Estados Unidos llega a las elecciones con cerca de mil muertos diarios por Covid-19

POR GILBERTO LOPES /

“Si nos quedamos en los cien mil muertos habremos hecho un gran trabajo”, dijo el presidente norteamericano, Donald Trump, el 29 de marzo pasado. “Es muy probable que el pico de la enfermedad se produzca en dos semanas”, agregó. Había entonces, en Estados Unidos, poco más de 130 mil casos y 2.300 muertes por la Covid-19.

Siete meses después y en vísperas de las elecciones del 3 de noviembre el escenario es muy distinto. Las muertes diarias se acercan a las mil (India, con cerca de 700 muertes, y Brasil, con casi 600, le siguen en esta macabra tragedia). El total de muertos por la pandemia en Estados Unidos supera los 230 mil y el país se encamina a los nueve millones de casos. Es uno de los países con más muertos por millón de habitantes en el mundo.

Un historial que hace difícil sostener que están dando “la vuelta a la página”, como afirmó recientemente el mandatario. “Esto se irá”, dijo Trump. “Lo estamos dejando atrás. Se está yendo”.

Parece un discurso reiterado desde marzo. Es inevitable: algún día la pandemia, por lo menos, amainará. Hay quienes predicen que nunca se irá del todo. También surgirán vacunas. Cada vez más eficaces. Pero eso es otra cosa, distinta a un optimismo reiterado, sin que la realidad le de respiro. Ni sustento.

¿Cómo encararlo a solo diez días de las elecciones? “Cualquiera que sea responsable de tantas muertes no debería seguir siendo presidente de Estados Unidos”, dijo Joe Biden en el debate electoral del pasado 22 de octubre, en Nashville.

Entonces, cerca de 48 millones de personas ya habían emitido su voto por correo u otros instrumentos en los Estados Unidos. Las encuestas y los comentaristas señalaban que quedaban pocos indecisos, mientras se intensificaban las especulaciones sobre los resultados finales de los comicios.

Las cifras de la pandemia

El número de muertes por la Covid-19 creció rápidamente en abril pasado, desde que empezó a extenderse la pandemia el mes anterior. Era la primera ola, que llegó al record de 8.515 muertes en un solo día, el 17 de abril.

Luego pareció amainar la pandemia. A partir de mayo el número de muertes fue bajando hasta llegar a menos de cinco mil diarias a principios de junio. Entonces la cifra comenzó a subir de nuevo. El 22 julio llegó a 7.309. Luego comenzó a bajar nuevamente, hasta llegar a menos de seis mil casos en las primeras semanas de octubre.

Y empezó la nueva escalada actual, que nos ha llevado casi a las siete mil muertes diarias a fines de octubre. Y que tiene alarmada a toda Europa, donde se suceden las medidas de cierre y cuarentena. España llega al millón de contagios y el gobierno decreta toque de queda nocturno. Medidas similares se suceden en Francia, Inglaterra, Países Bajos y otros estados.

Con cerca de 500 mil casos diarios, el mundo se acerca esta semana a los 45 millones de casos y a casi 1,2 millones de muertos.

El Fondo Monetario Internacional (FMI) publicó en octubre su actualización de las perspectivas económicas: cerca de 85% de la economía mundial está bajo cierre. “The Great Lockdown”, lo llama el FMI.

Sin que los bancos centrales se hayan recuperado todavía de la crisis financiera global del 2008, los gobiernos han suministrado unos doce millones de millones de dólares de apoyo fiscal a hogares y empresas.

Pero el camino hacia delante sigue siendo poco claro, extraordinariamente incierto, agrega el FMI. Para Estados Unidos y la Unión Europea (UE) la crisis es particularmente dolorosa. Sus economías caerán este año un 4,3% y un 7,6% respectivamente, en estimaciones del FMI. China, en cambio, crecerá poco, pero crecerá: 1,9%.

 

Si bien las previsiones son de crecimientos el año que viene (3,1% para los Estados Unidos; 5,0% para la UE y 8,2% para China) el FMI advierte que las cosas podrían empeorar si la nueva ola de contagios sigue creciendo.

Los riesgos siguen siendo altos, con algunos mercados financieros sobrevalorados, con amenazas de quiebras y desempleo y un aumento de la deuda pública, que el FMI estima podría llegar a 100% del Producto Interno Bruto global, resultado de los estímulos fiscales para tratar de mantener a flote las economías.

The Economist advierte que las políticas deben contemplar como los gobiernos responden a los cambios estructurales y a “la destrucción creativa que la pandemia está provocando”. Y estos ajustes –agrega– “serán inmensos”, con economías menos globalizadas, más digitalizadas y menos igualitarias.

Es un tiempo muy caótico

Quizás por todo esto el exvicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, afirmó que este es “un tiempo muy caótico para el mundo entero”. “Es un tiempo que no tiene escrito su destino. Creo que así serán estos tiempos, muy turbulentos”.

Se trata de una larga entrevista publicada por la revista Crisis, de Buenos Aires, el 22 de octubre pasado. Habla de los resultados electorales del 18 de octubre. Del sorprendente triunfo del Movimiento al Socialismo (MAS), del 55% de los votos logrados por Luis Arce y David Choquehuanca, prácticamente duplicando los 29% de Carlos Meza, su más cercano seguidor. García Linera lo ve desde la perspectiva boliviana, pero con evidentes repercusiones regionales.

“El significado, para Bolivia, es que el proyecto nacional popular que ha postulado el MAS sigue siendo el horizonte insuperable de este tiempo”, estimó.

Álvaro García Linera, exvicepresidente de Bolivia.

Y para el continente –agregó– “la lección es que si apuestas por procesos que benefician fundamentalmente a la gente más sencilla, más necesitada, no estás fallando. Podrás tener problemas, dificultades, contratiempos… pero es una apuesta que va con el sentido de la historia”.

García Linera habla también de la crisis del neoliberalismo. La democracia se presenta cada vez más como un estorbo para las fuerzas conservadoras. En los años ochenta y noventa vendieron la idea de que la democracia y el proyecto de economía de libre mercad, venían juntas. Ahora se presenta como un estorbo.

No lo vimos con suficiente claridad en 2016, agrega. “Esta regresión autoritaria del neoliberalismo, este neoliberalismo 2.0, más enfurecido, violento, dispuesto –sin ningún tipo de límite moral o remordimiento– a recurrir a la violencia, al golpe de estado, a la masacre, con tal de imponerse”.

Defendió el papel del Estado en la economía, la inversión pública, la renegociación de la deuda, la política redistributiva vía salarios. Un gobierno progresista no puede permitir que el poder económico esté todo en el sector privado. “Eso es peligroso”, aseguró. “Tienes que establecer una relación de iguales, o de arriba abajo con el sector empresarial, sin necesidad de pelearte con él”.

El retorno de Unasur

También destacó la importancia del escenario regional. En 2008 tuvimos una situación parecida, incluso más radicalizada por parte de los conservadores. Pero hubo una neutralidad policíaca y militar, muy influenciada por el contexto continental que velaba para que no se transgreda ni se desconozca el Estado de Derecho. Y fue suficiente, a pesar del dinero que debió circular en ese momento entre los mandos militares”.

Ahora fue distinto. “Con Unasur vigente, no hubiera habido golpe en 2019”, aseguró. Pero la Unasur ya no está vigente. En marzo del año pasado, el presidente de Ecuador, Lenin Moreno, anunció su retiro de la organización, que había sido creada en 2008, en Brasil. No era una renuncia cualquiera, pues la organización tenía su sede en Quito. El edificio sede llevaba el nombre del expresidente argentino, Néstor Kirchner, y el monumento que lo recordaba Moreno ordenó también retirar. Ya el gobierno conservador de Colombia se había salido del organismo, cuyo último Secretario General había sido, precisamente, el expresidente colombiano Ernesto Samper.

El triunfo del MAS –dijo el excanciller brasileño Celso Amorim– “es muy importante”. Es un rescate de la democracia, la derrota del golpe orquestado con la participación de la Organización de Estados Americanos (OEA) que, en su opinión, ha vuelto a ser, “de manera aun más grosera que en el pasado, un ministerio de colonias” de los Estados Unidos. La OEA, enfatizó Amorim, “fue agente del golpe en Bolivia”.

Destacó también la localización estratégica de Bolivia en la región, ubicada en el centro de América Latina. El triunfo del MAS “ayuda a aliviar el aislamiento de Argentina”. Permite ir construyendo una nueva realidad política en la región.

El domingo 25 se celebró un plebiscito en Chile para poner fin a la Constitución de 1980 de la época de la dictadura cívico-militar y, en febrero, se realizarán también elecciones en Ecuador.

El presidente electo de Bolivia, Luis Arce, ya anunció que restablecerá relaciones con Venezuela y con Cuba, rotas por el gobierno golpista.

“Otras cosas van a ocurrir”, afirmó Amorim. “Podemos pensar en la resurrección de la Unasur. No podemos quedar en manos de la OEA, sujetos a los argumentos únicos que vienen de Washington”.

¿Nuevos aires en Washington?

Amorim habló también, en entrevista a la revista Forum, de las perspectivas de las elecciones norteamericanas. Hay una diferencia entre demócratas y republicanos, señaló. Nixon promovió el golpe en Chile, en 1973. Su sucesor, Jimmy Carter, adoptó una posición distinta. “Los intereses fundamentales son los mismos, pero hay matices”. Una victoria de Biden marca la diferencia, estimó.

A ocho días de las elecciones, todas las encuestas indican la derrota de Trump. Algunos especulan sobre la posibilidad de una victoria demócrata arrasadora, incluyendo la recuperación del Senado, hoy en manos republicanas. Pero todos recuerdan también una situación similar en 2016, cuando la favorita era Hilary Clinton. Y matizan entonces un optimismo exagerado.

“Los demócratas consideran que los estados cambiantes como Texas y Georgia son la clave para una posible victoria abrumadora; Texas no ha votado por un candidato presidencial demócrata desde 1976 y Georgia, desde 1992”, dijo el periodista Astead W. Herndon, en el New York Times.

“Una segunda administración Trump podría significar el fin del sistema de alianzas y el orden internacional liberal de posguerra”, afirmó Thomas Wright, investigador no residente del Lowy Institut de Australia, en un largo artículo titulado “El punto de no retorno: la elección del 2020 y la crisis de la política exterior norteamericana”.

ESTADOS UNIDOS Y AMÉRICA LATINA

En su primera administración, Trump rechazó los principios sobre los que se fundó el liderazgo norteamericano desde la Segunda Guerra Mundial que, para Wright, incluían un sistema de alianzas en Europa y Asia, el libre comercio, una economía internacional abierta y el apoyo a la democracia y los derechos humanos. Si Trump es reelecto –agregó– el mundo entenderá que los Estados Unidos cambió y que el período de liderazgo de posguerra terminó. Por el contrario, ve a Biden como un entusiasta abogado de las alianzas y del viejo estilo de liderazgo norteamericano.

Después de una fase de acomodo de su presidencia, Trump se vio enfrentado finalmente a la gran crisis de una pandemia que provocó un colapso económico similar al de la gran depresión de los años 30 del siglo pasado. Los meses siguientes fueron un horror, en la medida en que aumentaban los casos y las muertes. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos no ejercieron un papel de liderazgo en una gran emergencia internacional.

Un eventual segundo período –dice Wright– no nos ofrece ninguna evidencia de que será más moderado, como es tradición en los gobiernos republicanos. Citando al exasesor de Trump, John Bolton, en su libro reciente sobre la actual administración, estima que, en ese segundo período, el mandatario estará mucho menos constreñido por la política de lo que estuvo en el primero.

Pero si bien Biden representa el retorno a la tradicional política norteamericana –volverá al Acuerdo de París sobre cambio climático, tratará de revivir el acuerdo nuclear con Irán y de recomponer las relaciones con los aliados tradicionales­– en muchas otras materias de política internacional “Biden es un enigma”. Su política hacia China, entre otras cosas, podría ser particularmente dura, tal como la expuso cuando era vicepresidente, en una conferencia el mismo Lowy Institut, en Sydney, poco antes de terminar el gobierno de Obama.

No hay mayores referencias a América Latina en el estudio de Wright. Pero, como lo señaló el excanciller brasileño, Celso Amorim, en la entrevista ya citada, “para muchos miembros del gobierno norteamericano y del capital, del poder profundo, América Latina debe seguir siendo su patio trasero”. Y lo ejemplificó con el golpe dado en Brasil contra la presidente Dilma Rousseff, que terminó con Jair Bolsonaro en la Presidencia de la República.

El golpe contra Brasil –afirmó– está relacionado con dos temas, principalmente. Con las enormes reservas petroleras del Pre-Sal y con una política externa independiente, como la que impulsó la formación de la Unasur. Que Brasil haya decidido mantener el control del Pre-Sal en manos de su petrolera, Petrobrás, “es algo que la geopolítica de los Estados Unidos no acepta”. Y algo que el gobierno de Bolsonaro ha ido revirtiendo.

Mirando hacia adentro

Una mirada hacia adentro desnuda las bases falseadas de la política exterior norteamericana.

“Siete duras críticas a Estados Unidos por la pobreza extrema que hay en el país más rico del mundo (y que el gobierno de Trump rechaza)”, tituló su artículo en BBC Mundo el periodista Ángel Bermúdez.

Una enorme riqueza que contrasta “de forma chocante” con las condiciones en las que viven muchos de sus ciudadanos: cerca de 40 millones en la pobreza; 18,5 millones en pobreza extrema.

Cita el caso de la empresa Walmart, el mayor empleador de Estados Unidos, al que hace referencia el informe del relator sobre pobreza extrema y derechos humanos de Naciones Unidas, Philip G. Alston. «Muchos de sus trabajadores no pueden sobrevivir, teniendo un trabajo a tiempo completo, si no reciben cupones de alimentación. Esto encaja en una tendencia más amplia: el porcentaje de hogares que, mientras tenían ingresos, también recibían asistencia para alimentación, aumentó de 19,6% en 1989 a 31,8% en 2015».

Quizás más ilustrativo todavía es el largo reportaje de la periodista Jessica Bruder, publicado en libro con el título “País nómada” (Nomadland: Surviving America in the Twenty-First Century, en su versión original).

En un comentario publicado en el diario La Vanguardia, de Barcelona, Domingo Marchena destaca que Bruder dedicó tres años de su vida a ese trabajo, recorrió más de 24 mil kilómetros, de costa a costa y de frontera a frontera. Convivió con lo que llama “supervivientes del siglo XXI”.

Conoció a mujeres y hombres que alquilan su fuerza de trabajo de aquí para allá. De la recolección de las frambuesas en Vermont a las manzanas en Washington o los arándanos en Kentucky. Cuidan bosques, vigilan piscifactorías, controlan las entradas en los circuitos de carreras o los accesos a los campos de petróleo de Texas. Un día venden hamburguesas en los partidos de béisbol de la Cactus League en Phoenix, Arizona, y a la semana siguiente atienden tenderetes en los rodeos y en la Super Bowl. Son recepcionistas de campings y parques de caravanas.

“Los sueldos son bajos y el trabajo, extenuante. Hacen horas extras que no se computan y en cualquier momento los pueden despedir”. “Cuando eso ocurre, de nuevo al volante y a la carretera en busca de algo más para ir tirando”. Son las deshilachadas promesas del “sueño americano” que las políticas neoliberales vendieron al mundo desde la Segunda Guerra Mundial. ¿A quiénes les sirven hoy?