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En la década de los años 60 del siglo pasado surgió en Birmingham (Inglaterra) la corriente de los Estudios Culturales liderada por los cientistas sociales Raymond Williams, Richard Hoggart, Edward P. Thompson y el caribeño Stuart Hall, quienes a través de sus investigaciones se propusieron entender y explicar la articulación de las clases sociales y la práctica cultural, las relaciones con el poder y el influjo de los medios de comunicación en la sociedad.
En efecto, el filólogo y sociólogo británico Richard Hoggart funda en 1964 el llamado Centro de Estudios Culturales contemporáneos o CCCS (Centre for Contemporary Cultural Studies) en la Universidad de Birmingham. En 1968 lo sucede, Stuart Hall, quien estará al frente de la dirección del mencionado centro universitario hasta 1979.
Esta institución se ha destacado por su particular estudio en el análisis de una forma específica del proceso social, correspondiente a la atribución de sentido a la realidad, al desarrollo de una cultura, de prácticas sociales compartidas, de un área común de significados.
Bajo una óptica caribeña y latinoamericana, Hall con un estilo intelectual muy particular logra a través de su producción académica abordar temas de palpitante actualidad para América Latina que tienen que ver, entre otros, con la identidad, la raza y la etnicidad en contextos como los actuales marcados por el multiculturalismo, el postcolonialismo y la globalización neoliberal existente.
De ahí la importancia del esfuerzo editorial e investigativo de los profesores Eduardo Restrepo de la Universidad Javeriana de Bogotá, Colombia; Catherine Walsh de la Universidad Andina Simón Bolívar de Ecuador; y Víctor Vich del Instituto de Estudios Peruanos, quienes hicieron posible publicar bajo el sello Envión Editores una antología de los más destacados artículos y ensayos del sociólogo jamaiquino, quien se afincó en Londres desde 1951 hasta su fallecimiento en 2014.
Con el título Stuart Hall. Sin garantías: trayectorias y problemáticas en estudios culturales, el libro de acceso abierto constituye una excelente oportunidad intelectual para escarbar y conocer en detalle el pensamiento de un investigador del Caribe cuya contribución teórica enriquece el debate en torno de la reflexión social y cultural de América Latina
Introducción del libro
A continuación el texto de la Introducción a cargo de los editores de este trabajo bibliográfico.
Práctica crítica y vocación política: pertinencia de Stuart Hall en los estudios culturales latinoamericanos
El nombre de Stuart Hall se encuentra indisolublemente ligado al campo transdisciplinario de los estudios culturales. Además de ser una de sus figuras más destacadas, Hall ha hecho contribuciones teóricas muy importantes y se ha perfilado como uno de los pensadores más valiosos de nuestro tiempo. Sus aportes comprenden desde discusiones claves en la teoría social contemporánea (donde ha problematizado el esencialismo sin caer en posiciones postmodernistas) hasta complejas reconceptualizaciones sobre la identidad, la raza y la etnicidad en contextos como los actuales marcados por el multiculturalismo, el postcolonialismo y la globalización existente.
Nacido en Kingston, Jamaica, en 1932, Hall viajó en 1951 a Gran Bretaña para estudiar en Oxford y, aunque ya no regresó más a vivir en su país natal, su labor intelectual siempre ha estado marcada por su relación con el Caribe.
Hall ingresó como docente al Centro de Estudios Culturales Contemporáneos (CCCS) de la Universidad de Birmingham desde su fundación en 1964 y cuatro años después asumió la dirección hasta 1979 cuando fue designado como profesor de sociología en la Open University.
En aquellos años todavía no existía una disciplina que asumiese con seriedad el estudio de las formas y producciones culturales contemporáneos ni, menos aún, que tratara de comprender las estrechas relaciones entre lo cultural y lo político. De hecho, este énfasis en la importancia que tienen las relaciones de poder en la constitución de las prácticas significativas, es lo que dará origen a la tradición académica de los estudios culturales.
¿Qué ofrece, sin embargo, el pensamiento de Stuart Hall a nuestra tradición académica latinoamericana? ¿Por qué leer Hall desde América Latina? En principio queremos destacar cinco perspectivas. La primera tiene que ver con el serio cuestionamiento al eurocentrismo como marco único para el trabajo teórico. Como inmigrante jamaiquino, Hall ha subrayado siempre la manera en que sus raíces culturales son constitutivas del lugar desde donde piensa. Como hijo negro de un padre de clase media baja y de una madre cuyo referente era mucho más Inglaterra que la propia Jamaica, Hall vivió en carne y hueso el conflicto entre lo local e imperial en el contexto colonial: “Siendo preparado por la educación colonial, conocí Inglaterra desde adentro. Pero no soy y nunca será ‘inglés’. Conozco íntimamente los dos lugares, pero no soy completamente de ninguno […] De manera curiosa, la postcolonialidad me preparó para vivir en […] una relación diaspórica con la identidad” (Chen 1996a: 492).
Es entonces desde esta experiencia, vale decir, desde este lugar racializado y colonial, y desde las formaciones históricas constitutivas de ellos, que Hall ha producido sus ideas. Para Hall, en efecto, el olvido de la cuestión del colonialismo dentro de la teoría tradicional dejó por fuera la realidad del “Nuevo Mundo” como escena fundante del mundo moderno. Y por eso mismo su propuesta teórica siempre ha tratado de problematizar dicha elipsis y de reconocer que la teoría en general “es siempre un desvío hacia algo más interesante” (Hall 1991: 42).
Desde este marco, Hall sugiere un concepto de particular relevancia: “política de la ubicación” [politics of location] no para proponer que el pensamiento “[…] está necesariamente limitado y ensimismado por el lugar de dónde proviene”, sino para subrayar que siempre se encuentra moldeado por algún grado de posicionalidad (Hall 2007: 271). Dado que Hall es un pensador no esencialista, esta “política de la ubicación” no debe entenderse como un reduccionismo que establece una necesaria correspondencia entre ubicación (social, histórica, racial, sexual, etc.) y una epistemología, ideología o política.
La segunda perspectiva refiere a la importancia de las categorías de “raza” y “etnicidad” como bases en el análisis social. A partir de su uso en Gramsci, es muy interesante notar cómo Hall concibe esa interrelación:
[…] Subrayaría la aproximación no-reduccionista a las preguntas sobre la interrelación entre clase y raza. Este ha demostrado ser uno de los problemas teóricos más complejos y difíciles de tratar, y con frecuencia ha llevado a la adopción de una u otra posición extremista. O bien uno ‘privilegia’ la relación de clase subyacente, haciendo énfasis en que todas las fuerzas laborales étnica y racialmente diferenciadas están sujetas a las mismas relaciones de explotación dentro del capital; o uno enfatiza en el carácter central de las categorías y divisiones étnicas y raciales a expensas de la estructura fundamental de clases de la sociedad. Aunque estos dos extremos parecerían estar diametralmente opuestos, de hecho son inversos, reflejos de cada uno, en el sentido en que ambos se sienten impelidos a producir un principio determinante único y exclusivo de articulación —clase o raza— aun cuando no se pongan de acuerdo sobre cuál debiera tener el signo privilegiado (2005: 251).
Este debate toma particular importancia en el contexto latinoamericano donde, históricamente, la “lucha de clases” fue posicionada como el antagonismo primario, excluyendo de centralidad a las luchas ancestrales de los pueblos indígenas y afrodescendientes. Dicho de otra manera: al relegarlos al estatus de “campesinos” elevando así la cuestión de “clase” sobre cualquier otra, la izquierda tradicional colapsó la diferencia en una sola categoría homogeneizante. Y aunque los movimientos indígenas y afrodescendientes hoy cuestionan y rechazan esta imposición a favor de la articulación de clase, raza y etnicidad, aún persisten actitudes reduccionistas, incluyendo líderes de estos movimientos, que privilegian una de estas categorías sobre las otras.
Pero, como señala Hall, el asunto clave radica en la posibilidad de construir una política cultural que ocupe de manera positiva la diferencia “de los márgenes”. Una política que actúe hacia la transformación de discursos y prácticas y hacia la construcción de identidades no solamente enraizadas en las equivalencias negativas de racismo y colonización. Así (y desde Fanon) Hall argumenta por trabajar el “adentro” y “afuera” de la raza y de la etnicidad, para poner en tensión los sistemas de representación que fijan y naturalizan las diferencias y terminan por fortalecer las fronteras identitarias:
[…] una política [que] puede construirse con y a través de la diferencia, y ser capaz de construir esas formas de solidaridad e identificación que hacen que una lucha y resistencia común sea posible, y hacerlo sin suprimir la heterogeneidad real de los intereses y las identidades, y que pueda efectivamente dibujar las líneas de frontera política sin la cual la confrontación política es imposible, sin fijar esas fronteras eternamente (Hall 1996: 445).
Ahora bien, estas críticas nos conducen al tercer punto que queremos resaltar: todo ello no ha significado un simple abandono de la problemática marxista pues Hall sigue tomando muy en serio las implicaciones de esta perspectiva para intentar desarrollar una conceptualización materialista de la cultura que, sin embargo, no caiga en el reduccionismo económico. Podemos decir, en ese sentido, que Hall se moverá en el terreno definido por Marx a partir de tres opciones axiomáticas: la histórica, la materialista y la “voluntad de praxis”.
Frente a la primera, su planteamiento consiste en subrayar que los análisis no sólo deben dar cuenta de los procesos constituyentes de la realidad histórica sino también notar las especificidades que lo diferencian de otros momentos y épocas históricas. Esta historicidad del análisis es un rasgo fundamental de su trabajo que ha sido definido como “coyunturalista”.
A su vez, la opción materialista afirma que las condiciones materiales de existencia son fundamentales en las explicaciones de la vida social pero ellas no pueden continuar circunscribiéndose a “lo económico” como fueron presentadas por las lecturas dominantes del marxismo determinista. Sin duda, la especificidad de la labor intelectual de Stuart Hall está dada por una manera de enfrentar diferentes problemas teóricos evitando cualquier tipo de pensamiento reduccionista. Hall, en efecto, cuestiona tanto el economicismo de un marxismo ortodoxo como también a los reduccionismos textualistas o culturalistas del pensamiento postmoderno o de algunas vertientes del pensamiento postcolonial. El de Hall es un pensamiento muy heterodoxo que, por un lado, afirma la importancia de lo simbólico en la estructuración de la realidad social pero, por el otro lado, debate con quienes sostienen que, como la realidad social está constituida discursivamente, entonces lo único existente es el “discurso”.
Desde aquí, podríamos decir entonces que nos encontramos ante un pensamiento “complejo”: Hall comparte el planteamiento que afirma que la realidad está constituida discursivamente y argumenta que el discurso es un “hecho social” que, además de comportarse como una instancia mediadora, consigue efectos tan reales como cualquier otra práctica social. Sin embargo, no se trata tampoco de un puro “textualismo”, pues Hall ha subrayado cómo las condiciones materiales cuentan como una materialidad que nunca puede llegar a reducirse a los discursos o a la pura reflexividad que se imponga a la conciencia: “Las relaciones sociales existen. Hemos nacido en ellas. Tales relaciones existen independientemente de nuestra voluntad, son reales en su estructura y tendencia” (Hall 1985: 105).
Por tanto, el de Hall puede considerarse como un pensamiento “sin garantías”, vale decir, una forma de analizar la realidad social fuera de las estabilizaciones derivadas por los determinismos establecidos y sin las violencias epistémicas hechas en nombre de idealizaciones morales o políticas. En ese sentido, su método es el del “contextualismo radical” (Grossberg 2007), es decir, una opción que enfatiza la comprensión de las coyunturas. Se trata, en efecto, de un pensamiento historizante que muestra la contingencia del presente, en tanto la realidad pudo siempre haber adquirido otra forma, y porque subraya que siempre pude ser transformada.
Finalmente está la “voluntad de praxis”. Como ha sido subrayado desde el propio Marx, “praxis” es un concepto que hace referencia no sólo a lo indisoluble de la práctica política de la teoría, sino también a que la transformación del mundo debe ser el propósito de la producción teórica. Este concepto se expresa en la famosa tesis once de Feuerbach, escrita por Marx: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. Desde aquí y parafraseando a Grossberg (1997: 253), Hall encarna un estilo de trabajo que puede ser entendido como una forma de politizar la teoría y de teorizar lo político. La primera supone que el conocimiento tiene valor en tanto es impulsado por una voluntad de transformación del mundo y, a su vez, la teorización de lo político refiere a que el trabajo intelectual opte por comprender la actividad política en todas sus articulaciones y limitaciones. Por tanto, Hall reivindica el trabajo intelectual y teórico riguroso como una respuesta cada vez más necesaria ante el florecimiento del relativismo y del culturalismo en el capitalismo tardío.
La cuarta perspectiva es la que conecta los asuntos de multiculturalismo, comunidad y estado-nación. A centrar los estados-naciones en la problemática de la modernidad capitalista y la lógica del capital que opera a través de la diferencia, Hall pone en evidencia las contradicciones de nuestros tiempos:
[…] esta última fase de la globalización capitalista, con sus compresiones y reordenamientos brutales a través del tiempo y del espacio, no ha resultado necesariamente en la destrucción de aquellas estructuras específicas ni de los vínculos e identificaciones particularistas que conllevan las comunidades más localizadas a las que una modernidad homogeneizante supuestamente reemplazaría (Hall 1993: 353).
Para Hall, los estados-naciones nunca fueron solamente entidades políticas sino, además, formaciones simbólicas que produjeron una “idea” de la nación como una comunidad imaginada siempre bajo un presupuesto homogenizante (Hall 1993: 355). En ese sentido, al poner en escena las ambivalencias y fisuras de tal imaginación, la propuesta de Hall se vuelve muy pertinente no sólo en el marco de los actuales debates teóricos sino también frente a todo el conjunto de reformas constitucionales que, por ejemplo, han venido sucediéndose en nuestro continente.
Sus distinciones entre el término “multicultural” como adjetivo que “describe las características sociales y los problemas de gobernabilidad que confronta toda sociedad en la que coexisten comunidades culturales diferentes intentando desarrollar una vida en común y a la vez conservar algo de su identidad ‘original’”, y “multiculturalismo” entendido como “las estrategias y políticas adoptadas para gobernar o administrar los problemas de la diversidad y la multiplicidad en los que se ven envueltas las sociedades multiculturales” con su variedad de distinciones: conservador, liberal, pluralista, comercial, corporativa y crítica-radical (Hall 2000: 210), permiten observar la simultanea localidad y globalidad de los momentos actuales, y de las posturas, contestaciones, contradicciones, acciones y respuestas. A estos términos podemos añadir la “interculturalidad” que, desde Latinoamérica, viene jugando un papel importante en las conceptualizaciones, políticas y prácticas —desde “arriba” y desde “abajo”— en torno a comunidad, sociedad, estado y nación, destacando a la vez sus formulaciones tanto “funcionales” como “críticas”.
El interés de Hall con las ambivalencias, fisuras y los nacionalismos pequeños “ascendientes” enraizadas en “identidades sociales reales” (retomando la categoría de su colega Raymond Williams) y con las nuevas diásporas en formación, tiene una relevancia particular en América Latina ante los nuevos estados plurinacionales e interculturales y las inmigraciones, desplazamientos y dislocaciones que evidencian que estas “identidades sociales reales” no siempre son habitadas de la misma manera. Así, para Hall, “la capacidad de vivir con la diferencia será […] el asunto clave del siglo XXI” (Hall 1993: 361).
La última perspectiva refiere a la vocación política de los estudios culturales. Desde su formulación en Birmingham se trató de un proyecto dedicado a observar la articulación entre cultura y poder identificando tanto las formas de dominación como los procesos de lucha política asociados con la resistencia social:
Me devuelvo a la seriedad fatal del trabajo intelectual. Es un asunto fatalmente serio. Me regreso a la distinción critica entre trabajo intelectual y académico; se superponen, son adyacentes, se alimenta el uno del otro, el uno le suministra los medios al otro. Pero no son la misma cosa. Me devuelvo a la dificultad de instituir una práctica crítica y cultural genuina cuya intención es producir alguna especie de trabajo político intelectual orgánico que no trate de inscribirse en la metanarrativa paradigmática de conocimientos logrados dentro de las instituciones. Me devuelvo a la teoría y a la política, la política de la teoría. No la teoría como la voluntad de verdad sino la teoría como un conjunto de conocimientos disputados, localizados, coyunturales que tienen que debatirse en una forma dialógica. Sino también como práctica que siempre piensa acerca de sus intervenciones en un mundo en que haría alguna diferencia, en el que tendría algún efecto. Finalmente, una práctica que entienda la necesidad de modestia intelectual. Pienso que allí se encuentra toda la diferencia en el mundo entre entender la política del trabajo intelectual y substituir el trabajo intelectual por la política (Hall 1992: 286; énfasis agregado).
Hall sostiene que “la única teoría que vale la pena tener es aquella con la que uno tiene que luchar, no aquella de la que uno habla con una fluidez profunda” (1992: 280), y así abre una metodología reflexiva muy útil pues pone en consideración una serie de preguntas críticas: ¿qué teoría buscamos?, ¿de quién(es) y para quién(es)? y ¿cuál es la relación entre la opción teórica y las luchas sociales, culturales y epistémicas?
Podemos decir que en la actual coyuntura latinoamericana donde se han reinstalado las perspectivas disciplinares del saber, muchas de ellas ligadas a la globalización neoliberal, el borramiento eurocéntrico del lugar (incluyendo la importancia de las experiencias basadas-en-lugar), y la posición de “no involucramiento”, tales preguntas son realmente relevantes. Todo ello hace visible la reinstalación de una autoridad que pretende vigilar la teoría, la creciente distancia entre la academia y la sociedad, y la desmembración por concebir y posicionar el trabajo intelectual como práctica política.
Ante los actuales cambios impulsados por los movimientos sociales en América Latina las advertencias de Hall parecen aún más válidas. Aquí podemos destacar tres de sus posiciones claves. La primera: “los movimientos provocan momentos teóricos. Y las coyunturas históricas insisten sobre las teorías: son momentos reales en la evolución de la teoría” (Hall 1992: 283).
Desde ahí, Hall apunta la necesidad de pensar con los movimientos sociales y a teorizar desde la práctica, reconociendo la práctica misma de la teoría. Segundo: propone al trabajo teórico como “interrupción”, vale decir, la opción de desestabilizar y transgredir su sentido como “conocimiento logrado” y de reconstituirlo como el “ejercicio” —muchas veces incomodo— de confrontación, construcción y articulación política. Por tanto, su propuesta no es un anti-teoricismo y menos un descartar en nombre de la ‘práctica’, del ‘activismo’ o del relativismo culturalista la seriedad del trabajo intelectual.
Finalmente, Hall opta por un compromiso pedagógico-intelectual-político. ¿Qué pasa —se pregunta— cuando pensamos los estudios culturales no sólo desde la academia sino como un tipo de desafío, “como una pedagogía más popular”? (Hall 1996: 503). De hecho, Hall asume su labor intelectual mediante una actitud profundamente pedagógica. La relativa sencillez de sus palabras y el propósito que siempre manifiesta de hacerse entender son evidentes en su estilo y en el tono de su escritura. Se trata de un académico que construye sus argumentos mostrando no sólo la relevancia de los conceptos sino que al mismo tiempo es capaz de tomar distancia de ellos y muchas veces los cuestiona en sus puntos esenciales.
Para Hall, los estudios culturales no tienen orígenes simples; tienen múltiples historias, trayectorias y posiciones teóricas. Hoy en día representan una conglomeración de proyectos intelectuales con distintos legados históricos y con distintas temporalidades sociopolíticas. Tal diversidad se observa en América Latina desde la primera generación de estudios culturales asociada con Néstor García Canclini, Jesús Martín Barbero, Renato Ortiz y Beatriz Sarlo, entre otros. La generación actual se mueve, el día de hoy, al interior de una gran diversidad de opciones teóricas y compromisos políticos siendo, por ejemplo, la inflexión decolonial la que alimenta muchas perspectivas, mientras que en otros asimilan la teoría crítica en sus múltiples versiones.
Es la apuesta por una posicionalidad crítica y un afán de pensar y actuar con los márgenes —con “las voces, posiciones y experiencias negadas en las formaciones intelectuales y políticas dominantes” (Chen 1996b: 397)—, la opción que da la pauta para la conceptualización de los estudios culturales como campo de transformación no sólo sociopolítica sino también epistémica:
No es que hay una política inscrita en él; sino que hay algo en juego en los estudios culturales, de una forma que pienso y espero, que no es exactamente igual en muchas otras importantes prácticas intelectuales y críticas. Aquí uno registra la tensión entre una negativa a cerrar el campo, controlarlo y, al mismo tiempo, una determinación de tomar ciertas posiciones y argumentarlas. Esa es la tensión —el enfoque dialógico a la teoría— […] No creo que el conocimiento esté cerrado, pero sí considero que la política es imposible sin lo que he llamado “el cerramiento arbitrario”; sin lo que Homi Bhabha denominó la agencia social como un cerramiento arbitrario. Es decir, no entiendo una práctica cuyo objetivo sea cambiar el mundo, que no tenga algunos puntos diferentes o distinciones que reclamar, que realmente importen. Es cuestión de posicionalidades (Hall 1992: 278).
En conclusión: aunque toda su obra ha estado estructurada como un pensamiento destinado a revelar el funcionamiento del poder y las lógicas de la hegemonía, lejos se encuentra Hall de intentar construir un lugar “seguro” o un garante idealizado: ni la cultura popular por sí misma, ni las subalternidades racializadas han sido objeto de propuestas desproblematizadas en sus ensayos. En última instancia, Hall sostiene que la teoría debe dar cuenta de la complejidad de las coyunturas para generar intervenciones políticas mucho más adecuadas. La teoría importa en tanto activa el deseo de transformar el mundo.
En ese sentido, su obra es profundamente deconstructiva pero tal opción nunca lo deja en el vacío ni lo conduce a un relativismo desengañado. Antes bien, se trata de un pensamiento que intenta mirar la teoría desde los dos axiomas centrales que estructuran la realidad social: la sobredeterminación de la misma y el cambio permanente. Para Stuart Hall la realidad es un todo complejo y no hay un solo principio que pueda cerrarla orgánicamente.
Afirmar, por tanto, la preeminencia del cambio y de la sobredeterminación implica sostener la permanente crisis de la teoría. Se trata, así, de un autor que siempre está retando a los fundamentos teóricos pero que, sin embargo, intenta reconstruirlos desde los cambios que observa en el mundo contemporáneo.
Pensamos que la relevancia en América Latina de estos ensayos es enorme: ellos contribuirán a renovar el pensamiento teórico pero también a complejizarlo desde algunos de sus postulados básicos: la crítica al eurocentrismo, la radical opción transdisciplinaria, la profunda posición deconstrutivista, la apuesta por un pensamiento complejo y la necesidad de terminar posicionándose “sin garantías” ante lo que sucede. Ante el creciente interés que vienen despertando los estudios culturales en nuestra región nos ha parecido urgente contar con una compilación de sus principales escritos. Nos ha animado una opción compartida y un mismo interés de intervención pública. Estamos completamente seguros que este libro tendrá una importancia académica (y ojalá también política) en América Latina.
Los Editores.
Descarga del libro
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Stuart Hall. Sin garantías: trayectorias y problemáticas en estudios culturales