‘El Director’, sugestivo libro que devela las miserias y los mecanismos reales y ocultos del funcionamiento de la prensa en el capitalismo

El periodista catalán David Jiménez, autor de 'El Director'.

CRONICÓN.NET /

Grandes empresarios, monarcas, ministros, banqueros, directivos y periodistas en un relato de primera mano que revela de modo contundente los mecanismos reales y ocultos del funcionamiento de la prensa en el capitalismo. Al desnudo los secretos inconfesables de un periodismo que se dice independiente y ejerce la más servil y escandalosa de las pleitesías a los grandes poderes de este mundo.

David Jiménez García, el periodista catalán que en el año de 20015 fue nombrado sorpresivamente para él como director del ultraconservador diario español El Mundo, describe sus vicisitudes durante el año que duró al frente de dicho rotativo.

En su sugerente libro titulado ‘El Director’ (se puede descargar aquí en archivo PDF), publicado en 2019, ofrece una radiografía de los problemas de la prensa española que se puede transpolar a otras latitudes, la cual devela la crisis de resultados, legitimidad e influencia del mundo de los medios concentrados de comunicación en un sistema criminal como el capitalista.

La obra colige que las audiencias hace ya algún tiempo no se fían de los medios de comunicación puesto que perciben que estos están demasiados ligados a los poderes tanto políticos como económicos. Jiménez lo narra claramente: el vínculo entre la prensa y las grandes empresas son lo que denomina los Acuerdos que se concretan por debajo de la mesa. Es decir, los empresarios se aseguran de que sus compañías aparezcan siempre en términos favorables a cambio de inyecciones regulares de dinero. No ya solo en forma de publicidad, sino con acuerdos de patrocinio de eventos, favores personales a los directivos, hipotecas con condiciones extraordinarias para los redactores o regalos estrambóticos.

Al servicio de los poderosos

Jiménez señala con desazón, que una de sus funciones principales, por encima de las periodísticas, era cultivar las relaciones públicas con un poder económico que tiene la capacidad de hundir o hacer reflotar un medio con sus inyecciones de dinero. Como le señaló un directivo del grupo editorial: “Vivimos de favores. No podemos ir contra los amigos que nos ayudan. Esto no es una corresponsalía, tienes responsabilidades”.

El periodista narra cómo desde el gobierno español a través de diversos Ministerios se mercadea con información, se filtran noticias de forma interesada o se inventan para perjudicar al partido rival. Los políticos, del mismo modo que los empresarios, entienden que cada relación con un medio es una forma de comprar elogios y de blindarse ante investigaciones o irregularidades.

“El país se enfrenta a enemigos peligrosos. No son tiempos para la neutralidad”, le espetó a Jiménez en una ocasión el Ministro del Interior del Gobierno español en una reunión privada.

Nada nuevo en un país como España en el que el ultraderechista Partido Popular desde el gobierno fue capaz de crear una policía a su servicio para espiar a los sectores de la oposición, prefabricar mentiras para divulgarlas como noticias en los medios de comunicación y denigrar de la prensa que no era de sus afectos.

En consecuencia, precisa el exdirector del diario El Mundo, “la información que se ofrece a los lectores se escribe al dictado… El reparto de páginas se hacía en función de su agenda (de empresarios y políticos) y sus periodistas eran los únicos a los que se consultaba a la hora de escribir los editoriales”.

Solo son relevantes para el establishment

La corrupción en los medios de comunicación en un mundo capitalista dominante llevó a que sus dueños, operadores y patrocinadores se percatarán tarde que desde internet se venía desplegando una intensa actividad interactiva dando lugar a nuevas plataformas digitales capaces de competir con ellos.

El autor de El Director explica que los dueños de los medios tradicionales de España se aferraban a su supuesta influencia sin darse cuenta “de que, con tiradas impresas cada vez más pequeñas y cientos de nuevos medios digitales, con menos periodistas buscando exclusivas y el impacto de lo que publicábamos en caída libre, ya solo importábamos a un pequeño gueto de la élite económica, política, burocrática, académica y cultural de Madrid. Solo éramos relevantes para el establishment, en parte porque llevábamos décadas escribiendo sobre y para él”.

El retrato que Jiménez hace en su trabajo bibliográfico es un buen análisis de la decadencia de todo el sector de las comunicaciones: una prensa poco libre, atada de pies y manos a políticos y poderes económicos, más pendiente de quedar bien con los amigos importantes que de su compromiso con la verdad, ajena a la complejidad de una sociedad en rápida transformación, incapaz de liberarse de las inercias de hacer periódicos en papel. Una prensa que produce información de baja calidad e interés y que es recompensada, en consecuencia, con el alejamiento de los lectores, la pérdida de influencia y credibilidad y el declive de su modelo de negocio.