Israel: la larga y cuidadosa transformación de Palestina en un gueto

La escalada de violencia entre israelíes y palestinos deja decenas de muertos en la franja de Gaza.

POR GILBERTO LOPES /

Robert Fisk murió en octubre pasado. ¿Qué diría hoy de esta nueva masacre contra el pueblo palestino? Quien escribe esta nota hubiese querido conocerlo. Hacía un periodismo que era la envidia de cualquier profesional con experiencia en escenarios de conflictos. Hablaba desde el terreno.

Dos años antes de morir, Fisk nos contaba una historia. En realidad, una vieja historia: Reencuentro con una familia palestina, 25 años después de que les arrebataran su tierra”. La publicó el 8 de octubre del 2018.

Hace un cuarto de siglo –decía– “presencié cómo Israel arrebataba su tierra a la familia palestina Khatib. Junto a un director de cine británico, filmamos las excavadoras derribando el muro de la huerta y la casa de Mohamed y Saida Khatib y de su hijo Suleiman, arrasando su campo de olivos, higueras, albaricoqueros y almendros, pegado al viejo gallinero de Saida”.

–Es mío; fue de mi padre y del padre de mi padre, me dijo entonces el anciano discapacitado Mohamed. “¿Qué se supone que debo hacer?”, me preguntó.

No podía hacer nada. “Quizás esa sea la razón por la cual, a medida que pasaban los años y la colonia judía de Pisgat Ze’ev se expandía hacia el valle árabe de Hizme, preferí no regresar al asentamiento que rodeaba el hogar y la tierra de la familia palestina”, dijo Fisk.

Robert Fisk

“Hicimos lo que pudimos. El periodismo es una profesión transitoria. Tenía por delante otras guerras por cubrir”.

–Mi padre solía traer el agua en burro desde la aldea de Hizme –ya viste todos los árboles que teníamos–… pero no podemos luchar contra un Estado como Israel. Se supone que tiene leyes y tribunales, pero son para su propio beneficio, no para defender los intereses de otros, le decía a Fisk, 25 años después, el hijo de Mohamed. “Me duele verlo así ahora, en este estado”, le dijo Suleiman. Los colonos israelíes viven ahì “con todo lujo sobre las ruinas de otras personas. No conocen nuestra historia, no saben lo que había antes aquí. Es una historia triste. Cuando demolieron nuestra casa, deberían haber tenido en cuenta nuestros sentimientos, nuestra humanidad. Aplanaron el terreno, como si no tuviera árboles, muros, nada”.

Fisk concluye: –Los palestinos seguirán luchando por su tierra, aunque el mundo no les preste atención. Probablemente es cierto. Israel no podría robar tierras palestinas sin el apoyo de Estados Unidos y la apatía de Europa. Me temo que es cierto. Mientras la ocupación continúe, no habrá paz.

Cercado por todas partes

Tenía razón. El muro que cerca (y expropia) las tierras palestinas ya estaba casi pronto. Se habla poco (o nada), de ese muro, que les hace la vida imposible y que le ha servido a Banksy para ilustrar algunas de escenas hermosas sobre la libertad, creando la ilusión de que más allá del muro podría florecer la vida.

La llamada barrera de separación o de seguridad erigida por Israel a partir de 2005 discurre a lo largo de 700 kilómetros, en gran parte por la Línea Verde que servía de frontera hasta hace 50 años con Cisjordania, dice Juan Carlos Sáenz, en un atículo publicado en el periódico español El País el 5 de junio de 2017.

El muro de la infamia. Israel completó a través de un muro el cerco a Cisjordania.

“Su serpenteante recorrido penetra en más de un 10% del suelo cisjordano en beneficio territorial de Israel, por ello el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya lo declaró ilegal en 2004”.

Tres días antes Sáenz habia publicado otro artículo: “El vía crucis del cáncer en Gaza”. Una dramática historia de quienes padecen de cáncer sin que puedan recibir atención médica por las condiciones de aislamiento impuestas por Israel a los palestinos en la franja de Gaza.

En el actual Gobierno israelí, “considerado como el más derechista en la historia del Estado hebreo, está sobrerrepresentada la influencia de los 600 mil colonos judíos de Jerusalén Este y Cisjordania, que suponen un 7% de la población”, agregó.

El desprecio sistemático de la legislación internacional sin que esto tenga un costo solo es posible si se cuenta con el respaldo de Washington, que no solo le ha asegurado a Israel la impunidad, sino que financia su desarrollo militar. Aun el gobierno Obama, cuyas relaciones fueron, a ratos, tensas con Israel, le concedió 38 mil millones de dólares en ayuda militar durante la próxima década. Algo parecido ocurre con Europa. Ya Trump se alineó completamente con la ocupación del territorio palestino.

Pero nada asegura que esa impunidad no tendrá consecuencias.

En estos días, el senador Bernie Sanders pidió al gobierno norteamericano revisar los cerca de cuatro mil millones de dólares anuales que otorga en ayuda militar a Israel. “Es ilegal que la ayuda norteamericana apoye la violación de los derechos humanos”, publicó en su cuenta de Twitter.

Imposible olvidar la historia de cuando tropas norteamericanas tomaron el campo de muerte que los nazis habían instalado en Ohrdruf, una pequeña localidad en el centro de Alemania, unos 300 km al suroeste de Berlín.

Ante el horror encontrado allí, el general Eisenhower, comandante supremo aliado en el frente de Europa occidental, llevó a sus tropas a visitar el campo y obligó a los ciudadanos del lugar a enterrar a los muertos y limpiar el lugar. Cuentan las historias que el general Bradley obligó también al burgermeister de la ciudad y a su mujer a visitarlo. Cuando volvieron a casa, ambos se suicidaron.

Quizás algún día el mundo se verá obligado a mirar a Palestina.

Demolición planificada

Annelies Keuleers, periodista belga que vivía en la localidad de Ramallah, en Cisjordania, contaba en la página Elecronic Intifada las tensiones vividas en el valle del Jordán en noviembre del 2018.

Con la atención enfocada en la demolición planificada de la aldea de Khan al-Ahmar (a unos 30 km al sur este de Ramallah) otras áreas del valle del Jordán habían caído fuera del radar de los medios, afirma Keuleers.

Sin embargo, “la consolidación de Israel sobre el valle del Jordán continúa a ritmo acelerado”. Keuleers se refería a la demolición de las estructuras palestinas por el ejército israelí, hacía tan solo un mes, en las comunidades de al-Hadidiya (una comunidad de 112 aldeanos ganaderos) y en el área de al-Musafa al este de la aldea de Jiftlik, unos 70 kilómetros al norte de Ramallah.

En al-Hadidiya, en el norte del valle del Jordán, las excavadoras llegaron la mañana del 11 de octubre, dejando a Omar Arif Bisharat y a ocho familiares, entre ellos cinco niños, sin hogar”, relata. Vivían en chozas y carpas de chapa metálica debido a la falta de permisos de construcción y sin autorización para conectarse a la red eléctrica o de suministro de agua. “Incluso acceder al pueblo se ha convertido en un gran reto”, asegura Keuleers.

En todo caso, la demolición de Khan al-Ahmar sigue en la agenda israelí, pese a la reacción internacional en contra. Ubicada cerca de la estrategica Ruta 1, que conecta Jerusalén del este con el valle del Jordán, Khan al-Ahmar está también ubicada cerca del asentamiento ilegal de Kfar Adumim. Si el proyecto continúa dividiría Cisjordanía, obligando a los palestinos a  hacer un aún más largo desvío para moverse de una comunidad a otra, mientras se amplían los asentamientos judíos ilegales.

La hora de la verdad

“Han transcurrido más de dos decenios desde que en octubre de 1991 se celebrara en Madrid y en Washington, la Conferencia de Paz para Oriente Medio y se pusieran en marcha las negociaciones directas entre la OLP y el gobierno de Israel en lo que se ha venido en llamar el Proceso de Oslo”, recordaba Isaías Barreñada, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid, en un artículo publicado en el anuario 2014-2015 del Centro de Educación e Investigación para la Paz (CEIPAZ).

Barreñada hace una cuidadosa revisión de ese proceso, comenzando por el fracaso de la Cumbre de Camp David II, en julio de 2000. Era el final del gobierno de Bill Clinton. Israel presentó ahí su oferta, inaceptable para los palestinos: anexión de parte de Cisjordania, reparto de Jerusalén en base a criterios étnicos, tutela de la futura entidad palestina, no retorno de los refugiados palestinos.

Durante el gobierno de George Bush (2001-2009), Estados Unidos le dio a Israel “carta blanca para llevar a cabo sus políticas de hechos consumados, tomar medidas unilaterales (edificación del muro, retirada de Gaza, expropiaciones) que reconfiguraron los territorios ocupados y debilitaron la Autoridad Palestina”, dice Barreñada.

En la administración Obama, el secretario de Estado, John Kerry, intentó reactivar las negociaciones directas para un acuerdo final. Sin éxito, como sabemos. “Israel incumplió sus compromisos de liberar a un importante contingente de presos y cesar la actividad colonizadora, y fue introduciendo nuevas condiciones que hicieron imposible cualquier acuerdo”.

Al contrario, “las negociaciones fueron acompañadas de una aceleración de la colonización. Durante los nueve meses que duraron las conversaciones el gobierno aprobó la construcción de 14 mil nuevas viviendas en Cisjordania”. Mucho más que durante gobiernos anteriores.

El número de colonos se incrementó en 55 mil, los militares israelíes mataron a 61 palestinos e hirieron a 1.100. Otros 660 fueron víctimas de ataques de colonos judíos.

Ocupación militar ha brutalizado al ocupante

Barreñada recuerda la historia. Los mitos fundacionales con los que se creó el Estado de Israel, en su opinión, “ya no tienen nada que ver con la realidad. En el plano político, el país ha basculado radicalmente hacia posiciones conservadoras y nacionalistas”, aunque “el Estado de Israel ha contado en su seno con una minoría palestina, que tiene ciudadanía israelí y que actualmente alcanza casi el veinte por ciento de la población”.

Ya entonces –y eso solo ha hecho empeorar, desde entonces– más de la mitad de los diputados del Parlamento formaban parte del bloque colonialista, partidario de prolongar la ocupación.

La izquierda sionista –callada o inexistente– y la oposición democrática, habían sido reducidas “a los márgenes del sistema”. “Esta escena política, caracterizada por el protagonismo de la ultraderecha, que ha logrado secuestrar el discurso dominante, refleja la descomposición social y la deriva moral que domina el ambiente”, afirma el académico español.

“Se repite una situación de descomposición moral, característica de los últimos momentos de las sociedades coloniales, como ocurrió en Argelia o en Sudáfrica”. Más de cuatro décadas de ocupación militar han brutalizado al ocupante”, afirma.

El grueso de la sociedad, independientemente de su ideología, “sólo quiere preservar su bienestar material y sus privilegios, “aunque para ello sea necesaria la violencia”.

El operativo militar actual contra los palestinos no es más que una historia repetida, que solo revela su fracaso.

A finales de 2008 y en 2012 Israel había lanzado dos grandes operaciones en Gaza “que provocaron cuantiosas víctimas y destrucción material”. Otra más fue lanzada en el verano de 2014 que “ha resultado devastadora”.

En julio de 2014 –recuerda Barreñada– “Israel llevó a cabo una nueva operación militar de envergadura sobre Gaza. Su objetivo declarado fue acabar con los responsables de los ataques con cohetes y dar un golpe definitivo a Hamás para que interrumpiera el trasiego a través de los túneles que conectaban Gaza y Egipto”.

“La acción de la aviación y de los misiles israelíes, junto con las incursiones de unidades de soldados a pie, durante 50 días, dañaron gravemente varias localidades (Rafah, Khan Yunes, Beit Hanoun) y literalmente arrasaron otras (Al-Shejaiya, Khuza’a)”.

“Se alcanzaron niveles nunca vistos de destrucción de infraestructuras civiles vitales y de instalaciones sanitarias y educativas, incluidas las de la UNRWA”, el organismo de Naciones Unidas para los refugiados palestinos (al que, durante la administración Trump, Estados Unidos retiró todo su aporte).

Según fuentes palestinas murieron cerca de 2.200 personas durante esa incursión, de las cuales 516 eran menores. Hubo más de once mil heridos. Del lado israelí hubo cinco víctimas civiles y 66 soldados.

“La operación militar no solucionó nada, sólo empeoró la situación”, asegura Barreñada. “Desde entonces Israel no ha detenido la colonización, el gobierno ha continuado en su deriva radical, con exabruptos de ministros y provocaciones continuas”.

Gaza se ha convertido en una cárcel

Desde 2007 Gaza está sometida “a un aislamiento severo impuesto por Israel y Egipto, con la complicidad de comunidad internacional”. Este bloqueo, agrega Brarreñada, “ha tenido un impacto terrible sobre la población en materia de sanidad, acceso al agua potable y nutrición, provocando un número indefinido de víctimas mes a mes. Gaza se ha convertido en una cárcel, asegura. “En 2012, Naciones Unidas ya alertó que en tales condiciones, en 2020 y con más de dos millones de habitantes —la mitad de los cuales menores de 17 años—, Gaza sería un lugar invivible. Sin el levantamiento del bloqueo a Gaza por parte de Israel y Egipto la situación no cambiará sustancialmente”, afirma.

“El Gobierno israelí demuestra cotidianamente que no tiene por objetivo estratégico la paz, sino la continuación de sus políticas de hechos consumados”. La ampliación del muro que rodea el territorio palestino en Cisjordania, la constante ampliación de los asentamientos ilegales en territorio palestino y de las infraestructuras viarias de la colonización, se inscriben en esa dinámica que conduce a una anexión de facto de grandes partes de Cisjordania.

Barreñada insistía, ya entonces, en que la comunidad internacional debía asumir su obligación “de no dar ayuda o asistencia, ni encubrir ni tolerar la violación del Derecho Internacional por parte de Israel”.
“Tal como señalaba el Dictamen de la Corte Internacional de Justicia de 2004 –asegura– los estados parte tienen que hacer uso de los medios disponibles para forzar a Israel a detener sus prácticas ilegales e impedir el uso de la fuerza contra civiles”.

Hasta hoy –concluía Barreñada– “Israel se ha beneficiado de un trato de privilegio, reconociéndosele una supuesta excepcionalidad que se ha traducido en poder de veto e impunidad”, incluyendo no solo las resoluciones de la Corte Internacional de Justicia, sino también las regulaciones que buscan evitar la proliferación de armas nucleares, cuyos tratados Israel no ha firmado, lo que le ha permitido transformarse en la única potencia nuclear de Medio Oriente, sin que el tema sea incluido en el debate internacional.

Esto ha sido –en opinión de Barreñada– “la causa principal de la irresolución del conflicto”.

Si esto perdura –aseguró, hace ya más de un lustro–, “no solamente persistirá el conflicto, sino que Israel basculará definitivamente en un régimen racista”.