Fútbol, consumismo y control social

POR JULIO CÉSAR CARRIÓN CASTRO

“El hombre-masa es el habitante electrónico del globo terráqueo y al mismo tiempo está conectado con todos los demás hombres, como si fuera un espectador en un estadio deportivo global”

– Marshal McLuhan.

“Cuando la humanidad se sienta en sus culos ante un televisor a ver veintidós adultos infantiles dándole patadas a un balón no hay esperanzas”.

– Fernando Vallejo.

Llegará, más temprano que tarde, el momento en que veintidós androides, o humanoides; sujetos plenamente robotizados, logren satisfacer las exigencias establecidas por las tan acertadas como incuestionables exigencias de la tecnología del video-arbitraje, mientras millones de espectadores, carentes, por supuesto de identidad gozarán y sufrirán, por el triunfo global de la llamada “inteligencia artificial”.

Excedentes de consciencia e intereses compensatorios

La idea de lograr una mayor eficacia y eficiencia en los procesos productivos siempre ha sido un motivo deliberado y recurrente de los grupos hegemónicos de toda sociedad, interesados en alcanzar cada vez un mayor rendimiento y rentabilidad en el trabajo y en general un mayor control sobre todos los quehaceres de los sectores y clases dominados. Esa intencionalidad de conseguir la más amplia subalternidad y obediencia de los sujetos sometidos lleva constantemente a la promoción y mejoramiento de los procesos educativos, de formación, cualificación y domesticidad de las fuerzas laborales, con el propósito de lograr una aplicación integral y completa de los individuos tanto en las actividades productivas, como en el ocio, para alcanzar el total sometimiento político a las élites. En realidad, tanto la escuela como los espectáculos deportivos y faranduleros no son más que subproductos de ese designio ideológico, cultural, economicista y laboral-productivista.

Los aparatos del poder buscan la subalternidad total de los trabajadores, pero, sin embargo, como lo planteara Rudolf Barho en su libro La Alternativa. Contribución a la crítica del socialismo realmente existente (Alianza editorial. Madrid, España 1977), en todos los humanos a pesar del peso específico de dichos mecanismos, se mantiene una especie de consciencia excedente que todas las personas poseen, y que constituye la cantidad de energía psico-social libre, no comprometida con los procesos laborales ni subordinada a las estructuras jerárquicas establecidas. Dice Barho que de ahí surgen “los firmes intentos del aparato de dispersar en parte ese excedente no gastado de consciencia en actividades improductivas, en parte de paralizarlo con el terror, y sobre todo de distraerlo con satisfacciones disgresorias…”

La idea es buscar todo tipo de valores vacíos, diversiones insustanciales, ocupación del tiempo libre en asuntos triviales e insignificantes, muchas veces sustitutivos y complementarios de los quehaceres religiosos, como las insulsas campañas signadas por la idea establecida de “moral”, las actividades, supuestamente, comprometidas con lo “comunitario” y, principalmente, los espectáculos deportivos y faranduleros, tanto como el enorme bagaje de un compulsivo consumismo y, en general, con muchas otras “actitudes gobernadas por el prestigio y el poder” que, finalmente, conforman lo que tan apropiadamente denomina Barho como “los intereses compensatorios”, que logran alejar a los individuos de los auténticos “intereses emancipatorios”.

Una seria y auténtica apropiación de los intereses emancipatorios, por parte de los sectores populares, significaría la orientación hacia el desarrollo de la individualidad, lo que, por supuesto, reclamaría, el fomento y el despliegue de una cultura que no fuese mero divertimento, farándula o espectáculo, es decir, una cultura que lleve a la expansión integral, multidimensional, política, ética y estética, de los sujetos. En fin, al fortalecimiento de la entera subjetividad de los seres humanos…

Sin embargo, el hombre, en virtud de unas relaciones sociales basadas en el antagonismo de clases, en la opresión, el interés de lucro y el miedo, ha emprendido otro sendero que estructura como fundamento económico, político y social la explotación laboral y, por ende, se basa en la promoción de la obediencia, el sometimiento, la subalternidad y la sustitución de la subjetividad emancipatoria, por los intereses compensatorios, las apariencias y la simulación cultural.

Las transformaciones operadas en la conducta de los individuos -y en las masas- subordinados hoy a la competitividad general que nos impone el capitalismo tardío y sometidos a sentimientos de inferioridad, a la vergüenza por la imposibilidad de realizar, no sólo las metas de productividad que les son impuestas, sino sus propios sueños y utopías.

Se trata de un complejo de inferioridad que está implícito en el comportamiento de los trabajadores, que les rebaja y les hace sentir defectuosos e imperfectos, no sólo en la competitividad laboral, sino incluso frente a sus máquinas. Todo ello permite que contemplemos la existencia sociológica de unos individuos, carentes de carácter o personalidad propias, totalmente inscritos en ese juego de las pasiones y emociones vacías. Profesionales, funcionarios y trabajadores dispuestos en todo caso, a la servidumbre voluntaria, como lo señalara Étienne de La Boétie desde el siglo XVI.

La “vergüenza prometeica”

¿Qué hay en común entre las competencias, tan bulliciosas, ardorosas y publicitadas, como las que se muestran en el actual campeonato mundial de fútbol, y en otras actividades atlético-deportivas, que convocan a los deportistas de alto rendimiento de todas las latitudes y la competitividad que se vive en el cotidiano entorno laboral, profesional, académico, científico, técnico, investigativo y administrativo en el mundo actual?

Como ya lo dijimos (“Honor, gloria y medallas”. Semanario Caja de herramientas, edición 741 – Semana del 7 al 13 de agosto de 2021) ¿acaso la divisa latina citius, altius, fortius (“más rápido, más alto, más fuerte”) que llevó hasta a la pormenorizada elaboración y obtención de esos sujetos (atletas y deportistas) maravillosos, excelentes, casi que “perfectos”; capaces de soportar a niveles extremos la fatiga, el desaliento, el dolor y de infligirlos, más allá de los límites y deficiencias humanas naturales, antaño considerados “normales”, tiene la misma connotación y sentido en la vida profesional y en los quehaceres laborales y domésticos, como en los científicos, tecnológicos, investigativos, pedagógicos, educativos y culturales?

Günter Anders en el libro La obsolescencia del hombre. Sobre el alma en la época de la segunda (y tercera) revolución industrial (Ed. Pretextos. Vol. 1. Primera edición. Madrid, España 2011.pág 39 s.s.), escribió: “Creo que hoy por la mañana he descubierto una nueva parte púdica, un motivo de vergüenza, que no se dio en el pasado. De momento, para mí, lo llamo vergüenza prometeica, con ello me refiero a la vergüenza ante las cosas producidas por nosotros, cuya alta calidad avergüenza”. Dice Anders que en estas sociedades en que estamos totalmente rodeados y complementados por un sinnúmero de máquinas y aparatos de altísima calidad, precisión y eficiencia, se provoca un profundo sentimiento de inferioridad, porque terminamos sintiéndonos en desventaja y subordinación frente a toda esa esa parafernalia instrumental que hemos creado; vergüenza de haber llegado a ser en vez de haber sido fabricados, conforme a las tecno-exigencias.

El orgullo del mitológico Prometeo, que sedujo y convenció a los seres humanos llevándolos a la supuesta marcha triunfal del “progreso”; ahora es confrontado con sus propias obras, los resultados del fuego robado, comienzan a despedazar ese orgullo, ese sentimiento de victoria que era tan corriente y natural en el pasado, pasó a ser reemplazado por los sentimientos de inferioridad, orfandad, desvalidez y vergüenza, por parte de las inmensas mayorías que no alcanzan ese alto estatus de competitividad, impuesto de manera desafiante, no sólo por las máquinas que cada vez son más eficientes e infalibles, sino por los deportistas y atletas de alto rendimiento, como por los personajes del espectáculo y la farándula que llenan los imaginarios de éxito de las grandes multitudes, quienes se ven reducidas, compensatoriamente, a la simple contemplación de los logros alcanzados por las celebridades del deporte, la televisión, el cine, la farándula o la politiquería…

“Ese orgullo global de imágenes que por todas partes y con todos los medios de la técnica de reproducción (con hojas ilustradas, films, emisiones televisivas) que invitan al hombre actual a quedarse con la boca abierta ante las imágenes del mundo”, mediante la manipulación mediática, opera sobre las personas corrientes llevándolas a constituirse en una especie de manada de zombis, carentes de personalidad propia, que rodean y agobian a sus ídolos, en los distintos escenarios donde actúan (estadios, pistas, coliseos, teatros, plazas públicas y demás recintos, ámbitos y espacios de sus actuaciones) y, como si se tratase de una nueva forma de religiosidad, se sienten efectivamente representados por ellos y, paranoicamente, se identifican con sus acciones, proezas, logros y aventuras.

Estos sujetos que comparten, de manera generalizada, una misma psicología, monótona, homogénea, repetitiva e intercambiable, que convierte a todas esas masas en simples réplicas de lo que oficiosamente nos presentan como el “ciudadano normal”. Es decir, personas que simplemente han sido también “fabricadas” como consumidores de espectáculos, de cine, de radio o de televisión, sujetos hechos para ejecutar unos roles previamente fijados, para el cotidiano comportamiento que han de asumir como clientes, usuarios, consumidores, seguidores, fans, hinchas, activistas, militantes o simples espectadores, de las hazañas y triunfos de unos héroes creados, precisamente, para el cumplimiento de esos “intereses compensatorios” y la satisfacción de unos imaginarios colectivos totalmente manipulados, mientras, de manera generalizada, han ido desapareciendo las identidades individuales de estos sujetos sometidos, ya no por una terrible maquinaria coercitiva de tipo orwelliano, con su policía del pensamiento, ministerio de la verdad, y demás consignas y acciones de ese “biopoder” disciplinario que nos señalara Foucault, sino que ahora la subordinación es admitida de una manera psicológica y espiritual, mucho más efectiva y complaciente, bajo lo que, con tanta propiedad el filósofo coreano Byung-Chul Han ha denominado como la “infocracia”.

La autovigilancia y la racionalidad digital

Zygmunt Bauman advirtió que uno de los daños colaterales que el consumismo y, en general, la marcha triunfal del “progreso” ha dejado, además de las muchas víctimas de las guerras contemporáneas –presentadas como “humanitarias”–, de la barbarie ecológica, de la subordinación a los desarrollos tecnológicos para el control, la vigilancia y el poder mediático, ha sido alcanzar la absoluta marginalidad y subordinación consentida por parte de amplios sectores de la población, llegando hasta la conformación de una especie de infraclase, sometida, no sólo a aquello que Guy Debord llamó “la sociedad del espectáculo”, sino a la más despiadada vigilancia psico-política. Se trata de un sistema de vigilancia total, en que las personas no se sienten vigiladas, sino libres y autónomas.

Dice Bauman que esta especie de seres del subsuelo, “a diferencia del resto de la población, no pertenecen a ninguna clase, y, en consecuencia, no pertenecen a la sociedad. Ésta es una sociedad de clases en el sentido de totalidad en cuyo seno los individuos son incluidos a través de su pertenencia a una clase, con la expectativa de que cumplan la función asignada a su clase en el interior y en beneficio del “sistema social” como totalidad. La idea de “clase marginal” no sugiere una función a desempeñar (como en el caso de la clase “trabajadora” o la clase “profesional”) ni una posición en el todo social (como en el caso de las clases “alta”, “media” o “baja”). El único significado que acarrea el término “clase marginal” es el de quedar fuera de cualquier clasificación orientada por la función y la posición”.

Los integrantes de esa clase marginal o infraclase –las llamadas mayorías silenciosas–, constituyen la base psico-social de esas nuevas “tribus digitales” que, renunciando a todo argumento o discurso racional, simplemente acatan todo cuanto proviene de las llamadas “redes sociales”, o del quehacer prácticamente religioso de los “influencers”. Sectores sociales en los que ha desaparecido por completo toda acción comunicativa, todo discurso, toda narrativa política, económica o cultural, manteniéndose, exclusivamente, bajo una especie de teatralidad informática, que todo lo atrapa y consume, haciendo que “en ese régimen de la información las personas no se sientan vigiladas, sino libres”.

De manera imperceptible, gracias al poder de los medios de comunicación electrónicos, los triunfos y derrotas deportivos, los grandes hits de cantantes y actores, así como la presencia virtual, más que real, de las “grandes figuras” públicas, terminaron por constituir ese “mundo feliz” de vigilancia y control social que, satisfactoriamente, se introdujo de una manera convincente en la consciencia y en la vida cotidiana de los habitantes de estas sociedades…

Llegará, más temprano que tarde, el momento en que veintidós androides, o humanoides; sujetos plenamente robotizados, logren satisfacer las exigencias establecidas por las tan acertadas como incuestionables exigencias de la tecnología del video-arbitraje –el llamado VAR o árbitro asistente de video–, mientras millones de espectadores, carentes, por supuesto de identidad, –en los estadios, en la radio, en la televisión, en las redes y en los demás medios electrónicos– gozarán y sufrirán, por el triunfo global de la llamada “inteligencia artificial”, mientras alegremente soportan la derrota final de la autonomía y de la dignidad humanas.

Semanario virtual Caja de Herramientas, Bogotá, edición 806.