“Las ciudades contemporáneas están pensadas no como espacios de vivienda, sino de inversión”: David Harvey

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A 200 años de su nacimiento, el viejo aguafiestas (Karl Marx Died 1883. Aged 65…) sigue más vivo que nunca. La larga cola de estudiantes y profesores reunidos en torno a la más reciente visita al Perú de David Harvey (1935, Kent, Inglaterra) da testimonio de ello.

Irónicamente, el geógrafo y sociólogo británico inicia su charla magistral recordando que no leyó a Marx hasta los 35 años y que no tenía interés en ser considerado un marxista. ‘Se me suele presentar como una autoridad en el pensamiento marxista. No lo soy. Solo uso aspectos del pensamiento marxista que me hacen sentido. Y veo que mientras más loco el mundo se vuelve, más sentido hace Marx’, recuerda.

Harvey vincula este estudio de Marx a su propia experiencia personal tras mudarse de Inglaterra a los Estados Unidos –a la Universidad John Hopkins, en Baltimore, Maryland.  ‘Lo que vi (en Baltimore) no me hacía sentido. En uno de los países más ricos del mundo, encontré a gente viviendo en condiciones de vivienda desesperadamente terribles’, agrega.

De allí que leer a Marx –y hará énfasis constante en la primera página del primer tomo de El Capital, en la diferencia entre valor de uso y valor de cambio- no fuera ‘una decisión política’. ‘Leer a Marx fue una decisión intelectual, en relación a lo que servía a mi análisis. (…) No estaba interesado en ser un marxista, estaba interesado en entender por qué el sistema de vivienda no funcionaba’: Harvey bromea luego, y recuerda que a fines de los 60 leer a Marx, más aún, leer un libro –uno tan voluminoso- no era considerado radical en lo absoluto.

Es una buena forma de introducir el tema de la mesa magistral, uno que congrega a tantos jóvenes investigadores y activistas en la XVI edición del Coloquio de Estudiantes de Antropología de la PUCP: a saber, si la academia puede ser radical en tiempos neoliberales (y algo de discusión hubo solamente en torno al uso del término ‘neoliberalismo’ para un evento académico).

Harvey –bajito y flaco, barba blanca, chaqueta marrón, una camiseta estilo polo shirt de color rojo (¿de qué otro iba a ser?)- adelanta algo de su respuesta. ‘La mayoría de las buenas ideas que he tenido no han venido desde dentro de la academia, han venido de interactuar con gente, movimientos políticos, desde fuera de la academia’, comenta.

Acto seguido, el profesor de The City University of New York (CUNY) rememora su experiencia al leer a Marx junto a un grupo de presos: ‘había una diferencia en cómo reaccionaban los prisioneros y cómo reaccionaban los privilegiados jóvenes de clase social alta en la universidad. Los prisioneros estaban como: ‘¿por qué nos dices esto? ¡Es obvio!’. Medio en serio, medio en broma, señala que convencer de los argumentos de Marx a jóvenes universitarios le ha tomado, en algunos casos, años.

¿Si era difícil leer El Capital en los años 70? Lo era. Pero en los años 90 –después de 20 años de neoliberalismo y programas de ‘ajuste estructural’ en todo el mundo-, la realidad para Harvey parecía coincidir mucho con lo predicho por Marx. Y ahora más todavía: el geógrafo no abandona sus primeros temas de interés –el sistema de vivienda en los Estados Unidos- y enfatiza en cómo las ciudades contemporáneas están pensadas no como espacios de vivienda, sino de inversión. ‘Edificios para los millonarios, estamos construyendo como locos ciudades para que la gente invierta, no para que la gente viva’, recalca, y vuelve otra vez a la página uno del tomo uno de El Capital: ‘¡es la diferencia entre valor de uso y valor de cambio!’.

Entre la crisis de la vivienda actual y la  geopolítica económica mundial, a Harvey le preocupa el boom de la construcción de China. ‘Si el boom de China se cae -y hay señales de que lo hará- habrá una depresión a nivel global, y nadie sabrá que hacer con esos grandes edificios construidos por millonarios para invertir, no para vivir’, señala. Una vez más, menciona a Marx para luego indicar que su entendimiento del marxismo es mas bien flexible, sin dogmatismos.

Terminada la charla introductoria, llegan las preguntas de los estudiantes. Seleccionadas previamente a través de una convocatoria en redes sociales, estas abordan diferentes aspectos de la academia en relación al capitalismo contemporáneo: ¿se puede ser verdaderamente objetivo cuando las investigaciones son financiadas –más todavía en el Sur Global- por el Estado o grandes corporaciones, las que tienen sus propios intereses? ¿Cómo hacer si la academia está atravesada por las mismas desigualdades y opresiones que busca combatir como –en voz muy alta al leer la pregunta- el acoso sexual y otras formas de sexismo?

‘Hay una idea romántica de los académicos en su Torre de Marfil’, inicia Harvey. ‘Hay idiotas (assholes), estúpidos, gente que es terrible en términos de relaciones sociales, y debe haber un esfuerzo por luchar contra estos temas’, puntualiza, pero recalca que la lucha se da al interior de las instituciones. Luego viene el gancho: ‘no creo que la academia sea diferente a una corporación. No creo que sea peor, pero tampoco tengo razones para creer que sea mejor’.

El importante teórico de las ciudad hace luego énfasis en la necesidad del financiamiento externo, aunque bromea con sus propios límites: ‘puede sonar algo liberal, pero…’

A los estudiantes, Harvey les pide aprender a ser subversivos dentro de la academia, darle vuelta a sus conceptos y categorías, ser astutos, clever: ‘pueden decir que eso es deshonesto. Sí. Pero es honesto en un sentido más profundo’.  Apunta a su propia experiencia: ‘es como un juego: cuando yo mismo usaba conceptos de valor de uso y valor de cambio y no decía a nadie que venían de Marx’. Arranca algunas risas al auditorio.

‘Foucault tiene este buen libro, Vigilar y castigar (Discipline and Punishment). Las disciplinas tienen que ver tanto con el castigo como con el conocimiento. Se trata de la vigilancia y el castigo. Son los guardianes del conocimiento. Por eso una de las cosas que amo de ser geógrafo es que nadie sabe qué es. Los economistas son los peores’. Risas, muchas más.

Las próximas preguntas giran en torno al activismo por el medio ambiente (el concepto de Antropoceno) y a la desigualdad que puede establecer la academia entre quien estudia y quien es objeto de estudio –una pregunta que recorre buena parte de la historia de la antropología.

En sus respuestas, Harvey se aleja un poco de las respuestas simples y entra de lleno a la crítica del capitalismo contemporáneo. ‘Soy un anticapitalista racional’. Sonidos de ‘error en la aplicación’ suenan desde la computadora justo después. ‘Una vez se encendió la alarma contra incendios’, agrega Harvey. Risas, muchísimas.

Al geógrafo, confiesa, no le interesa demasiado la literatura sobre el Antropoceno. ‘Capitalist-cene’ , bromea, para luego afirmar tajantemente que ‘ser un ambientalista serio significa ser anticapitalista. No se puede evadir eso’. Antes ya ha puesto como ejemplo a Michael Bloomberg, el multimillonario alcalde de Nueva York. Bloomberg es ambientalista, (‘¡realmente lo intenta!’), pero a la vez favorece la frenética construcción especulativa de edificios ‘no para vivir, sino para invertir’.

No se detiene demasiado sobre la cuestión del Otro en la academia, sino que aborda en detalle la necesidad de una nueva vanguardia política. Una, además, que no actúe de manera reactiva imitando las fuerzas del neoliberalismo. Si Nixon afirmaba que ‘todos somos keynesianos ahora’, lo cierto es que ‘todos somos neoliberales ahora’, comenta Harvey.

Para el pensador e investigfador social británico, las fuerzas oposicionales de los 60 –los fuertes sindicatos, los movimientos sociales- se han disuelto porque la razón a la que se oponían también ha desaparecido. Lo que hace el neoliberalismo, por lo que resulta imparable, es que produce fuerzas opuestas que lo que hacen es imitar ellas mismas al neoliberalismo en su lógica de acción.

‘Lo que tiene que hacer un movimiento político revolucionario es romper el espejo’, señala. ‘Decir: voy a construir algo que es radicalmente diferente. Sí, necesitamos una vanguardia’, agrega. Y por eso mismo, también, Harvey contempla cómo el neoliberalismo está produciendo formas cada vez más fascistas de autoritarismo. Trae a colación los casos de Estados Unidos, Brasil, India, Polonia, Hungría. “La respuesta es autoritaria. Y neofascista. Por eso es tan importante romper el espejo, no reproducir los moldes”, sentencia.

Precisamente es la última pregunta la que gira en torno a la posición ética de la academia frente a procesos como el triunfo de Donald Trump en los Estados Unidos o el Brexit en Inglaterra. Harvey responde como responde un marxista.

‘Me es incómodo hablar de esto como una cuestión de ética o moral. No es que sean irrelevantes, pero son temas que deben ser confrontados. Una de las fuerzas del análisis marxista, si uno lee los Manuscritos Económicos Filosóficos, es que Marx escribe como un humanista, un idealista, que interpreta la alienación como una separación entre lo mejor de nosotros y lo que somos forzados a ser en la sociedad capitalista. La posición idealista, que implica sí una ética y una moralidad, es muy fuerte en los escritos tempranos de Marx. Pero en algún punto se da cuenta que los asuntos con los que lidia están más allá de los compromisos éticos morales de los individuos. Requieren una transformación colectiva de los modos de producción’, replica. Pero avanza todavía más: no hay forma de conciliar el capitalismo con la ética si se atiende a las leyes coercitivas de la competencia.

El último ataque es a la mercantilización del mundo. Hasta los ambientalistas bonos de carbono son commodities. La posición revolucionaria, señala, pasa por reconocer la diferencia entre –página uno, tomo uno de El Capital– valor de uso y valor de cambio. Tras Thatcher, la vivienda se volvió una forma de acumular capital (y especular con él). Es un mito que lo privado funcione mejor que lo público, enfatiza.

¿Qué hacer? Sacar del dominio de las leyes coercitivas de la competencia a la vivienda, a la salud, a la educación (‘¡nunca debió estar en el mercado!’). Devolverles su calidad de público. Si no se hace, la desigualdad aumentará. Y con ella, el advenimiento del neofascismo tras el neoliberalismo. Que no se lo cuenten: Marx said it first.