
POR MARCELO VALKO
Rayuela comienza con un interrogante: ¿encontraría a la Maga? Aunque el personaje Horacio Oliveira utiliza un potencial tiene la certeza del hallazgo. La va a encontrar en forma imprevista sabiendo que un hallazgo casual es lo menos casual que puede suceder en la vida.
Lo que voy a relatar es cierto y sucedió en un solo día y una noche durante uno de mis viajes. Estoy casi seguro. Ella apareció. Tengo la certeza de que era la Maga. Casi estoy seguro porque sigo atrapado en el laberinto de su recuerdo. Ocurrió en un tiempo demasiado breve y vertiginoso como son los seminarios que dicto en el interior. Todo era un calco de ocasiones similares. Aeroparque, llegar, instalarme. Y como siempre los organizadores me buscan al hotel y me llevan al teatro cuando la gente comenzaba a acomodarse, en su mayoría estudiantes.
Mientras ultimaban detalles sobre el sonido y en ajustar el proyector de imágenes, sucedió. De pronto, surgida del espacio y del tiempo una mujer avanzó hacia mí esgrimiendo una actitud inquisidora al punto que sin más me interrogó acerca de si yo era mi nombre. Nunca la había visto pero supe que era ella y le dije que sí a sus ojos sin intriga dado que sabían de antemano la respuesta. Pero si hubiese querido que fuese otro, también le hubiera respondido sí, todo que sí. Tal vez en ese momento tocado por su sortilegio comencé a soñar su cercanía.
Empecé a hablar sobre desmemoria, la madrastra de la historia oficial, pero mi atención estaba enfocada en esa única persona que en la sala me observaba con la seguridad de un depredador que acaba de encontrar presa. No veía la hora de terminar con la preguntas. Al final ella se acercó, hablamos. No recuerdo las palabras exactas, lo cierto es que acordamos cenar. Desde mi perturbación todo era tan real y también confuso. Lo único que tenía en claro era que debía dejarme llevar por la aparición.
¿Quién era? ¿De dónde venía? ¿Quién la había creado? Cualquier dato era útil para completar tanto vacío. Me sorprendió que teniendo un apellido árabe que le hubiera agradado a un ayatollah tuviera el nombre de una virgen católica. La virgen se le apareció a mi madre durante el parto, dijo, así fue, y sus ojos oscuros convencieron a mi ateísmo que no habría mujer capaz de eclipsarla. Mientras me comentaba sobre las materias que cursaba, me ordenaba probar ciertos platos como kebab, falafel o shawarma, no retuve otras especialidades culinarias, ya que el ¿azar? nos había llevado al primer restorán que habíamos visto, casualmente árabe.
Al final, lance la inevitable pregunta de temible respuesta: ¿vendrías conmigo? Sentía que estaba parafraseando al interrogante de Oliveira. Lo hablamos, respondió. Sin embargo en las pocas cuadras que siguieron no intercambiamos palabra. Al llegar a mi hotel subió a la habitación 105. No había mucho tiempo, era tarde y mi avión salía muy temprano en la mañana. La inevitable separación ya me laceraba con el dolor del que habló Cesar Vallejo sobre los golpes de la vida. Ni bien cerré la puerta previno: esto no significa que tendremos intimidad. Así de directa. Respondí que me parecía bien, como contradecir a una Maga. Su advertencia afirmando que se comportaría como si no tuviera sexo y mi aceptación terminó de confirmar su poder. Sin embargo, despacio, por primera vez en la historia del mundo, la avidez de mi lengua se sumergió en su boca y mi entusiasmo vio emerger su cuerpo muy lentamente en medio de la fiesta del contacto de una piel nueva que no me sorprendía porque la había imaginado miles de veces. Aunque su mirar de espuma aprobaba los suaves avances sobre su playa, por momentos emergía su determinación de ola dueña de los secretos oceánicos mientras yo rogaba curación para la orfandad de mi carencia.
En esa ciudad de provincia que afirma a amar a morir, disfruté desde la cercanía del abrazo, el poder de su encantamiento. Y mientras ella se desvanecía en el dormir de esa única noche en la que tuve y aun sueño su contacto, la arrullé con murmullos de cuna experimentando el placer de su proximidad. Entre tanto, ante el cruel avance de la madrugada le recité estrofas desordenadas que en mi memoria dictaba la remota voz de Armando Manzanero, rogando que el maldito reloj no marcara las horas. Ella escuchaba entre risas del sueño que la invadía, sabiendo que ese bolero no era un mandala efectivo para detener el paso del tiempo.
El encuentro único con esa mujer singular me impedía ingresar al sueño y seguirla y encontrarla también en aquellos territorios lejanos. Ya completamente dormida, su cuerpo se pegaba al deleite de mi insomnio. Mi vigila disfrutaba su suave respiración en ese amanecer que avanzaba hacia un final inexorable, mientras ella dormía entre mis brazos ya muy lejos de mí.
Todo sucedió en un solo día y una noche hace ya tanto como dos semanas. Imposible tener certezas de nada. No logro precisar si su aparición fue real o un sueño. ¿Habrá sido la Maga? ¿Era ella? ¿Esa mujer es el final de la búsqueda? ¿Existe un final? ¿Existe la Maga?