Neoliberalismo y sedimentaciones afectivas

POR NORA MERLIN

¿Es posible romper los hechizos neoliberales? Ganar la batalla cultural al neoliberalismo y construir un nuevo pacto social es una tarea apremiante para la recuperación de la democracia.

El pasado 27 de octubre el campo popular de Argentina ganó una batalla política, las elecciones nacionales, venciendo al gobierno neoliberal de Mauricio Macri. Este rotundo triunfo no impide ignorar que desde fines de los 80 en la cultura han triunfado los ideales neoliberales: la modalidad empresarial para organizar lo social, consumo ilimitado, individualismo, meritocracia y egoísmo.

Si el neoliberalismo ha triunfado culturalmente no es porque el hombre por naturaleza es un depredador, “un lobo para el hombre” movido por el egoísmo y el miedo al otro, como planteaba Thomas Hobbes, sino que a través de la publicidad, el marketing y los big data el neoliberalismo ha logrado reconfigurar la lógica del deseo, los fantasmas y los goces.

 La pulsión amalgamada a fantasías se satisface con objetos irreales, como los nombra Freud, o bordeando la vacuidad lógica que implica el objeto “a” lacaniano. Para los dos maestros del psicoanálisis el goce absoluto de la cosa es imposible, lo que hay son señuelos que causan el deseo y cubren la falta. En este punto encuentran su lugar los hechizos tecnológicos que ofrecen el marketing y la publicidad, que suturan la falta constitutiva del sujeto y de lo social. Se venden fundamentalmente ilusiones, sueños que tapan cualquier falta rechazando la castración y la imposibilidad. Este circuito entre falta, sutura y exceso es ilimitado, porque lo encontrado por la pulsión nunca coincide con lo esperado: la tierra prometida por el marketing no se hace realidad. “Seguí participando” es la fórmula de la repetición del consumo ilimitado que estimulan los carteles de la carretera neoliberal, un laberinto sin salida.

En la necesaria batalla cultural por la hegemonía, el campo popular corre con serias desventajas porque sus estrategias se basan en la política, no en el marketing ni en las operaciones de la guerra como el ejército de trolls, las fakenews y el lawfare. ¿Debe renunciar a la política y emplear las técnicas del marketing, la publicidad, la autoayuda o la guerra? Nada más lejos de nuestro planteo, sólo estamos ubicando la dificultad de batallar y ganar con la acción política que es discursiva y se caracteriza por el desacuerdo, el antagonismo, las diferencias y la falta, desactivando el marketing y las operaciones. La dificultad no implica imposibilidad ni impotencia; como ejemplo reciente constatamos que la militancia y la inteligencia colectiva fueron capaces de ganarle a la inteligencia artificial.

La relación entre neoliberalismo y democracia es controvertida. El neoliberalismo, un sistema caracterizado por una concentración de poder económico, político y comunicacional pocas veces visto, produce democracias muy debilitadas de baja intensidad, que algunos autores denominan posdemocracias. Uno de los rasgos que presenta es la impotencia para la política, con la pretensión de sustituirla por la administración de los asuntos comunes. El déficit de la democracia neoliberal no se debe solo a la concentración totalitaria del poder y el rechazo de la política, sino también a la intensa y visible manipulación del afecto.

Concentración totalitaria del poder, rechazo de la política y manipulación del afecto son elementos ideológicos que construyen cultura de masas. Recuperar la democracia implica dar batalla en estos tres frentes; nos detendremos en este artículo en las sedimentaciones afectivas neoliberales, porque esa manipulación que puso en marcha el neoliberalismo apoyado por las nuevas tecnologías será lo más difícil de conmover.

El neoliberalismo ha masificado y controlado los goces no sólo empujando al consumo bajo la promesa de felicidad, sino también a través de la satisfacción en el odio con la promoción de fantasmas racistas y xenófobos.

El poder construye el enemigo y produce una matriz que se repite con fuerza inercial, hasta instalar en lo social un odio que se satisface como una fijación que resulta difícil desplazar. El clisé argumental utilizado es sencillo y aparentemente ingenuo: se trata de un semejante que supuestamente nos robó el goce, modelo que reproduce el sistema ideológicobasado en el descarte, el odio y la obediencia inconsciente a esa normalidad neoliberal legitimada por lo social.

Ganarle la batalla cultural al neoliberalismo y construir un nuevo pacto social –tal como propusieron el presidente y la vicepresidenta– fundamentado en la solidaridad y la contención hacia los más vulnerables, es una tarea apremiante para la recuperación de la democracia.

¿Es posible romper los hechizos neoliberales?

En esta contienda será fundamental el desinvestimiento de la fijación al odio, para lo cual no serán suficientes los desenmascaramientos, la persuasión y el cognitivismo. Esta difícil tarea requiere llegar al nivel del goce en tanto constituye el núcleo en que se basa lo ideológico que sostiene la cultura neoliberal. Será necesario encontrar defensas sociales capaces de movilizar la Investidura libidinal fijada al odio y activar una nueva investidura afectiva; desinvestimiento y reinvestimiento son los prerrequisitos necesarios para el establecimiento de procesos de desidentificación y creación de nuevas identificaciones.

Los afectos no se reprimen, solo pueden sublimarse, transformarse en lo contrario, ee decir, en lugar de su expresión como agresión y racismo canalizarlos en una dirección democrática agónica. Esto implica darle nuevo ímpetu al discurso, restituir el conflicto político, causar esperanza inyectando pasión en la radicalización de la democracia como rearticulación de vínculos de afecto y goce.Y que, tal como le dijo Cristina a Alberto en su primer discurso como vicepresidenta, debemos ganar no solo el debate político, sino también el corazón del pueblo.

Es posible debilitar el totalitarismo normativizado del goce masificado estimulado por el neoliberalismo y trascender esa identidad. Es posible ir en contra del todo unificado de la masa, inscribir la falta y realizar la construcción política de la vacuidad.

La falta, sostenía Claude Lefort, es la condición democrática y en tanto tal puede adquirir valor positivo capaz de atraer y conmover. La institucionalización de la falta puede generar apego o adhesión y causar el deseo de involucrase en proyectos políticos.

No es imposible ni utópico reconceptualizar al ciudadano como alguien que no solo padece de la falta y demanda, sino que también goza la vacuidad y desea involucrarse en la creación de una democracia sostenible de alta intensidad, que no se constituye por miedo y obediencia, como afirmaba Hobbes, sino por deseo.

Página/12, Buenos Aires.