Medios, periodistas y plumíferos

POR JULIO CÉSAR CARRIÓN

Trataremos  de acercarnos un poco al periodismo, una de las profesiones más promovidas, ponderadas y deseadas en el diverso y abigarrado conjunto de ofertas universitarias que se mueven en esta supuesta “sociedad del conocimiento”, que se publicita desde las empresas de la información y la manipulación mediática como una clara actividad “intelectual” desarrollada por escritores comprometidos con una forma particular de comunicación social y de literatura, lo que por tanto les permite, astutamente, discutir, reclamar y hasta exigir, desde organismos internacionales como la tan poderosa (financiada por la criminal CIA) como inútil Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), por la “libertad de expresión y de opinión’’, cuando en realidad defienden los intereses de los propietarios de los grandes periódicos y agencias informativas, es decir, de los empresarios de las multinacionales de la “información” quienes, en última instancia son quienes definen el curso de la información, de las noticias y hasta de la “opinión” de todos los plumíferos a sueldo de sus nóminas…

Asumimos la perspectiva explicatoria que acerca del periódico, el periodismo y los periodistas, nos legara Friedrich Nietzsche desde 1872, en el ciclo de conferencias que denominó Sobre el porvenir de nuestras instituciones educativas, obra en la se propuso establecer las principales características de la cultura y de la educación, llegando a la conclusión de que “las escuelas están dominadas por dos corrientes aparentemente contrarias, pero de acción igualmente destructiva, y cuyos resultados confluyen, en definitiva: por un lado, la tendencia a ampliar y a difundir lo más posible la cultura, y, por otro lado, la tendencia a restringir y a debilitar la misma cultura”. Paradójico fenómeno éste de extensión y restricción generalizada de la cultura que Nietzsche atribuye a los dogmas de la economía sustentada en el más pedestre utilitarismo que busca el mayor beneficio, la mayor ganancia con el menor esfuerzo -el dinero abundante y fácil, diríamos hoy- y afirma que “por eso, el auténtico problema de la cultura consistiría en educar a cuantos más hombres corrientes sea posible”.

Bajo el ideario de “formar hombres corrientes”, deprisa para ganar dinero, se establecen los distintos programas escolares, en el conjunto de las sociedades contemporáneas, pero esa “cultura”, fácil rápida es, en última instancia, la barbarie.

Para Nietzsche este tipo de barbarie se origina y tipifica en el especialismo, en la formación de los “especialistas” que son aquellos individuos responsables de la desviación en la cultura, ya que terminaron siendo todo lo contrario de lo que antaño representaban los auténticos sabios, quienes se caracterizaban no sólo por ser ciertamente ilustrados, sino por tener un compromiso activo (de intelectuales integrales, para expresarlo en los términos de Gramsci) con la crítica política y social.

Como lo corrobora el escritor palestino Edwar W. Said, en su texto Profesionales y aficionados, escrito con el propósito de intentar explicar el quehacer ético de los intelectuales, profesores y escritores: “la amenaza particular que hoy pesa sobre el intelectual, tanto en Occidente como en el resto del mundo, no es la academia, ni las afueras de la gran ciudad, ni el aterrador mercantilismo de periodistas y editoriales, sino más bien una actitud que yo definiría con gusto como profesionalismo. Por profesionalismo entiendo yo el hecho de que, como intelectual, concibas tu trabajo como algo que haces para ganar la vida, entre las nueve de la mañana y las cinco de la tarde, con un ojo en el reloj y el otro vuelto a lo que se considera debe ser la conducta adecuada, profesional: no causando problemas, no transgrediendo los paradigmas y límites aceptados, haciéndote a ti mismo vendible en el mercado y sobre todo presentable, es decir, no polémico, apolítico y objetivo”.

Ahora la labor de los “intelectuales” es del tipo periodístico, consiste en manejar como recadistas o mensajeros unos saberes que no dominan en su conjunto, ya que son ignorantes e incapaces de tratar asuntos ajenos a los de sus especializaciones, son una especie de “lisiados al revés”, como les denominara Nietzsche en su Así habló Zaratustra…, personas a quienes les sobra demasiado de algo careciendo de lo demás. Con esta fuga de los intelectuales o pensadores hacia la especialización, se abrió el camino a los periodistas y Nietzsche lo sentenció proféticamente:

“Efectivamente, en el periodismo confluyen las dos tendencias: en él se dan la mano la extensión de la cultura y la reducción de la cultura. El periódico se presenta incluso en lugar de la cultura, y quien abrigue todavía pretensiones culturales, aunque sea como estudioso, se apoya habitualmente en ese viscoso tejido conjuntivo, que establece las articulaciones entre todas las formas de la vida, todas las clases, todas las artes, todas las ciencias, y que es sólido y resistente como suele serlo precisamente el papel de periódico. En el periódico culmina la auténtica corriente cultural de nuestra época, del mismo modo que el periodista -esclavo del momento presente- ha llegado a substituir al gran genio, el guía para todas las épocas, el que libera del presente”.

Hoy nos encontramos con que las instituciones universitarias forman los periodistas, para satisfacer el mercado de esa mediocre pseudo-cultura actual, obsecuente a los poderes establecidos, distorsionadora de los hechos y de la historia, simuladora, consumista y farandulera, que caracteriza este periodo de decadencia y catástrofe que representa el capitalismo tardío.