La medida adecuada: empieza por ti mismo y respeta la Tierra

POR LEONARDO BOFF

Los cambios y la historia misma no se hacen mecánicamente. Siempre ocurren dentro de condicionamientos pasados ​​y presentes. Pero nunca eximen la actuación de sujetos históricos que hacen uso de su libertad y toman posiciones. Son ellos, insertos en un determinado contexto, los que hacen historia. Lo mismo vale para el rescate de la justa medida tan urgente para los tiempos que corren.

La justa medida está presente en toda la ética mundial. El verdadero humanismo sólo tiene lugar si se basa en la moderación, en el camino del medio y en la justa medida.

¿Por dónde empezar?

Empieza contigo mismo. Fundamentales son los cambios personales, las llamadas revoluciones moleculares que marcan el primer paso en cualquier proceso de transformación. Esto sólo será efectivo si la persona está dispuesta a operarlos en su propia vida. Al respecto, debemos ser concretos: el exceso de marketing hace que la gente se deje seducir por el consumo y pierda la justa medida; el exceso de selfies denota narcisismo; el tiempo dedicado a viajar por pura curiosidad a través de programas de internet y otros por el estilo son demostraciones de falta de justa medida. Rehenes de la virtualidad, nos negamos el sabor del encuentro y la amistad. El papa Francisco bien observó en la encíclica Todos los hermanos y hermanas: “Los medios digitales nos privan de gestos físicos, expresiones faciales, silencios, lenguaje corporal e incluso perfume, temblor de manos, rubor, transpiración” (n.43).

Tales medios nos hacen cercanos, pero no hermanos. Los principios de la física cuántica y la nueva cosmogénesis son ver toda la realidad, incluida la materia, como formas de energía en diferentes grados de densidad y siempre en redes de relaciones. Según este entendimiento, nada existe fuera de las relaciones, ningún acto realizado por la persona queda retenido en ella, la energía que emite circula por todas las redes, fortaleciéndolas y acelerando así la construcción de la Casa Común.

De ahí deriva el hecho de que ningún acto humano se reduce a lo personal sino que implica siempre lo social y lo global porque estamos permanentemente conectados con ellos. Veamos algunas expresiones de esta dimensión de la justa medida  en el ámbito personal.

En primer lugar, cada persona debe al menos conocerse a sí misma, sus impulsos, sus energías internas, ya sean positivas o negativas. Hay personas que, por naturaleza, son más impulsivas y dadas a perder la justa medida. Hay otros, por naturaleza, más pacíficos y ante situaciones conflictivas no pierden la justa medida.

Mantener la justa medida en estos casos representa un acto sapiencial: sabe cuándo hablar y cuándo callar; aprende a dominar tus impulsos y piensa y repiensa antes de actuar. Otros conscientemente hacen un esfuerzo significativo para contenerse y mantener la medida correcta. Revela así madurez y capacidad de autocontrol.

También podríamos identificar la justa medida en el ámbito del ejercicio del poder, en la conducta de una comunidad, en el liderazgo político e incluso en los choques de ideas.

Rehacer el contrato natural con la Tierra

Como partícipes de la naturaleza y con capacidad de intervenir en ella, se hace una referencia importante al Contrato Natural entre la Tierra y la Humanidad. Este contrato se da y no se hace. Cuando existimos recibimos de la Madre Tierra todo lo que necesitamos, el suelo, el aire, el agua, toda clase de alimentos, los climas favorables a la vida, en una palabra, todos los componentes que permiten que la vida subsista y se reproduzca. Como en todo contrato, siempre hay una contraparte: cada uno debe cumplir con su parte.

Inicialmente, los humanos vivían el contrato natural sin tener que pensar en ello. La Madre Tierra les ofreció los medios de vida en abundancia. La Madre Tierra fue amada, celosamente respetada y cuidada en sus ritmos naturales.

Esto se hizo de manera ejemplar bajo el matriarcado hace al menos 20.000 años. Las mujeres sintieron una especial co-naturalidad con la Madre Tierra, pues ambas generaban vida.

Pasaron los tiempos y el hombre-masculinizado, acumuló poder e impuso su voluntad y sus propósitos. Dominó a las mujeres y, junto con ellas, subyugó también a la naturaleza. Lentamente, pero cada vez más, el Contrato Natural se fue rompiendo. Se perdió la Matriz Relacional, esa relación sagrada de todos con todos. El ser humano se sentía dueño de la naturaleza y no parte de ella.

La Tierra ya no era vista como una Madre generosa, sino como una “cosa extensa” sin finalidad, como un granero lleno de recursos, disponibles al capricho de los hombres.

En los tiempos actuales el Contrato Natural estaba totalmente roto al punto que la Tierra sintió la gravedad de esta ruptura por los desórdenes naturales que comenzaban a manifestarse. Los humanos, según todo el contrato, dejaron de cuidar a la Madre Tierra, sus biomas, sus bosques, sus aguas y sus suelos. Antes, la atacaron.

La actual alarma meteorológica planetaria es una de las expresiones sepulcrales del Contrato Natural. Hoy más que nunca urge rehacer el Contrato Natural. Esto implica de nuestra parte un sentimiento de respeto, cuidado, sinergia y el establecimiento de un vínculo afectivo con la Tierra y todos sus elementos. Aquí emerge el valor eminente de la justa medida, del autocontrol de nuestro impulso de poseer cada vez más, de respetar la identidad de cada ser y también sus derechos intrínsecos.

Si no restablecemos los términos justos de este Contrato Natural y lo articulamos con el Contrato Social, (el que regula la sociedad) en vano aplicaremos la ciencia y la técnica para recuperar los daños ya perpetrados. Lo decisivo es establecer un vínculo afectivo con la Tierra y tratarla como Madre Tierra, Magna Mater, Pacha Mama y Gaia. Sólo la medida adecuada y la sinergia entre ambas magnitudes abrirán una ventana a un futuro esperanzador.