Es Ley: el día que Argentina legalizó el aborto y se convirtió en un país más justo

POR CECILIA GONZÁLEZ

Los pañuelos verdes no se guardan, dijimos hace dos años en Argentina, cuando un Senado dinosáurico votó en contra del derecho al aborto legal.

Y no. Nadie los guardó.

Al contrario. Esa marea, a la que una senadora despreció como «un charquito», se expandió y jamás dejó de pelear. Hoy logró que, por fin, la interrupción voluntaria del embarazo sea Ley.

Todavía estamos en shock. Todavía no podemos creerlo. Todavía tenemos un nudo en la garganta. Tantas veces pareció una utopía. Pero teníamos ahí la guía y el ejemplo de las pioneras, mujeres que hace décadas comenzaron a organizarse para exigir la autonomía sobre sus cuerpos, y la fortaleza y alegría de las jovencitas que hace dos años tomaron las calles y, con los rostros cubiertos de brillitos verdes, debutaron en el activismo para protagonizar una de las principales batallas de los feminismos.

La noche previa a la sesión aquí hubo un insomnio colectivo. Millones de mujeres no pudimos dormir pensando en la paridad de los votos que había en el Senado; en la posibilidad, dramática y épica al mismo tiempo, de que la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner tuviera que desempatar; en que la ajustada victoria que anticipaban los conteos previos no fuera solo una expresión de deseos.

El permanente nudo en el estómago se debía, también, al déjà vu de la frustración de 2018, a esos meses en los que la legalización estuvo al alcance de la mano y se difuminó por un puñado de votos del conservadurismo predominante en el Senado.

Esa vez se perdió por 38 votos contra 31. Hoy se ganó con 38 frente a 29.

Postales

Desde temprano, en las redes sociales asomó el ejército de periodistas feministas que venimos realizando una cobertura colectiva de las luchas del movimiento de mujeres, que compartimos información, nos consultamos y confiamos en nosotras, aunque con algunas ni siquiera nos conozcamos personalmente.

Se multiplicaron, también, los «poroteos» que, en una especie de competencia de quinielas, intentaban anticipar la posición de cada uno de las y los senadores. El resultado nos sorprendió a todos. Jamás imaginamos que los seis senadores que ocultaron su definición hasta el último momento iban a votar a favor. Por eso la taquicardia, la alegría contenida cada vez que uno, una, declaraba su apoyo a la legalización. Ni siquiera la certeza que tuvimos antes de medianoche de que la votación ya estaba ganada morigeró los nervios. Parecía irreal.

Las resistencias abundaron. Con mezquindad política, un diputado les pidió a los opositores que rechazaran la legalización «para no darle el triunfo al presidente y los suyos». Más absurdos aun los que se quejaban de que Alberto Fernández y parte de su gabinete hubieran hecho «maniobras» para que la ley se aprobara. Cómo no, si era su proyecto, una de sus principales promesas de campañas. De eso se trata la política.

La Iglesia Católica, con el papa Francisco al frente, también presionó, amenazó hasta el último minuto con maldiciones divinas y amedrentamientos terrenales en las casas o contra las familias de los senadores que estaban a favor. Ni hablar del muñeco-feto gigante sangriento que, en su adicción a las puestas de escena gore, los opositores a la ley colocaron afuera del Congreso en una romería surrealista que incluyó misas, rezos, cruces y un cementerio imaginario de bebés.

Nada sirvió. No pudieron frenar un avance cultural que, durante los últimos años, ha sido dispar. En Buenos Aires y en el centro del país el aborto ya no es tabú ni motivo de vergüenza. El debate se ganó en las calles y en los hogares. Pero en las provincias más conservadoras (y más pobres) urge aplicar la educación sexual integral, impedir que las niñas y adolescentes violadas sigan siendo obligadas a parir y dejar de criminalizar y estigmatizar a las mujeres que abortan.

Todavía falta tanto. Pero la legalización allana el camino para disipar esas injusticias.

Incredulidad

El aborto es legal en Argentina, repito mentalmente una y otra vez desde que abrí los ojos, después de dormir apenas algunas horas. Y se me pianta un lagrimón, como dicen acá.

Son tantos los recuerdos que se entrecruzan.

Pienso en los pañuelos blancos de las Madres y Abuelas de Plazas de Mayo y en los pañuelos verdes de las feministas. En las activistas trans Diana Sacayán y Lohana Berkins. En Nora Cortiñas, madre de todas las luchas. En las pioneras Nelly Minyersky, Martha Rosenberg, Marta Alanis, Nina Brugo, Alicia Cacopardo y Dora Barrancos, entre tantas otras mujeres valientes, modelo permanente de resistencia y esperanza.

Pienso en la historia del Encuentro Nacional de Mujeres, que cada año es más masivo; en el nacimiento del ‘Ni una menos’, en la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito; las asambleas, en las protestas callejeras; en las víctimas de femicidios y en las marchas en las que se reclama por ellas con una mezcla de rabia, tristeza e indignación; en las funcionarias, senadoras y diputadas, en los colectivos de escritoras, periodistas, científicas, actrices, médicas, editoras, productoras, locutora, docentes, fotógrafas, bailarinas y trabajadoras de todo tipo de oficio y profesiones, incluidas las del hogar, que militaron la ley.

O en el día que Thelma Fardin denunció a Juan Darthés y tantas mujeres pudieron hablar por primera vez en voz alta o por escrito, del abuso de un abuelo, un padre, un tío, un hermano, un vecino, un amigo, una pareja, un conocido o desconocido. Aprendimos: no nos callamos más.

Pienso en la deconstrucción de las mujeres que temían identificarse como «feministas»; en las y los legisladores que votaron a favor, aun desde sus bancas opositoras al gobierno, que no especularon y fueron fieles a sus convicciones. En los ‘pañuelazos’ que hubo en un centenar de ciudades en Argentina. En la admiración que concitan desde el extranjero.

Pienso en el movimiento de mujeres de este país que es plural, horizontal, completo e incluso contradictorio, con una capacidad de debate y organización que es ejemplar en otros países. En que la ley habla de «mujeres y personas gestantes» porque el mundo binario que nos impusieron no existe más. En las sonrisas cómplices entre desconocidas que portan el pañuelo verde y que generan momentos luminosos en un bar, un autobús o una vereda.

En la certeza de que no estamos solas.

En la vigilia de una noche veraniega frente al Congreso, en las calles teñidas de verde, en las tetas al aire, las canciones, los bailes, los abrazos, los festejos, el amor, la complicidad y la creatividad de una revolución feminista que hoy, aquí, sucumbe a la alegría y al orgullo.

Pienso en mi aborto y en los de mis amigas antes de que fuera legal en la Ciudad de México. En el peso y el miedo de ser consideradas como criminales por elegir no ser madres. En las mujeres muertas o presas por abortos clandestinos en Argentina.

Y en la mano que nos tendemos unas a otras en una interminable cadena de sororidad que hoy se extiende hacia el resto de América Latina para que, en todos los países que falta, también sea ley.

@ceciazul

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