Secretario de Estado, Antony Blinken, revela nueva gramática de EE.UU. hacia Latinoamérica

Antony Blinken, secretario de Estado norteamericano.

POR OCIEL ALÍ LÓPEZ /

Después de convulsiones sociales, consecuentes resultados electorales que otorgaron las presidencias a fórmulas izquierdistas en Perú, Chile y Colombia, la disolución del ultraconservador e injerencista Grupo de Lima y unos cuantos eventos más que han cambiado la dirección política de Latinoamérica, EE.UU. comienza a preocuparse por la nueva realidad de la región y Antony Blinken, secretario de Estado, da una gira que culmina en la cumbre de la deslegitimada Organización de Estados Americanos (OEA).

La actual administración ha sido tímida para modificar el enfoque agresivo que tomó Washington bajo la gestión del expresidente Donald Trump, y que se desarrolló durante el último lustro en medio del auge de un ciclo de gobiernos de derecha.

Ahora, el funcionario estadounidense viene a Latinoamérica a hacer control de daños en las zonas más fieles de su patio trasero: Colombia, Chile, Perú y la OEA. En esos países ha tenido que entenderse con presidentes de izquierda y entablar un cambio de narrativa (y posiciones) en torno al 52 período de sesiones de la Asamblea General.

Otro enfoque en Colombia

El primer lugar de visita ha sido Colombia. En la reunión con el presidente Gustavo Petro, a Blinken le esperó una agenda parecida a las diseñadas en los tiempos del uribismo, centradas en la lucha antidrogas, la agenda de paz y el tema Venezuela, pero dándole una óptica radicalmente opuesta en todas esos ejes.

El tema de la lucha antidrogas, cuyo enfoque ha sido replanteado por Petro ante Naciones Unidas. Segundo, lo referente a los acuerdos de paz saboteados por el uribismo con la venia de Washington. Y por último, el asunto Venezuela, cuyo nuevo tratamiento por parte de Bogotá ha impulsado una acelerada apertura de relaciones.

El nuevo enfoque de Bogotá sobre estos temas se refleja en la visión actual de Blinken, un poco más actualizada sobre la compleja realidad política que está emergiendo en América Latina.

Blinken reunido en Bogotá con el presidente colombiano, Gustavo Petro, y la vicepresidenta Francia Márquez.

Durante los más de veinte años que gobernó, el uribismo permitió la intervención militar de EE.UU. en el conflicto interno y el país fue privilegiado en materia de financiamiento durante los largos años del Plan Colombia. Por su parte, Bogotá sirvió de manera activa en la defensa de los intereses de Washington en la región, siendo uno de los principales promotores del interinato del ridículo exdiputado Juan Guaidó en Venezuela.

Con respecto al tema de las drogas, Blinken ha dado un espaldarazo a la visión del mandatario colombiano: «En el combate de las drogas apoyamos el enfoque integral del gobierno de Petro», dijo durante su estadía en Bogotá.

Petro, por su lado, confirmó que la erradicación forzada de grandes cultivos continuará, pero que las fumigaciones aéreas con glifosato sobre los cultivos de coca no serán implementadas, lo que es una constante demanda de Washington desde el esquema tradicional de guerra contra las drogas.

Sobre el tema de las extradiciones, Petro confirmó que propondrá una ley para impedir el envío a EE.UU. de quienes se sometan a los procesos de paz.

El tema Venezuela se sublimó en medio de una visita del secretario de Estado a un albergue de migrantes. Se entiende que en el repertorio del funcionario, el asunto ahora se relaciona más con la migración que con el gobierno del presidente Nicolás Maduro.

Es posible decir que en esta visita, Washington quiso cauterizar el flanco abierto con Venezuela y por eso Blinken no llegó a Colombia como los funcionarios de la anterior gestión, siempre dispuestos provocar incidentes y belicosidad contra Caracas.

Calibrar la brújula en Chile

El segundo país visitado por el secretario de Estado ha sido otro aliado incondicional.

Chile no solo se convirtió en un paradigma de control interno por parte del tutelaje militar desde los tiempos de Pinochet en plena Guerra Fría, sino que también se posicionó como el modelo económico liberal durante lo que se denominó como el malhadado «Consenso de Washington», biblia del credo neoliberal.

Así, Chile es el aliado predilecto de los gobiernos estadounidenses, en un Cono Sur siempre agitado por los movimientos nacional-populares.

No obstante, las convulsiones sociales producidas por el estallido chileno y los consecuentes resultados electorales que dieron la victoria al actual presidente, Gabriel Boric, han puesto en serio riesgo los últimos años de está «zona de confort».

Blinken llegó a Santiago a levantar información de primera mano sobre las posturas que tendrá el nuevo gobierno chileno en torno a temas cruciales, y tomó nota de la posición de ese país ante la asamblea de la OEA que se llevó a cabo entre el 5 y el 7 de octubre.

El secretario de Estado, Antony Blinken, conversa con el presidente de Chile, Gabriel Boric.

Después de estas visitas a Bogotá y Santiago de Chile, fue en el seno de la desprestigiada OEA donde Blinken confirmó los cambios que ha habido en América Latina.

¿‘Revival’ en Lima?

La reunión con el presidente de Perú, Pedro Castillo, le sirvió a Blinken, entre otras cosas, para saber lo que está pensando ese Gobierno, de difícil ubicación ideológica, que difiere del otrora aliado clave en la conformación del languidecido neofascista Grupo de Lima.

En la rueda de prensa de Blinken con el canciller peruano, César Landa, el funcionario recordó la alianza de «larga data» entre ambas nociones, mientras que el tema ideológico o geopolítico quedó más o menos solapado.

Que el 52 periodo ordinario de sesiones de Asamblea General de la OEA se haya celebrado en Perú también puede leerse como un asunto de tremenda significación.

El mandatario peruano Pedro Castillo recibe a Blinken en el Palacio de Gobierno de Lima.

¿Acaso Blinken y la OEA confluyeron en Perú para revivir al Grupo de Lima o más bien a declarar oficialmente su muerte?

En todo caso, aunque los países son los mismos, los gobiernos son de diferente signo, y eso comenzó a notarse desde la gramática de la OEA, que presentó oficialmente los problemas de la desigualdad y la discriminación como temas centrales de la cumbre.

El intento de 19 países de desconocer al representante de Juan Guaidó en la OEA –aunque no logró los 24 votos requeridos para que la moción fuese aprobada– también da una clara señal a Blinken sobre la dirección hacia la que se mueve el péndulo ideológico político en Latinoamérica y el Caribe.

La OEA, históricamente, pero con mucha prominencia durante el mandato de Luis Almagro, ha sido un actor agresivo contra los gobiernos progresistas de la región, pero esta parcialidad le ha deslegitimado.

En cierta forma, la presencia de Blinken viene a amortiguar ese malestar, y darle apoyo a un Luis Almagro muy debilitado por los señalamientos anteriores realizados desde la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) e importantes gobiernos, como los de México y Argentina.

Antony Blinken interviente ante los asistentes al 52 período de sesiones de la Asamblea General, realizado en Lima entre el 5 y 7 de octubre de 2022.

Blinken fue a recuperar lo que era un territorio seguro y a convertirlo en bisagra para comenzar las relaciones con un nuevo subcontinente que gira a la izquierda, y no sabe por cuánto tiempo.

Algo queda claro en esta gira: ya el «espíritu» en Lima no es el mismo de cuando la creación del Grupo que llevaba su nombre. América Latina también ha cambiado mucho y puede hacerlo aún más.

Por los momentos, la gira vale para recoger vidrios y comenzar a mutar hacia otra narrativa menos belicosa y más comprensiva para un territorio con un cúmulo de problemas de compleja resolución.

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