
POR CECILIA LÓPEZ MONTAÑO
Desde la década de los 90 vivimos bajo unas reglas agrupadas en el Consenso de Washington, que sin bien han tenido resultados positivos, también grandes costos.
Por fin estos economistas puros que no ven a la gente que recibe las consecuencias de sus decisiones, están empezando a dudar de esas ideas que se han considerado dogmas y que todos terminamos aceptando. Desde 1990 estamos viviendo bajo unas reglas agrupadas en el Consenso de Washington, que sin duda han tenido resultados positivos, pero también grandes costos ignorados a lo largo de estos 29 años.
Sí, es innegable, al menos en América Latina, que esta fórmula fácil de aplicar para manejar lo que se ha denominado los ‘fundamentales’ macroeconómicos, acabó con las hiperinflaciones, creó la independencia de los bancos centrales y en general, puso disciplina en los gobiernos populistas que tanto daño hicieron. Es decir, se redujo significativamente el llamado populismo macroeconómico, que solo quedó en manos de esos gobiernos que son un gran fracaso.
Además, es necesario señalar los resultados sociales que consiguieron. Si bien se ha reducido la pobreza y en algo la desigualdad, se ha destacado la forma en que ha crecido la clase media, especialmente en países como Brasil y Colombia, donde ese grupo de población había sido muy reducido. Sin embargo, sigue habiendo mucha pobreza y clara miseria, que sumadas a la crítica situación de la desigualdad en Latinoamérica, muestran a esta región como la más inequitativa del planeta. Estos grandes males siguen siendo minimizados en el debate sobre el desarrollo en esta parte del mundo. En gran parte, esto sucede porque quienes manejan estos países son aquellos que viven en los sectores privilegiados, y que además se benefician de tanto pobre que trabaja a su servicio. Incluso por un miserable plato de comida.
Como definitivamente quienes marcan la pauta del curso del debate sobre el desarrollo siguen siendo los organismos multilaterales, dominados por los países ricos, es fundamental, por no llamarlo trascendental, que en esos círculos se empiece a dudar sobre las virtudes que ellos mismos nos vendieron del capitalismo hoy denominado del siglo XXI. Lo increíble es que a esas discusiones asisten nuestros representantes, pero ni una palabra se escucha internamente sobre las grandes dudas que el Banco Mundial, el Fondo Monetario y la OCDE tienen actualmente sobre cuáles son las pautas para que se genere desarrollo.
Parecería mentira, pero es verdad que los economistas más ortodoxos, por no llamarlos tercos, son los nuestros: funcionarios públicos que manejan la economía; presidentes de gremios que se han estancado en el discurso que en esos organismos se empieza a cuestionar, e incluso centros de pensamiento que son parte de esa puerta giratoria entre gobierno y academia que persisteen Colombia y en gran parte de países latinoamericanos.
La reunión anual del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, que acaba de realizarse en Washington, dejó varias lecciones. Sobre estas los asistentes colombianos no han musitado ni una palabra. Una primera idea de lo que allí sucedió lo escribió Moisés Naim en sus columnas en Colombia y en El País, de España. A Moisés Naim hay que creerle porque es, sin duda, el latinoamericano mejor conectado con los organismos multilaterales. No solo es un asistente asiduo de las reuniones mundiales del Banco Mundial y del FMI, sino que es amigo de los principales banqueros centrales del mundo.
Su columna se titula ‘Cerezos en flor y banqueros angustiados’, señala los temas centrales de esa reunión anual que mostró claramente cómo existen serias razones para salir de esa burbuja en que al menos los banqueros centrales y los funcionarios de las entidades multilaterales, han vivido cómodamente por casi tres décadas. Naim plantea que “Este año los banqueros andan preocupados. Gina Gopinath, la economista principal del FMI, ha alertado sobre los fuertes vientos en contra que harán que, este año, el 70 por ciento de la economía mundial crezca aún más lento. “América Latina y Europa serán las regiones con los niveles más bajos de crecimiento”. Y aquí seguimos en la fiesta a la que podría aplicarse el dicho popular de que ‘en tierra de ciegos el tuerto es rey’. Pero además señala Naím: “Otras dos preocupaciones que han estado muy presentes en la reunión de este año son la desigualdad económica y sus consecuencias sobre la estabilidad política”.
Esta última preocupación sí que debía sacudirnos. Pinilapi Kouyianou, economista jefe del Banco Mundial, en un foro, que debemos analizar sobre la desigualdad en esa misma reunión, fue clara al plantear que es un tema muy serio que, sin embargo, no tiene prioridad en los países en desarrollo. En esas sociedades de economías emergentes, donde la clase media se está diluyendo, sí se ve el profundo e inevitable costo político que eso significa. Aquí, donde nuestras clases medias son tan insolidarias con los pobres como las clases altas, ese peligro probablemente no se percibe aún y por eso los economistas y los gobiernos se hacen los locos. Es decir, donde la situación es más grave, lo que preocupa a los economistas y gobierno es exclusivamente el crecimiento. ¿Suena familiar, verdad?
Su última frase lo dice todo: “Pero, para mi sorpresa, hubo un claro consenso entre mis compañeros de paseo acerca de la necesidad de reformar, y urgentemente, el sistema capitalista”. ¿Será que por fin? Y antes de que nuestra extrema derecha ponga el grito en el cielo, eso no significa moverse hacia el socialismo.
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