¿Qué carajos está pasando en Colombia?

POR LAURA ORTIZ GÓMEZ

Hay un grito sordo, un aullido de perra herida, que dice una a una, las vocales del horror que no termina.

No se sabe nada, de Colombia nunca se sabe nada. Ese paisito que parece marginal, selvático, folclórico, narco y brutal, es un misterio para el resto de Sur América y ni qué decir del resto del mundo. Más que encerrados en Cien años de soledad, estamos encerrados en cien años de bala y minas quiebra pata. Solos entre las ramificaciones de los Andes llevamos más de cincuenta años llorando gente tres veces anónima. Gente borrada una y otra vez, de la faz de la tierra, de los noticieros, de la memoria, de la llamada “agenda internacional”.

¿Si nadie llora un muerto, esta persona realmente existió?; ¿y son más de 6.402 civiles asesinados por el Ejército de Colombia, para disfrazarlos de guerrilleros?; ¿y si eran niños pobres que les “ofrecieron un trabajo”?; ¿existe el trabajo de ser muerto y echado en una fosa común, sin madre que te llore?; ¿dan prestaciones y salud por trabajar de ‘falso positivo’?; ¿a cómo está el honorario de ser muerto?; ¿se cobra por prestación de servicios? Podemos hacerlos existir en tiniebla. En lo más profundo del agujero de la fosa común, podemos posar el corazón.

Si es que lo soportamos.

¿Si nadie se entera que están entrando con carro tanques de guerra a las ciudades en la turbulencia de la noche, ha sucedido?; ¿si cazan líderes sociales como a liebres? Organizarse como el vivir de alto riesgo. Nos callan o bala. ¿O nos callan a punta de bala?

En Colombia apagan la luz a cada rato para matar casi niños y rasgarle con glifosato el útero a las que no quisieran no haber parido hijos para la guerra. Hay un grito sordo, un aullido de perra herida, que dice una a una, las vocales del horror que no termina, que no termina, que no termina, que no termina, que no termina, que no termina, que no termina, que no termina, que no termina, que no termina. En Colombia no cesa la horrible noche.

¿Usted, quiere mirarnos?  Aunque hayan apagado la luz, puede seguirnos la pista por el grito. Siga el hilo.

Y entonces, ¿qué carajos está pasando en Colombia?

No sabría por dónde comenzar a explicarle, pero se parece mucho al bogotazo. Por allá, el 9 Abril de 1948 mataron en el centro de Bogotá a Jorge Eliecer Gaitán, candidato liberal, esperanza popular y obrera. El pueblo enardecido quemó la capital. Esa vez también entraron con carro tanques a la ciudad y dijeron con la fuerza de la pura metralla: «calmaditos o bala». En la memoria, el Bogotazo es el terror vandálico de la chusma que siempre parece brotar en Colombia como la maleza. Ahora, en medio del Paro Nacional, el pueblo vuelve a ser tratado como turba de vándalos, chusmas del machete y el alcohol. Guerrilleros, malos, iletrados, gente demonio. Turba de pobres que no sabemos de dónde salen.

«¿De dónde sale tanta ira?», se preguntan los cínicos en el noticiero. «Resentidos», eso nos dicen. Imagínese, mientras entran a bala limpian a los barrios residenciales en medio de la noche para llevarse a los muchachos, si es que no los matan primero. Así, de frente, ¡Pum!, disparo va, disparo lleva.

Hay tanto porqué protestar en Colombia, que un noticiero de los tantos que vi sin parar en los días de las protestas, le preguntaba directamente a la gente: «¿Y usted, por qué marcha?». Tantas razones como gente. Si hay tantas razones como marchantes, imagínese usted no más cómo están las cosas, hasta dónde ha llegado la mano de la tiniebla.

Aquí le traduzco unas cuantas: marcho por el derecho a vivir en paz; marcho porque tengo hambre, física hambre, bien pueda y me toca las costillas; marcho por que el sistema de salud es una risa macabra de calavera sin dientes; marcho porque quiero estudiar y no tengo cómo pagar las matriculas que bien podrían blanquear y poner en dólares porque con esos precios sólo los ricos estudian; marcho porque no le cubren la quimioterapia a mi mamá; marcho por los 6.402 ‘falsos positivos’, por los más de 900 líderes sociales que asesinaron desde 2016; marcho porque Colombia es el país del mundo más peligroso para ser sindicalista; marcho por el genocidio de líderes ambientales; marcho porque me desparecieron a mi hija, porque la Policía la violó; marcho porque soy excombatiente de las FARC y ya han matado a 276 de mis compañeros y no me dan trabajo en ningún lado por ser exguerrillero; marcho porque soy migrante venezolano, me violentan y me estigmatizan, vivo con mi hijita de 2 años debajo de un puente aguantando violencia física y moral; marcho porque me quitaron la tierra pa’ hacer un negocio de cultivo de palma, me pusieron un fusil en la jeta y me desplazaron a la ciudad; marcho porque tengo la muerte respirándome en la nuca.

Y si salgo a marchar, sé que pongo el pecho pa’ la bala. De todas formas, ya estoy entre la espada y la pared. ¿Y usted?, ¿quiere salir a marchar conmigo?, ¿o le da miedo?, ¿o no soporta ver a la cara mi dolor? Sepa, eso sí le digo, que mi dolor tarde o temprano es también el suyo.

Pero retomemos, ¿qué carajos está pasando en Colombia? Está pasando que la guerra civil se hizo carne, una vez más, en la ciudad. Pasa que el gobierno de Iván Duque hizo rebosar la copa de un pueblo que ya no aguanta un solo tiro más. El falso presidente del falso país más feliz del mundo, se le ocurre ahora en medio del Covid, en medio de la llaga viva de la guerra, comprarse 24 aviones de guerra y clavarle una reforma tributaria a la clase media y baja. Por supuesto, eximiendo de impuestos a las grandes fortunas con el versito ese, bastante trasnochado de que no los quieren gravar porque generan trabajo. Aunque el pueblo en coro responde: «¿trabajo? ¿Dónde?» No sean miserables que trabajo aquí no hay. Trabajoso es vivir con un arma apuntando la cara y un roto en el bolsillo. Trabajoso es vivir con el río, el monte, la casa y el hermano amenazados.

Pero se indignan, las gentes de bien, a las que siempre les sale bien indignarse. Se indignan por los supermercados saqueados, por los vidrios rotos de los bancos, por las estatuas caídas de los colonizadores. «¿De dónde sale esta chusma resentida que nos viene a prender fuego como en el bogotazo? Mejor cerramos las puertas blindadas de nuestras casas y que nos cuide el celador, con su arma de dotación y su salario mínimo». Mínimo, mínimo; tan minúsculo como un duende.

«Prendamos la radio y la televisión, digamos todos que otra vez los temibles terroristas de la izquierda atea del castrochavismo gay nos está queriendo desestabilizar este país tan bello».

Señores, no hay un país estable. Nunca lo hubo. No escondan la nariz en la indignación. Atrévanse a dar el salto con la imaginación y ver cómo es que se vive con la muerte respirando en la nuca.

Y ellos, los indignaditos dirán: «protesta sí, pero no así. ¡Sin violencia turba inculta!» Pero, qué es lo que esperan de un país sin Estado, librado a su suerte. Cómo esperan que protesten personas que no han podido organizar sus luchas porque es un riesgo de vida. Cuando les mostraba videos de las marchas a mis amigos y amigas en Argentina, lo primero que decían es: «pero no hay banderas». Les llamaba la atención que no había banderas políticas o de movimientos sociales, había caos, gente representándose a sí misma. Había también furia y danza y títeres y currulao. Había también ira. Yo entiendo la ira, porque también la siento y eso que nunca tuve hambre.

Sí, siguen matando a los líderes sociales; sí, han asesinado a casi todos los candidatos de izquierda desde Gaitán; sí, armar un grupito para construir una causa es poner en riesgo la vida; sí, en Colombia no se puede armar un sindicato. Tengan por seguro que la protesta será digna, pero también albergará ira.

¿Qué hacer con la furia y el intenso dolor? Yo por mi parte le escribo esto, para que se atreva a mirarnos.

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Laura Ortiz Gómez, escritora bogotana radicada en Buenos Aires, ganadora de la segunda edición del Premio Nacional de Narrativa Elisa Mújica, entregado por la Gerencia de Literatura del Instituto Distrital para las Artes (Idartes) de Bogotá.

Buenos Aires, Argentina.