En América Latina no hay fin de ciclo, hay un escenario en disputa

POR JOSÉ CRUZ CAMPAGNOLI /

“Luchar, vencer, caerse, levantarse y seguir luchando, ese es nuestro destino”

.- Alvaro Garcia Linera.

Luego de las interrupciones a los procesos nacional-populares en la región durante el último lustro, empezó a instalarse con fuerza la idea del “fin de ciclo de los gobiernos progresistas”.   El triunfo electoral de Mauricio Macri en Argentina, la destitución de Dilma Rousseff, combinada con la detención y proscripción de Lula en Brasil- que posibilitó el triunfo de Jair Bolsonaro-, la derrota del Frente Amplio en Uruguay y el golpe de Estado en Bolivia constituyeron una “tormenta perfecta” que habilitó la construcción de una narrativa sobre el irremediable ocaso de los proyectos que desafiaron de modos diversos la hegemonía neoliberal.

Es cierto que hubo un periodo de desconcierto, característico de toda derrota, donde sectores de las fuerzas populares asumieron parte del relato dominante.  En aquella noche oscura solo los gobiernos de Cuba y Venezuela pudieron sostenerse, enfrentando un potente embate de la derecha neofascista que encontró en Trump un tenaz impulsor.  El discurso del fin de ciclo que se impuso, tuvo una pretensión performativa: desalentar cualquier tipo de resistencia popular, recreando una suerte del “fin de la historia” de Francis Fukuyama, pero del siglo XXI. El objetivo fue formatear la subjetividad social y de la dirigencia política para crear un clima que desaliente la confrontación con el intento de restauración neoliberal.

Creemos, sin embargo, que los procesos populares no funcionan en ciclos como la economía, sino por oleadas, por flujos y reflujos. Como señaló el escritor mexicano Octavio Paz: “toda victoria es relativa y toda derrota es transitoria”.  El triunfo arrollador del MAS en Bolivia con Luis Arce y el regreso triunfal de Evo Morales a su tierra natal acompañado por Alberto Fernández-quien junto con López Obrador y Nicolás Maduro fueron piezas claves para resguardar la vida del líder boliviano- marcan un punto de inflexión respecto al tópico que presagiaba la clausura de los procesos transformadores en la región.

En Bolivia, ni siquiera a través de una dictadura y con todos los resortes del poder en sus manos la derecha pudo sostenerse en el poder y evitar una derrota aplastante.   La vuelta al gobierno del MAS se inscribe en un proceso político más amplio de escala continental, que sitúa el triunfo electoral del Frente de Todos en Argentina como uno de los puntos de quiebre con la tendencia restauradora y a su vez relativiza su carácter de “excepcionalidad histórica”. En este marco interpretativo el triunfo de Lopez Obrador en México deja de ser un “hecho aislado”.  Es cierto que cada proceso político y cada país tiene su singularidad, pero se desarrolla en un contexto más amplio que le da carácter universal a esas particularidades.

Esas oleadas se manifiestan en la insurrección del pueblo chileno que votó abrumadoramente por el cambio de la Constitución de Pinochet abriendo las puertas a la construcción de un modelo económico, social y político alternativo, también en la segura victoria del chavismo en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre, así como en el probable triunfo del correísmo-con Andrés Arauz de candidato a presidente- en las elecciones de Ecuador en febrero del año próximo.

También son datos a tener en cuenta las perspectivas inciertas de éxito de Bolsonaro en las elecciones de medio término (prefeituras) en Brasil a realizarse este domingo 15 de noviembre y la mala noticia que significó para el actual presidente de Brasil la derrota de Trump en las elecciones de Estados Unidos.

Tampoco hay que soslayar la profundidad de la crisis estructural que atraviesa el modelo neoliberal en Perú donde acaba de ser destituido el presidente Martin Vizcarra y el pueblo tomó las calles enfrentando una violenta represión.

Vivimos en un continente en disputa donde queda en evidencia el agotamiento del modelo neoliberal- el capitalismo realmente existente- que no puede sostenerse ni mediante la violencia estatal explícita.

El desafío que tenemos frente a este cambio de tendencia es permitirnos pensar y construir al mismo tiempo, modelos de integración regional y de organización social que nos permitan recrear proyectos posneoliberales y poscapitalistas.

Sabemos de la profundidad de las derrotas que significaron el ocaso del Estado de Bienestar en los `70 y la caída del socialismo real en la década del 90 del siglo XX y que las transformaciones mundiales resultantes fueron hondas y las secuelas las seguimos padeciendo, pero tenemos que derribar el mito de la inevitabilidad del capitalismo como único modo de organización social posible. El mundo está atravesando una crisis de enormes proporciones debido a la pandemia del Covid 19 que además de los estragos que genera, deja al desnudo un sistema de explotación, incompatible con la supervivencia de la especie humana.  Pero las crisis muchas veces son fuente de oportunidades.

Esta nueva oleada en la región tiene que permitirnos poner en discusión un modelo de sociedad alternativo a este sistema que atenta contra la condición humana.  Un paso importante desde Argentina sería recrear el UNASUR, salirse del impresentable Grupo de Lima y avanzar con audacia en transformaciones estructurales de nuestra economía para lograr mayores niveles de distribución de la propiedad y justicia social. Y centralmente hacer una nueva caracterización del momento político que vive la región.

El Frente de Todos fue concebido sobre la base de un panorama regional sombrío y por lo tanto con limitaciones estructurales para grandes transformaciones, el cambio de tendencia que se empieza a visualizar en América Latina nos debe permitir correr los límites infranqueables que se pensaba que teníamos.

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