La geopolítica del 5G se estrena con Huawei: la guerra del siglo XXI

POR CARLOS SÁNCHEZ /

No es una guerra comercial, es tecnológica. La ‘operación Huawei’ esconde la lucha por el control de las cadenas globales de valor a través de la tecnología de última generación.

“Ningún país ha hecho más esfuerzos que China en el despliegue de la red 5G, hasta el punto de que lo ha convertido en una prioridad absoluta para su política tecnológica después de haber fracasado en la implantación del 3G y el 4G”. En estos términos se expresaba un reciente informe del ‘think tank’ Eurasia Group, en el que se recuerda una verdad incómoda para EEUU.

El despliegue de la red de última generación y los ingentes fondos destinados a la inteligencia artificial forman parte del estratégico programa Made in China 2025, con el que las autoridades de Pekín quieren ampliar la presencia de sus empresas en las cadenas globales de valor (CGV), para lo que necesitan la tecnología 5G, que es la conectividad del futuro gracias a su increíble velocidad, y que vendrá a ser como la autopista por la que deberán circular las empresas. Quien maneje el peaje, ganará la partida. Con razón decía el ministro español de Relaciones Exteriores,  Josep Borrell que la escalada de la tensión entre China y EEUU no es una guerra comercial, sino una guerra tecnológica.

Es decir, China ya no quiere ser solo la fábrica del mundo, sino que, y debido al elevado grado de integración de sus empresas en las cadenas de valor del planeta, ha asumido un indiscutible papel de ‘hub’ comercial mundial, desarrollando, como sostiene un artículo analítico del Banco de España, «tareas de ensamblaje, empaquetado y exportación de productos finales, lo que supone un elevado contenido importador de sus exportaciones”. Nada menos que un 29,4% del valor de las exportaciones brutas totales de China correspondía a valor añadido extranjero. Es decir, sus ventas al exterior dependen cada vez más de sus proveedores extranjeros, lo que supone un grado de integración en el comercio mundial impensable hace pocos años. Desde luego, desde que en 2001 ingresó en la OMC (Organización Mundial de Comercio).

Lo que está en juego, por lo tanto, es la presencia de China —embarcada en su 13º Plan Quinquenal— en las cadenas globales de valor a través de la tecnología. En este caso concreto, a través de la industria global de semiconductores o procesadores y módems, dominado por empresas como Intel o Qualcomm, y nada indica que esté perdiendo una guerra llena de escaramuzas para ver quién se lleva la mejor tajada en el fragmentado comercio mundial de bienes y servicios, en el que el gigante asiático juega con ventaja. Mientras que una muralla invisible impide la entrada de Facebook, Google o YouTube en su territorio (algo que puede explicar el movimiento de Trump), sus grandes corporaciones campan a sus anchas por todo el planeta.

De la gran fábrica al gran mercado

Pero no es fácil castigar a China. Entre otras cosas, porque si se golpea al gigante asiático, que representa el 37% de las exportaciones mundiales de productos relacionados con las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC), en realidad, y dada su integración en el comercio mundial, también se asesta un duro golpe a empresas estadounidenses y europeas que dependen de China para vender sus mercancías en el mundo. No en vano, las autoridades chinas hablan ya sin tapujos a través de sus redes informativas de que su país es ya —gracias a sus 1.400 millones de habitantes— el mercado del mundo, no solo la gran fábrica.

Esta es la fortaleza de Pekin y lo que preocupa, precisamente, a los estrategas de Washington, que ya no ven a China solo como un rival comercial que vende más barato gracias a sus costes más bajos, sino como una pieza esencial en el complejo engranaje comercial mundial, en el que los componentes de un coche, por ejemplo, cruzan hasta 20 fronteras antes de llegar al concesionario. Y lo mismo sucede con el iPhone, la joya de la corona de EEUU en cuanto a distribución mundial.

Se trata de un proceso imparable de integración económica mundial que ha dado acceso a China a tecnología punta, que es lo que ahora, esgrimiendo razones de seguridad nacional —un concepto que lo abarca casi todo— pretende frenar la Administración Trump levantando un muro virtual, no físico, como el que quiere construir en la frontera con México.

Tres etapas

Esa es, en realidad, la cadena global de valor que más teme Washington, y la que se pretende romper con la ‘operación Huawei’, que va mucho más allá que un castigo. Lo que se dirime con su futura inclusión en la ‘lista negra’ de Washington (hasta ahora es una mera declaración ejecutiva) es el papel de China en el comercio mundial en las próximas décadas. El Made in China, de hecho, tiene tres fases. El objetivo para 2025 es haber reducido la diferencia tecnológica con los países más avanzados (ya el año próximo, China será el país que más invierta en I+D+i); para 2035, se trata de haber fortalecido la posición, mientras que en 2045, Pekín pretende liderar la innovación mundial.

La nueva estrategia de Washington respecto de China, sin embargo, es probable que haya llegado demasiado tarde. Entre otras cosas, porque el grado de interrelación entre ambos países es ya tan intenso que cualquier acción unilateral —como la emprendida por Trump— daña, en realidad, a las dos partes del conflicto. Ya le pasó a EEUU con México, el país con más tratados comerciales del mundo, y es que la nación azteca se ha convertido en una auténtica plataforma comercial para vender en todo el mundo, lo que explica que hasta el propio Trump tuviera que comerse sus palabras de cuando era candidato. Al final, se ha visto obligado a firmar una simple actualización del Tratado de Libre Comercio (TLC) con Canadá y México.

Y es que, para más inri, China tiene una presencia hegemónica en el mercado de las tierras raras, indispensables para los suministros globales de teléfonos móviles. No es casualidad, como ha destacado el ‘New York Times’, que el pasado 20 de mayo, Xi Jinpingse dejara fotografiar en un territorio de tierras raras. Todo un aviso para navegantes.

La experiencia de México ha demostrado que un país puede no ser vanguardia en nada, pero sí un jugador excepcional en la cadena global de valor gracias a su enorme internacionalización. La cara B es que un constipado en algunos países avanzados puede convertirse en una pulmonía en otros, como sucedió cuando entró en crisis la industria del automóvil de EEUU, que arrastró a Liberia —a miles de kilómetros—, que vio cómo se hundía su mercado de caucho para fabricar neumáticos.

Todos pierden

De hecho, como han recordado algunos analistas, la emergente clase media china es un mercado enorme para compañías como Boeing, Apple o Nike. No en vano, las dos economías más grandes del mundo son, además, sus respectivos socios comerciales más importantes. El intercambio comercial ascendió a nada menos que 700.000 millones de dólares (unos 625.000 millones de euros) en 2018, mientras que China es el principal acreedor extranjero de bonos del Tesoro de EEUU: 1,1 billones de dólares. La ‘operación Huawei¡, en todo caso, es un hito más en el proceso de desglobalización paulatina que vive el mundo, y que se manifiesta ya en la imposición de aranceles, que ha supuesto ya un mordisco de 357.000 millones de euros (la tercera parte del PIB de España).

Es decir, el planeta se asoma de nuevo al mundo bipolar de la guerra fría, pero ahora por causas tecnológicas. Geopolítica en estado puro. El viejo Tucídides tenía razón. Esparta tenía motivos para preocuparse del ascenso de Atenas.

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