
POR MARCELO VALKO
La foto muestra una mañana fría con una fina garúa poco antes de que la Puerta de Brandeburgo se inunde con una marea de turistas. A diferencia del Arco del Triunfo parisino mandado a construir por orden de Napoleón para conmemorar sus éxitos militares al punto que uno de los principales grupos escultóricos lo muestra coronado como emperador por la Diosa de la Victoria, la finalidad de la Brandeburger Tor consistía en ser uno de los portales de ingreso a la ciudad. Hacia fines del medioevo, Berlín estaba rodeado por murallas acompañadas de un foso y cada entrada contaba con el correspondiente puente levadizo. La Puerta de Brandeburgo fue construida a fines del siglo XVIII por el rey de Prusia y es la única que sobrevivió al paso del tiempo.
La percepción de quien la contempla suele hacer foco en la cuadriga que corona la estructura. Al ser tan llamativa es obvio que padeciera sus propios avatares, por ejemplo y ya que mencioné a Bonaparte que era tan afecto a llevarse souvenires de los lugares que invadía (basta como ejemplo todo lo que “trajo” de Egipto), cuando tomó Berlín mandó desmontarla y trasladarla a París. Esta cleptocracia estatal es una actitud que se ve repetida por distintos ejércitos victoriosos, recordemos el saqueo de los museos iraquíes perpetrado por tropas de EE.UU. tras la derrota de Sadam Hussein. Ahora bien, la cuadriga duró poco tiempo en la Ciudad Luz, cuando los prusianos conquistaron la ciudad en 1814 la regresaron a su emplazamiento berlinés. La atracción fatal que ejercen los símbolos tanto propios como enemigos es innegable y se puede rastrear a lo largo de la historia.
Los combates finales durante la Caída de Berlín en 1945 dejaron maltrecha la estructura de la Puerta en tanto que la cuadriga acabó casi destruida. La ciudad tiene aún muy vivas las cicatrices del castigo que sufrió durante la guerra. A su vez el absurdo trazado del “Muro de Contención Antiimperialista” había dejado en tierra de nadie a la Puerta de Brandeburgo como muestran numerosas fotografías y recién a principio de los años 90 fue restaurada tal como luce hoy en día.

Del otro lado de la Puerta existe un enorme parque, prácticamente un bosque que en su renacer constante de estaciones sucesivas parece ajeno y darle la espalda a la locura demencial que desató el nazismo. La soledad de ese espacio donde estoy sosteniendo mi libro acentúa la presentificación de tantas ausencias. En un espacio tan cargado de infinitas heridas es aún más imperioso tener presente el peligro que implica la “Pedagogía de la Desmemoria” que inculca una historia amnésica.
Es lento, pero viene…