Si el neoliberalismo mata, ¿a qué mundo vamos?

POR JULIO PEÑA Y LILLO E.

Tenemos  que  probar  que  somos  capaces  de  aclarar  la penumbra  de  la  existencia,  sin  tener  que recurrir al fuego de la guerra […] Debemos cambiar nuestro propio destino sin tener que apoderarnos del  destino  de  otros.[…]  Debemos  encontrar  una  dimensión  ética,  si  es  posible  bien  alta,  para  no tener que encontrarla después en los márgenes de la muerte”. – Alessandro Baricco.

Vivimos una coyuntura inédita. Las graves secuelas ocasionadas por la pandemia del Covid-19 ha vuelto a colocar al Estado en el foco de la discusión política. El mundo en su necesidad de generar una respuesta inmediata, parece obligado a inclinarse a esa tradición intelectual encarnada por teóricos como Antonio Gramsci o Nicos Poulantzas, que sostiene que el Estado es un campo de batalla estratégico, instrumento con el cual la sociedad puede recuperar lo público, reinventar lo común, estrechar los lazos sociales y anteponer la lógica solidaria de complementariedad, por sobre la lógica del sacrificio y la competencia (ganadores-perdedores) que impera en la versión actual de la globalización.

Gramsci decía que las “crisis debilitan los determinismos” y abren nuevas posibilidades para reorientar las instituciones que ahora, también se encuentran disminuidas y limitadas en su capacidad de reacción, al haber sido fuertemente gangrenadas por la lógica privatista, productivista de consumo. Vemos que muchas de las demandas que hasta hace poco tiempo eran consideradas como quimeras, o como reivindicaciones absurdas (trabajo doméstico remunerado, renta básica universal, servicios públicos de calidad), están siendo retomadas para hacer frente a la pandemia, redirigiendo el movimiento del aparato productivo hacia la satisfacción de las necesidades sociales.

El Covid-19 nos ha colocado como humanidad, frente a un sinnúmero de desafíos e interrogantes:

¿Como ciudadanos globalmente afectados, cómo vamos ampliar el acceso a una igualdad real, en lo relativo a las condiciones materiales de existencia (salud, educación, derechos, salarios, inclusión, generación de oportunidades), pensando sobre todo, en los sectores más vulnerables y los menos favorecidos en la carrera de la actual-globalización-excluyente? ¿Quién va a pagar la crisis, los más desposeídos, o las élites económicas -neoliberales- que se beneficiaron y nos colocaron en este dramático escenario?

El grave impacto de la pandemia nos ha permitido apreciar cómo, gobiernos de distinto signo político han adoptando medidas sociales para intentar palear los efectos perniciosos del Covid-19: desde la garantía a la totalidad, o a gran parte del salario de los trabajadores y trabajadoras, hasta un ingreso mínimo garantizado para todas las personas que carecen de salario, conocido como renta básica directa e universal, o también ayudas económicas para pequeñas y medianas empresas, o para el pago de arriendos y de alquileres.

Parece, como nos recuerda Luciana Cadahia (2020)[1], que un nuevo sentido común esta surgiendo y nace de esta experiencia conjunta, ahora globalizada, de estar compartiendo algo que para superarlo va a requerir de la coordinación de todos. El “individualismo” se desploma, pensar que cada individuo se basta por separado, ya no es suficiente para asegurar la subsistencia. El coronavirus parece venido a sepultar a la “mano invisible” y a su acólito el neoliberalismo, como entidades capaces de dar respuesta a las necesidades sociales y a la naturaleza.

I/ Covid-19 y la irrupción anti-neoliberal 

Si forzamos un poco la memoria, recordaremos que 2019 fue un año de efervescencia social excepcional. A lo largo y ancho del planeta, estos movimientos y revueltas sociales en: África, América Latina, Asia, Europa, Oriente Medio, irrumpieron y expresaron sus denuncias alrededor de la necesidad de un cambio radical en la conducción hegemónica -neoliberal- de la economía y de la política. Todos reclamaban en contra de la estrepitosa debilidad de los Estados, a la hora de responder a las necesidades y urgencias de la mayoría de los ciudadanos.

La llegada del coronavirus ha contribuido a reforzar estas reivindicaciones. Su impacto ha sacado a relucir el gran fracaso de la globalización en su versión de integración de mercancías y de segregación-marginación humana. Ahora bien, si somos un poco optimistas, esta crisis podría convertirse en una oportunidad inteligente de advenimiento de una globalización más humana, menos rapaz y más social, en donde ya nadie tenga que quedarse atrás.

Los gigantescos daños y perjuicios ocasionados por el Covid-19 en materia de salud, economía, trabajo, afectaciones psicoemocionales, han puesto de manifiesto la necesidad imperativa de una profunda revisión de las políticas del “ajuste”, conocidas también como políticas de la precarización o de los recortes sociales, puesto que afectan directamente a los sistemas de: salud, educación, jubilaciones, protección social, preservación del medio ambiente, así como a nuestra seguridad alimentaria y nuestra seguridad social y económica, amenazando el derecho que tenemos como ciudadanos a una vida digna para todos.

El grave impacto generado por esta pandemia nos deja percibir, por primera vez en la historia, seamos de izquierda, de centro, o de derecha, las graves consecuencias que deja una globalización enfocada netamente en la dimensión mercantil. Este descubrimiento ya no esta relacionado únicamente con ciertos Estados o gobiernos, o con ciertas regiones de nuestro mapamundi. Un fenómeno de esta naturaleza nos involucra a todos por igual. Estamos conscientes que en cualquier momento puede llegar a tocar a nuestra puerta.

La pandemia del Covid-19 ha sabido aprovechar los puntos débiles ocasionados por el austericidio neoliberal, y se ha colado con mayor facilidad en los Estados que, siguiendo esa receta, se han quedado sin el debido amparo de sus instituciones, escenario en el cual, todo el mundo corre el riesgo de ser afectado. Ahora contemplamos atemorizados de dolor, como esta pandemia supo montarse sobre el engranaje de las injusticias estructurales (medioambientales e institucionales) que han contribuido a arruinar las condiciones humanas de existencia.

II/ Desarrollo en mutua dependencia

Los diferentes trastornos (salud, económicos, sociales y psicológicos) provocados por la propagación del Covid-19, no tiene parangón en la historia contemporánea. En este escenario podríamos decir, como sostiene Bertrand Badie (2020)[2], que la política y la economía requieren con urgencia un giro de timón. Como sociedades interrelacionadas, debemos transitar del tradicional esquema: amigo-enemigo, a un nuevo esquema de asociados-complementarios. Cuando la humanidad tiene un enemigo común, el rival ya no puede ser el otro, en vista de que el otro es alguien de quien dependo y que a su vez depende de mí.  Los ciudadanos del mundo nos vemos avocados a evitar que esta crisis generada por la pandemia pase inadvertida, como si fuese una mera fatalidad natural, o una crueldad del destino. Los familiares, amigos, colegas, vecinos, conocidos, que han muerto, o que se han visto afectados directa o indirectamente por este virus, apelan a que esta grave problemática de salud sea manejada desde una perspectiva política y económica en donde prevalezcan los términos de solidaridad, protección social y complementariedad económica.

Esto quiere decir, ser capaces como sociedad-global, de reconstruir una forma de economía en la que podamos anteponer y preservar la salud y el derecho real a una vida digna. Más allá del debate entre izquierdas y derechas, el COVID-19 nos deja ver que la única defensa que tenemos como especie humana para enfrentar una situación como la suscitada por esta pandemia, es la de ampliar y fortalecer todos los campos que nos constituyen como seres sociales. Estamos ante un nuevo paradigma, en donde la defensa de lo público y lo común se convierte en una necesidad transversal para el desarrollo de la humanidad.

En el próximo e inmediato escenario que se abre, o repetimos la receta del fracaso, que nos ha llevado a este colapso global, o ponemos en encima de la mesa la única vía social y económicamente sensata, sostenible y eficaz que tenemos para afrontar, como sociedad-global este tipo de amenazas. Hablamos entonces de la necesidad de pensar un nuevo paradigma, en donde las grandes empresas tendrán que jugar un rol mucho más activo, comprometiéndose -ahora más que nunca-, con el sostenimiento de las bases materiales de nuestras economías anteponiendo la vida de los trabajadores y sus derechos (por sobre la fuga de capitales), de manera que todos podamos afrontar de mejor manera los retos post-pandemia.

Para ello va a ser indispensable distinguir las actividades económicas esenciales que deberían ser potenciadas, de aquellas que deberían reorganizarse o simplemente sustituirse. Como señala Gerardo Pisarello (2020)[3], de lo que se trata ahora, es de reconstruir un tipo de economía que priorice las actividades productivas sostenibles sobre las depredadoras y especulativas porque el objetivo es salvaguardar la vida.

Para ello es clave abrir líneas de ayuda a cooperativas o a empresas innovadoras que apuesten por la reconversión energética, realizar expropiaciones de suelo para construir vivienda asequible, invertir en ciencia y alfabetización tecnológica. Hay que desplegar los sectores clave de la economía para mejorar la salud pública, la agroecología, la rehabilitación urbana, construir una economía diferente, orientada a sectores con alto impacto ecológico, como la reforestación, la fabricación de transporte público no contaminante, o el despliegue de infraestructuras para energías renovables.

III/ Qué es lo que el Covid-19 deja claro. Un nuevo Consenso

La discusión ideológica sobre las privatizaciones y recortes a los sistemas de salud y al Estado, parece que ya puede pasar a formar parte de los nefastos capítulos que ensombrecen nuestra historia. La lógica de acumulación por desposesión, que impulsa el neoliberalismo y que mermó la educación pública, las jubilaciones o la preservación del medio ambiente, no contribuyó a mejorar la calidad de vida de la mayoría de la gente. A la hora de una crisis como la que estamos atravesando, los costos tanto en vidas humanas como en afectaciones socioeconómicas terminaron siendo aún mas perjudiciales para la lógica de acumulación del gran capital. Este grave problema al que nos confrontamos hoy, nos debe conducir hacia otra concepción de las relaciones sociales, en la que estamos obligados a admitir que, para ganar, necesito que el otro gane; o que para no morir, necesito que el otro no caiga enfermo y que pueda vivir.

Elham Shafaei is Artist for a month on the diagonales

Podemos darnos cuenta, ahora con más claridad,  que todo el mundo necesita un sistema de salud público que este bien dotado, que pueda garantizar a todas las personas de la mejor atención posible. A partir de la constatación de esta realidad, se torna indispensable pensar como naciones y Estados en el desarrollo de un nuevo consenso político global.

Consenso que puede apoyarse en la solidaridad social, comprendida como un sistema fiscal justo, de tinte progresivo y redistributivo (más tiene, más contribuye), como instrumento capaz de apuntalar el desarrollo (de todes) y consolidar una democracia más incluyente. Los valores de solidaridad y los valores de justicia fiscal, deben ser las nuevas piezas estructurales de este nuevo consenso, para poder estrechar los vínculos que tenemos como individuos en una sociedad y en un planeta compartido.

El nuevo consenso global debe dejar claramente establecido que como países y regiones de un mundo interrelacionado, ya no podemos tener una mirada miope y muchos menos egoísta, que pretenda anteponer el beneficio de algunas minorías sobre las estructuras económicas y sociales de las grandes mayorías, las cuales, como creo que todos acordamos, requieren salir fortalecidas después de esta crisis.

De igual manera, no cabe a estas alturas seguir evitando o esquivando el problema del calentamiento global, y de la acelerada afectación de la naturaleza, esto nos exige como sociedad interconectada, llevar a cabo -de una vez por todas- una transición energética que apueste por el desarrollo de nuevas fuentes de energías alternativas, que redunde en beneficio de la comunidad y de la naturaleza.

Conclusiones

Lastimosamente como sociedad, hemos tenido que vivir y palpar de cerca la tragedia de todos los muertos y enfermos, para damos cuenta que para salir de esta grave problemática sanitaria  nos necesitamos unos a otros y que debemos actuar desde la solidaridad global. El virus nos ha demostrado de manera implacable, que las fronteras no existen cuando se trata de transmisión de enfermedades. Queda claro, que si no somos capaces de alterar las condiciones que favorecieron toda esta crisis (violentación de la naturaleza, escualidez de los sistemas de salud, impotencia de los Estados para regular al capital), no habremos solucionado ningún problema, y quedaremos como sociedad global, expuestos una vez más a una próxima plaga con los respectivos costos que eso implica.

Solidaridad, igualdad, libertad, bien público, bienes comunes (aire, naturaleza, agua, conocimiento), están asociados al cuidado de la vida, de la salud y del desarrollo individual y colectivo. La experiencia traumática del coronavirus debe servirnos como sociedad para modificar el statu quo,  y fortalecer la acción colectiva y la conciencia de la importancia de lo público. El cuidado de lo común sirve para comprender la interdependencia biológica, económica y política que tenemos como sociedad global intercontectada.


[1] Cadahia, Luciana(2020): “Escenarios de futuro: Luciana Cadahia” En Instituto de Estudios Culturales y Cambio Social. Argentina.

[2] Badie, Bertrand (2020): “ ¿Quién gestionará políticamente el miedo?. Revista Nueva Sociedad Argentina.

[3] Pisarello, Gerardo (2020) : “El mundo que resultará de todo esto). En CTX contexto y acción. España.

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