
POR JAVIER ORTEGA /
A pesar de ser la economía una ciencia, la corriente liberal neoclásica, predominante en la actualidad, ha abjurado a un principio científico básico: el someter sus postulados a observación empírica para ver si funcionan o no. Son dogmáticos y no se preocupan por la comprobación causa-efecto. Dan por “naturales de la creación” a hechos que son en realidad surgidos de una construcción política intencionada. Los neoclásicos no se preguntan cuál es el origen del valor en la economía. Lo dan por supuesto y a partir de allí usan como una revelación sagrada a la “libre” oferta y demanda, para reducir todo a axiomas infantiles.
El objetivo de los capitalistas es acumular valor de manera infinita. Pero chocan con los problemas de que la productividad material tiene límites. También tiene límites la población que puede comprar los bienes producidos. Y también tiene límites el tiempo necesario para fabricar esos bienes. Para salvarle al capitalista estos escollos de la vida real (y que puedan seguir acumulando indefinidamente) se inventó al capitalismo financiero. El fetichismo de la mercancía material rompe aquí sus cadenas que lo atan a la realidad, y el capital comienza a reproducirse en el mundo virtual.
Veamos unos números:
Amazon vale 9 veces lo que vale Ford, y la virtual Facebook el triple de lo que vale la fierrera Volkswagen. Uber siempre dio pérdidas millonarias desde que se creó, pero tuvieron que pasar 10 años para que el mercado “se diera cuenta”. Los bancos “planeros” de Estados Unidos recibieron 5 billones de dólares de subsidios de su gobierno en reconocimiento a su hazaña de la crisis subprime (un esquema Ponzi inmobiliario) que ellos mismos inventaron.
Señores, bienvenidos al mundo del valor ficticio. Los neoliberales encolerizarán diciendo que los valores los fijan oferta y demanda y las expectativas racionales de las personas, y que no hay derecho ni a juzgar ni a meterse con las libertades de la gente para elegir lo que quiere. Pero un día llega la covid-19 (sin pedirle permiso ni a Friedman ni a Hayek) y Nueva York, la ciudad más rica del mundo, no puede ni proveerles barbijos a sus médicos. ¡Señores, bienvenidos a la revancha del mundo real!
Pero para apocalipsis, ya nos alcanza con prender la TV y ver qué pasa en el mundo con la pandemia. La Gran Manzana hasta parece presa de un castigo bíblico. El “toro atacante” de bronce de Wall Street no está para embestir como en mejores tiempos.