El mundo tal como es: una democracia administrada, pagada por un billonario norteamericano

POR GILBERTO LOPES /

“Esto es Gran Bretaña”, decía, hace cuatro años, la periodista Carole Cadwalladr, en un largo artículo publicado en el diario británico Observer: una democracia administrada, pagada por un billonario norteamericano, que usa tecnología de tipo militar, facilitada por Facebook y puesta en marcha por nosotros, los electores y los ciudadanos.

Acababa de celebrarse, en junio del 2016, el referendo sobre la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea y empezaba a conocerse los mecanismos usados por los partidarios del Brexit para inclinar a su favor la opinión de los británicos.

La campaña del Brexit está relacionada con una compleja red de conexiones, pero todas terminan conduciéndonos a Cambridge Analytica, la empresa que un billonario norteamericano, Robert Mercer, y del exbanquero y ejecutivo de medios, Steve Bannon, estaban creando por aquél entonces, decía Cadwalladr.

La empresa era el nudo central de una red alternativa de información y los documentos muestran que otros billonarios de extrema derecha estaban vinculados a ella. Entre ellos Rupert Murdoch, uno de los principales accionistas de la cadena de televisión conservadora norteamericana Fox y de medios como The Sun o The Times.

Bannon se transformó luego en pieza clave de la campaña que llevó a Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos, aunque después se separaron. Bannon parecía creer que, en esa asociación, el indispensable era él, algo con lo que su jefe no estaba de acuerdo.

Esa pretensión de Bannon estaba vinculada a otra, mucho más ambiciosa: la de montar una estrategia capaz de cambiar el orden mundial.

Gran Bretaña siempre fue parte esencial de ese plan, le dijo a Cadwalladr un exempleado de Cambridge Analytica, que pidió mantenerse en el anonimato. Bannon “creía que, para cambiar el orden político, había que cambiar primero la cultura. Y Gran Bretaña era clave para eso. La idea del Brexit, simbólicamente, representaba algo muy importante para él”, agregó. El referendo era un objetivo muy tentador como para que no pusieran su atención en él.

Democracia secuestrada

En mayo de 2017 Cadwalladr escribió un artículo con el título: “El gran robo del Brexit británico: como nuestra democracia fue secuestrada”.

Se trataba de cómo Cambridge Analytica se convirtió en una empresa dedicada a la “guerra psicológica”.

–¿Guerra psicológica? ¿Es así como ustedes lo llaman?, le preguntó a un exempleado de la firma. –Claro, absolutamente, le respondió. “Operaciones psicológicas, los mismos métodos que los militares usan para cambiar el sentimiento de las masas. Eso es lo que quieren decir cuando hablan de cambiar corazones y mentes. Nosotros estamos haciendo exactamente eso para ganar elecciones en países en desarrollo donde las reglas no son muy estrictas”.

La guerra psicológica que libraba Cambridge Analytica implicaba capturar todos los aspectos del escenario donde se desarrollan los electores, de modo que la empresa pudiera elaborar mensajes electorales orientados a las preferencias de cada uno. “Facebook era la fuente principal de los datos psicológicos que les permitían dirigirse a cada individuo. Era también el mecanismo para difundir la información en larga escala”.

Para Cadwalladr, esta historia tiene tres hilos. El primero es que ha sentado las bases de un Estado autoritario en los Estados Unidos. El segundo es cómo la democracia británica fue sorprendida por un plan ambicioso, promovido por un billonario norteamericano. El tercero es la manera como estas empresas están acumulando, silenciosamente, nuestros datos para utilizarlos de acuerdo a sus intereses. “El que controle esos datos controla el futuro”, asegura.

Democracia funcionando

Las investigaciones de esta periodista británica del Observer son un cuidadoso estudio sobre cómo se conformó una empresa que trabaja con los datos personales de la ciudadanía, que estudió sus preferencias para definir políticas que permitieran orientar sus decisiones en materias de interés para los dueños de esas empresas. Gente muy rica y de tendencia muy conservadora, dispuesta a aprovechar los recursos disponibles en las redes digitales para sus objetivos.

Para algunos el problema con esta tecnología es que su uso depende de quien la maneje. Cadwalladr destaca el papel de jóvenes particularmente talentosos en el manejo de esa información, que terminaron asustados con los usos que se estaba dando a esos recursos.

Por un lado, decían, estaban compañías y gobiernos que dicen: –usted puede confiar en nosotros, somos buenos y democráticos. Pero esas mismas personas pueden vender esa información a cualquiera dispuesto a comprarlas.

Hace solo algunos meses, en agosto pasado, Eduardo Bolsonaro, diputado e hijo del presidente Jair Bolsonaro, asistió a un cyber-simposio, organizado en Sioux Falls, Dakota del Sur, por otro billonario, Mike Lindell, CEO de la empresa MyPillow. El tema era el robo de las elecciones del año pasado, que Trump perdió frente al actual mandatario, Joe Biden. Durante su gira por Estados Unidos, el hijo de Bolsonaro se reunió con Trump y lo invitó a visitar Brasil.

Bannon estaba también en el simposio y advirtió de que otra elección podría estar en riesgo: la de Bolsonaro, en noviembre del próximo año, que calificó como “la segunda más importante elección en el mundo”. La primera, naturalmente, era la de Estados Unidos.

En 2018, en las elecciones en las que Bolsonaro fue electo (mientras el expresidente Lula, amplio favorito, permanecía en la cárcel, condenado por delitos que nunca cometió, como confirmaron tribunales superiores de Brasil, al anular todas las condenas de un tribunal regional), Bannon también se reunió con Eduardo Bolsonaro, quien anunció la unión de fuerzas para combatir el “marxismo cultural”.

No se trata de historias sobre el abuso de lagunas en la legislación de un país, dice Cadwalladr. Se trata –afirmó, refiriéndose al Brexit– “de cómo un multimillonario estadounidense –Mercer– y su líder ideológico –Bannon– contribuyeron a provocar el mayor cambio constitucional en Gran Bretaña en un siglo”.

Es un escándalo que algo así pueda ocurrir en una democracia, opina David Miller, profesor de sociología y una autoridad en guerra psicológica y propaganda, codirector de la ONG Public Interest Investigations.

Los electores deberían saber de dónde proviene la información que se les suministra y, si no está claro, deberíamos preguntarnos si vivimos realmente en una democracia. Aquí tenemos psicología, propaganda y tecnología que, juntos, operan de una manera muy poderosa, afirmó.

“Y fue Facebook lo que hizo eso posible. Fue de Facebook que Cambridge Analytica obtuvo primero su vasta base de datos”, fue la fuente de información psicológica que les permitió llevar una información personalizada a cada individuo. A los que mostraban temor por la creciente migración en Europa, por ejemplo, se les puede influenciar mostrando imágenes de inmigrantes inundando el país.

“La capacidad de la ciencia para manipular emociones está muy bien estudiada”, dice Tamsin Shaw, profesora asociada de filosofía en la New York University, quien estudió el financiamiento de investigaciones patrocinadas por el sector militar para el uso de la psicología en la tortura.

Ahora esos resultados están siendo usados para influir en elecciones, sin que la gente pueda siquiera imaginar que esto está siendo hecho.

Cadwalladr se plantea un dilema: en los Estados Unidos hay leyes estrictas sobre el manejo de información personal, aunque reconoce que, para las empresas, eso importa poco. ¿Es absurdo pensar –se pregunta– que estamos viendo la posible creación de un Estado autoritario de vigilancia?

Facebook en la picota

La historia de Cambridge Analytica y las investigaciones de Cadwalladr adquirieron renovado interés con las denuncias de Frances Haugen, una ingeniera, exempleada de Facebook, que acusó a la empresa, el mes pasado, de poner sus intereses por encima de los de la sociedad.

Facebook había rechazado, hace cuatro años, toda responsabilidad en las actividades de Cambridge Analytica. Pero las acusaciones de Haugen vuelven a recordar el escenario de entonces.

Para ella es evidente que hay un conflicto de intereses entre lo que es bueno para el público y lo que es bueno para Facebook. Y Facebook –asegura– toma las decisiones que considera mejor para su propio negocio.

Se trata, por ejemplo, de información sobre odio, violencia y desinformación. “Facebook se dio cuenta de que si usan un algoritmo más seguro, la gente pasa menos tiempo en la página, ven menos anuncios y la empresa hace menos dinero”.

La actual versión de Facebook –agregó– “está haciendo pedazos la sociedad y causando violencia étnica en todo el mundo”.

Para Cadwalladr estas nuevas denuncias son el inicio del fin de Facebook. En 2018, cuando 50 millones de perfiles de sus usuarios fueron hakeados, nadie de la empresa fue sancionado por el escándalo. Pero la Federal Trade Comission le impuso a Facebook una multa de cinco mil millones de dólares.

Facebook, en todo caso, negó nuevamente las acusaciones de Haugen y asegura hacer un esfuerzo permanente para evitar la difusión de información falsa o dañina en sus páginas.

De vuelta a la democracia

El manejo de la información en las redes ha desatado un enorme debate, con denuncias sobre la divulgación de noticias falsas –las fake news– que, reproducidas millones de veces en la redes, terminan por conformar ciertas visiones del mundo.

Las redes han permitido multiplicar casi hasta el infinito estos procedimientos que, sin embargo, siempre han caracterizado la forma como se decide lo que se publica o no se publica en medios de comunicación masiva.

El cronista no olvida la frase del director de un importante medio costarricense, cuando explicaba sus criterios de contratación de personal: –¡A los comunistas no les doy trabajo!

Naturalmente, quién decidía si alguien era comunista o no era él mismo. Seguramente para eso lo habían contratado.

Katharina Pistor, profesora de legislación comparada en Columbia Law School, estimó, en un artículo publicado la semana pasada, que los Pandora Papers (una investigación periodística que desnudó enormes inversiones de capital en paraísos fiscales) eran “una amenaza para la democracia”.

“Políticos, hombres de negocios, estrellas deportivas e íconos culturales fueron descubiertos escondiendo su riqueza y mintiendo sobre ella”. La dificultad de poner esto en evidencia –afirmó– “muestra como abogados, legisladores y las cortes han inclinado las leyes a favor de las élites”.

Pero la misma Pistor muestra, en su artículo, que esas prácticas de hoy solo actualizan procedimientos similares desde hace, por lo menos, cinco siglos.

Lejos de poner en riesgo la democracia, tanto los Pandora Papers, como la guerra psicológica denunciada por Haugen, solo exponen la democracia en pleno funcionamiento.

Hoy, prácticamente todo el escenario político se reivindica como “democrático”, desde la derecha –como el Partido Popular (PP) español, de raíces franquistas–, hasta diversas propuestas de izquierda. Cada uno se refiere a su propia visión de la democracia, cuyo contenido nunca se termina de explicitar.

Para evitar mayores complicaciones, se acude a la vieja fórmula de Lincoln, que la definió en 1863 como el “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Una fórmula tan vacía de contenido que es recordada hasta hoy, pues permite a cualquiera salir del paso, en vez de verse envuelto en complicadas discusiones políticas o teóricas.

No hace falta, en todo caso, volver a los Federalists Papers para estudiar la democracia. Han pasado 233 años desde entonces y el análisis de su funcionamiento real es mucho más importante para entenderla que leer a Locke o a Hamilton.

Y la democracia, tal como funciona en su país de origen –Inglaterra– y en su descendencia política más directa –Estados Unidos– no es como se expone en estos textos. Es como muestran los Pandora Papers, o las denuncias de Frances Haugen.