Nuevo golpe fallido

POR JUAN DIEGO GARCÍA

El fracaso del golpe de Estado en Venezuela (uno más) no solo es una derrota de la derecha criolla y de sus líderes sino sobre todo del principal gestor del intento, el gobierno de los Estados Unidos, y por extensión, de los mandatarios de la Unión Europea que vienen acompañando la aventura golpista desde sus comienzos. A ello se suman, por supuesto, los gobernantes latinoamericanos que fieles a sus intereses ven en el proceso venezolano el anuncio de movimientos populares que bien pueden producirse en sus propios países. Los principales adalides del llamado Grupo de Lima –la derecha más dura del continente-, no pasan precisamente por momentos de paz social y de estabilidad económica y por ende tienen sobradas razones para apoyar las aventuras de Washington y sus aliados europeos.

A diferencia de Estados Unidos, los gobiernos de UE se distanciaron rápidamente de la reciente intentona golpista de Guaidó convenientemente informados por sus servicios de espionaje en Caracas sobre las escasas o nulas alternativas de triunfo del mencionado golpe, pues el presidente Maduro tiene el apoyo de las fuerzas armadas y sobre todo mantiene un respaldo popular inmensamente mayor que el que sostiene a la derecha local. En efecto, más allá de la propaganda –esa enorme operación de manipulación e intoxicación masiva que se lleva a cabo sobre los sucesos de Venezuela- quienes toman las decisiones han de contar siempre con los hechos reales y no cometer la torpeza de creerse sus propias mentiras.

Si Washington no es ajeno a esta actitud prudente, ¿qué le impulsa a mantener la estrategia de un golpe que no parece tener perspectivas de éxito? Seguramente desde la capital de Estados Unidos saben que –como todo lo indica- no hay al menos de momento la certeza de una división en las fuerzas armadas ni parece razonable pensar que Maduro vaya a perder el apoyo social con el que cuenta. A pesar del desgaste considerable que la guerra económica produce al gobierno bolivariano las medidas tomadas por Caracas parecen aliviar mucho la presión interna y le permiten al gobierno al menos conservar amplios apoyos sociales. En el plano externo Maduro ha conseguido un apoyo de Rusia, China y otros países al tiempo que se enfrenta a rivales afectados de conflictos internos nada desdeñables.

Los gobiernos latinoamericanos que conforman el llamado Grupo de Lima mayoritariamente se desmarcan de salidas golpistas aunque mantienen su apoyo a la derecha venezolana; no son pocos los que proponen una salida dialogada, que es precisamente la propuesta de Maduro y del gobierno mexicano y en parte de los europeos. O sea, que por el golpe solo apuestan los estadounidenses aunque tan solo como una medida más de su estrategia. Y aquí reside el mayor de los problemas: ¿qué es en realidad lo que busca Washington? Si los golpes militares sin perspectivas, los desórdenes callejeros que se agotan, la guerra económica que tanto afecta la vida cotidiana de las mayorías en el país y que se explica como la responsabilidad de Maduro a través de una campaña mediática de enormes proporciones, si todo esto no provoca la caída del gobierno bolivariano tan solo queda enviar tropa e invadir Venezuela.

Poco importa si tal operación militar cuenta solo con el apoyo formal de los aliados europeos y otro no menos formal de la OEA y del Grupo de Lima, que la justificarán como una salida extrema pero inevitable. Tan solo es indispensable que se produzca algún acontecimiento grave que la justifique. Y eso es precisamente lo que se busca con intentonas de golpes militares, guerra económica o desmanes callejeros llevados a cabo por grupos especialmente entrenados y financiados desde el exterior: se trata de efectuar una provocación que lleve a Caracas a responder de forma que justifique la intervención. La derecha podría atentar inclusive contra Guaidó o contra López, culpabilizar a Maduro y justificar así una invasión extranjera. La guerra civil sería, sin duda, una de las consecuencias más probables y Maduro tendría que optar por salidas muy radicales y dar la batalla decisiva que implante de verdad el Socialismo en Venezuela, tal y como lo propuso Chávez desde los comienzos del proceso bolivariano.

¿Qué tanta vigencia tendrá entonces al orden burgués aún vigente? Obligados a una batalla decisiva los gobernantes venezolanos tendría que proceder con radicalidad –es decir, yendo a la raíz de los problemas- y toda salida dialogada y pacífica tan solo sería una alternativa si esa confrontación no fuese ampliamente favorable al gobierno; aceptar el mantenimiento del statu quo, -en la medida que fuese- solo sería entonces fruto de una correlación de fuerzas no plenamente favorable.

Implantar realmente un sistema socialista supondría reemplazar las actuales instituciones por otras de carácter diferente y sobre todo otorgar el protagonismo principal a las formas de poder popular ya existentes. Uno de los resultados inevitables en toda revolución sería la salida del país de un sector importante de la población, víctima del temor “al comunismo”, afectada por los inevitables desajustes en la economía y el orden cotidianos, y por supuesto, con la huida de aquellos cuyos intereses económicos y políticos se verían duramente afectados. Acontece así en toda revolución y la bolivariana no sería la excepción. De hecho, una parte importante de la clase dominante ya se ha trasladado a Miami, España y otros lugares de refugio, acompañada de algún sector de clases medias atraídas por las supuestas ventajas del exilio promovido desde el exterior.

No menos decisivo resulta para una salida revolucionaria (es decir, que cambie las cosas de raíz) cambiar el modelo extractivo (oro y petróleo, sobre todo) impulsando en gran medida la producción nacional en todos los órdenes con la finalidad de salvar al país de su condición de simple suministrador de materias primas, de economía secundaria y prescindible y sin una dinámica propia que garantice el ejercicio real de la autonomía nacional. Por supuesto, todo esto requiere un apoyo internacional que abra al país nuevos mercados y nuevos aliados. Rusia y China, Turquía o Irán ya lo hacen. Habrá que ver hasta dónde la UE mantendrá su apoyo a Estados Unidos o como en el caso de Cuba buscará caminos intermedios que favorezcan a sus propios intereses.

La impresión que dejan los acontecimientos es pues que la estrategia estadounidense no es otra que propiciar un acontecimiento que le permita justificar la agresión; una provocación que ante los ojos del mundo les de algún argumento que conseguir si no el apoyo franco de otros países, al menos su tolerancia…algo que los gobiernos de Europa resultan tan hábiles en practicar: no apoyan abiertamente la agresión pero no hacen nada por evitarla y hasta terminan por culpar al país agredido por no ceder al chantaje imperialista.