Neofascismo en Italia: la involución de Europa

Giorgia Meloni

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El triunfo electoral el pasado domingo 25 de septiembre de la neofacista italiana Giorgia Meloni con su partido de ultraderecha Hermanos de Italia constituye fracaso estrepitoso del proyecto europeo y un nuevo retroceso en su vieja promesa de democracias avanzadas, derechos humanos para todos y todas, cultura e inclusión social.

En 1922, Benito Mussolini formó y lideró un gobierno de coalición de diversos partidos de derechas. Aunque obtuvo solo el 8,15% de los votos, el líder del Partido Nacional Fascista llegó al poder doblando la mano del rey Saboya con la Marcha sobre Roma de las camisas negras. Un siglo justo después de aquella giornata particolare, está a punto de presidir el próximo Gobierno italiano una heredera espiritual de Mussolini, Giorgia Meloni, líder y renovadora del partido posfascista Fratelli d’Italia, que tiene su origen en el MSI (Movimiento Social Italiano) de Giorgio Almirante, un fascista que militó en la República de Saló, el último bastión mussoliniano aliado de los nazis en el norte de Italia.

Tras un siglo del ascenso del autócrata fascista Benito Mussolini en Italia, ahora llega su heredera política a comandar el gobierno de la bota itálica, Giorgia Meloni.

Los grandes medios italianos y europeos han tratado de rebajar el alcance de esta escalofriante jornada electoral retorciendo el lenguaje y tirando de eufemismos. Algunos definen la unión de Meloni con la xenófoba Liga del Norte y el machismo-putinismo del cuestionado magnate Silvio Berlusconi como “el bloque de centro derecha”, “la coalición de las derechas” o la “alianza conservadora”, mientras otros, estirando el chicle por el qué dirán, hablan de “triunfo de la ultraderecha”.

En realidad, estamos ante una victoria arrasadora, en la tercera economía de la Unión Europea, de una coalición liderada por una formación de inspiración fascista –tanto, que mantiene la llama de la tumba de Mussolini en su logo. No es solo la ultraderecha: es el fascismo eterno teorizado por Umberto Eco que regresa al poder, disfrazado con otros ropajes y apariencias. Mujer, joven, de barrio humilde y aliada de la internacional posfascista (estadounidense, polaca, húngara, francesa, española). Y por supuesto, apoyada sin rubor por los antaño antifascistas medios y partidos democristianos o conservadores.

La indiscutible victoria de Meloni, que pasa del 4,4% de los votos en 2018 al 26,2% en 2022, supone por tanto la definitiva normalización de los partidos neofascistas en el corazón de Europa. Ya no se trata de la lejana Hungría o de la ultracatólica Polonia. Italia es un país fundador de la Unión Europea, y el triunfo de Fratelli d’Italia es, en su sentido más profundo, un fracaso estrepitoso del proyecto europeo y un retroceso muy serio en su vieja promesa de democracias avanzadas, derechos humanos para todos y todas, cultura e inclusión social. Esta premisa fundacional fue abortada en parte por la nefasta gestión alemana de la crisis de 2008, que decidió castigar a la ciudadanía por los desmanes del sector financiero y humillar al partido progresista Syriza en Grecia, abonando así la expansión de las extremas derechas en todo el continente. De aquellos polvos, estos lodos.

La líder del neofascismo italiano, Giorgia Meloni, agradece la confianza depositada por su electorado en los comicios del pasado 25 de septiembre.

La abstención, del 36%, la más alta desde que Italia dejó atrás la Guerra Mundial con su Constitución antifascista, nos recuerda además que el neofascismo, como ya pasó con el fascismo hace un siglo, siempre se beneficia de tres factores muy relacionados entre sí: el blanqueamiento de su ideario antidemocrático por parte de los grandes medios y sus dueños; el hartazgo y la desafección de un electorado que solo se siente llamado a participar en la cosa pública eligiendo una papeleta cada cuatro años; y el abandono por parte de la socialdemocracia de las políticas redistributivas y de su antigua vocación de justicia social para abrazar sin ambages el dogma del capitalismo sádico.

La moderación fingida por Meloni en su discurso de aceptación de la victoria no debe engañar a nadie. Como se vio en el acto electoral del partido fascista español Vox en Andalucía, se trata de una exaltada en toda regla, y su proyecto implica peligros indudables para las minorías. Su plan consiste en socavar los derechos de las mujeres, los colectivos LGTBI, los inmigrantes y los más pobres para favorecer a las grandes empresas, la Iglesia más reaccionaria y otras fuerzas que quieren menos democracia y no más. Su triunfo es una noticia pésima pero en el fondo es lógica. La dinámica de la guerra Rusia-Ucrania está acelerando la involución de Europa, e Italia siempre ha sido, para bien y para mal, el laboratorio político más precoz. Tras el ventenio berlusconiano y casi una década de tecnocracia falsamente socialdemócrata, los neofascistas, una vez reconocen a la OTAN y la austeridad, son buenos candidatos para administrar la nueva excepcionalidad. Así, Italia se precipita hacia un gobierno de tintes autoritarios que será perno principal de un estrambótico Eje Neopardo: Roma-Budapest-Varsovia.

Aunque ya no tenga sentido llorar por la leche derramada, ¡cuánta razón tenía Nanni Moretti cuando le pedía a Massimo D’Alema que dijera “alguna cosa de izquierda”!

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