Leyendo América Latina

POR DAMIAN FRESOLONE /

Una foto actual del mercado del libro y de las políticas públicas destinadas a su fomento en la región. Qué países cuentan con planes nacionales de lectura.

En los países de América latina, las matrices de la historia de la lectura fueron diferentes (a las europeas), otorgando un papel esencial a la historia de la alfabetización y la educación, a la historia de la construcción del Estado-Nación y a la historia de la literatura”, reflexionaba, en 2013, el historiador del libro y director de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París, Roger Chartier.

No hay duda de que, luego de los procesos independentistas y durante el camino hacia la llamada “modernización social” de la segunda mitad del siglo XIX, la creación y protección de las bibliotecas populares/comunitarias/públicas –de acuerdo con el país–, las cuantiosas y extensas campañas de alfabetización y la elaboración de legislación tendiente a organizar los sistemas educativos generaron una importantísima ampliación del público lector en el sur del continente.

En la historia más reciente, acciones impulsadas por compromisos gubernamentales con organismos como la Unesco, la Organización de Estados Iberoamericanos y el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc) hicieron lo propio en materia de fomento y promoción de la cultura en general y del libro y la lectura en particular. A esto hay que sumarle distintas legislaciones nacionales que sirvieron como amparos u orientaciones legales a la hora de diseñar políticas que fomenten esta práctica como derecho en las sociedades actuales.

Breve panorama del mercado del libro 

Si analizamos el mercado del libro latinoamericano, cuatro son los países que históricamente han concentrado la mayor parte de la producción (por títulos) en la región: Brasil (con cerca del 30 por ciento), la Argentina (nueve por ciento), México (nueve por ciento) y Colombia (seis por ciento), seguidos de lejos por Chile, Perú y Ecuador, según “El espacio iberoamericano del libro 2018”, publicación de consulta de los profesionales del sector. Pero dadas las enormes diferencias poblacionales de estos países, es importante conocer la cantidad de títulos registrados por cada diez mil habitantes. Así, Uruguay y la Argentina encabezan la tabla (con 6,5 títulos), seguidos por Chile (4,4), Brasil (4,2) y Colombia (con 3,8).

Otro análisis más preciso puede obtenerse de acuerdo con la cantidad de ejemplares producidos en cada país. En este caso, según cifras de la Cerlalc para 2018, los que cuentan con mayor cantidad de libros per cápita son Uruguay y la Argentina en primer lugar, seguidos por Chile, Brasil, Colombia y, bastante más lejos, Perú, México y Ecuador.

Sin embargo, no existe una relación directamente proporcional entre la producción de libros y la población que los lee. Nada asegura que la mayor oferta editorial se traduzca directamente en una mayor masa lectora. Que los libros estén no significa que sean leídos ni, mucho menos, que se encuentren al alcance de todos. Por eso, dejando de lado cifras de producción y circulación, es importante analizar las políticas públicas destinadas a fomentar la lectura.

Planes nacionales de lectura 

En la foto actual latinoamericana, once países cuentan con planes nacionales de lectura vigentes, cuatro con planes inactivos y el resto no presenta diseños nacionales. En el primer grupo se encuentran Brasil, Chile, Colombia, Uruguay, Venezuela, Ecuador, Nicaragua, Cuba, México, Costa Rica y la recientemente reincorporada Argentina. Los países con planes diseñados pero inactivos son Honduras, Panamá, Paraguay y la República Dominicana. En el último conjunto se encuentran países que, sin planificación nacional, ejecutan acciones o programas de menor alcance, como Bolivia, El Salvador, Guatemala y Perú.

Uno de los planes modelo en la región (por su continuidad, estructura y cobertura) es el chileno, que encuentra sus orígenes en la Política Nacional del Libro y la Lectura 2006-2010 durante la presidencia de Michelle Bachelet, pasando por el Plan Nacional de Fomento Lector 2010-2014 y llegando al actual Plan Nacional de la Lectura (PNL) 2015-2020. Juan Carlos Silva Aldunate, subsecretario de las Culturas y las Artes, de donde depende el plan, describe que fue un largo proceso en el que participaron distintos sectores públicos y privados “abogando por hacer de Chile un país de lectores y lectoras, haciendo de la promoción de la lectura una tarea nacional y buscando garantizar y democratizar este acceso a todos los habitantes del país”.

El PNL chileno actual trabaja en 16 regiones y 346 comunas, y la articulación de la gran cantidad de programas que lo conforman es su distinción. Algunos de ellos, enumera Silva Aldunate, son el Sistema Nacional de Bibliotecas Públicas, con más de 450 establecimientos; la Biblioteca Pública Digital, una plataforma que presta más de mil libros diarios; la red de Bibliomóviles, conformada por 55 servicios andantes que llevan libros y actividades a territorios alejados de los epicentros urbanos; las colecciones Bibliotecas de Aula, que se entregan en más de cuatro mil establecimientos educativos públicos del país, y las continuas capacitaciones y formaciones a los mediadores de lectura. Otro plan de largo plazo y alcance se encuentra en Colombia. El proyecto denominado “Leer es mi cuento”, con inicio en 2010, es llevado adelante de manera interministerial tanto por la cartera de Educación como por la de Cultura (como recomienda la Cerlalc). Este plan nacional, para la etapa 2019-2022, se propone incrementar el promedio de libros leídos por año en la población menor a 12 años de 3,8 a 4,2, y en la población mayor de 12 años, de 4,2 a 4,4.

Para el desarrollo y la gestión de políticas, el plan colombiano tiene cuatro líneas estratégicas: el fortalecimiento de las más de 9.700 bibliotecas escolares; la formación de mediadores de lectura, con un plantel de 6.000 capacitados; la dotación de materiales de lectura tanto físicos (libro papel) como digitales (plataformas de descargas), y la movilización de procesos de lectura para reflexionar y debatir sobre los significados asociados a esta práctica.

Otro plan que encuentra continuidad, aunque con modificaciones debido a ciertos vaivenes políticos-presupuestarios, es el uruguayo. Las líneas de trabajo específicas allí son la dotación de acervos, la incorporación y capacitaciones en las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) y la sensibilización y difusión de la lectura. Según Pilar Barreiro, la coordinadora saliente, las acciones y eventos más destacados son la participación en la Feria Ideas + en Parque Rodó, el programa Al Aire Libro (una actividad para experimentar la lectura colectiva y en espacios públicos), las distintas celebraciones que se realizan en el Día del Libro en el interior del país y, sobre todo, el apoyo a instituciones de educación formal y no formal.

Hay, además, otras experiencias interesantes en la región para estudiar, analizar e imitar, como el caso brasileño del Plan Nacional del Libro y la Lectura, vigente desde 2006, o el Programa Nacional por la Lectura del Instituto Cubano del Libro, ejecutado, con reelaboraciones, desde 1999. Ojalá, en un futuro no tan lejano, algún artículo publicado en un rincón de esta Patria Grande mencione al nuevo Plan Nacional de Lecturas argentino como un exitoso modelo de largo plazo a imitar para fomentar el libro, la lectura y la imaginación.

Revista Caras & Caretas, Buenos Aires.