
POR MARIANA MAZZUCATO
Enfrentar nuestros mayores desafíos y revertir la concentración indebida de riqueza y poder requerirá un cambio fundamental en la economía política. Actualmente, el principio del bien común es visto como un mero correctivo de los excesos del sistema actual, pero debe ser el objetivo principal del sistema.
Frente a desafíos tan inmensos como el calentamiento global, los sistemas de salud quebrantados, una creciente brecha digital y modelos de negocios financiarizados que están impulsando la desigualdad de ingresos y riqueza cada vez más, no sorprende que la desilusión con la política esté aumentando: condiciones ideales para los demagogos que prometen arreglos rápidos. Pero las soluciones reales son complejas y requerirán inversión y regulación, así como innovaciones sociales, organizacionales y tecnológicas, no solo por parte del gobierno o las empresas, sino también de individuos y organizaciones de la sociedad civil.
Los gobiernos, creyendo que la política puede, en el mejor de los casos, corregir las fallas del mercado, a menudo hacen muy poco y demasiado tarde. Se considera que incluso los bienes públicos (como la financiación de la investigación y el desarrollo básicos) solucionan un problema de externalidad positiva, mientras que los impuestos sobre el carbono solucionan un problema de externalidad negativa. Lograr un cambio transformador que produzca un crecimiento inclusivo y sostenible requiere menos arreglos y más configuración y creación de mercados. Esto requiere complementar la noción de bienes públicos con la de “bien común”, que no se trata solo del qué, sino también del cómo.
Después de que los líderes gubernamentales, empresariales y de la sociedad civil se reunieran en el Foro Económico Mundial de este año en Davos, se ha extendido la observación de que estamos viviendo en la era de una “policrisis”. La ocurrencia simultánea de múltiples eventos catastróficos es una piedra angular del clima socioeconómico y geopolítico actual.
El bien común es un objetivo a alcanzar juntos a través de la inteligencia colectiva y la distribución de beneficios. Se basa en la idea de los bienes comunes, pero va más allá al centrarse en cómo diseñar la inversión, la innovación y la colaboración necesarias para alcanzar un objetivo compartido. Los bienes comunes son el producto de interacciones e inversiones colectivas que requieren modelos de propiedad y gobierno compartidos. Como resultado, las recompensas que surgen de tales actividades deben compartirse colectivamente. El bien común también aborda la necesidad de una gobernabilidad internacional efectiva, enfatizada en la noción de bienes públicos globales informada por mi brillante colega, la fallecida Inge Kaul, quien ayudó a elaborar el trabajo de nuestra Comisión Global sobre la Economía del Agua.
En su encíclica de mayo de 2015, Laudato Si’: sobre el cuidado de nuestra casa común, el papa Francisco defendió con elocuencia el pensamiento del bien común en un mundo en constante cambio. Esto no es sólo idealismo abstracto. El bien común ofrece un marco útil tanto para establecer objetivos compartidos como para determinar cómo alcanzarlos. Francisco habla de la necesidad de la subsidiariedad (el principio de que los problemas particulares se abordan mejor al nivel más local posible), y que veamos el mundo a través de los ojos de los más vulnerables.
La prioridad de todo cambio social, económico y político, según Francisco, debe ser proteger las condiciones esenciales que sustentan la vida humana. Tomar decisiones por el bien común significa defender la dignidad de los marginados social, política y económicamente, no solo con palabras sino con políticas y nuevas formas de colaboración. Significa construir una red de solidaridad a través de la cual los no escuchados puedan participar en procesos críticos de toma de decisiones.
Estos objetivos pueden promoverse a través de un nuevo modelo de crecimiento perseguido con aquellos que han sido excluidos, no simplemente implementado en su nombre. Las organizaciones cooperativas, por ejemplo, han demostrado ser eficaces para reunir a personas de escasos recursos y brindarles oportunidades de agencia que de otro modo no habrían tenido.
Francisco también entiende que, con algunos sectores económicos que ahora ejercen más poder en ciertos dominios que los gobiernos, es obligación del Estado defender el bien común en nombre de todos. Contrarrestar esta tendencia y abordar nuestros mayores desafíos requerirá un cambio fundamental en la economía política. Si bien el principio del bien común actualmente es visto como un correctivo de los excesos del sistema actual, debe constituir el objetivo central del sistema.
El dinero no es suficiente. Igualmente importante es el tipo de colaboración que fomentamos. En el caso del Covid-19, hicimos inversiones colectivas masivamente exitosas en la investigación para crear vacunas. Pero no nos aseguramos de que el resultado final se tradujera en un “bien común”: a saber, una población mundial totalmente inmunizada.
Con demasiada frecuencia, somos perezosos con las asociaciones. El hecho de que se hayan “asociado” no significa que estén trabajando juntos por el bien común, lo que se requiere también es establecer el objetivo juntos y alinear los riesgos y las recompensas. Todas las partes deben estar en la misma página sobre el “qué” además del “cómo”. Así es como no solo se desarrolla vacunas, sino que también las hace accesibles para todos.
Con un enfoque de bien común, cada paso del proceso es casi tan importante como el resultado final. En los Estados Unidos, el gobierno canaliza miles de millones de dólares de inversión pública en investigación y desarrollo en salud cada año ($45 mil millones de los Institutos Nacionales de Salud solo en 2022), pero luego permite que todas las ganancias se queden en manos privadas. Cuando se materializan las “recompensas” de un esfuerzo colectivo, a menudo como ganancias para los negocios o como conocimiento valioso, deben compartirse en la misma medida en que se compartió el riesgo.
Como muestro en mi libro Misión Economía, hay muchas maneras de hacer esto. La propiedad intelectual o las condiciones de fijación de precios podrían vincularse al apoyo público, o podría exigirse la participación en las ganancias, como a través de un modelo de equidad. Las estructuras de propiedad colectiva también pueden ayudar a compartir el valor de manera más equitativa con todos los miembros de la sociedad. Todos estos arreglos ofrecen oportunidades para desafiar la concentración indebida de poder en manos de unos pocos individuos y empresas privilegiados.
Estos problemas tampoco se limitan a la salud. La economía digital se ha estado expandiendo gracias a inversiones públicas masivas durante años. Debido a que la mayoría de los datos están controlados por unas pocas empresas poderosas, las tecnologías clave, como la inteligencia artificial, están reproduciendo prejuicios e injusticias preexistentes. Para contrarrestar esto, necesitamos diseñar un marco más inclusivo y transparente, exigiendo, por ejemplo, que los términos y condiciones de los servicios digitales cumplan con ciertos estándares éticos.
Finalmente, debemos fomentar una mayor apreciación del poder de la inteligencia colectiva. De la misma manera que las métricas ESG (ambientales, sociales y de gobierno) ayudan a las empresas a informar sobre su cultura y comportamiento organizacionales, un enfoque de bien común requeriría informes más sólidos sobre las dinámicas interorganizacionales y público-privadas para capturar todo el ecosistema de colaboración (o parasitismo, según el caso).
El bien común tiene que ver con la colaboración intensa, la inteligencia colectiva, la creación conjunta de fines y medios, y una distribución adecuada de los riesgos y las recompensas. Las políticas industriales y de innovación orientadas a la misión muestran cómo se pueden poner en práctica estos principios. Un gobierno o un organismo internacional establece un objetivo claro, a menudo en consulta con otras partes interesadas, y luego crea las condiciones para una intensa colaboración público-privada para lograrlo. Crítico para este proceso es el ensayo y error. Si bien la dirección del viaje debe ser clara, también debe haber mucho espacio para la experimentación de abajo hacia arriba.
El bien común es un objetivo compartido. Al enfatizar tanto el cómo como el qué, ofrece oportunidades para promover la solidaridad humana, el intercambio de conocimientos y la distribución colectiva de recompensas. Es la mejor, de hecho la única, forma de garantizar una calidad de vida digna para todos en un planeta interconectado.
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