No vale la pena respetar el orden actual

POR VIJAY PRASHAD

En octubre del año pasado, el Fondo Monetario Internacional (FMI) publicó su emblemático informe Perspectivas de la Economía Mundial. En el texto, el FMI dijo que la tasa de crecimiento mundial quedaría en un 3% en 2019. Hace un mes, los principales economistas del FMI volvieron a este tema: “El crecimiento mundial”, dijeron, “registró su ritmo más débil desde la crisis financiera de hace una década”.

El análisis de por qué hubo una tasa de crecimiento tan baja se basaba en la guerra comercial entre Estados Unidos y China y en “las debilidades asociadas”. (El FMI promete una discusión sobre la crisis en mayor profundidad en su Actualización de Perspectivas de la Economía Mundial, que será lanzado el 20 de enero).

Sorprendentemente, los economistas del FMI señalan que, como resultado de la turbulencia mundial, “las empresas se volvieron cautelosas respecto a los gastos a largo plazo y las ventas mundiales de maquinaria y equipamiento disminuyeron”.

Esto significa que las empresas no están invirtiendo en su expansión ni en nuevas tecnologías. En cambio, están comenzando a depender más y más de la producción externalizada, del empleo precario y de un régimen permanente de trabajo de bajos salarios. En otras palabras, las empresas están canibalizando a la sociedad: poniendo una inmensa presión sobre las frágiles redes familiares y comunitarias, profundizando impulsos conservadores en la sociedad, y debilitando la salud y el bienestar social.

Para evitar un colapso mayor, los bancos centrales de todo el mundo han bajado las tasas de interés permanentemente y han proporcionado dinero barato al mundo de los negocios.

Estas empresas — que no han invertido en el sector productivo— están tomando prestado billones de dólares que luego ponen en el mundo de lo que Karl Marx llamó “capital ficticio”.

El valor mundial de los mercados bursátiles es actualmente de casi 90 billones de dólares (de acuerdo al Deutsche Bank), lo que lo sitúa por delante del PIB mundial (si se suma el valor total de las acciones financieras mundiales —incluyendo los depósitos bancarios, los títulos de deuda pública y privada, y las acciones— la cifra en 2004 fue de 118 billones de dólares en 2004, y de más de 200 billones en 2010, esto es, más del 200% del PIB mundial).

Esta expansión del capital ficticio ha venido cada vez más desde el interior de las fronteras, y no a través de flujos de capital a nivel internacional. Estos flujos —que incluyen la inversión extranjera directa— se han reducido en un 65% desde 2007, desde 12,4 billones a 4,3 billones de dólares.

Por casi cinco décadas, la sociedad se ha enfrentado a dos procesos: una desaceleración en la inversión productiva de empresas capitalistas y un aumento en el volumen y la importancia del capital financiero. Las tasas de ganancias en general han disminuido y las tasas de deudas han aumentado.

No se ha hecho ningún intento real de solucionar este problema, principalmente porque no hay una solución fácil dentro de los confines del sistema capitalista. Se han abierto tres principales vías para suavizar la gravedad de la crisis del capitalismo, pero no para resolver la crisis en cascada:

La fórmula política del neoliberalismo no solo liberó a la clase capitalista de las cadenas de los impuestos, también desreguló las finanzas y la inversión extranjera directa, privatizó los servicios estatales y mercantilizó la riqueza social. Todo el impulso del neoliberalismo debilitó la capacidad de los Estados de formular políticas económicas nacionales; dado que formular políticas económicas no fortaleció el orden democrático, los Estados dieron ventaja a las empresas multinacionales (incluyendo a bancos internacionales).

El colapso del proyecto del Tercer Mundo y el debilitamiento del bloque socialista entregó a cientos de millones de trabajadores al proletariado mundial, lo que permitió a las empresas ofrecer sueldos bajos a través de la subcontratación, al mismo tiempo que las regulaciones estatales colapsaban debido a las “reformas al mercado laboral” impulsadas por el FMI.

Una expansión masiva de la deuda mediante tasas de interés más bajas y un acceso fácil a los créditos. El Instituto de Finanzas Internacionales muestra que la deuda global actualmente es de 250 billones de dólares, lo que corresponde al 230% del PIB mundial. La deuda pública alcanza alrededor de 70 billones de dólares; la mitad de la deuda mundial está en las manos del sector privado no financiero. Un nuevo informe del Banco Mundial, llamado “Oleadas mundiales de deuda” muestra que la deuda en países emergentes y en vías de desarrollo sigue rompiendo sus propios records, ascendiendo a más de 55 billones de dólares en 2018, “marcando una oleada de ocho años que ha sido la más grande y rápida en cerca de cinco décadas”. Esta deuda es actualmente el 170% del PIB mundial. Pero es esta deuda la que ha alimentado el crecimiento y es esta montaña de deuda la que se cierne peligrosamente sobre el destino del mundo.

Nosotros, en el Instituto Tricontinental de Investigación Social, hemos estado siguiendo de cerca estos procesos y hemos ofrecido nuestro análisis de lo que parece ser una crisis estructural de largo plazo del capitalismo. En nuestro dossier nº 24 (enero de 2020) ofrecemos una breve evaluación de esta larga crisis y de la continua política de austeridad, para luego abocarnos a un análisis sobre la rivalidad entre Estados Unidos y China.

Somos de la idea de que la “guerra comercial” entre ambos países no es un fenómeno irracional, sino que es precisamente el resultado de la crisis económica de largo plazo y de las políticas de austeridad. Esta evaluación nos permite ofrecer un breve análisis del enfoque sobre estos temas que está siendo desarrollado por el Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad de Tsinghua (Beijing).

Los hallazgos clave de la perspectiva de la Universidad de Tsinghua es que estamos entrando a un “orden mundial bipolar” en el que, eventualmente, habrán dos grandes poderes: Estados Unidos y China.

O estas dos potencias llegan a algún acuerdo respecto a las organizaciones internacionales —como el FMI y el Banco Mundial— o aparecerán más organizaciones regionales con diferentes estándares y una comprensión más heterogénea sobre el comercio y el desarrollo.

Si estas tendencias tendrán impacto en el sistema financiero mundial todavía no es parte del debate, pero parece que todo tiende a permanecer sin grandes cambios.

Para los países en el Sur Global, las implicancias de la continuidad del poder financiero significan que no será posible ningún cambio importante a nivel mundial. Las alternativas a los regímenes de austeridad siguen siendo inciertas.

El lento desgaste del poder de EE.UU. y la emergencia del orden bipolar pueden vislumbrarse en la actual crisis en Asia occidental. El asesinato estadounidense de un general iraní —que llevaba un pasaporte diplomático y estaba en una misión diplomática en Irak— puede abrir las puertas del infierno mientras los misiles vuelan atravesando la frontera entre Irán e Irak.

Las protestas contra la austeridad se cruzan con las protestas contra la toxicidad social. Una huelga general en India el 8 de enero permitió articular las demandas de la clase trabajadora y del campesinado en un pacto social que no perjudique a las minorías.

Una dinámica muy similar puede observarse en Latinoamérica, donde han surgido frentes populares contra regímenes de la austeridad. Bajo la tormenta y el estrés de los cambios hay innumerables luchas; por eso que nuestro dossier se llama El mundo oscila entre crisis y protestas.

La actitud general en estas protestas es que no vale la pena respetar el estatus quo, que hay que ignorar al establishment político y su crueldad.

El presidente estadounidense, Donald Trump, amenaza con destruir los sitios culturales de Irán, una amenaza que tiene el carácter de un crimen de guerra; el primer ministro australiano, Scott Morrison, observa cómo se quema su país y reacciona con palabras groseras; el primer ministro indio, Narendra Modi, no dice nada cuando la policía y sus matones entran a las universidades y golpean y arrestan a estudiantes.

Las redes sociales explotan con furia contra la inhumanidad de estos “lideres”. Los jóvenes mantienen sus cabezas en alto, los puños en el aire, no tienen miedo.

Se trata de protestas eminentemente juveniles, pero las protestas no pueden reducirse a la edad. Hay muchas personas jóvenes que se han rendido y hay muchas personas mayores que están llenos de juventud, que desean una transformación a gran escala.

El asunto no es la edad, sino la actitud, el sentimiento que el mundo que tenemos no tiene por qué ser el mismo mundo por toda la eternidad.

“¡Ser joven era el paraíso porque significaba imaginar otro orden donde finalmente encontráramos la felicidad, o nada en absoluto!”, escribió Wordsworth sobre el tiempo de la Revolución Francesa.

@vijayprashad