El ideal norteamericano de «democracia»

POR JULIO CÉSAR CARRIÓN CASTRO /

Lo de los Estados Unidos no es en realidad una democracia, sino una grotesca farsa plutocrática, una farsa montada por el poder bancario, financiero y militarista gringo, basado en las anacrónicas versiones de su supuesta superioridad moral e intelectual. Se trata de una amañada y tramposa versión de la “democracia”, que opera con dos partidos exactos en todos sus rasgos, pareceres, ficciones y “propuestas”, que persiste en sus delirios supremacistas, racistas, nacionalistas e imperiales, que funciona con el extraño sistema del sufragio indirecto.

El sueño democrático que ha venido construyéndose desde la antigua Grecia y, más recientemente, desde los orígenes de la modernidad, dista mucho de alcanzar su completa y efectiva realización o materialización.

La falsedad del Respice polum (“Mirar hacia el norte”)

El sistema de gobierno norteamericano, sin embargo, se ufana y auto publicita como el perfecto ideal de realización de la democracia, pero su modelo social, económico y político, arroja un amplio récord de falencias y de flagrantes violaciones a dicho ideario democrático; no sólo por la casi extinción del llamado “Estado Social de Derecho” y la no satisfacción de las más urgentes y vitales necesidades públicas, sino por la permanente negación de los derechos civiles, las garantías sociales, económicas y culturales, tanto a un gran número de habitantes de sus grandes ciudades, como al conjunto de los pueblos del Tercer Mundo, supeditados a su ya vieja hegemonía e intervencionismo.

En ese país del “bienestar” y la “igualdad”, la miseria tiene una amplia cobertura, especialmente entre la población negra y los migrantes de los países eufemísticamente denominados subdesarrollados, para quienes nunca se cumplirá ese supuesto “sueño americano” de confort y de abundancia.

El maltrato laboral, la discriminación racial, el abuso y la intolerancia política, cultural o religiosa y la xenofobia, –semejante a la que se da en toda Europa– tienen una constante manifestación en los Estados Unidos, tal como se encargan de mostrárnoslo periódicamente los medios de comunicación, en una especie de subliminal advertencia para quienes insisten, desde estas sudacas latitudes, en acceder a ese “sueño”, a la Arcadia del Consumismo.

El modelo norteamericano de democracia arroja, como sobresalientes logros, el que, de los cerca de 330 millones de habitantes, aproximadamente 38 millones son oficialmente considerados “pobres”, aunque más del 30% de la población negra e hispanoparlante se encuentra por debajo de esos reconocidos niveles oficiales de pobreza.

“El Centro de Investigación Pew revisó los datos de la Oficina de Justicia para encontrar que había 810 personas por cada 100 mil en las cárceles a fines de 2019. Esto se traduce en 2.1 millones de personas encarceladas en total”. Datos del 17 agosto de 2021.

Según Human Rights Watch, organización financiada por el especulador George Soros y afecta tanto al Departamento de Estado como a la criminal CIA, la tasa de encarcelamiento para los hombres afroamericanos fue casi seis veces mayor que la de los hombres blancos. Para los afroamericanos más jóvenes, la disparidad fue aún mayor. La pena de muerte, que es todo un espectáculo, sigue vigente en 29 estados y se aplica de manera arbitraria y caprichosa. Según Amnistía Internacional, a pesar de que los negros constituyen tan sólo el 12 % de la población total, el 41 % de los condenados son de raza negra. Sin embargo, en USA por cada 100 habitantes, hay 8.4 asesinatos, el 90 % de los hombres y el 74 % de las mujeres, algún día serán atracados, violados o sufrirán robos.

Informaciones oficiales dan cuenta de que “más de 83.000 personas murieron de sobredosis en el consumo de drogas ilícitas en un período de 12 meses que terminó en julio del 2020. El número de muertes por sobredosis más grande registrado en la historia de Estados Unidos, según el Centro de Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC). Esto representa 227 muertes diarias y un aumento del 19 % frente al mismo periodo de 12 meses terminado en julio de 2019”.

Todo ello a pesar de la tan publicitada “guerra contra la droga” –otro espectáculo y embuste– que no es sino una enorme farsa judicial y mediática, montada en el tinglado internacional, con policía e “investigadores” que inducen al tráfico y al consumo, con agentes infiltrados que se enriquecen en el negocio, testimonios negociados, delincuentes amparados y la constante amenaza de invasión a los países productores.

A pesar de todo esto, se continúa publicitando descaradamente el “American Way of Life”, como la más completa expresión de la democracia. El desarrollo del capital cultural en dicho país, se reduce a la promoción de una especie de ingeniería conductual eventista y farandulera uniformadora que se realiza a través del sistema educativo, de poderosas empresas del espectáculo y el entretenimiento, y de unos agresivos medios de comunicación, representados especialmente por las tan poderosas como idiotizantes cadenas de televisión (un joven de 18 años en Estados Unidos, habrá asistido, por lo menos, a unas 32 mil muertes violentas en la pantalla de televisión), además por una serie de novedosas invenciones en materia de informática y video, por medio de las cuales se despliega la violencia simbólica, complementaria de las numerosas represiones y coacciones cotidianas, tanto públicas como privadas.

La frágil conciencia del norteamericano promedio, sucumbe ante una enorme oferta de escapismo: ya se trate de la drogadicción que afecta, como vimos, un altísimo porcentaje de la población juvenil, o del conformismo, la monotonía y la inacción impuestos por ese gran número de espectáculos artísticos y deportivos, presentados como encuentros masivos y anónimos de descarga neurótica, o de otras expresiones de pasividad y gregarismo, como el consumismo compulsivo y el sexo fácil, sin compromisos afectivos. Todo lo cual los lleva a fijar pautas caracteriológicas y de comportamiento, como las descritas en ese personaje humorístico –pero terriblemente acertado– llamado Homero Simpson, símbolo incuestionable del norteamericano promedio.

En resumen, se ha producido entre el pueblo estadounidense el más horrendo desencanto y adormecimiento frente a la realidad vivencial y participativa; hombres y mujeres han sido atrapados en el submundo de una “realidad virtual” que les sustituye la vida y les aliena, imponiéndoles toda una estructura delirante de necesidades y les impide todo esfuerzo de participación democrática y de confrontación o crítica al statu quo –no sobra recordar que el abstencionismo electoral en Estados Unidos, es similar al de la mayoría de los países latinoamericanos.

Para hablar de democracia o de socialismo, es indispensable hacer precisiones conceptuales y contextuales, porque, así como hoy justamente se señala eso que se denominó “socialismo real” como un simple tanteo, o peor, como una mueca que apuntó al fracaso, hay que establecer, también, que los regímenes “democráticos” conocidos, dejan mucho que desear, unos por su debilidad estructural y otros porque están cargados de múltiples desaciertos, mentiras y falsificaciones.

Estado corporativo

Lo de los Estados Unidos no es en realidad una democracia, sino una grotesca farsa plutocrática, una farsa montada por el poder bancario, financiero y militarista gringo, basado en las anacrónicas versiones de su supuesta superioridad moral e intelectual. Se trata de una amañada y tramposa versión de la “democracia”, que opera con dos partidos exactos en todos sus rasgos, pareceres, ficciones y “propuestas”, que persiste en sus delirios supremacistas, racistas, nacionalistas e imperiales, que funciona con el extraño sistema del sufragio indirecto –un teatral proceso en el cual los votantes no eligen directamente sino que delegan a unos conspicuos representantes que se encargan de seleccionar a quienes habrán de ocupar los cargos correspondientes– todo ello bajo una permanente acción intimidatoria por parte de unas poderosas fuerzas represivas, de vigilancia y control, y con el sistemático accionar de unos medios de comunicación y una caterva de comunicólogos serviles.

Se trata de una serie de mecanismos, de todo un sistema, opuesto, por supuesto, a las tradicionales nociones de la “democracia liberal”, que retóricamente persisten en recitar la cantinela de la “defensa de la libertad”, de la propiedad, de la “participación ciudadana” y la promoción de unos “derechos humanos” que, asumiéndose sus propietarios, violan sistemáticamente, y buscan, bélicamente distribuir y defender en todo el mundo, mientras se apropian de las riquezas de todas las naciones que dicen “apoyar”.

En realidad, se trata de una “democracia” semejante a la impuesta por el llamado “Estado corporativo” que estableciera Benito Mussolini y el fascismo, aunque ya sin sus símbolos, alegorías y parafernalia.

Demofascismo

Se trata de la instauración de un fascismo nuevo, de un fascismo democrático, del DEMOFASCISMO mundial que, bajo el amparo de toda esa sociedad del espectáculo, la farándula y otro tipo de adicciones, ya se ha instalado cómodamente, con el beneplácito de una ciudadanía previamente adocenada, una geopolítica del engaño y el corro de gobiernos cipayos realizados en la imitación y la subalternidad.

No obstante, a contracorriente, podemos afirmar que aún es válido perseverar en la idea de que la democracia es una utopía realizable, quizá cuando los Estados Unidos deje de ser esa estrella polar, ese proyecto imitativo que llevara al “Respise polum”, a ese “mirar hacia el norte” que siempre ha obnubilado y atrofiado a nuestros subordinados y dependientes pueblos y gobiernos…

Hegemonía WASP

Desde que el imperialismo norteamericano se erigió como  gendarme planetario (a comienzos del pasado siglo) la esfera de los países dependientes de su mandato y dominio, ha sido subordinada a todos los supuestos «valores de la democracia» que dicho imperio ha impuesto.

El sistema de vida norteamericano -el american way of life-, la publicitada hegemonía White Anglo-Saxon Protestant (WASP), es decir la llamada supremacía blanca, anglosajona y protestante, se presentan como principales argumentos ideológicos para la defensa del “orden establecido”, esto es, para la defensa de la propiedad privada, el consumismo, el racismo y, en general, la imposición del modo de vida norteamericano: la monotonización de los gustos, de las modas y de los placeres, en fin, la homogeneización del pensamiento y el imperio de una mentalidad de clase media, pequeño burguesa, que ya se ha hecho planetaria.

De ahí que dada esa mentalidad racista y segregacionista Donald Trump se preguntara: “¿Por qué recibimos a gente de países de mierda?”

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