La migración internacional en siete casos

POR JAIME FLÓREZ MEZA /

La migración internacional se volvió una constante en el siglo XX y en lo que va del XXI debido a los distintos flujos que se han llevado a cabo, bien sea por necesidades económicas, guerras, catástrofes naturales o persecuciones políticas. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) estimaba en 272 millones el número de migrantes, lo que indica un elevado incremento de los que había a fines del siglo XX (175 millones), cuando la Asamblea General de la ONU instituyó el 18 de diciembre como Día Internacional del Migrante, bajo la Resolución 55/93 del 4 de diciembre de 2000. Para indagar determinadas causas y consecuencias de algunos de esos flujos migratorios, se exponen siete selectivos: una palestina y su pueblo, un exiliado congoleño que ilustra el problema del Magreb, región del norte de África que se ha convertido en una de las principales zonas de origen, destino y tránsito migratorio en el mundo, y que suele tener como destino final Europa; cuatro personas provenientes de Centroamérica y México, otra de las mayores zonas migratorias internacionales, que es el origen de flujos y de tránsito hacia EE.UU; y una colombiana que emigró a España durante la oleada de sudamericanos hacia ese país a inicios del decenio de 2000.

Contexto histórico

La migración es una práctica sociocultural tan antigua como la humanidad misma. Son innumerables las oleadas migratorias que sujetos colectivos han tenido que emprender a través de los tiempos por los más diversos motivos: nomadismo, búsqueda de recursos naturales, conquista de otros pueblos, catástrofes naturales, éxodos de comunidades y pueblos, exploración territorial y geográfica, guerras, diásporas, desarrollo de medios de transporte, expansión territorial, hambrunas, necesidades económicas, persecuciones políticas, destierros y exilios políticos, entre otros. El pueblo judío, por ejemplo, sufrió distintos movimientos migratorios a través de su historia, uno de ellos el exilio en Babilonia durante el siglo VI a.C. tras el arrasamiento de Jerusalén por el rey Nabucodonosor; otro, a fines del siglo IV, por cuestiones comerciales en la época del Imperio macedonio; y el más largo de todos sus exilios, a partir del año 70 d.C., al final de la fallida rebelión contra el Imperio romano, cuando el futuro emperador Tito, hijo mayor de Vespasiano, atacó Jerusalén y puso fin a una guerra de cuatro años. Estos episodios se conocen como la diáspora, que en efecto lleva a los judíos a dispersarse por todo el mundo conocido y que se prolongará hasta el mismo siglo XX con la persecución nazi y la Segunda Guerra Mundial. La conformación del Estado de Israel en 1948 permitió que en las décadas posteriores millones de judíos emigraran a Palestina, región que sucesivamente había caído en manos de distintos imperios.

El historiador británico Eric Hobsbawm afirma que en los quince años anteriores al inicio de la Primera Guerra Mundial, en 1914, se había producido el mayor flujo migratorio conocido por el mundo hasta entonces, pues sólo a Estados Unidos emigraron cerca de 15 millones de personas (Hobsbawn, 1998, p. 95), básicamente por motivos económicos. Según Hobsbawm, la Primera Guerra Mundial provocó entre 4 y 5 millones de refugiados en el período 1914-1922 (Hobsbawn, 1998, p. 59). A su vez, en el período 1911-1920 América Latina fue la mayor receptora de un flujo migratorio procedente de la península ibérica, el cual se calcula que fue de 1.750.000 personas (Hobsbawn, 1998, p. 95). Otros grandes flujos migratorios fueron los generados indirectamente por la Segunda Guerra Mundial (50 millones de europeos fueron deportados, expulsados o acabaron en el exilio) y la descolonización de la India en 1947, con 15 millones de refugiados que atravesaron las nuevas fronteras establecidas entre ese país y Pakistán; y la guerra de Corea, que desplazó a 5 millones de coreanos (Hobsbawn, 1998, p. 59). Es muy probable que estas oleadas migratorias que se iniciaron a fines del siglo XIX y continuaron a lo largo del XX —por cuestiones bélicas, económicas o de otra índole—, sean las más grandes que se han dado en la historia de la humanidad.

La causa palestina

La conformación del Estado de Israel en Palestina, en 1948, da lugar al éxodo del pueblo palestino por el mundo. En una primera fase alrededor de 1,3 millones de refugiados palestinos fueron registrados por Naciones Unidas (Hobsbawm, 1998, p. 59) debido al desplazamiento forzado que sufrieron como consecuencia del establecimiento del Estado de Israel en 1948. Este hecho, a su vez, es el resultado del Sionismo, movimiento israelí histórico e internacional que promueve el retorno y asentamiento, si es del caso por la fuerza, de comunidades judías que terminan desalojando a las árabes, como efectivamente ha ocurrido no sólo mediante la colonización hebrea sino, en mayor medida, mediante cuatro guerras contra los árabes, como la de los Seis Días en 1967, que le permitieron a Israel expandir aún más su territorio ocupando zonas de países vecinos como Egipto, Siria y Jordania. Así las cosas, la creación de un Estado palestino dentro de otro Estado ha sido muy problemática y dolorosa para los mismos palestinos, aunque cuente con el respaldo de la ONU. Hoy, Israel ocupa más del 90% del territorio, violando todos los acuerdos de partición establecidos desde 1947 (Domenech y Hadwa, 2017). De alrededor de once millones de palestinos que hay en el mundo, la mitad viven como refugiados, en su mayoría en los países árabes vecinos.

 

De la primera oleada de refugiados palestinos, muchos llegaron al Líbano. Ese fue el caso de la familia de Hayat Saleh, nacida en 1947 en Haifa, que luego pasó a ser una ciudad israelí. En el Líbano Hayat fue a la universidad, estudió historia y conoció a su marido, palestino como ella y profesor de letras. La pareja se estableció luego en Libia y en 1980 finalmente migró a Brasil, al estado de Rio Grande Do Sul, donde parte de la familia del marido vivía desde los años cincuenta y que sigue siendo su hogar actualmente. Entre octubre y noviembre de 2007 Brasil recibió un contingente de refugiados palestinos. El esposo de Hayat había muerto poco antes. Fue entonces cuando ella se vinculó a la Asociación Antônio Vieira (ASAV), que trabaja con refugiados a través del Programa de Reasentamiento en Rio Grande do Sul (Galvão, 2010, acnur.org).

“Acepté este trabajo por solidaridad con el sufrimiento de los refugiados. La tristeza y la tragedia de aquellas personas fueron mis mayores incentivos. Pero también buscaba una forma de salir de la depresión que vivía desde la muerte de mi marido. Vi en ese trabajo una oportunidad de ocupar mi tiempo y fue ese trabajo lo que me quitó la depresión” (como se citó en Galvão, 2010, acnur.org).

Para Hayat había sido muy complicado adaptarse al nuevo país de acogida, como lo señala en otra parte de su testimonio:

“Creía que no podría viajar para el Líbano durante las vacaciones para ver a mi familia, de la misma forma que hice durante muchos años mientras trabajaba en Libia. Pero Brasil quedaba mucho más lejos y los pasajes eran muy caros. […] Hoy día sé que la dificultad en acostumbrarme a la cultura se debió a mi falta de disposición y voluntad. No quise adaptarme porque estaba deprimida. Acabé cerrándome a Brasil por muchos años” (como se citó en Galvão, acnur.org., 2010).

El nacimiento de su hijo fue un aliciente. Además, ella ya había trabajado con refugiados palestinos en el Líbano, antes de que estallara una guerra civil de quince años (1975–1990), la cual se recrudeció con la invasión israelí de 1980. Hayat se desempeña como agente de integración local en la ciudad de Sapiranga, que forma parte del área metropolitana de Porto Alegre, capital de Rio Grande do Sul. Sobre la labor de estas agencias humanitarias comenta, entre otras cosas:

“Cuando mis padres salieron de Palestina no existía asistencia humanitaria, tampoco una organización como ASAV o una legislación como la brasileña que ayuda y protege a los refugiados. Al huir para el Líbano, mis padres tuvieron que luchar para sobrevivir y todos sus siete hijos consiguieron cursar la facultad. Muchos de los palestinos que vinieron para Brasil no aprovecharon la oportunidad y las facilidades que ofrece el programa” (como se citó en Galvão, acnur.org., 2010).

Hayat ha trabajado con ASAV no sólo en el reasentamiento de sus coterráneos sino en el de otras comunidades, como las de los colombianos que han llegado a esa región de Brasil en calidad de refugiados.

Las migraciones hacia y desde el Magreb

La denominada crisis del Magreb tiene que ver con las oleadas migratorias que se concentran en Tánger, Marruecos, con destino a Europa. Esta zona del norte de África es conocida como el Magreb, nombre árabe que designa a Marruecos pero que geopolíticamente sirve para agrupar a cinco países más (Argelia, Libia, Mauritania, Túnez y el Sahara Occidental, este último bajo ocupación marroquí). El testimonio seleccionado es de un inmigrante congoleño, Emmanuel Mbolela, que pertenece a la Asociación de Refugiados y Demandantes de Asilo Congoleños en Marruecos (ARCOM). Pese a los tratados que alientan y regulan la migración legal hacia la Unión Europea procedente de esta zona, los flujos migratorios ilegales aumentaron desde 2005, en concreto hacia los países europeos ribereños. Como señala Pinyol Jiménez (2011), investigadora asociada de la Fundación CIDOB, el escalamiento de la crisis migratoria magrebí evidenció dos problemáticas:

“Primera, que las migraciones eran un fenómeno que había que tratar de un modo integral y, segunda, que los flujos procedentes del norte de África los constituyen, cada vez en mayor proporción, nacionales de países subsaharianos. De hecho, ambas cuestiones convergen en la aparición incipiente de un nuevo escenario migratorio, de carácter euroafricano, en el que los flujos migratorios se explican principalmente, aunque no sólo, por causas económicas. La inestabilidad política, la falta de desarrollo institucional y la debilidad de las políticas sociales son otros factores de expulsión que se extienden más allá del sur del Sáhara” (p. 11).

El año 2005 marcó un punto de inflexión al hacer mucho más visible la vulnerabilidad tanto de los países expulsores como de los receptores de migrantes no sólo magrebíes sino también subsaharianos. En ese sentido, Pinyol Jiménez (2011) señala:

“Según la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), en 2005 cerca de 4,5 millones de africanos residían legalmente en los países europeos (menos de un millón lo hacían en Estados Unidos) y cerca de dos tercios de los mismos procedían del norte de África. La capacidad de atracción de la UE para los migrantes de los países del África subsahariana ha ido creciendo en los últimos años y, según la misma OIM, entre 65 000 y 80 000 personas cruzan anualmente el Sáhara en su intento de alcanzar Europa. Ghaneses, nigerianos, senegaleses, malienses o caboverdianos son algunos de los principales colectivos que se encuentran hoy en los países europeos” (p. 12).

El Magreb se ha convertido, por lo tanto, en una zona de contacto obligatoria para los migrantes africanos, bien sean refugiados, demandantes de asilo o migrantes económicos. Emmanuel Mbolela es un profesional congoleño en ciencias económicas y un activista de los derechos de los desplazados de su país, que tras vivir penosamente en Marruecos por cuatro años, logró exiliarse en Holanda. Mbolela fundó la Asociación de Refugiados y Demandantes de Asilo Congoleños en Marruecos (ARCOM). Es importante distinguir, en este como en los otros casos, las dos categorías básicas de emigrantes ya mencionadas: por un lado, están los refugiados y solicitantes de asilo, y los migrantes por motivos económicos, por el otro. Tal y como lo recalca Nadia Khrouz (2011), del Grupo Antirracista de Acompañamiento y Defensa de los Extranjeros y Migrantes (GADEM), “los países del Magreb, inicialmente países de origen de migraciones hacia los países del Golfo y de la Unión Europea (UE), en particular hacia España, Francia, Países Bajos y Bélgica, se han convertido en países de tránsito y de destino” (p. 55), tanto para emigrantes de África subsahariana como de países de Oriente próximo que sufren conflictos armados y guerras (Siria, Iraq, Palestina).

“Todos los países del Magreb han sido siempre países de inmigración: inmigración de tránsito y de instalación, migración circular y laboral. Esas migraciones son antiguas e históricas, como ilustran los intercambios entre comerciantes o la extensión de la comunidad sufí tiyaniyya entre Marruecos y Senegal, aunque ahora hayan cobrado amplitud y las poblaciones migrantes hayan evolucionado desde los años noventa y especialmente desde los años 2000. Las migraciones subsaharianas han adoptado también un nuevo rostro con el estallido de distintos conflictos en zonas como Costa de Marfil, que anteriormente acogía a buena parte de la migración del oeste de África” (Khrouz, 2011, p. 56).

Por tener un conocimiento de primera mano sobre la problemática migratoria en general y magrebí en particular, como quiera que la vivió en carne propia, la descripción inicial que de la misma hace Mbolela (2011) es pertinente:

“Esa emigración, que a menudo comienza por un éxodo rural para acabar partiendo hacia el país vecino, se ha alargado, después de la extensión de la crisis a toda la región del África subsahariana, hacia países lejanos. Así pues, desde el año 2000 asistimos a la emigración masiva de los jóvenes hacia los países del Magreb, para después dirigirse a Europa. Porque creen -y con razón- que Europa ofrece unas perspectivas de realización personal y laboral, así como de reconocimiento, que son imposibles de encontrar en sus países de origen” (p. 29-30).

Nacido en 1973, Mbolela tuvo que abandonar su país, la República Democrática del Congo, por cuestiones políticas en 2002. Antes de obtener su asilo político en Países Bajos, vivió durante seis años el drama del desplazamiento forzado en África subsahariana y en el Magreb. Allí conoció la situación infrahumana en la que malviven los refugiados subsaharianos. “Los refugiados son personas que se han visto obligadas a abandonar su país por ser objeto de amenazas y/o persecuciones por motivos políticos, sociales o derivadas de conflictos armados, y que no pueden regresar por la persistencia de dichas amenazas” (Mbolela, 2011, p. 31). El estatus de refugiado, por otra parte, se solicita ante el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Mbolela (2011) asegura que para un africano subsahariano llegar al Magreb le puede tomar entre 17 y 21 meses, lo cual explica que en su caso haya tenido que pasar dos años antes de llegar a Marruecos (p. 30). En 2008, luego de cuatro años de lucha por su asilo, éste le fue concedido; en su país fue militante del partido Unión por la Democracia y el Progreso Social (UDPS) desde 1992. A raíz de una manifestación en la que participó en 2002 fue arrestado, pasó dos meses en prisión, pero logró huir. Ese fue el comienzo de su odisea migratoria. Sobre su condición como solicitante de asilo en Marruecos explica:

“La diferencia con los solicitantes de asilo radica en el hecho de que estos últimos han solicitado asilo y están a la espera de la decisión de las instancias competentes, en particular del ACNUR en el caso de Marruecos, donde el procedimiento de asilo es casi inexistente aunque haya un órgano dedicado a esta cuestión (la Oficina de Refugiados y Apátridas) dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación Internacional” (Mbolela, 2011, p. 31).

A pesar de ser un país tanto de tránsito como de destino, Marruecos viola reiteradamente los acuerdos migratorios, como Mbolela (2011) lo argumenta:

“Pero en Marruecos, pese a que los refugiados y solicitantes de asilo subsaharianos, que de hecho representan un número ínfimo en comparación con los demás migrantes, hayan sido reconocidos por el ACNUR, no se benefician de ninguna clase de protección jurídica por parte de las autoridades marroquíes, que se niegan a reconocer su presencia. Y es patente que esto se debe a su negativa a concederles la tarjeta de residencia y el documento de viaje, según lo previsto en la convención de Ginebra de 1951 sobre el Estatuto de los refugiados ratificada por Marruecos. A pesar de la firma del acuerdo relativo a la sede que tuvo lugar el 20 de julio de 2007 entre el ACNUR y el gobierno marroquí, este último no siempre acepta validar el estatus de refugiado que concede el ACNUR y, por consiguiente, deja a los refugiados en tal situación que no pueden beneficiarse de sus derechos, especialmente en materia de estancia legal, trabajo, acceso a los servicios públicos y libertad de circulación” (p. 31-32).

En cuanto a los emigrantes económicos, Mbolela (2011) aclara que, a diferencia de los otros, son migrantes voluntarios en tanto pueden regresar a sus países de origen, aunque fue la precaria situación económica que estos atraviesan la que los forzó a desplazarse (p.32). De todos modos, otra diferencia radica en que muchos de ellos poseen recursos financieros para realizar sus desplazamientos y vivir temporalmente en países de tránsito hasta alcanzar su destino, que en el caso africano suele ser Europa. De ahí que estos procesos y políticas migratorias hayan recibido el nombre de Euráfrica. Pero la diferencia más importante es que sí tuvieron tiempo de planificar su viaje. “Se sabe que el 80% de los migrantes que atraviesan el Mediterráneo lo hacen por cuestiones económicas, según lo señala el ministro de Relaciones Exteriores de Luxemburgo, Jean Asselborn” (Ospina, 2015, p. 167). Mbolela (2011) afirma que en el Magreb aún para los migrantes económicos las cosas no son precisamente menos difíciles:

“No obstante, el conjunto de los migrantes (refugiados, solicitantes de asilo y migrantes por motivos económicos) están hoy por hoy en la misma situación en Marruecos, e incluso en el conjunto de los países del Magreb, donde sufren la restricción de sus libertades y derechos fundamentales. Habiendo vivido en mis propias carnes tal situación, he de decir que no hay palabras para narrar con exactitud esa vida…” (p. 32).

Mbolela (2011) dice que esa vida indigna para los migrantes en un país como Marruecos está marcada específicamente por la carencia de alojamiento, una imposibilidad de acceso a los servicios sanitarios, la desescolarización de los niños, la falta de trabajo y las continuas redadas que suelen terminar en expulsiones (pp. 33-37).

“Hay que señalar, por cierto, que cuando hay una redada, incluso los solicitantes de asilo y los refugiados reconocidos por el ACNUR son arrestados y expulsados. En la noche del 22 al 23 de diciembre de 2007, asistimos a una redada acompañada de la expulsión de más de 200 migrantes, entre los cuales había 73 refugiados y solicitantes de asilo reconocidos por el ACNUR” (Mbolela, 2011, p. 36).

Por otra parte, tanto la sociedad como los medios de comunicación marroquíes han construido una serie de estereotipos sobre los migrantes subsaharianos que, entre otras cosas, se usa para encubrir la problemática misma de la migración ilegal marroquí hacia Europa. De hecho, aquellos son percibidos como delincuentes, terroristas, traficantes de drogas, las mujeres como prostitutas y portadoras del VIH Sida, incluso como criminales implicados en casos de “limpieza étnica” que han huido de la justicia de sus países (Mbolela, 2011, p. 37). Y como ciudadanos que representan también una amenaza laboral para los propios marroquíes, cuando lo cierto es que tanto estos como los demás migrantes africanos coinciden en las mismas motivaciones para emigrar a Europa, básicamente en las económicas.

“Así pues, podría decirse que los migrantes subsaharianos, aunque se hayan sumado a las vías de paso inauguradas muchos años antes por los marroquíes, que emigran por los mismos motivos que ellos, sirven ahora de cabeza de turco para enmascarar la realidad de la llamada emigración clandestina de marroquíes” (Mbolela, 2011, p. 37-38).

De ahí que la constitución de varias asociaciones de migrantes subsaharianos, que activistas como Mbolela han liderado, constituye la alternativa más seria en la defensa de los derechos de los emigrantes africanos ante los países magrebíes de tránsito y destino, como ante los de la UE a los que mayormente se dirigen. Justamente, en 2005, el activista congoleño conformó la ARCOM, en un momento coyuntural en el que no había en Marruecos ninguna asociación que trabajara por los derechos de migrantes, refugiados y solicitantes de asilo.

“Mis motivaciones fueron sobre todo las redadas y la expulsión de refugiados y de solicitantes de asilo que se llevaban a cabo en las grandes ciudades de Marruecos, especialmente en Rabat, rodeadas de un silencio absoluto. Por entonces, la gran mayoría de los solicitantes de asilo eran congoleños. Las demás comunidades vivían con el temor de salir, incluso para ir a la oficina del ACNUR; es el caso de los marfileños que huyeron de la guerra que asolaba su país. Además, los migrantes no se relacionaban con otras comunidades, había desconfianza entre ellos” (Mbolela, 2011, p. 39).

Una vez creada la ARCOM Mbolela se mantuvo muy activo organizando y participando en distintos eventos que buscaban despertar una conciencia tanto en los propios migrantes como en la sociedad marroquí. Él destaca, por ejemplo,

“la sentada organizada el 19 de septiembre de 2005 frente a la oficina del ACNUR para denunciar la expulsión de refugiados y solicitantes de asilo subsaharianos arrestados durante la redada de la noche del 16 al 17 de septiembre de 2005 y forzar al responsable del ACNUR en aquel momento a romper su silencio y tomar medidas para el regreso a Rabat de los expulsados. Hay que añadir que esa manifestación, que fue cubierta por una periodista española, fue la primera en Marruecos y marcó el principio del compromiso y la concienciación de los refugiados y solicitantes de asilo con la defensa de sus derechos” (Mbolela, 2011, p. 39).

La asociación también ha desarrollado actividades intelectuales y artísticas que incluyen, por ejemplo, conferencias, música y teatro, con el fin de cambiar la imagen negativa que los marroquíes tienen del emigrante subsahariano (Mbolela, 2011, p.39). Emmanuel Mbolela continúa su lucha por los derechos y libertades de los migrantes subsaharianos desde Holanda, donde cuenta con asilo político. Es conferencista internacional sobre el tema y también está vinculado a la red Afrique Euro Interact, que aglutina asociaciones holandesas, alemanas y malienses (Bustos, Orozco y Witte, 2011, p. 223).

Emmanuel Mbolela. Foto: Goran BaSic / NZZ

Una de las mayores dificultades con las que tropiezan tanto los activistas como Mbolela y los gobiernos implicados en la problemática de la migración internacional es, justamente, su práctica ilegal, esto es, las redes de trata de personas con fines migratorios, que tiene en el caso del Magreb y en el de México dos de los mayores focos a nivel mundial. Gloria-Inés Ospina (2015), investigadora española y coordinadora de migraciones en la Unidad de Investigación sobre Seguridad y Cooperación (UNISCI), lo explica así:

“Esto hasta la fecha de hoy no parece haber sido entendido por los “pasadores de inmigración irregular hacia la Unión Europea”, puesto que son los que alientan y se lucran con este tipo de migrantes, aprovechando circunstancias como la falta de trabajo, la inseguridad, las perspectivas futuras inciertas, la ambición de algunos por ser ricos, y la competencia entre madres de clanes familiares por conseguir que sus hijos tengan éxito en la UE. Todos estos factores cuasi domésticos se entrelazan con situaciones de desesperación por persecución política, étnica o religiosa y con situaciones de conflicto. Circunstancias penosas que son aprovechadas por los traficantes de personas que se lucran con la desgracia ajena, porque son los que conocen bien las perspectivas de salida, las rutas, los ‘pasajes’ que cobran a precios exorbitantes, las fechas más convenientes para la travesía, y también los que se aprovechan y abusan de esta migración indocumentada” (p. 153).

El drama centroamericano y mexicano

Una situación similar es la que se vive en Centroamérica y México, que son regiones en las que operan redes de tránsito ilegal de migrantes con destino a Estados Unidos, cuyo trayecto suele volverse una odisea, cuando no una experiencia humillante, traumática y trágica por las condiciones de barbarie absoluta en que se realiza y, en tantos casos, se frustra. Debido a los problemas de desempleo, inseguridad, violencia e inestabilidad política que sufren países como El Salvador, Honduras, Nicaragua, Guatemala y México, sin contar con países suramericanos en los cuales por las mismas circunstancias millares de sus ciudadanos también tienen el objetivo de migrar a los Estados Unidos recurriendo a los denominados “coyoteros”, se ha generado un negocio con el cual se lucran no sólo tales redes sino bandas delincuenciales como la de los Zetas, en el caso mexicano, una de las más temibles y sanguinarias, además de las propias autoridades, como la policía migratoria, que medran también en uno de los negocios ilegales más redituables hoy por hoy. Esas bandas secuestran a los migrantes que caen en sus manos, los despojan de sus recursos, los torturan (muchas veces mutilando partes de sus cuerpos) y piden rescates económicos a sus familiares. En algunos casos los captores buscan reclutar por la fuerza a los hombres que consideren aptos para engrosar las filas de sus escuadrones criminales, muchos de los cuales están al servicio de los carteles mexicanos de la droga. En el peor de los casos son asesinados, como ocurrió en agosto de 2010 con la masacre de 72 migrantes centroamericanos en San Fernando, en el Estado de Tamaulipas.

“La condición de vulnerabilidad por la falta de garantías de derechos humanos en el país de origen se agrava durante el tránsito por México debido a dos factores. El primero de ellos es la invisibilidad o clandestinidad en la que las personas migrantes se ven obligadas a transitar: el enfoque de control de la política migratoria impide que quienes necesitan cruzar México lo puedan hacer de forma documentada, lo cual los obliga a viajar de manera irregular por los caminos más peligrosos del país. El segundo factor es el contexto de violencia actual del país, que ha permitido que se cometan con impunidad graves violaciones a derechos humanos en contra de esta población, sin que ni siquiera la denuncia pública y ante instancias internacionales haya hecho nada para detener los abusos. Esta situación ha traído como consecuencia que el secuestro a personas migrantes se perpetúe como una práctica generalizada a lo largo de toda la ruta migratoria” (CMS y Centroprodh, 2011, pp. 5-6).

La Casa del Migrante de Saltillo (CMS) es una de las ONG mexicanas que trabaja por los derechos de los migrantes, recopilando y divulgando los testimonios de las víctimas de la migración ilegal y denunciando la crisis humanitaria que ésta ha generado en el país y en buena parte de Centroamérica. El siguiente testimonio dado por el hondureño Marcos López (como se citó en CMS y Centroprodh, 2011) que al momento de relatar su historia en 2010 tenía 22 años, ilustra lo denigrante que puede ser para los migrantes centroamericanos, o de otras latitudes, el tránsito por México hacia Estados Unidos:

“Ya puestos dentro de la camioneta nos seguían amenazando, nos pedían los teléfonos de nuestra familia, jugaban con las pistolas, apuntándonos en la cabeza y cortando cartucho. Todos estábamos muy nerviosos, las mujeres lloraban mucho y les gritaban para que se callaran. En el tiempo que estuve encerrado nos desnudaron en varias ocasiones, aproximadamente ocho veces. […] Yo sentí mucha lástima por ellas, porque realmente las trataron mal y a todas las abusaron. Yo me hice amigo de una muchacha hondureña, muy bonita, como de dieciséis años. A ella la usaban todos los días; una vez le pasaron todos los secuestradores, eran unos catorce hombres, terminaba uno y la mandaba que se bañara y seguía el otro. La muchacha hablaba poco y a mí me daba coraje lo que le hacían, ni un animal se merece tremendo abuso. […] Yo había regresado de Estados Unidos, traía una cadena y un reloj de oro, que le gustaron al jefe. Él me dijo que se los diera y con eso ya podría salir. Yo le dije que también me llevaría a la muchacha hondureña conmigo, porque ella no tenía ayuda, y él aceptó. A los otros secuestradores no les gustó esa idea, así que antes de dejarme salir me golpearon mucho, me dieron cada uno un tablazo, en total catorce tablazos. También a la muchacha la golpearon y nos dijeron que nos lo merecíamos por no pagar” (p. 28-29).

Otro migrante, Julio César Criollo (como se citó en CMS y Centroprodh, 2011), salvadoreño de 21 años por entonces, casado y con dos hijos, narra su caso y la dimensión de esta crisis humanitaria:

“Ésta es la primera vez que intento cruzar a los Estados Unidos, porque en mi país hay poco trabajo. Yo era albañil, pero como no encontraba trabajo, pues decidí ir al norte. Todo iba muy bien, sólo sufría un poco por los peligros de la selva, el frío y el hambre. Llegué junto con un grupo de 30 migrantes a Coatzacoalcos, en Veracruz. Ahí, sin sospecharlo, ya nos esperaban los Zetas. […] Ahí había dos camionetas, una a cada lado del tren; éstas tenían lonas y unas tablas, para que no se viera que ahí íbamos. A mí me subieron en la que era color blanco. Nos dijeron que nos subiéramos, que ellos nos iban a llevar a Veracruz, que no nos preocupáramos de la Migra, porque ellos la conocían bien. […] La camioneta se paró en un retén de policía, los oficiales revisaron la camioneta, abrieron la lona y nos vieron ahí a los 30 migrantes y no hicieron nada. Yo creo que estaban vendidos con los Zetas. […] Como yo no tengo familia en Estados Unidos me pusieron en un cuarto junto a otros veinte migrantes que tampoco tenían ayuda. En otros cuartos fueron separando a quien sí tenía familia allá arriba. Éramos muchos secuestrados, como unos 80. A mí me tuvieron un día y medio. […] Nosotros no hablamos, les dijimos que no teníamos familia y que era la primera vez que pasábamos. Entonces, decidieron soltarnos. […] Yo pienso que nos soltaron porque ya tenían a más migrantes secuestrados, y pues ya necesitaban dejarnos ir para que desocupáramos el cuarto en el que estábamos, porque cada vez llevaban a más y más migrantes. Son una mafia bien organizada que tiene contacto con los maquinistas y con policías” (pp. 38-40).

De otro lado está el problema de los migrantes que lograron obtener una visa de trabajo en Estados Unidos para labores de alto riesgo, como por ejemplo las H-2 A y H-2 B, que son para trabajos agrícolas y no agrícolas, respectivamente (CDM, p. 1). Contratados por un bajo salario para el alto riesgo que corren, muchos sufren accidentes de trabajo y tienen dificultades para recibir las indemnizaciones que les corresponden, con lo cual se han visto perjudicados tanto física como económicamente. Miles de mexicanos, con o sin documentos, llegan cada año a Estados Unidos a trabajar en esas injustas condiciones. En el siguiente testimonio se da cuenta de los riesgos laborales que supone la migración de este tipo:

“Mi nombre es Juan y soy de una comunidad de Veracruz. Cada año casi tres mil personas de mi comunidad y de otras comunidades cercanas migramos a los Estados Unidos para trabajar en empleos de bajos salarios. En el 2011 fui contratado con una visa H-2B para trabajar para una compañía de ferias en New Hampshire alrededor de ocho meses. En México la situación de vida es muy difícil y el sueldo que uno puede ganar es muy bajo y no es suficiente para mantener a la familia. Por eso decidí irme a trabajar a Estados Unidos. Para llegar a mi trabajo tuve que pagar al reclutador de mi comunidad 5.000 pesos. Para cubrir el costo pedí dinero a mi familia y tardé hasta tres meses y medio para poder pagar mi deuda. En Estados Unidos, trabajaba alrededor de 105 horas a la semana montando las ferias, armando y desarmando juegos, operando los rides, limpiando el espacio para después movernos al siguiente poblado y volver a  comenzar. Recibía un pago semanal fijo de $354 dólares. El patrón nos descontaba cada semana $25 dólares como una garantía para cubrir cualquier daño que pudiéramos causar  a  la  casa  a  pesar  de  las pésimas condiciones de la vivienda. Durante los primeros tres meses tuve que dividir mi salario entre el pago de mi deuda en México, el envío de dinero a mi familia y el costo para mantenerme en los Estados Unidos. El dinero que enviaba a mi familia no era suficiente para su sustento. A los cinco meses de estar trabajando, junto con otros cinco compañeros, estábamos quitando un anuncio grande y una pieza de metal del anuncio se rompió y cayó en mi ojo izquierdo. Dado que la compañía no nos proporcionó equipamiento de seguridad como lentes, botas, guantes, etc., yo no contaba con ninguna protección en ese momento. Mi patrón me llevó al hospital y me tuvieron que operar la córnea. El doctor que me atendió me dijo que tenía que estar seis semanas en reposo para permitir que mi ojo se recuperara. Después de mi operación, tuve que quedarme en Estados Unidos para mi recuperación y viví en las trailers que el patrón tenía para los empleados. A los quince días de mi operación, el manager me pidió que le ayudara a mover unos objetos muy pesados, a pesar de las indicaciones del doctor y de que yo le dije que no podía. Al día siguiente de mover las cosas sentí mucho dolor en mi ojo y tuve que regresar al hospital donde me dijeron que la incisión en mi ojo se había vuelto a abrir y tuvieron que operarme nuevamente. Me tuve que quedar en Estados Unidos hasta que el doctor me diera de alta y pudiera regresar a México. Durante este tiempo mi contrato de trabajo terminó y me enviaron a Texas hasta que me recuperara. Durante el tiempo que estuve en Texas, sin posibilidad de regresar a México ni de trabajar, la compañía solamente me daba entre 100 y 150 dólares a la semana. Durante este tiempo mi familia no contaba con un ingreso fijo. El doctor que me atendió en Estados Unidos me dijo que cuando regresara a trabajar en el 2012 debía ir a una revisión médica. Sin embargo, la compañía no me contrató en el 2012 porque dijeron que ya no era apto para desempeñar mi trabajo y porque había sido muy exigente durante mi recuperación. Hasta la fecha mi ojo aún me genera molestias y en ocasiones veo flashes de luz, como si me estuvieran tomando una foto. No he podido ir a mi cita de revisión. Me acerqué al CDM para que me ayudara en la recuperación de mis derechos y afortunadamente tuve éxito” (como se citó en CDM, 2013, pp. 1-2).

No fue igual en el caso de otro trabajador mexicano, Ricardo (como se citó en CDM, 2013), que migró ilegalmente y sufrió el accidente que relata a continuación:

“Trabajé en Estados Unidos sin documentos mezclando cerámica hasta que en el 2010 me accidenté. Estaba trabajando en la máquina para mezclar la cerámica cuando observé que el compartimento por el cual sale la cerámica cuando ya está mezclada estaba abierto. Para evitar que la cerámica se derramara, intenté cerrar el compartimento y en ese momento la máquina me agarró mi mano y me la arrancó desde la muñeca. Estuve en Estados Unidos durante 5 meses recibiendo atención médica y apoyo económico por salarios perdidos de parte de la compañía de seguros. Algunos familiares en Estados Unidos me ofrecieron apoyo con el hospedaje y mi alimentación mientras me recuperaba. El dinero que recibía era suficiente para mantenerme en Estados Unidos y enviar dinero a mi familia en México. Aunque me resultaba difícil recuperarme lejos de mi familia y me deprimí mucho por haber perdido mi mano, porque ahora me resultaría más difícil trabajar. Por ello, decidí regresar a México. Cuando tomé la decisión lo consulté con la compañía de seguros para asegurarme de que no habría problema y de que podría continuar recibiendo mi compensación y el dinero que me correspondía relacionado al accidente. Me dijeron que no habría problema. En Diciembre de 2010 estaba de regreso con mi familia en México. Después de varios meses de no recibir mi dinero, me informaron que no era posible enviarme mis cheques a México y que tendría que regresar a Estados Unidos para cobrar el dinero. Desde entonces no he podido recuperar mi dinero. Ahora, un bufete de abogados me está ayudando en colaboración con CDM. Sin embargo, me ha resultado muy difícil conseguir la visa humanitaria y mis abogados me han dicho que si no voy a Estados Unidos, no podré recuperar mi dinero, ni continuar recibiendo mi compensación. Ahora pienso que de haber sabido que iba a tener tanto problema, mejor me hubiera quedado en Estados Unidos aunque tuviera que estar lejos de mi familia. Ahora no tengo trabajo. No puedo trabajar por las heridas que sufrí y los patrones en México contratan a otras personas. Esto está afectando mucho a mi familia porque tenemos mucha necesidad. Lamentablemente quien más sufre en estas situaciones es la familia. Espero poder continuar con mi caso y que todo resulte favorable para mí y los míos, porque en realidad lo necesitamos. Me siento mejor que antes; he recibido mucho apoyo solidario de organizaciones, familiares, amigos en la comunidad y tengo esperanza de que todo salga bien. Ojalá si pueda llegar a Estados Unidos con el apoyo del CDM y de mis abogados y que pueda recuperar lo que por ley me corresponde” (p. 3).

El Centro de los Derechos del Migrante, Inc. (CDM) es una es una ONG transnacional que cuenta con oficinas en México (Ciudad de México, Juxtlahuaca y Oaxaca) y en EE.UU. (Baltimore, Maryland); trabaja por los derechos de los trabajadores mexicanos con visas temporales en EE.UU. Según esta organización, los procesos migratorios de los ciudadanos mexicanos que acceden a esa clase de visados (flujos que se endurecieron con las políticas del gobierno de Donald Trump), adolecen de una serie de irregularidades y violaciones a los derechos laborales.

“Empleadores, reclutadores y sus agentes cobran cuotas ilegales y no reembolsan los gastos de visa, viaje y otros gastos relacionados con el reclutamiento incurridos por los trabajadores. A pesar de la prohibición del cobro de cuotas de contratación tanto en la legislación de los EE.UU. como en la de México, es una práctica recurrente que los reclutadores cobren por sus servicios” (CDM, s.f., p. 4).

La migración a España

Después de ser un país emisor de migrantes, que al final de la guerra civil en 1939 condujo a medio millón de españoles al exilio en Europa y el norte de África, y que a partir de 1959 forzó la salida de aproximadamente dos millones de ciudadanos con destino a los países más industrializados de Europa durante la llamada emigración económica (Santos, 2003, www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmcbc3v4), España pasó a ser receptor de flujos migratorios, particularmente desde la década de 1990, como lo sostienen Cerrutti y Maguid (2011, p. 11). De hecho y pese a la crisis económica de 2008, figura en el décimo lugar entre las naciones con mayor número de inmigrantes en el mundo (bbc.com, 2017). Los flujos migratorios que recibía España hasta 2011 provenían de África, sobre todo de Marruecos; de Europa del Este; de América Latina (Argentina, Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú); y de la misma Europa occidental, sobresaliendo, también en cantidad, el Reino Unido (Cerrutti y Maguid, 2011, p. 11). Para los sudamericanos, en efecto, España pasó a ser el principal destino alternativo, al menos hasta el estallido de la crisis económica en 2008 (Cerrutti y Maguid, 2011, p. 11).

El caso de los colombianos es de destacar si se tiene en cuenta el prolongado conflicto armado interno que ha sufrido el país desde los años sesenta a raíz del surgimiento de las organizaciones subversivas. A esta problemática se debe añadir el narcotráfico y el paramilitarismo, dos actividades ilegales que, actuando a veces por separado y otras tantas en colaboración, intensificaron un conflicto político en el cual la población civil ha sido la más afectada. Es así como la guerra de guerrillas, por un lado, la violencia generada por el narcotráfico, por otro, y la que siguen ocasionando los grupos paramilitares al servicio de ganaderos, empresarios, políticos y narcotraficantes, provocó una escalada de la violencia en el país. Esta degradada situación ha hecho que Colombia figure desde hace muchos años entre los países con el mayor índice de desplazamiento forzado interno en el mundo, incluso que encabece este deshonroso listado según los datos reportados por ACNUR para 2020: 8,3 millones de desplazados. Un tercer factor, común a la mayoría de intenciones migratorias a nivel internacional, son las necesidades económicas, tanto individuales como familiares. Y un cuarto factor es la búsqueda de una mejor calidad de vida mediante la residencia en el exterior, lo que implica que si bien algunos futuros migrantes no están desempleados o tienen alguna ocupación laboral, sí desean mejorar su situación financiera y ven en ese proyecto la forma de hacerlo porque consideran que su país ya no les puede ofrecer oportunidades en ese sentido. Muchos lo hacen, por ejemplo, para ahorrar y comprar luego una casa en su país.

El testimonio que viene a continuación corresponde a una mujer que se identifica con el seudónimo de “Soñadora” (Murillo Muñoz, 2009), economista de profesión, de 42 años al momento de relatar su experiencia en 2007. Estaba separada, tenía dos hijos, a la sazón de 26 y 24 años. Llegó a España en 2001, cuando hubo un importante flujo de colombianos a ese país, y se residenció en Madrid. Su hija mayor no pudo instalarse en España y emigró a Estados Unidos. Por la notable calidad y extensión del relato, transcribo las partes que me han parecido más relevantes para la comprensión de los sinsabores y beneficios de la inmigración en España.

“En Colombia vivía sola con mis hijos. Teníamos un negocio familiar. Yo no tenía pareja desde que me separé hace dieciséis (16) años. Solo salía de rumba a veces con mis amigos y amigas hasta que hace poco más de seis años, mi hija se me fue para Estados Unidos por un tiempo y mi hijo embarazó la novia; eso fue casi simultáneo. Él se fue a vivir con ella por lo que yo quedé sola en ese momento. Me sentía terriblemente sola pues no estaba preparada para quedarme sin ellos de la noche a la mañana. Para colmo el negocio no andaba muy bien. Teníamos un socio y el socio quería vender su parte. Se complicó la vida y decidí venirme. Si bien había problemas económicos, la principal razón para el viaje no fue la económica; fue la soledad. Yo tenía unas amigas que vivían en España y fueron de visita a Colombia; como me querían mucho, quisieron llevarme con ellas. Yo acepté viajar pero solo una temporada. Quedarme a vivir aquí jamás estuvo en mis planes. […] Yo tenía una idea dándome vueltas en la cabeza y era hacer labor con niños, que me encanta; siempre me ha fascinado. Buscando esto, llegué a una entidad que trabajaba con niños de personas inmigrantes de varios continentes. […] Cuando llegué al centro de inmigrantes, me ofrecí como voluntaria, pero me dijeron que primero tenía que estudiar allí y me quedé estudiando. Estudié lo que en Colombia llamamos el bachillerato, que acá lo llaman la ESO –secundaria–. Al año presenté los exámenes, que no son fáciles por que la secundaria de aquí es dura y los gané. Yo siento que los españoles valoran mucho el estudio. En el centro me consiguieron una carrera de administrativo, pero es como una tecnología… de muy buen nivel. Lo superé en año y medio y entonces ayudo en el centro, apoyando la labor con los inmigrantes; es que aquí las cosas son fregadas y antes de dejar que uno ayude lo prueban con el estudio. También trabajé con una señora española por un período de medio año o un poco menos. Yo le cuidaba un niño, pero ella no quería a los inmigrantes y era una situación muy desagradable porque solo me hablaba cuando quería enrostrarme lo que hacían los colombianos u otros inmigrantes. Cuando había noticias de televisión relacionadas con drogas, con violencia, con problemas creados por inmigrantes en España, la señora me decía ‘mira lo que hace tu gente… ves como crean problemas… todos son iguales’. Ella me amenazaba por todo y por nada. Y siempre sacándome en cara que yo era inmigrante ilegal. Hay quienes creen que por esa razón uno tiene que aguantarse todo. Pero con la primera pareja que trabajé sí fue muy bueno los primeros años. Se compartía bastante; era magnifico. Muy interesados en mí… en mis cosas; muy flexibles, realmente era tratada como alguien de la familia. Me contaban sus cosas. Pero después empezó a generarse distancia y la situación ya no es igual. […] Me sigue gustando mucho el baile y voy de vez en cuando; es muy ocasional, porque la forma en que más me recreo, es organizando reuniones de comida con mis amistades inmigrantes, en especial los del centro. Hacemos reuniones de celebración de los cumpleaños de los asiduos al centro de inmigrantes. Mi rutina de fin de semana de todas maneras es irme al centro a ayudar. Voy los sábados en la tarde y los domingos. En los últimos meses nos estamos reuniendo cada ocho días los integrantes de la directiva de la asociación que impulsé para ayudar a niños de mi ciudad. Hicimos los estatutos y diseñamos una estrategia para canalizar ayudas para mis niños en Colombia. Los españoles nos han soltado a los latinos y a los colombianos después del 11 de marzo de 2004; después de la bomba de Atocha. Agarraron a los musulmanes. El prejuicio es más sutil ahora con nosotros. Escucho con frecuencia conversaciones en los autobuses refiriéndose a los inmigrantes: ‘Se quieren apoderar de nuestro país’, dicen unos… otros dicen: ‘Se les dan cosas y quieren más’. … muchos colombianos les contestan: ‘pero ustedes fueron los primeros que se fueron a robar a nuestro país’… eso los ofende, pero hay otros que lo aceptan. Reconocen que ellos fueron un país emigrante […] Hay un señor que me molesta porque parqueo el carro en el parqueadero, que es compartido… donde queda el centro de inmigrantes. […] La coordinadora del centro defiende mi derecho y le discute. Yo lo sigo parqueando porque tengo derecho; según él, esto no es para extranjeros… se refiere a… se refiere a sudacas, como nos llaman muchos… a subsaharianos, magrebíes, a rumanos, búlgaros, ucranianos; no se refieren a ingleses, alemanes, gringos; esos no son extranjeros para ellos. […] Nos enseñamos a un dinero, que entra… que gastamos…que ya tenemos comprometido… solo viviendo aquí podemos… si en Colombia me ganara siquiera un millón al mes… un millón doscientos… algo así. Es que con menos de un millón es muy difícil vivir en Colombia y yo que estudié mi carrera y sin un trabajo estable… me tocó lo del negocio […] No tengo a nadie en España… pareja no hay. No busco… me desilusiono fácil. Me valoro mucho. No sé… no tengo vida sexual… no… no se trata de que haya renunciado definitivamente, pero no forma parte de mis preocupaciones principales […] Yo sí tengo amigos españoles, pero son menos cercanos. Es que ellos son así y yo sencillamente me amoldo. Las relaciones que los españoles establecen no son tan estrechas… es su manera. Con ellos se tienen buenas relaciones, pero se comparte mucho menos. Con los colombianos tengo buenas relaciones, pero… muchos colombianos pisotean al que no tiene papeles, se aprovechan de eso… de la necesidad de la gente. También eso lo hacen otros latinoamericanos…, los ecuatorianos por ejemplo, se aprovechan de los suyos, si están sin papeles. Yo me inclino mucho por tratar de despertar sentimientos de solidaridad en otros compatriotas o en inmigrantes de Latinoamérica… de que ayuden a los niños; a veces me responden que estoy loca. Hay otros que lo admiran. Escaso el que apoya, excepto el círculo que frecuenta el centro de inmigrantes, allí todos respetan lo que hago, incluyendo la gente que viene de otros países; con todos me llevo muy bien. […] No he logrado ahorrar nada. Mi ahorro es enviar para los pagos de la matrícula de los niños que apadrino. También pago mis deudas; las del carro que compré, aprovechando que me lo dieron muy barato, una señora amiga, y la deuda que adquirí para traerme a mi hija y a mi nietecito. Fue un intento fallido ya que los devolvieron del aeropuerto y solo me quedó la deuda. Es una deuda grande. Gano mil cien (1.100) euros, entre los dos trabajos. Los gasto además de pagar las deudas, enviando la ayuda a mi hijo, pues mi hija gracias a Dios, ya tiene trabajo en Estados Unidos, y también a mi mamá. Claro que ellos son muy considerados y me dicen “mamá… tranquila que nosotros nos arreglamos”, pero uno no es capaz. Muchos meses lo envío todo […] Añoro demasiado a mi país. Es mi tierra […] nuestros gobiernos deberían ponerse a pensar que han desbaratado hogares por cantidades. Los que se vienen dejando una pareja en Colombia, están un tiempo así y luego se consiguen otra pareja acá; la soledad es un asunto muy difícil. Están los que han hipotecado casas. Conozco también varios casos en los que personas que se han traído a la pareja y cuando esta, ya está viviendo acá, se van a vivir con la otra que se consiguieron… eso es la destrucción de la familia. A mí no me gusta de los colombianos es el egoísmo. Parece que no les importa su país; ni lo que pase con su gente; ‘yo vengo es a trabajar para mi familia y para mí’, me dicen, cuando les hablo de ayudar a los niños necesitados. Quieren conseguir dinero para su propio beneficio y ya. Muchos quieren tener casa aquí y quedarse; ese es un proyecto de vida único. Los inmigrantes no aprovechan las oportunidades de estudiar que les ofrecen aquí. Eso ocurre especialmente en los jóvenes, cuando la familia se los trae. Cuando entran a un colegio, sufren por el prejuicio de sus compañeros y no quieren ya estudiar. Las mujeres quieren tener pareja española, pero como los hombres de aquí son “guarros” y no son cariñosos, se desilusionan y entonces eso no les funciona. Lo más positivo que yo veo en los colombianos es el aseo personal. En conjunto somos más aseados que casi todos los que uno se encuentra aquí. Otra característica positiva es que somos muy vivaces para los negocios; tenemos un espíritu empresarial muy fuerte que se expresa de muchas maneras; los colombianos acá nos destacamos por ser muy buenos trabajadores; nos lo reconocen. Además, somos bastante cálidos: estas cosas nos dan […] prestigio. No sé hasta donde pudo haber valido la pena, salir de Colombia; tal vez no. Tal vez no emigraría de nuevo” (pp. 46-52).

Conclusiones

Históricamente, los flujos migratorios han obedecido a factores ambientales, económicos, sociales y políticos: desastres naturales, búsqueda de recursos, conquistas, colonizaciones, expulsiones, guerras, persecuciones políticas, estudios académicos, necesidades laborales. Las actuales dinámicas socioeconómicas de un mundo globalizado promueven y en muchos casos fuerzan a personas y comunidades a emigrar.

Uno de los flujos migratorios más conocidos a través de la historia es el del pueblo judío, que en el siglo XX sufrió el episodio más grave de antisemitismo: la persecución nazi y el holocausto. Los relatos de la niña judía Ana Frank quedaron como uno de los testimonios de la barbarie nazi, así como de la migración en circunstancias en las que a una colectividad se le niegan sus derechos en un país de acogida y se ve forzada a rehacer su vida en otros países, logrando a veces una mayor prosperidad económica, al menos durante un tiempo. Sin embargo, una vez conformado el Estado de Israel en 1948 se iniciaron flujos de miles de judíos hacia lo que había sido la región de Palestina, que hacia 1961 contaba ya con una población judía de 1,2 millones (Hobsbawm, 1998, p. 59), aun cuando desde años anteriores a 1948 ya se habían dado los primeros asentamientos, muchos de ellos por la fuerza, esto es, empleando métodos violentos para desplazar a sus antiguos habitantes, que eran comunidades árabes. De este modo el territorio queda dividido entre una porción israelí y otra palestina, de acuerdo con una participación realizada por la ONU después de la Segunda Guerra Mundial, con la promesa de crear un estado palestino libre y soberano, lo que hasta el día de hoy sigue siendo un espejismo, pues desde su nacimiento como Estado Israel puso en marcha una brutal colonización, apoderándose de muchas zonas que no le habían sido adjudicadas. Este prolongado conflicto israelí-palestino ha generado múltiples flujos de población palestina hacia países vecinos como también hacia otros continentes, mientras que al Estado de Israel siguen llegando judíos de todo el mundo.

La región de África del Norte conocida como el Magreb ha sido desde el decenio 2000-2010 uno de los mayores escenarios migratorios del mundo, toda vez que en ella se presentan los flujos tanto de origen como de destino y de tránsito migratorios. Marruecos es el país que concentra los mayores flujos debido a su cercanía con Europa, pero su política migratoria en los tres casos presenta anomalías, sobre todo en la práctica, debido a la corrupción administrativa, el irrespeto flagrante a los derechos de los migrantes y su incapacidad para combatir eficazmente a las mafias, a los llamados “pasantes”, como ocurre en México con las redes ilegales que ofrecen sus servicios a personas desesperadas e incautas, manteniendo un contubernio con las autoridades policiales y migratorias y con las bandas criminales de secuestradores. Por ello los casos expuestos -un activista político congolés demandante de asilo, cuyo tránsito por Marruecos se vuelve interminable y degradante, que finalmente obtiene asilo en Holanda, continuando su lucha por los derechos de los refugiados; centroamericanos que testimonian la extrema crueldad del secuestro de migrantes; mexicanos que emigran a EE.UU. en condiciones legales e ilegales a desarrollar trabajos de alto riesgo y ven cómo sus derechos son vulnerados- muestran cómo se ha agudizado la problemática de la migración contemporánea para los ciudadanos procedentes de países que son llamados subdesarrollados, como los de África subsahariana y algunos de Centroamérica y Sudamérica, o en vías de desarrollo, como lo serían México y Colombia desde ese discurso del desarrollo. Aquí es preciso tener en cuenta, como decía el economista chileno Manfred Max-Neef, que lo que se entiende por desarrollo suele confundirse con crecimiento económico, puesto que el desarrollo no depende ni necesaria ni exclusivamente del crecimiento, al menos no de un alto crecimiento económico (Max-Neef, 2008).

Finalmente, el caso de una migrante colombiana que prefirió omitir su nombre propuso una visión integral de lo que ha significado España como el principal destino alternativo para los sudamericanos durante el decenio 2000-2010; integral por cuanto analiza tanto las motivaciones económicas y psicosociales como sus efectos, de un modo que bien puede ejemplificar las circunstancias comunes en las migraciones de índole económica.

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