Ha llegado el tiempo de los “chalecos verdes”: la inoperante Cumbre contra al cambio climático de Katowice (Polonia)

POR JUAN BEHREND /

“Perder esta oportunidad en Katowice comprometería nuestra última y mejor oportunidad de detener el cambio climático que se halla fuera de control. No solo sería inmoral, sería suicida”. Lo declaró, sin andarse con vueltas, el portugués Antonio Guterres, Secretario General de Naciones Unidas, en la Cumbre climática que concluyó el 16 de diciembre en esa ciudad de Polonia.

Los delegados de los 197 países participantes en esta Conferencia, destinada a fijar las reglas de aplicación del Acuerdo de Paris de 2015 a fin de limitar el calentamiento global a menos de 2 grados y mantenerlo lo más cerca posible de 1.5 grados por encima de los niveles preindustriales, ¿estarán a la altura de los reclamos de Guterres y las expectativas de la población planetaria? ¿Es que los dirigentes políticos del mundo se han comportado de manera “moral” evitando “suicidar” el globo? ¿Respetaron las promesas del Acuerdo de Paris de 2015?

Salvo algún evento inesperado de último minuto, todo indica que los participantes, especialmente aquellos de los países con mayor responsabilidad de haber llevado el mundo a esta encrucijada climática, estuvieron lejos de su responsabilidad. No hay que ser un gran experto en el tema para afirmar sin temor a equivocación, que el cambio climático continuará a ritmo acelerado y que los objetivos intermedios indispensables que deben cumplirse hasta 2030 a fin de evitar que se superen los 2 grados, como vaticinan los científicos del GIEC, están lejos de ser cumplidos.

En tales condiciones es evidente que el recalentamiento global continuará provocando un desarreglo cada vez más impactante de nuestro hábitat: las capas de hielo de los polos continuaran derritiéndose con consecuencias catastróficas no solo para los osos polares y otras especies, sino también para el nivel de los océanos y el curso de las corrientes marinas, poniendo en peligro deltas, costas y ciudades enteras.

Las islas del Pacífico amenazadas por la elevación de la superficie del agua seguirán avanzando hacia su trágico fin. Las sequías, las inundaciones y los incendios continuarán aumentando su frecuencia e intensidad. Las cosechas serán más inestables. Los huracanes y tifones se multiplicarán volviéndose cada vez más violentos. Los glaciares se fundirán y pondrán en peligro el suministro de agua dulce en regiones altamente pobladas sobre todo en Asia, mientras que las sequías en África amenazan con multiplicarse. Los insectos y microorganismos portadores de enfermedades tropicales continuarán extendiendo su radio de acción. Se acelerará la desaparición de las barreras de corales debido a la creciente salinidad de las aguas de los océanos con graves consecuencias para la fauna y la flora marina. El deshielo de zonas con permafrost como Siberia y Canadá, pero también en áreas submarinas, traerá aparejado la liberación de cantidades cada vez más grandes de metano, provocando la aceleración del recalentamiento climático. La presión de los flujos migratorios debidos a fenómenos climáticos continuará aumentando, así como los conflictos, violencias y guerras derivados.

Con ello también se incrementará el volumen de recursos que se requiere para enfrentar estos desastres. Según la ONG alemana Greenwatch, los daños materiales causados por los desastres climáticos alcanzaron 375.000 millones de dólares el año pasado. Puerto Rico y la Republica Dominicana fueron devastados por el huracán María, que dejó más de 3.000 muertos a su paso. Haití, Filipinas, Siri Lanka y Pakistán, según este informe, “son golpeados con tanta frecuencia por desastres naturales que no tienen tiempo de recuperarse”. En el sudoeste asiático los monzones y con ello las inundaciones y los deslizamientos de tierra se repiten a un ritmo insoportable. Las lluvias torrenciales y tormentas se multiplican tras largos periodos de sequías.

Italia, Francia, Alemania, India, sufrieron en 2016 olas de bochornosos calores que dejaron una alta secuela de víctimas. La cantidad de muertes provocadas por las partículas finas emitidas por los motores a combustibles fósiles se cuentan de a decenas de miles. Cotejando los datos del FMI así como de ciertas compañías de seguro, el instituto estima que los daños materiales provocados por los desastres climáticos superaron largamente los 300.000 millones de dólares durante el año 2016. La próxima crisis económica bien puede tener su origen en estos enormes gastos capaces de poner en dificultades las finanzas de los estados, sobre todo de los más frágiles.

El Banco Mundial, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, Oxfam y otras instituciones se esfuerzan por calcular los costos de las inversiones necesarias para adaptarse a las nuevas condiciones y tratar de mitigar el impacto. Las cifras barajadas van de 50.000 millones a 100.000 millones de dólares por año para evitar las consecuencias inmediatas más graves. Estos cálculos, por cierto, no contemplan los cambios estructurales que las economías deberán afrontar para poner un freno al recalentamiento desenfrenado del clima. Tampoco contemplan las implicancias de un desplazamiento de población creciente previsto por el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) proveniente especialmente de las zonas costeras.

El informe Stern publicado en 2005 ya nos había prevenido acerca de las consecuencias del calentamiento del planeta. Según el mismo, las pérdidas del Producto Bruto mundial debidas al cambio climático representan un 5% anual. Ya entonces nos advertía que si tomamos en cuenta las consecuencias indirectas, estas pérdidas podrían llegar a un 20% del PB global. En cambio, según su detallado cálculo, con el 1% del PB anual se podrían afrontar las acciones requeridas para reducir las emisiones de gas invernadero necesarias para evitar el impacto mas grave de las mismas. Ya entonces exigía proceder con urgencia.

En este contexto, la actitud de los negacionistas o oportunistas frente al cambio climático como Trump, Bolsonaro, el gobierno conservador de Australia y naturalmente de países como Arabia Saudita, Irán y otros productores de petróleo y gas, incluido Rusia, son un signo de irresponsabilidad extrema. La negativa de estos países a aceptar que la resolución final de Katowice incluya un reconocimiento formal del informe del GIEG o IPCC y de condenar así la Cumbre a un fracaso es irresponsable y suicida. El apego de estos países a seguir como hasta ahora y comerciar combustibles fósiles a cualquier precio, que se suma a la complicidad de las grandes empresas petroleras que intentan bloquear todo cambio, constituye un menosprecio no solo para con las generaciones futuras sino para con las actuales. Como se puede apreciar por los países mencionados, hay una geopolítica de los fósiles y del clima, que atraviesa transversalmente a los conflictos ideológicos, hegemónicos, étnicos, económicos, entre otros.

Pero cuidado con imaginar que los países dispuestos a respetar los Acuerdos de Paris, a reconocer las recomendaciones del GIEC y a definir un manual o un conjunto de reglas sólidas y flexibles para implementar las decisiones adoptadas en 2015, cumplen con sus obligaciones. O que los países dispuestos a integrar la tan pomposamente denominada “Coalición de los países altamente ambiciosos” de la Unión Europea, y otros que no pertenecen a ella, respetan sus compromisos. A la reticencia de los países del Vicegrad (Polonia, Hungría, República Checa, Eslovaquia), se suma la falta de una voluntad política suficiente de parte de países como Alemania, Francia, Reino Unido y varios más. A la declaración –ciertamente positiva—de que la Unión Europea aspira a llegar a la neutralidad de las emisiones de dióxido de carbón en 2050, le falta los pasos concretos intermedios. Porque un detalle es evidente: para llegar a la neutralidad en 2050 la UE deberá reducir las emisiones de 55% de aquí a 2030. Objetivo del que aun se está bien lejos. Junto a Alemania y Francia hay muchos otros países incapaces de cumplir con las promesas efectuadas para 2020. Esperar una corrección suficientemente decidida y consecuente, salvo que intervengan situaciones inesperadas, resulta por lo menos una ingenuidad.

Mientras tanto las ayudas para los países del sur que dependen del Fondo para el ambiente global a fin de que puedan adaptarse a las consecuencias del cambio climático y mitigar su impacto, aumentando su resiliencia, a apenas un año del fatídico 2020 en el cual, según el Acuerdo de Paris, debería disponerse de la suma anual de 100.000 millones anuales, resultan más que insuficientes, a pesar de pequeños signos alentadores.

En el fondo la inercia del dejar todo como está sigue siendo muy grande. La creencia de que la transición ecológica es más cara que seguir como hasta aquí, aún es demasiado grande. Al menos en los despachos gubernamentales. La comprensión que las consecuencias del cambio climático afectan a los ciudadanos económicamente más vulnerables y acentúa la injusticia social, aún no es lo suficientemente grande. No está claro si a causa es la ceguera política, la hipocresía o simplemente la codicia y la complicidad con el statu quo. De allí que, más allá de algunos aspectos positivos que puedan salir de la Cumbre Climática de Katowice, en última instancia todo continuará estando en las manos de los ciudadanos y comunidades activas, que se movilizan por resistir y forzar los cambios estructurales imprescindibles para descarbonizar el planeta. En las manos de las ciudades de la red de ciudades sostenibles del mundo, de las organizaciones ambientalistas, de las iniciativas alternativas, de las presiones para poner fin a los subsidios a los combustibles fósiles y orientarlos en cambio hacia las energías renovables. De allí que resulte imprescindible que las calles de las principales ciudades del globo se pueblen de manifestaciones contra los intereses corporativos y estatales que se benefician con la economía fósil que es la causa del cambio climático. Ha llegado el tiempo de los “chalecos verdes”.

El Cohete a la Luna, Buenos Aires.