El ‘Destino Manifiesto’ estadounidense: una herramienta del imperialismo bajo una máscara de providencia

POR OMAR ROMERO DÍAZ /

La historia de la humanidad está llena de relatos de expansión y dominio. En el caso de Estados Unidos, esta expansión se justificó con una idea que, a primera vista, parece noble, pero que en realidad sirvió como una excusa para la conquista y el despojo: el Destino Manifiesto. Según esta doctrina, los estadounidenses fueron elegidos por dios para expandirse y llevar sus valores a otros territorios. Pero ¿qué hay detrás de esta supuesta misión divina?

Una ideología al servicio del poder

El Destino Manifiesto nació en el siglo XIX, cuando Estados Unidos buscaba consolidar su dominio territorial. Se presentó como una justificación moral para apropiarse de tierras habitadas por pueblos originarios y naciones soberanas. Desde la compra de Luisiana en 1803 hasta la guerra con México en 1846, el Gobierno estadounidense utilizó este concepto para expandir sus fronteras sin considerar el derecho de los pueblos que ya habitaban esos territorios.

Pero esta no fue una simple expansión geográfica. Fue un proceso de violencia, desplazamiento forzado y genocidio. La expulsión de los pueblos indígenas al oeste del río Misisipi, la anexión de Texas y la guerra contra México fueron actos de agresión que se disfrazaron de misión civilizadora.

¿Destino Manifiesto o imperialismo?

Si analizamos la historia con una visión materialista, es evidente que el Destino Manifiesto no fue más que la cara ideológica de un proyecto imperialista. Estados Unidos no se expandió por designio divino, sino por intereses económicos y estratégicos. Con cada nuevo territorio anexado, aumentaba su riqueza, su acceso a recursos naturales y su control sobre el comercio.

Esta ideología sirvió para justificar una política exterior agresiva que no se detuvo en el siglo XIX. En el siglo XX, la Doctrina Monroe y su versión modernizada, la política del «Gran Garrote» de Theodore Roosevelt, continuaron con la lógica expansionista. Golpes de Estado en América Latina, intervenciones militares en Medio Oriente y la imposición de gobiernos afines en distintos continentes son la prueba de que el espíritu del Destino Manifiesto sigue vigente.

Trump y el regreso del expansionismo

Con la llegada de Donald Trump y su retórica nacionalista, el Destino Manifiesto ha resurgido con fuerza. Trump no solo ha planteado la posibilidad de anexar Canadá o Groenlandia, sino que también ha justificado la intervención en otras naciones bajo la excusa de proteger los intereses de Estados Unidos. Su discurso es el mismo que usaron sus antecesores hace siglos: la idea de que el pueblo estadounidense tiene una misión histórica que lo autoriza a dominar a otros.

Un destino impuesto, no manifiesto

El Destino Manifiesto no es una verdad divina, sino una estrategia de dominación disfrazada de misión sagrada. Es la justificación de la fuerza sobre el derecho, del saqueo sobre la soberanía. Lo que se presenta como un deber histórico es, en realidad, la imposición de un poder económico y militar sobre los pueblos más débiles. Y mientras esta ideología siga viva, las naciones del mundo deben mantenerse en alerta, porque el expansionismo estadounidense no es cosa del pasado: sigue marcando la política global del presente.