
POR GILBERTO LOPES
Un asunto de vida o muerte
“Para los Estados Unidos y sus aliados el objetivo es contener a Rusia. Para nuestro país es un asunto de vida o muerte, de nuestro futuro como nación”, dijo el presidente ruso, Vladimir Putin, en un discurso dirigido a sus ciudadanos el pasado 24 de febrero, cuando las tropas rusas empezaban a cruzar la frontera ucraniana.
“No se trata solo de una amenaza real a nuestros intereses, sino a la existencia misma de nuestro Estado y a nuestra soberanía. Rusia no puede sentirse segura, desarrollarse, ni existir, enfrentando la amenaza permanente desde el territorio de lo que hoy es Ucrania. Esta es la línea roja de la que hemos hablado en numerosas ocasiones. ¡Ellos la han cruzado!”, enfatizó.
Putin se estaba refiriendo a la amenaza que significa para su país la expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) hacia el este, el permanente acercamiento de su infraestructura militar a las fronteras rusas. “En los últimos 30 años hemos tratado pacientemente de llegar a un acuerdo con los países líderes de la OTAN sobre los principios de una seguridad mutua e indivisible en Europa. Como respuesta, invariablemente nos enfrentamos a engaños cínicos, mentiras, presiones o intentos de chantaje”, afirmó.

Putin se lamentó de que los viejos acuerdos y tratados hubiesen perdido vigencia, de que los ganadores de la Guerra Fría trataran de dibujar un nuevo mundo a su manera. Citó la sangrienta operación militar de la OTAN en la antigua Yugoeslavia; las invasiones y ataques a Irak, Libia o Siria.
“En diciembre pasado hicimos un nuevo intento de llegar a un acuerdo con los Estados Unidos y sus aliados sobre seguridad europea y la no expansión de la OTAN. Nuestros esfuerzos fueron en vano. ¡Todo intento de establecer nuevas instalaciones militares en el territorio de Ucrania es inaceptable para nosotros!”, reiteró.
Un estratega muy serio
En todo caso, el problema para Putin no es la OTAN por sí misma. Ella solo sirve como instrumento de la política exterior de los Estados Unidos, afirmó. El problema “es que en territorios adyacentes a Rusia que –debo decirlo– han sido históricamente nuestro territorio, se está promoviendo un ambiente ‘antirruso hostil’. Controlados totalmente desde el exterior, hacen cualquier cosa para atraer las fuerzas armadas de la OTAN y obtener armas de última generación”.
Pese a esto, las más diversas voces han evaluado –casi todas de manera crítica– su decisión de tratar de resolver el problema por la vía militar. Lo dijo el presidente chino, Xi Jinping. Lo dijo también el excanciller y exministro de Defensa brasileño durante el gobierno del presidente Lula, Celso Amorim. La operación militar rusa viola las normas internacionales, como las han violado Washington y sus aliados occidentales en diversas ocasiones. La mejor manera de resolver la crisis es de forma pacífica, bajo los términos de la Carta de Naciones Unidas, dijo Xiping.
En un artículo publicado en marzo del 2014, después de la anexión de la península de Crimea, Henry Kissinger, Secretario de Estado norteamericano entre 1973 y 1977, calificó a Putin como “un estratega muy serio bajo los parámetros de la historia rusa”. Pero comprender los valores y la psicología de los Estados Unidos no es su punto fuerte, agregó, señalando también que la comprensión de la historia y de la psicología rusa tampoco era “un punto fuerte de los legisladores estadounidenses”.
Protestas en Ucrania apoyadas por Occidente desde años antes habían terminado por sacar del poder, en febrero del 2014, al presidente Viktor Yanukovich. Para Rusia, se trató de un golpe de Estado. Ucrania daba un giro hacia la derecha, pero también hacia Occidente.
Kissinger había advirtido: –Para que Ucrania sobreviva y prospere, no debe ser un puesto aliado avanzado de ninguno de los lados contra el otro, debe funcionar como un puente entre ellos.
No ocurrió así.
“Occidente debe entender que, para Rusia, Ucrania nunca será simplemente un país extranjero”. “Ucrania ha sido parte de Rusia durante siglos”, recordó Kissinger. “Incluso disidentes tan famosos como Aleksandr Solzhenitsyn y Joseph Brodsky insistieron en que Ucrania era una parte integral de la historia rusa y, de hecho, de Rusia”.
“Tratar a Ucrania como parte de una confrontación Este-Oeste hundiría durante décadas cualquier posibilidad de llevar a Rusia y Occidente, es decir, a Rusia y Europa, a un sistema internacional de cooperación”.
Una política sabia de Estados Unidos hacia Ucrania –agregó Kissinger– “buscaría una manera de que las dos partes internas del país cooperen entre sí. Debemos buscar la reconciliación, no la dominación de una facción”.
También sugirió alguna salida para la situación de Crimea que, en el marco de la legislación internacional vigente, considerara la realidad política en la zona. “La Flota del Mar Negro, que es la manera como Rusia proyecta su poder en el Mediterráneo, tiene su base de operaciones estratégicas e históricas en Sebastopol, en Crimea”.
Kissinger sugirió para Ucrania una posición similar a la que Finlandia ha asumido hasta hoy: una defensa férrea de su independencia; cooperación con Occidente en los más diversos campos y espacios políticos; y una cuidadosa posición para evitar cualquier hostilidad institucional contra Rusia.
Como sabemos, ese no fue el camino elegido por Occidente. Nada de eso se ha logrado en los seis años que siguieron al derrocamiento de Yanukovich.
Si no se logra alguna solución basada en estas propuestas u otras parecidas, la tendencia hacia la confrontación se acelerará. El momento de saberlo llegará muy pronto, advirtió el exsecretario de Estado norteamericano.
No estaba lejos de la realidad.
Una expansión imparable
En tema tan vasto, la multiplicidad de artículos y puntos de vista pueden transformarse en un laberinto de difícil salida. De modo que trataré de seguir algunos puntos de vista que me parecen ayudar a encontrarla.
Uno de ellos es el de James Kurth, profesor emérito de Ciencia Política del Swarthmore College, una pequeña pero prestigiosa institución de Pensilvania, en un largo artículo sobre el inevitable choque entre la política de expansión de la OTAN hacia el este y la esfera de influencia rusa. Un artículo lleno de sugerencias, que puede ser visto aquí: https://atalayar.com/en/blog/fateful-collision-nato%E2%80%99s-drive-east-versus-russia%E2%80%99s-sphere-influence.
La idea clave sugerida por Kurth me parece esta: “en la mente de los líderes de la política exterior de los Estados Unidos la expansión de la OTAN no se refiere realmente a la expansión de una alianza militar, sino a algo más. Su verdadero objetivo ha sido el de consolidar Europa como una parte coherente e integral de la visión norteamericana, de su versión, de un orden global”. Europa vista como una especie de fortaleza en la arquitectura del gran proyecto norteamericano de globalización. Una idea de globalización basada en la expansión del libre mercado, de las fronteras abiertas, de la democracia liberal, del imperio de la ley, entendido como las normas liberales.
Un proyecto que, sin embargo, está lejos de hacerse “global”, en opinión de Kurth. “Vastas áreas del mundo están menos integradas en la economía global y en el orden mundial que hace 50 años”; países como China y Rusia han rechazado esa idea de globalización norteamericana.
Kurth sugiere que el proyecto de expansión de la OTAN hacia los países de Europa central (antigua área de influencia de la Unión Soviética) y de Europa del este (algunos de los cuales integraron la misma Unión Soviética) busca balancear el peso de los países de Europa Occidental en la Unión Europea. Los de Europa Central y de Europa del Este se sienten más cómodos con la visión norteamericana del mundo, cosa que no siempre ocurre con Francia e, inclusive, con Alemania.
Para los países de Europa Central y de Europa del Este el objetivo de la OTAN seguía siendo el que era para Europa Occidental en la posguerra: mantener a los rusos lejos, los norteamericanos cerca y los alemanes bajo control (keep the Russians out, the Americans in, and the Germans down).
La expansión de la OTAN puede consolidar el liderazgo norteamericano en Europa y transformarla en una expresión de la globalización norteamericana. En realidad, la OTAN sería la única organización encabezada por Estados Unidos que contaría con legitimidad entre los principales países europeos.
Su expansión llevaría inevitablemente a chocar con la esfera de influencia rusa. Kurth recuerda como, en junio del 2001, el presidente George W. Bush propuso –en un importante discurso en Varsovia– que las nuevas democracias europeas, del Báltico al mar Negro, deberían ser admitidas en la OTAN. Quedaba claro así que una nueva línea, dibujada por la expansión de la OTAN, estaba llamada a dividir Europa de Rusia. Rusia, por el contrario, ha insistido en que es parte de Europa; estaba incluso dispuesta a integrarse a la OTAN, algo que Washington siempre rechazó.
Lo cierto es que el proyecto se desarrolló sin cesar desde el fin de al Guerra Fría. La primera expansión de la OTAN hacia el este se dio en 1999, con la integración de Polonia, República Checa y Hungría. Ya entonces Moscú advirtió que esa expansión amenazaba sus intereses vitales.
El movimiento siguió. En 2004 se dio una mega incorporación de siete países: los tres bálticos –Estonia, Letonia y Lituania, exintegrantes de la Unión Soviética– Eslovaquia, Eslovenia, Rumania y Bulgaria. En 2009, se incorporaron Croacia y Albania; Montenegro lo hizo en 2017 y Macedonia del Norte, en 2020.
Hay que ver el mapa europeo. Si excluimos la pequeña área fronteriza con Noruega, en el extremo norte, la frontera rusa se dibuja con una lista de cinco países: Finlandia, Estonia, Letonia, Bielorrusia y Ucrania.
Finlandia, alineada con Occidente, ha mantenido una política de prudente relación con Rusia, aunque pareciera estar considerado ahora su incorporación a la OTAN. Estonia y Letonia, países con una extrema derecha muy activa, son parte de las políticas antirrusas más agresivas en Europa. Ucrania y Bielorrusia han sido objeto de la “revolución de colores” promovidas por Occidente en diversas partes del mundo (incluyendo África y América Latina), exitosa en Ucrania pero enfrentada con éxito por Moscú y su aliado en Bielorrusia. Movimientos similares se promovieron también en el “bajo vientre” ruso, en Georgia y Azerbayán, a los que Moscú también enfrentó con éxito.
El apoyo de los Estados Unidos a la incorporación de los estados bálticos a la OTAN es considerado como una medida sin precedentes en la política exterior norteamericana.
En la perspectiva de las corrientes “realistas” y “conservadoras” de la política exterior norteamericana, Estados Unidos no tiene intereses estratégicos o económicos en los estados bálticos, por lo que el apoyo a su incorporación a la OTAN resultaba “temeraria e irresponsable”.
Para los representantes de las corrientes llamadas “idealistas”, sean liberales o neoconservadores, los estados bálticos encarnan valores fundamentales que deben ser defendidos; son la avanzada de Occidente en el Este.
Kurth nos recuerda que la política de expansión de la OTAN tiene un significativo apoyo bipartidista en Estados Unidos, que fue política consistente de las cinco últimas administraciones: Clinton, W. Bush, Obama, Trump y Biden.
“Cuando Obama comenzó un programa en gran escala de apoyo a los grupos antirrusos en Ucrania, en 2013, los rusos comenzaron a preparar una respuesta efectiva”, señaló. Lo primero fue la anexión de Crimea. Más recientemente, el reconocimiento de las repúblicas de Donetsk y Luhansk. Y, luego, la invasión de Ucrania.
“Durante décadas ha habido advertencias de la provocación que representa para Moscú la expansión de la OTAN”, había dicho también el profesor de Historia y Ciencias Política de la Universidad de Michigan, Ronald Suny, en un artículo publicado en marzo pasado. “El director de la CIA de Biden, William J. Burns, ha estado advirtiendo sobre el efecto provocador de la expansión de la OTAN en Rusia desde 1995”.
“Cuando la administración del presidente Bill Clinton tomó medidas para incluir a Polonia, Hungría y la República Checa en la OTAN, Burns escribió que la decisión fue “prematura en el mejor de los casos e innecesariamente provocadora en el peor”.
Nos recuerda Suny que, “en junio de 1997, 50 destacados expertos norteamericanos en política exterior firmaron una carta abierta a Clinton en la que decían: “Creemos que el actual esfuerzo liderado por Estados Unidos para expandir la OTAN… es un error político de proporciones históricas” que “perturbará la estabilidad europea”.
Alguna razón tiene el responsable de la política exterior de la UE, el socialista catalán Josep Borrell, cuando dijo estar “dispuesto a admitir que habían cometido una serie de errores y perdido la oportunidad de acercamiento de Rusia con Occidente”.
De su afirmación no se ha derivado, sin embargo, acción conocida alguna para remediar el error. Al contrario, se ha sumado a una política orientada a armar a Ucrania y escalar el conflicto.
Prendiendo las luces largas
La Guerra Fría ha terminado. El resultado ha excedido cualquier expectativa de los ganadores: se ha reunificado Alemania, toda incorporada ahora a la OTAN; el Pacto de Varsovia ha sido abolido; las tropas soviéticas se retiraron de Hungría y Checoslovaquia y pronto saldrán de Polonia, países que se unen a la Comunidad Europea y tocan las puertas de la OTAN. La Unión Soviética se desmoronó y el destino económico y político de lo que hasta hace poco era una superpotencia amenazante está cada vez más en manos de Occidente, decía el exasesor de Seguridad Nacional del presidente Jimmy Carter, Zbigniew Brzezinski (1977-81), entonces Consejero en el Center for Strategic and International Studies (CSIS), un think thank basado en Washington.
Su artículo fue publicado en la revista Foreign Affairs en el otoño de 1992. Brzezinski constataba el triunfo de Occidente en la Guerra Fría y se preguntaba: ¿Qué sigue? ¿Qué clase de paz? ¿Cuál debe ser el objetivo estratégico de Occidente de cara a su viejo rival de la Guerra Fría?
Brzezinski se ubica en una visión histórica de más largo plazo. Compara la desintegración de la URSS (que duró solo 70 años) con la desintegración del gran imperio ruso, que duró más de tres siglos.
La observación de Brzezinski hace desaparecer un aspecto clave de la Guerra Fría: la confrontación entre el capitalismo y el socialismo, para ubicarnos en una visión de larga duración, en el papel histórico de Rusia en el escenario europeo y mundial.
Me parece una propuesta útil para comprender el conflicto actual y el rechazo de Washington a cualquier incorporación de Rusia a la OTAN o a las estructuras europeas, incluyendo su integración económica a Europa, algo difícil de evitar debido a la dependencia energética de Europa del suministro de gas ruso.
La herencia de la Guerra Fría planteaba dos desafíos: asegurar que la desintegración de la Unión Soviética significara un fin pacífico y duradero del imperio ruso; mientras el colapso del comunismo representara el fin de la fase utópica de la historia política moderna.
Brzezinski ya percibía las dificultades de la incorporación de Rusia al contexto occidental. Sugería facilitar la recuperación socioeconómica de Rusia con las misma “magnanimidad” con que Estados Unidos promovió la de Alemania en la posguerra.
Eso se intentó. Quizás pocos textos lo ilustran mejor que la larga novela Tiempos de Ceniza de Jorge Volpi. La voracidad (y el fracaso) de esa transición –que Volpi relata– son parte de ese mundo al que Brzezinski trataba de asomarse en 1992. Para él se trataba de ofrecer a Rusia una alternativa a su status imperial de larga data. Transformada en “socio de Occidente”, podría asumir su lugar “en el concierto de las principales naciones democráticas del mundo”. Naturalmente, bajo al dirección de Washington.
Rusia no debía sentir que un nuevo cordón sanitario la separara de Occidente, pero eso debía hacerse promoviendo al mismo tiempo la reconstrucción de las naciones del antiguo imperio soviético. Brzezinski consideraba esencial que Ucrania lograra estabilizarse como un Estado independiente y seguro. Ese debía ser un componente crítico de la estrategia de Occidente, no solo económico sino también político.
En la práctica, la oferta se reveló muy mezquina. Si Alemania y Japón la pudieron aceptar y asumir su papel en el mundo encabezado por Washington, Rusia nunca se sintió cómoda ese papel.
Me parece que ninguno de los sueños de Brzezinski se hicieron, finalmente, realidad.
Russians out, Americans in, Germans down
El relevo en la carrera de la OTAN hacia el este lo han asumido antiguos países integrantes de la Unión Soviética –como los bálticos– y países que integraron el Pacto de Varsovia, la alianza militar con la que la URSS pretendió confrontar a la OTAN.
De estos últimos, el más activo es Polonia. Una Polonia y una Europa seguras necesitan más a América, tanto militar como económicamente; de esto es de lo que hablaré con el presidente de Estados Unidos dijo, en marzo pasado, el presidente Andrzej Duda, en vísperas de una visita de su colega norteamericana al país.
Hablando en la cumbre de la OTAN, celebrada el 24 de marzo en Bruselas, Duda dijo que, considerando la agresión rusa a Ucrania, era necesario un mayor compromiso de la organización en la región, tanto en términos de despliegue de tropas como de infraestructura. La OTAN ya ha desplegado misiles de mediano alcance en Polonia y Rumania. La frontera polaca ha servido también para el suministro de armas a Ucrania.
El 26 de marzo, en Varsovia, Biden explicitó su objetivo, afirmando que “Putin no puede permanecer en el poder”. Una revelación de objetivos poco usual, que obligó a aclaraciones de la Casa Blanca, señalando que Biden no estaba proponiendo un cambio de régimen en Rusia.
El 4 de abril, Alemania y Francia anunciaron la expulsión de 40 y 30 diplomáticos rusos de sus países. El 29 de marzo Bélgica, los Países Bajos e Irlanda se habían sumado a Lituania, Letonia, Estonia, Bulgaria, Polonia, Eslovaquia y República Checa, que también habían expulsado a diplomáticos rusos.
“Hay costumbres internacionales que son insignificantes y no llegan a ninguna parte. Como, por ejemplo, la expulsión de diplomáticos”, dijo el vicepresidente del Consejo de Seguridad ruso y expresidente del país, Dimitri Medvedev. La respuesta será simétrica y destructiva para las relaciones bilaterales, advirtió.
Todo esto se suma a las sanciones económicas orientadas a paralizar la economía rusa y tratar de cortar sus vínculos con el mundo occidental.
Pero el tercer objetivo del período de la Guerra Fría –Germans down– ya no está planteado en la actual coyuntura. Ha corrido suerte diferente.
“Alemania da un vuelco a su estrategia de seguridad nacional”, tituló Elena Sevillano, corresponsal del diario español El País en Berlín, el 27 de febrero. En un discurso ante el Bundestag (el parlamento federal), que Sevillano calificó de “histórico”, el canciller alemán Olaf Scholz anunció una partida extraordinaria de cien mil millones de euros para rearmar al ejército alemán, y el aumento de la inversión anual en defensa en más de 2% del Producto Interno Bruto (PIB).
Alemania decidió también dejar de lado su política de no mandar armas a zonas en conflicto, para enviar mil misiles antitanques y 500 misiles tierra-aire Stinger a Ucrania.
Días después la ministra de Relaciones Exteriores, Annalena Baerbock, del partido Verde, anunció la elaboración de una nueva estrategia de seguridad que involucrará a varios departamentos del gobierno. La justificación es la “responsabilidad especial” de Alemania, debido a su papel en la pasada guerra mundial, de “apoyar a aquellos cuyas vidas, libertades y derechos están amenazados”.
Baerbock justificó el rearme de Alemania y el asumir un papel más activo en la Alianza Atlántica afirmando que la guerra muestra “una vez más que la seguridad depende de la capacidad de la OTAN para formar alianzas”. El fortalecimiento del flanco oriental y “ejercicios militares adaptados a las nuevas realidades” serán claves en esta etapa, porque “toda el área oriental de la Alianza está sujeta a una nueva amenaza”, dijo la ministra. “A la luz de la ruptura radical de Rusia con nuestro orden de paz, debemos llevar los principios que nos guían a la práctica”, agregó, ante una Europa que parece desconocer su propia historia y los riesgos de llevar los principios de Berlín a todas partes, origen de dos terribles guerras en Europa.
Lo cierto es que “Germans down” ya no es un objetivo de esta Europa. Una pérdida de perspectiva que ha costado muy cara en el pasado. No deja de llamar la atención, en este contexto, el silencio (por lo menos público) de dos figuras particularmente relevantes en la política alemana reciente, cuyas relaciones con Rusia podrían quizás ayudar a encontrar una solución al conflicto: la excanciller Angela Merkel, de la conservadora democracia cristiana, y el también excanciller Gerard Schroeder, socialdemócrata.
Pero el rearme alemán no es el único riesgo que corre Europa. Alineada con Washington, empeñada en ganarle la guerra a Rusia en Ucrania, lejos de reconocer los errores a los que hizo referencia Borrell, Europa corre –como todos en el mundo– los riesgos de una tercera guerra mundial. Lo dijo Biden, en un discurso en Filadelfia y en un tweet, en marzo pasado: si Rusia y la OTAN entraran en confrontación directa, no nos engañemos: ¡significaría la Tercera Guerra Mundial!
China y la Carta de la ONU
Lejos del escenario del conflicto, China mantiene una posición poco estridente, pero muy activa en un escenario que no está en el centro del conflicto. Conocido el movimiento de tropas ruso en Ucrania, abogó por respetar y salvaguardar la soberanía y la integridad territorial de todos los países, incluyendo la de Ucrania, y acatar con seriedad los propósitos y principios de la Carta de la ONU.
Consideró también que “las legítimas demandas de seguridad de Rusia debían tomarse en serio y abordarse adecuadamente”, en referencia a las cinco rondas consecutivas de expansión de la OTAN hacia el este.
Para los críticos de la posición china, como el profesor de Derecho de la Hofstra University de Nueva York, Julian Ku, la posición china contradice, en este caso, su definición de principios. Países de Europa, África y del sudeste asiático, que veían con simpatía el compromiso de China con la Carta de Naciones Unidas, pueden sentirse engañados con el abandono de ese principio, estimó Ku.
La posición china sobre el conflicto en Ucrania ha sido explicada en detalle (y con sutileza) por el embajador chino en Washington, Qin Gang, en una entrevista, el pasado 20 de marzo, al periodista Fu Xiaotian, en un talk show tradicional de Phoenix TV. Lo hizo también en un artículo –“Where we stand on Ukraine”– publicado por el Washington Post cinco días antes.
La esencia de la declaración conjunta de febrero pasado, de Putin y Xi Jinping, dijo el embajador Qin a Xiaotian, “es que debemos promover la democracia en las relaciones internacionales, defender los propósitos y principios de la Carta de Naciones Unidas, oponernos a la resurrección de la mentalidad de Guerra Fría y a la confrontación de bloques”.
Citando al el expresidente Jimmy Carter, Qin recordó que durante poco más de 240 años de vida independiente, los Estados Unidos no estuvo en guerra solo por cerca de 20 años.
Xiaotian le cuestionó entonces: –Ellos no enviaron tropas a Ucrania.
Qin respondió: –No. Pero han suministrado armas. Entonces Estados Unidos está directamente involucrado en la crisis de Ucrania ¿o no?
Qin reconoce que este conflicto no le hace ningún bien a China. “Necesitamos enfocarnos en nuestro desarrollo económico y social para garantizar a nuestro pueblo mejores condiciones de vida”.
La cooperación entre China y Rusia –reiteró– no tiene límites, pero tiene una línea de base, que son precisamente “los principios de la Carta de Naciones Unidas, la ley internacional y las normas básicas que regulan las relaciones internacionales”.
El principio más importante contemplado en esas normas –dijo el embajador– “es el respeto a la soberanía e integridad territorial de todos los países, incluyendo Ucrania”.
Pero –agregó– “hay una historia compleja detrás del problema ucraniano”. Hay que mirar 30 años hacia atrás. La desintegración de la Unión Soviética tuvo un gran impacto en el escenario geopolítico y de seguridad europea. Rusia se siente engañada por la expansión de la OTAN hacia el este. Se siente amenazada y acorralada”.
“Ahora están todos involucrados en una seria confrontación con Rusia. Solo China puede dialogar con Rusia”.
China rechaza también las sanciones unilaterales de los Estados Unidos a Rusia y el intento de relacionar la situación de Taiwán con la de Ucrania. “Son cuestiones totalmente diferentes”, afirma. “El problema de Taiwán es un problema interno de China. Taiwán es parte inseparable del territorio chino, mientras que el problema de Ucrania es un conflicto entre dos estados soberanos”.
Pese a la guerra, Occidente tampoco ha dejado de lado la confrontación con China. Si bien ese fue el tema principal en la reunión de ministros de Relaciones Exteriores de la OTAN el 7 de abril, en Bruselas, por primera vez asistieron a ese tipo de reunión diplomáticos de Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda.
Para analistas norteamericanos, a largo plazo Rusia y China representan el mismo desafío al actual orden mundial.
Es la opinión de Heather Conley, que encabeza el German Marshall Fund, un think tank norteamericano que trabaja sobre las relaciones con Europa. Una organización que se define como una alianza para defender la democracia contra sus enemigos, afirmación que se acompaña, en su página, con una ilustración de las banderas de China, Rusia e Irán.

Mientras se desarrolla el conflicto en Europa, Biden autorizó un contrato para el mantenimiento de los sistemas de defensa antiaérea Patriot de Taiwán. Se ha anunciado también una posible visita de la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, a la isla.
China respondió afirmando que “tomará medidas decisivas para proteger su soberanía nacional e integridad territorial, y Estados Unidos asumirá toda la responsabilidad por todas las consecuencias”, según el portavoz del ministerio de Defensa chino, Tan Kefei.
La diplomacia china ha mantenido una intensa actividad en medio de las tensiones. “Con el mundo enfocado en la guerra en Ucrania, China ha estado ocupada en actividades diplomáticas con los países vecinos, especialmente en el sur de Asia”, recordó Yun Sun, director del programa Chino y codirector del programa de Asia Oriental en el Centro Stimson en Washington. “Durante los últimos diez días de marzo, Wang Yi, ministro de Relaciones Exteriores de China, visitó Paquistán, Afganistán, India y Nepal; asistió al encuentro del Consejo de Ministros de Relaciones Exteriores de la Organización de Cooperación Islámica y organizó una serie de conferencias internacionales sobre Afganistán”.
Yun Sun destaca, en particular, la importancia de la visita del canciller chino a la India el pasado 24 de marzo, que incluyó una escala en Kabul y seguiría en Katmandu. Una visita que, en su opinión, se enmarca en una posición de neutralidad compartida por los dos países en el conflicto de Ucrania. Ambos países se abstuvieron al votar una resolución en Naciones Unidas, el pasado 2 de marzo, que exigía el fin inmediato de las operaciones militares rusas en Ucrania. Pero desconfía de que el acercamiento chino a la India tenga éxito, debido a las tensiones derivadas del enfrentamiento en la frontera de ambos países, el 2020, una herida que todavía no está cerrada, aunque el tema estará en la agenda de Wang Yi en Nueva Delhi.
Estados Unidos a su casa, Rusia a la suya
Hicimos referencia a las preguntas que se hacía el exasesor de Seguridad Nacional del presidente Carter, Zibgniew Brzezinski, concluida la Gueerra Fría: ¿Qué sigue? ¿Qué clase de paz? ¿Cuál debe ser el objetivo estratégico de Occidente de cara a su viejo rival de la Guerra Fría?
La idea era transformar Rusia en socio de Occidente, que asumiera su lugar en el concierto de las principales naciones democráticas del mundo. Naturalmente, un lugar subordinado al orden liberal estadounidense.
No funcionó. Intentaron transformar su economía con un vasto proceso de privatizaciones de las empresas estatales. Algunos se hicieron multimillonarios, pero ni Washington ni sus aliados europeos abrieron las puertas para que Rusia se integrara a las organizaciones europeas. El objetivo ahora es el que indicó el presidente Biden: poner fin al gobierno de Putin.
Para el doctor Andrei Illarionov, –identificado por Jonathan Josephs, corresponsal de Negocios de BBC News como el exasesor económico principal de Putin–, un hombre que hoy vive en Estados Unidos, un camino expedito para poner fin al conflicto en Ucrania sería un embargo total a las exportaciones rusas de petróleo y gas.
Vladimir Milov, exviceministro de Energía de Rusia, hoy miembro del partido opositor que encabeza Alexei Navalny, también apuesta al efecto las sanciones económicas. “Yo diría que unos meses de profundas dificultades económicas, como no hemos visto en 30 años en el país, cambiarían el ánimo de la sociedad. Más personas empezarán a quejarse abiertamente”.
Para Illarionov “tarde o temprano” un cambio de gobierno es inevitable en Rusia. En su opinión, es absolutamente imposible ver un futuro positivo para el país bajo su actual régimen político. “No hay manera de que el país pueda reintegrarse a las relaciones internacionales, a la economía mundial”.
¿Podrán Estados Unidos y sus socios de Occidente lograr ahora lo que no pudieron con la disolución de la Unión Soviética en 1991?
Durante 30 años Occidente fue acercándose a la frontera rusa. Al final, Ucrania no fue más que la pieza final de un rompecabezas que se reveló de dimensiones mundiales. Un reacomodo de fuerzas de esa naturaleza dejaría, finalmente, frente a frente Washington y Beijing.
Acertada o no la respuesta militar elegida por Putin para poner fin a este juego, lo cierto es que el presidente ruso ha estado peleando contra las amenazas en la puerta de su casa.
El control de la península de Crimea está, de cierto modo, consolidado y podría ser difícil, inclusive para un eventual gobierno impuesto por Occidente, revertirlo. Tampoco sería sencillo devolver el territorio de Donbas –de población mayoritariamente rusa– al control de Ucrania. Su objetivo de poner fin al papel de los nazis en el gobierno de Ucrania no lo podrá conseguir sin el apoyo de los ucranianos y no parece contar con ese apoyo. La incorporación de Ucrania a la OTAN dependerá del desenlace de la guerra y de una cierta sensatez de los líderes occidentales para entender las tensiones que eso creará. Naturalmente, será imposible con Putin en el poder en Rusia.
Un suicida llamado a la guerra
Convencidos de que “no había alternativas” a su visión del mundo ni a sus intereses, Washington hizo mundial su política de intervención en los asuntos internos de otros países. El papel de la Fundación Nacional para la Democracia (NED) ha sido fundamental en esa tarea. “Como el New York Times señaló en 1997, la NED fue creada en la administración Reagan en los años 80’s “para hacer abiertamente lo que la Agencia Central de Inteligencia venía haciendo subrepticiamente por años”.
En Ucrania ha tenido un papel fundamental para promover un clima antirruso. Cuando Rusia invadió Ucrania, Washington corrió para borrar el detalle del financiamiento de grupos ucranianos por la NED, afirmó Tim Anderson, director del Centre for Counter Hegemonic Studies, con sede en Sydney, Australia. Entre ellos, al grupo InformNapalm, que publica propaganda antirrusa en 31 idiomas. “Hay pocos sectores en los que la NED no ha penetrado”, asegura Anderson.
Casi 35 años después otros modelos de desarrollo y nuevas concepciones del orden político, anclados, sobre todo, en el papel de China en el escenario económico, político y militar internacional, han minado esa visión unilateral del mundo.
El conflicto en Ucrania deja en evidencia el mundo sería un lugar mucho más seguro si las tropas rusas volvieran a casa. Pero mucho más importante todavía sería que las norteamericanas, repartidas por todos los continentes, hicieran lo mismo y que se pusiera fin a esa política de intervención en los asuntos internos de otros Estados como Pakistán, o Nicaragua.
La crisis actual ha despertado el entusiasmo con la guerra de voces insospechadas, sueños de autores como Paul Manson, que aspiran encarnar una izquierda europea entusiasta del rearme, de la confrontación de bloques, del enfrentamiento con Rusia (se entiende que también con China), guerra a la que convoca al Partido de los Socialistas Europeos, a los Verdes y a los partidos políticos europeos de izquierda, en un artículo publicado en Social Europe el pasado 11 de abril.
Sueña con que, en cinco años, la OTAN pueda tener nuevas divisiones militares “desplegadas desde el norte de Finlandia hasta el mar Negro; grandes fuerzas de reserva capaces de desplegarse en Europa central en tiempos de crisis; superioridad abrumadora en el combate aéreo; drones y misiles antiaéreos; una armada capaz de detener a agresión rusa; y plataforma espaciales, capaces de sobrevivir a cualquier acción destructiva de Rusia”. Una fantasiosa “Guerra de las Galaxias” que, de desatarse, solo nos puede conducir a la catástrofe final.
Nadie debe dar la espalda a este debate. No lo debe hacer el pensamiento de izquierda latinoamericano. Tiene que haber una humanidad sensata, capaz de atar las manos a esa gente.
En vez de una escalada armamentista suicida, sin futuro, en vez de acercar las líneas de confrontación (al estilo de las viejas trincheras en el centro de Europa, en la Primera Guerra Mundial), parece mucho más sensato separarlas por un enorme foso, haciendo que vuelvan a casa las tropas norteamericanas repartidas por el mundo; y las rusas, que pelean en sus fronteras. Todos estaríamos más seguros.