando una segunda oportunidad a coaliciones progresistas y de izquierda. Los que se encuentran ante el enorme desafío, no sólo hacer frente a una de las peores pandemias que el mundo tenga memoria en la historia reciente, sino a procesos de revuelta o estallidos sociales que, desde el año 2019, han colocado a la impugnación del modelo de desarrollo neoliberal y las profundas desigualdades que éste ha propiciado, sumados a escándalos de corrupción y una fuerte represión por parte de agentes del estado, han provocado en casos como el de Chile, Ecuador y Perú, un triste resultado en materia de graves y masivas violaciones a los derechos humanos de población indefensa.

Es, por tanto, en este contexto convulsionado que la reconstrucción del tejido progresista y de izquierda ha permitido la elección de López Obrador en México, Alberto Fernández en Argentina, Luis Arce en Bolivia, a los que pudiera sumarse Andrés Arauz triunfador en la primera vuelta en Ecuador, al que se adiciona un inédito proceso constituyente en el caso de Chile gracias a los movimientos sociales, los que podrían vislumbrar la construcción de un nuevo escenario, el cual el tiempo dirá si es o no un cambio de ciclo con capacidad transformadora o incluso refundacional, un “momento cero” en definitiva, o bien un fenómeno pasajero. Precisamente para conversar de estos derroteros, es que uno de los más importantes intelectuales latinoamericanos de la actualidad, el sociólogo, politólogo académico y escritor argentino, Atilio Boron, accede a esta entrevista a fin de conocer su parecer y agudo análisis al respecto.

El rotundo fracaso del modelo neoliberal en América Latina

¿Cuál es su opinión sobre la crisis del sistema neoliberal que ha explosionado en Latinoamérica agudizado por la pandemia?

El sistema neoliberal venía en crisis desde hace tiempo, no es que haya empezado ahora. Yo te diría, para fijar una fecha, que el sistema entra en una crisis de larga duración el año 2008. Su manifestación es la crisis de las “hipotecas subprime” que explota en Estados Unidos. Pero subrayo esto de la manifestación porque el fenómeno latente es mucho más profundo que lo aparente y desata lo que los economistas norteamericanos han dado en llamar “la larga recesión”. Esto quiere decir que, a partir de aquel momento, las economías del mundo comenzaron a crecer muy lentamente y en algunos casos inclusive a decrecer. Estoy hablando del mundo del capitalismo desarrollado (con la obvia excepción de China) que al cabo de esos 12 largos años hasta inicios del 2020, cuando en marzo estalla la pandemia, no había todavía encontrado una salida estable de crecimiento y recuperación económica. Esta crisis tiene evidentemente múltiples facetas, pero una de las más significativas es el fracaso del neoliberalismo en su aplicación tanto en Estados Unidos, en Europa como en Chile, Perú, Colombia, México o Argentina. ¿Por qué? Porque es un modelo que concentra de modo incontrolable la riqueza y las rentas y que, por lo tanto, crea una tendencia irrefrenable al estancamiento a causa de la caída del nivel de consumo de grandes masas de la población. Esto se puede de atenuar, más no eliminar, como se ha hecho en Chile y en los países más desarrollados por la vía de la enorme expansión del crédito; pero claro, el reverso del crédito ha sido un fenomenal endeudamiento de hogares, empresas y gobiernos. Nótese que Chile es el país que tiene uno de los índices endeudamiento de los hogares más elevados a nivel mundial. Por lo tanto cuando aparece el Covid-19 la crisis estaba lejos de haber sido resuelta. ¿Qué hizo la pandemia? Bueno, la pandemia hizo dos cosas: profundizó la crisis y aceleró su desarrollo, o sea que la agravó. Piensa que en Estados Unidos llegaron a tener una cifra cercana a 40 millones de desocupados en ciertos momentos del 2020 y luego de eso, si bien se produjo un descenso, igual el número de desocupados que tiene Estados Unidos y los que hay en Europa están muy por encima de los peores años desde la posguerra. Pero sobre todo la pandemia aceleró los ritmos de la crisis; la declinación del modelo llegó a punto tal que en la reciente reunión cumbre (virtual) de los capitalistas de todo el mundo en Davos se llegó a la conclusión de que era necesario “recargar al capitalismo”, o como otros dijeron, actuar al igual que cuando se congela un ordenador y es preciso darle “un gran reinicio” para que se vuelva a poner en marcha. Pues bien, la elite empresaria mundial tiene hoy esa aspiración: el relanzamiento de un capitalismo recargado cuya fisonomía poco tiene que ver con el modelo neoliberal. Proponen un modelo fuertemente estatista, estadocéntrico y en donde el papel de los mercados pasa a ocupar un segundo plano por la constatación, admitida por ellos mismos, de su fracaso para garantizar una respuesta efectiva a la crisis sanitaria del Covid-19, por los alcances de la degradación medio ambiental, y por el deterioro de la legitimidad del capitalismo entre las jóvenes generaciones debido a lo anterior y a la concentración de la riqueza en el uno por ciento más rico de los países. Por lo tanto, no serán los mercados quienes puedan solucionar la crisis y estabilizar al capitalismo en el corto y mediano plazo. La confianza está puesta ahora en un rol ampliado del Estado, que no quiere decir más democrático, por supuesto.

¿Qué elementos ve en común en los recientes procesos de revuelta popular acaecidos en países como Chile, Perú o Ecuador?

Muchos. Estás hablando de países como Chile y Perú que han sido sometidos a un predominio neoliberal tremendo y durante largas décadas. En Chile desde el advenimiento de la dictadura en el 73, Perú comenzó después, en 1990 con la presidencia de Alberto Fujimori. En síntesis: el Perú sobrelleva 30 años de neoliberalismo puro y duro y Chile casi medio siglo. El caso de Ecuador es diferente, porque a la dictadura neoliberal de los banqueros y los grandes capitales le puso coto el interludio del correísmo. Pero la traición de Lenin Moreno que subió al gobierno con un programa y ejecutó exactamente el que estaba en las antípodas culminó con una violenta restauración del orden neoliberal. Se advierten por lo tanto elementos comunes tales como la gran insatisfacción de los sectores populares que comprueban que las esperanzas propaladas por los publicistas e ideólogos neoliberales eran engaños e ilusiones; que les robaron el futuro; que se encuentran profundamente endeudadas, con empleos cada vez más precarizados y cuyos sueldos están por debajo de la línea de la pobreza, sin acceso a servicios sociales básicos como salud, educación y seguridad social y con un progresivo debilitamiento de las organizaciones sindicales que antaño defendían a los trabajadores. Esto en Perú es dramático, no tanto así el caso de Chile porque, si bien debilitado, sobrevive todavía una cierta fuerza sindical. Pero en Perú y Ecuador esta tradición es muy débil, siempre fue débil y ahora está prácticamente desaparecida. Claro que esa vacancia está siendo llenada por nuevas formas de asociacionismo popular, que tendrán un creciente protagonismo en los años que se vienen. Otras similitudes son la concentración de la riqueza, decadencia en los servicios básicos en materia de salud, de educación, sistema de pensiones; o sea, viejos derechos convertidos en mercancías y sobre todo el anquilosamiento de una dirigencia política completamente apartada del sentir común de la gente. Notamos que en el caso de Chile al referirse a esos sectores dirigentes se utiliza la expresión “casta política” porque así se caracteriza a un conjunto de actores que desde el inicio de la era pinochetista han manejado los hilos del Estado y sobre todo los sistemas representativos. Hay casos escandalosos como por ejemplo el de Andrés Zaldívar, que llevó la voz cantante en la campaña de terrorismo mediático entre 1969 y 1970 (lo digo porque yo vivía en Chile en esos años y lo recuerdo muy bien) que pronosticaba un escenario catastrófico y horrible en caso de que Salvador Allende llegara a La Moneda. Este siniestro personaje no dejó de medrar en las alturas del aparato del Estado o del parlamento desde esas épocas. Tengo entendido que sigue ocupando un cargo administrativo de mucha importancia en el Congreso chileno, creo que en el Senado. Ejemplos como el de él hay muchos, lo que habla de una asfixiante falta de renovación de la dirigencia política que así se exhibe ante la sociedad con cuadros profundamente desprestigiados y fundadamente sospechados de corrupción, si bien es preciso aclarar que, afortunadamente, hay algunas excepciones, pero son minoritarias y se dan en el campo de la izquierda. En el caso de Perú la corrupción instaurada en los años del fujimorismo se extendió hasta el día de hoy, recordemos que hubo dos presidentes en Perú que hace pocos meses fueron eyectados de sus cargos producto de intensas movilizaciones populares. Y fueron éstas las que finalmente contribuyeron a instalar un tercero, Francisco Sagasti, cuyo mérito principal se define por la negativa: no es un político corrupto. Pero aparte de eso es un hombre de ideas “inmoderadamente moderadas”, valga el retruécano, una buena persona pero que no tiene ninguna propuesta que parezca conducente para resolver los gravísimos problemas que afectan al Perú. A diferencia de la estabilidad institucional chilena, de raíz fuertemente portaliana y conservadora, el vértigo político peruano se expresa en el hecho de que de los últimos ocho presidentes del Perú desde 1990 tres terminaron en la cárcel por delitos de corrupción, uno está fugado y protegido por las autoridades en Estados Unidos, otro se suicidó antes de enfrentar cargos similares, dos fueron recientemente destituidos por grandes movimientos de protesta contra la corrupción oficial y sólo el actual, Sagasti, parece encaminarse a una salida digna de su cargo.

¿Ve Usted un retorno a un ciclo de gobiernos progresistas o de izquierda en Latinoamérica donde países como Argentina, México o Bolivia al que puede sumarse Ecuador próximamente, han rechazado los efectos de gobiernos neoliberales o golpes de Estado?

Citaría a Galileo, la política latinoamericana “eppur si muove”, sin embargo se mueve. El rebote comenzó en México, tardíamente incorporado al ciclo progresista después de 36 años (1982-2018) de denigrante cogobierno entre el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el gobierno nacional de México. El país azteca se incorpora al ciclo progresista con Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en el 2018, 20 años después del triunfo de la elección de Hugo Chávez en Venezuela. El hecho de que México sea el país fronterizo que divide el turbulento subdesarrollo latinoamericano con Estados Unidos hace que todo lo que se intente hacer allá, cualquier reforma, sea muchísimo más difícil de ejecutar que lo que podemos nosotros hacer aquí, en el sur del continente. Luego de AMLO vino Argentina con el rotundo triunfo de Alberto Fernández a expensas del macrismo y luego lo de Luis Arce en Bolivia. A esto hay que añadir la existencia de una situación promisoria en Ecuador, con el triunfo de Andrés Arauz en primera vuelta y que el 11 de abril, el mismo día en que Chile realiza su elección para la Convención Constitucional, medirá fuerzas con el candidato de la derecha más rancia y corrupta, el banquero Guillermo Lasso. Deseo fervientemente el triunfo de Arauz porque confirmaría el relanzamiento de una nueva onda progresista en América Latina, misma que, sin embargo, no poseerá la radicalidad de la anterior. Debemos fortalecer la unión de los países, empezando por Sudamérica, pero también incorporando al México de AMLO que promueve una iniciativa muy interesante como reflotar a la CELAC. Pero sería un error suponer que esta nueva oleada podría ser una reedición del proceso anterior. Serán gobiernos progresistas pero más moderados que sus predecesores, en donde aquel ciclo tuvo un apogeo que fue nada menos que la derrota del ALCA, el principal proyecto geopolítico del gobierno de Estados Unidos para todo el siglo veintiuno. Los actuales serán gobiernos –algunos ya son- que van a ir distanciándose cautelosamente del neoliberalismo porque la correlación de fuerzas en todos estos países no les es muy favorable. Fíjate que los avances en México, en Bolivia y en Argentina se producen con mucha lentitud. Hay varios factores explicativos: uno, las condiciones internacionales son muy diferentes y más desfavorables. Dos, sin subestimar a los nuevos mandatarios hay que reconocer que tampoco se cuenta con los grandes liderazgos de comienzos del siglo XXI. Ya no está Fidel, la fuente de inspiración de tantísimas luchas; tampoco están Chávez y Kirchner; y los otros líderes están o bien retirados, Pepe Mujica, o sometidos a la implacable persecución del ‘lawfare’: casos de Lula, Cristina Fernández, Evo Morales, Rafael Correa y quien fuera su vice, Jorge Glas, Lugo en Paraguay, Zelaya en Honduras, entre tantos otros Y, tres, los movimientos sociales están en una fase de reconstrucción luego de sufrir una gran derrota. O sea: condiciones internacionales adversas, liderazgos con menor capacidad de convocatoria y bases sociales en reorganización. Pero es indudable que pese a todo ello el subsuelo profundo de Latinoamérica está en movimiento. Lo decisivo para el éxito de este proyecto será, como siempre, la movilización del campo popular, su efectiva organización y concientización. Sin ese impulso “desde abajo” poco podrá lograrse.

¿Cuál es su mirada del actual proceso constituyente que está viviendo Chile? ¿Cuál es el riesgo, si es que existe, de institucionalizar las demandas de los movimientos sociales?

Este nuevo clima epocal está incentivando las protestas populares en Chile y Perú. En el caso de Chile hay un proceso constituyente muy interesante pero también muy preocupante. Lo primero por la gran satisfacción que sentí al conocer el repudio mayoritario, absoluto, a la Constitución pinochetista. Lo segundo porque la maligna astucia de la casta política chilena está trabajando para frustrar las expectativas de dar a luz a una constitución que responda a los grandes desafíos del Chile actual. Esa Convención Constituyente será un gran campo de batalla que se librará no sólo puertas adentro sino con el acompañamiento activo, militante, de las fuerzas sociales para hacer saltar por el aire el cerrojo, o el chantaje de los 2/3 que ha impuesto la casta política. La aceptación de esa cláusula significa esterilizar desde su cuna al nuevo proyecto constitucional que necesita la sociedad chilena. Ese pueblo debe darse por primera vez en su historia republicana una constitución sin las cortapisas, limitaciones y enclaves autoritarios embebidos en los previos textos constitucionales. Lo que se pretende con la antidemocrática cláusula de los 2/3 es introducir un “caballo de Troya” derechoso dentro de la convención, que va a impedir entre tantas otras cosas desmercantilizar el agua que se encuentra absolutamente privatizada en Chile.

No hay un solo país en el mundo donde el agua sea propiedad privada desde sus fuentes y pasando por su distribución y destinación final. Y eso no va a poder ser discutido porque hay cláusulas que están prohibidas y un robusto cerrojo leguleyo impide el tratamiento de otros temas de igual importancia. Ante este callejón sin salida se requieren dos cosas: primero, que se logre una mayoría abrumadora de representantes de las fuerzas populares y de izquierda y que tengan la valentía, desde el primer día, de declarar que esa Convención se convierte en una Asamblea Constituyente, desconociendo las limitaciones impuestas por la casta política y proclamando su soberanía como expresión de la voluntad popular. Segundo, lo que dije antes: un acompañamiento militante, permanente, una guardia constante en las calles y plazas para asegurar que los convencionales hagan lo correcto. De lo contrario, existe un gran riesgo de que la Convención termine en un fiasco con lo cual se abrirían las puertas de un nuevo ciclo, aún más violento, de insurrección popular como el que estallara en octubre del 2019. Chile está sobre ascuas, ya hemos visto la reacción que hubo ante el asesinato del malabarista en Panguipulli, así que el 11 de abril yo espero que haya una buena votación de izquierda, que la derecha no logre tener esos votos que necesita para vetar temas clave en la Convención. A partir de análisis comparativos estoy convencido de que el activismo de los movimientos sociales será decisivo. Lo que no se podrá resolver apoyado en los impulsos de la movilización popular no lo resolverá el rodaje rutinario institucional de una Convención Constitucional. El sesgo clasista del Estado en Chile o en Perú es férreo y de larga data y no va a disiparse mediante diálogos cortesanos a puertas cerradas y sin escuchar la voz del pueblo que está puertas afuera. Al fin y al cabo ese pueblo ha sido, siempre, el gran protagonista de las constituciones que pretendieron fundar un nuevo orden. Resumiendo, creo que se abren buenas perspectivas en Chile, cuya gente ha dado extraordinarias muestras de bravura y conciencia política en estos últimos tiempos. Evocaría, por eso, aquellas palabras de don Salvador Allende en su discurso final cuando decía “tengo fe en Chile y su destino”. Coincido con esa apreciación.

¿Cuáles son los paradigmas en los que debe basarse una izquierda en el continente que sea capaz de superar el modelo neoliberal?

No hay un modelo, yo nunca creí en eso de los modelos. Incluso en un escrito de mi autoría que leí en un congreso en Cuba, en presencia de Fidel, teniendo que referirme a este tema de los modelos lo hice parafraseando un texto de Antonio Machado, cantado luego por Joan Manuel Serrat: “militante no hay modelo, ¡se hace el modelo al andar!”. Cada país va a encontrar una salida del neoliberalismo adecuada a sus circunstancias, a las características fundamentales de su economía, al grado de organización de las fuerzas de campo popular, a las posibilidades que abre una determinada correlación de fuerzas entre la derecha y la izquierda, a la intensidad de la presión del imperialismo y las grandes empresas, a su propia historia. Un gran protagonismo seguramente tendrá la oligarquía mediática que sofoca y embota la opinión pública en nuestros países, por ello librar una auténtica “batalla de ideas” será un imperativo impostergable de la hora actual. De ahí que más que hablar de un paradigma yo creo, como decía Raymond Williams, que “hay muchos socialismos” y que no habrá una salida paradigmática sino muchas. Y, además, que no sólo habrá que dejar atrás al neoliberalismo, lo que sería francamente insuficiente, sino encaminarse para avanzar resueltamente por la senda del post-capitalismo antes de que sea demasiado tarde. Y estos procesos se construirán de una manera en Chile, de otra en Argentina, en Bolivia, en México. En suma: no hay un modelo para imitar y además conviene no olvidar que si hay algo que caracteriza a las grandes revoluciones -o llamémosle de modo más modesto: a los grandes proyectos de cambio- es el carácter original de esos procesos. José Carlos Mariátegui lo sintetizó muy bien cuando dijo que “las revoluciones -y la construcción del socialismo- no pueden ser calco y copia sino creación heroica de nuestros pueblos”, y cada uno emprenderá ese magnífico acto civilizatorio de creación con los materiales que tenga en sus manos.

  1. Ver https://www.elciudadano.com/columnas/frente-amplio-en-el-momento-cero-un-libro-de-alberto-mayol-y-andres-cabrera/04/16/

https://www.lemondediplomatique.cl/