Guerra de Afganistán: “¿Qué diablos hago aquí?”, se preguntaba un joven soldado neoyorquino

Los talibanes tomaron el control del palacio presidencial afgano en Kabul, capital de Afganistán, 15 de agosto de 2021.

POR GILBERTO LOPES /

Es viernes 13 de agosto y al final de la semana está claro que todas las previsiones se habían quedado cortas. Los talibanes avanzaban aceleradamente sobre Kabul, que veía como se iba cerrando el cerco, como la capital afgana se iba quedando sin aire.

Las potencias occidentales se preparaban para la caída de Kabul después de que Estados Unidos, Inglaterra y Canadá anunciaron el envío de tropas al país para asegurar la evacuación de sus ciudadanos.

“Es difícil sobredimensionar una tragedia en la que miles de personas perdieron la vida, millones se transformaron en refugiados y miles de millones de dólares se esfumaron solo para que Afganistán terminara exactamente en el mismo lugar donde estaba hace 20 años”, dice Foreign Policy, en la introducción de una enorme cobertura que titularon “Occidente se prepara para la caída de Kabul”.

No faltaban los pedidos para un retorno urgente de las tropas. Biden debe revisar su decisión de abandonar Afganistán, pedía John R. Allen, presidente de Brookings Institution, un centro de pensamiento conservador de Washington, mientras se cerraba el cerco sobre Kabul. General de la reserva del cuerpo de marines, excomandante de las fuerzas norteamericanas en Afganistán, Allen sugirió a Biden definir algunas “líneas rojas”, límites que, en caso de ser ultrapasados por los talibanes, implicaría una nueva invasión norteamericana.

“No debe permitirse que los talibanes entren en Kabul”, decía Allen. Al final, fueron los líderes talibanes los que ordenaron a sus tropas permanecer en las afueras de la ciudad. “Queremos evitar un derramamiento de sangre, destrucción, saqueos. Hemos instruido a nuestras fuerzas que se quedan en las puertas de Kabul”, dijo a la BBC Suhail Shaheen, portavoz de los talibanes.

Biden había decidido poner fin a la más larga guerra en la historia de los Estados Unidos. Fue una decisión correcta, estimó Allen, “pero las consecuencias debían haber sido previstas y ahora debe actuar de manera rápida y decisiva si quiere evitar la inminente catástrofe que se desarrolla ante nuestros ojos”.

El primer ministro británico Boris Johnson se había referido el tema en el parlamento, asegurando que “no habrá nunca un buen momento para dejar Afganistán”.

Ben Wallace, secretario de Defensa de Inglaterra –el principal socio de Estados Unidos en Afganistán– dijo, la semana pasada, que Gran Bretaña estaba tan horrorizada con la decisión de Estados Unidos de retirarse completamente del país que había consultado a sus socios de la OTAN si estaban dispuestos a conformar una fuerza capaz de sostener al gobierno afgano, sin la participación de Estados Unidos.

Algo que, como se ha visto, la OTAN no estaba en condiciones de hacer.

20 años de las Torres Gemelas

El mes que viene se conmemoran los 20 años del ataque a las Torres Gemelas, en Nueva York, un 11 de septiembre del 2001. La administración Bush decidió entonces buscar a sus autores donde se estimaba que habían buscado refugio. Una coalición encabezada por Estados Unidos invadió Afganistán en octubre, sacó a los talibanes del poder y obligó al líder yihadista de al Qaeda, Osama bin Laden, a asilarse en la vecina Pakistán.

Hace diez años, el 2 de mayo del 2011, Bin Laden murió en la localidad paquistaní de Abbottabad, en un operativo de las fuerzas de seguridad norteamericanas, durante la administración Obama.

Transmitido en vivo, el operativo asumió caracteres espectaculares. En una sala de sesiones, Obama y sus asesores más directos, incluyendo a su secretaria de Estado, Hilary Clinton, asistían el avance del comando en la casa donde vivía Bin Laden. Parecía el fin de una época.

Diez años después, la historia parece lejos de terminarse, aunque la guerra, iniciada hace 20 años, haya terminado, como dijo Mohammad Naeem, un portavoz del Talibán a la cadena Al Jazeera.

“Hemos logrado lo que queríamos: la libertad de nuestro país y la independencia para nuestro pueblo. No permitiremos que nadie use nuestro territorio para atacar a nadie; no queremos dañar a otros”, dijo Naeem.

Biden, por su parte, un veterano de los años de Obama, vive su propio momento en la tumultuosa historia de Afganistán, “una tragedia largamente preparada”, dijo el comentarista del Washington Post, Ishaan Tharoor.

Sesenta mil miembros de las fuerzas de seguridad afganas, y el doble de civiles, murieron en esta guerra, además de otros 2.500 soldados norteamericanos, 450 británicos y cientos, de otras nacionalidades. Más de 20 mil resultaron heridos. A un costo financiero imposible de estimar con exactitud, que algunos calculan en más de dos millones de millones de dólares.

“¿Qué diablos hago aquí?”

¿Sirvió de algo la guerra más costosa de la historia?, se preguntó el experto en seguridad de la BBC, Frank Gardner.

Gardner es el autor de un artículo publicado el pasado 30 de abril, cuando ya la decisión de la retirada de las tropas norteamericanas (y la de sus aliados) estaba en marcha. Estuvo varias veces en Afganistán en la zona de control de las tropas estadounidenses, británicas y emiratíes, asegura.

Su nota termina con un recuerdo. “Habíamos cenado bife de chorizo tejano –que habían traído directamente desde la base aérea estadounidense en Ramstein, en Alemania–, en una base de artillería del ejército norteamericano, a unos 6 kilómetros de la frontera de Pakistán (antes de que los talibanes dispararan una andanada de cohetes contra esa base).Entonces un soldado de 19 años, del estado de Nueva York, sacó una guitarra y se puso a cantar: ¿Qué diablos hago aquí? ¿No pertenezco aquí?”.

Es Gardner quien señala también que, según el grupo de investigación Action on Armed Violence (Acción contra la violencia armada), en 2020 hubo más afganos muertos por dispositivos explosivos que en cualquier otra parte del mundo.

La frase nos lleva a otro escenario, al descrito por el escritor y cineasta Atiq Rahimi, un afgano que hoy vive en París. Autor de novelas premiadas, como ‘La piedra de la paciencia’, que mereció nada menos que el Goncourt, y también de películas, como ‘Tierra y cenizas’, que nos introduce a este mundo afgano (el film puede ser visto ingresando al siguente enlace: https://archive.org/details/445f867).

La cámara fija mirando hacia una polvorienta carretera en el desierto cuenta la historia al ritmo lento, desesperanzado, de un anciano, Dastagir, que busca a su hijo, Morad, trabajador en una mina no muy lejana. Lleva a su nieto, Yassin, hijo de Morad. Le va a contar que toda la familia murió en un asalto al pueblo de Abqol, enclavado en las montañas a unos 200 kilómetros al suroeste de Kabul.

–¿Es cierto que Abqol ha sido bombardeada?

–¿Murió mucha gente?

–¿En Abqol? No queda nada, el pueblo fue arrasado.

‘Tierra y cenizas’ acerca a quienes no conocemos Afganistán a su paisaje y a su gente. A su tragedia. Pero también a los notables personajes que cuentan la historia.

Los talibanes ya controlan la mayor parte del territorio afgano.

¿Cuál guerra?

¿Qué diablos podía un muchacho neoyorquino de 19 años hacer aquí? ¿Matar a quién? ¿Ganar cuál guerra?

“No hemos ido a Afganistán a construir un país. Teníamos dos objetivos limitados: mandar a Osama bin Laden ‘a las puertas del infierno’ y eliminar la amenaza de que pudieran lanzar, desde Afganistán, otro ataque terrorista contra Estados Unidos”, dijo en conferencia reciente el presidente Joe Biden.

En un largo artículo en la edición de Foreign Affairs de septiembre/octubre próximos, Nelly Lahoud, una estudiosa de la ideología de al Qaeda y del Estado Islámico, analiza el origen del ataque a las torres gemelas, los objetivo de Bin Laden y de su organización, a partir de una serie de documentos capturados por las fuerzas norteamericanas en la residencia del líder yihadista, especialmente notas manuscritas en una libreta de 220 páginas, con transcripciones de conversaciones con sus familiares más cercanos, dos meses antes de su muerte. Documentos que permiten un acercamiento sin igual a la mente de Bin Laden, asegura la autora.

Los Abbottabad pepers incluyen también notas manuscritas de Bin Laden de 2002, donde se puede ver “el origen de la idea del 11 de septiembre”.

Dos semanas después del ataque, en un breve comunicado, Bin Laden había jurado que “ningún norteamericano, ni nadie viviendo allá, podría disfrutar de seguridad hasta que la seguridad fuera una realidad para nosotros, que vivimos en Palestina, ni antes de que los ejércitos de infieles abandonen la tierra de Muhamad”.

Pero –dice Lahoud– Bin Laden nunca pensó que Estados Unidos respondería con la guerra y la invasión de Afganistán al atentado contra la torres gemelas. Por el contrario, afirma, pensaba que el atentado iría desatar protestas populares como en la guerra de Vietnam, exigiendo la retirada de Estados Unidos de los países islámicos. No ocurrió así. Por el contrario, el presidente Bush despertó el apoyo de los norteamericanos a lo que llamó su “guerra contra el terror”.

Entonces, cuando todas las previsiones ya advertían que la inminente caída de Kabul, el escenario –para Lahoud– era el de “un catastrófico éxito” para Bin Laden, frase con la que titula su artículo.

Los ecos de Saigón

Con los avances de la semana pasada, los talibanes habían tomado el control de 17 de las 34 capitales provinciales del Afganistán, avanzando rápidamente hacia Kabul, rodeando la ciudad, capturando diversas capitales de provincia, incluyendo las dos principales ciudades después de la capital: Kandahar y Herat.

Con el ejército afgano desmoronándose, se multiplicaban los análisis sobre las consecuencias de la derrota aliada y del retorno del Talibán al gobierno de Kabul.

La decisión de Biden de partir de Afganistán, aun contra la opinión de líderes políticos y de expertos, preocupa hondamente, por la falta de planificación sobre un tema político tan importante y con consecuencias a largo plazo, estimó el presidente de Brookings Institution. El resultado de esa política es “un verdadero desastre no solo para Afganistán, sino también para la administración y los valores que dice defender”, agregó.

John R. Allen no creía en las posibilidades de las negociaciones que el gobierno afgano y los talibanes llevaban a cabo en Doha, la capital de Catar, cuando un triunfo militar parecía posible.

Un joven afgano sostiene la maltrecha bandera estadounidense en medio de la debandada de las tropas norteamericanas para vergüenza de Washington.

“La administración Biden está tratando desesperadamente de unir a diferentes actores regionales, desde vecinos de Afganistán a la Unión Europea, Rusia y China, para presentar un frente unido ante los emisarios del Talibán en Catar”, dijo Ishaan Tharoor en el Washington Post. “Pero los exigencias de los militantes solo aumentan, mientras los ecos de Saigón, en 1975, suenan cada vez más en Kabul, en 2021”, afirmó.

Desde el punto de vista de Allen es irónico que Estados Unidos ceda terreno a los chinos en Afganistán, que ocuparán el espacio dejado en el país por el retiro norteamericano y consolidarían una alianza con Pakistán, contribuyendo a aislar a sus rivales hindúes.

El retiro ha contribuido también a crear las mayores fricciones entre Washington y Londres, en opinión del editor diplomático del periódico inglés The Guardian, Patrick Wintour. Un pleito que estima “potencialmente peligroso” si se confirman las advertencias inglesas contra un posible recrudecimiento del terrorismo y un masivo movimiento migratorio hacia Europa, que el Talibán asegura querer evitar.

Situación sombría

El final de la guerra estaba más cerca de lo que algunos analistas imaginaban, tan solo la semana pasada. Las promesas del gobierno de Kabul de recuperar el territorio capturado por los talibanes “suenan cada vez más vacías”. La situación parece ciertamente sombría para el gobierno afgano, decía un análisis de Jonathan Beale, corresponsal de Defensa de la BBC, publicado el 12 de agosto.

“Innumerables generales estadounidenses y británicos dijeron una y otra vez que crearon un ejército afgano poderoso y capaz. Promesas que hoy parecen bastante vacías”, agregó.

Talibanes montan guardia en un puesto de control en Farah (Afganistán). 11 de agosto de 2021.

Ante la evidencia de que los intentos por evitar el derrumbe final del gobierno afgano en las negociaciones de Doha parecían destinados al fracaso, el presidente del Consejo Superior para la Reconciliación Nacional de Afganistán, Abdullah Abdullah, hizo un llamado al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para que buscara una alternativa, sin que el gobierno afgano tenga ya posibilidades de detener la ofensiva talibán con sus propios recursos.

El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, reveló que los miembros de la organización se reunieron el viernes pasado para intercambiar opiniones sobre la situación en Afganistán. “Nuestro objetivo es apoyar el gobierno afgano y las fuerzas de seguridad todo lo posible”, afirmó.

Stoltenberg aseguró que mantendrían una presencia diplomática en Kabul, pero que un gobierno del Talibán, resultado de la ocupación militar de Kabul, no sería reconocido por la “comunidad internacional”, una referencia que parece limitarse a los miembros de la OTAN y a algunos de sus aliados.

Caído el gobierno, con el presidente Ashraf Ghani habiendo abandonado el país; con la bandera arriada en su embajada, Estados Unidos organizó la evacuación de todo su personal diplomático de Kabul; con los talibanes sentados en el palacio de gobierno, sus voceros aseguraban que no habrá venganza contra los funcionarios del gobierno anterior, ni contra sus servicios de seguridad; que “la vida, la propiedad y el honor” de todos serán respetados.

El Talibán asegura que no quieren vivir aislados, que quieren mantener canales de comunicación con los gobiernos extranjeros, que la forma de gobierno que establecerán quedará en claro muy pronto.

Una nueva historia comienza…