Desde Watergate a Trump y Biden, 50 años recitando libertad y democracia

POR ARAM AHARONIAN

El asalto al Capitolio estadounidense perpetrado el 6 de enero de 2021 por una turba incitada por el expresidente Donald Trump fue la culminación de un intento de golpe de Estado al centro del cual se encontraba el magnate, con el fin de la elección presidencial. Un golpe similar a cualquiera que en las últimas décadas se dieron en América Latina; fueron programadas desde la Casa Blanca.

Una estrategia para subvertir la elección condujo a otra que culminó en un ataque violento a la democracia, dijo el jefe del comité de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Bennie Thompson. Pero esta decadencia comenzó, al menos, hace cinco décadas.

Estados Unidos conmemora el 17 de junio el 50 aniversario del allanamiento de Watergate. El escándalo que conquistó a la nación y obligó a la renuncia de un presidente se enseña en las escuelas como un capítulo oscuro de la historia. Sin embargo, es más que eso. Sus ignominiosos legados han moldeado la conducta de la política y las actitudes públicas hacia el gobierno desde entonces.

El vacío en los registros oficiales las siete horas de comunicaciones del presidente Trump el 6 de enero de 2021, día del asalto al Capitolio, y que por ley deben mantenerse, recuerda la famosa brecha en las cintas de grabación de las conversaciones telefónicas presidenciales del caso Watergate, que terminó con la caída de Richard Nixon.

                                                                                                Ilustración: Darío Castillejos.

Watergate, junto con la Guerra de Vietnam, marcó una línea divisoria entre lo viejo y lo nuevo, dando paso a un cambio en el panorama de la política y la vida pública: de un período en el que los estadounidenses confiaban en su gobierno a un período en el que esa confianza se rompió y nunca se restauró realmente.

A casi año y medio de lo que se ha considerado el mayor ataque contra la democracia en la historia reciente de Estados Unidos, uno de los aspectos más inquietantes es que hasta hoy el Partido Republicano sigue cerrando filas de manera casi unánime, si no para apoyar lo ocurrido, sí para asegurarse de que el exmandatario, sus asesores y cómplices más cercanos permanezcan en completa impunidad, pese a todas las pruebas de que Trump es el principal responsable de lo ocurrido.

Construyó y sostuvo durante meses una narrativa de fraude electoral carente de cualquier evidencia, y luego incitó a sus seguidores a acudir a Washington el día en que debía cumplirse el trámite para certificar la victoria en las urnas de Joe Biden. Y como corolario, se negó  a enviar a la Guardia Nacional para refrenar a la turba cuando ya se encontraba fuera de control.

Mientras, siguió creciendo el fanatismo de las armas. La portación de armas es el concepto de libertad de quienes sufren de una paranoia que no los deja ser libres y se la imponen a los demás en nombre de la libertad con trágicas consecuencias, señala Jorge Majfud. Cuarenta mil personas mueren cada año en el país por violencia de armas.

No por casualidad las matanzas suelen tener una motivación contra “las razas inferiores”, ya que esa obsesión está en el ADN de la historia de este país, añade. Es que los negros, los asiáticos o los “hispanos” no masacran blancos por odio. La esclavitud se expandió en nombre de la Ley, el Orden y la Libertad. La tercera estrofa del himno nacional escrita en 1814 por Francis Scott Key proclama:“Ningún refugio puede salvar al asalariado y al esclavo del terror de la huida, de la sombra de la tumba”. Amén.

El optimismo económico is over

El optimismo económico se terminó. Its over, dice Kevin Dugan, columnista económico del suplemento Intelligencer, alarmado por el hecho de que el viernes último Estados Unidos entró en shock, cuando el Ministerio de Trabajo dio a conocer el índice inflacionario de mayo, el más alto desde 1981, mientras se conocía que la confianza de los consumidores se desplomó a principios de junio, dejando en evidencia la amenaza de estanflación.

Incluso el mercado de bonos de los Estados Unidos está atravesando el peor año desde 1977. Una avalancha de aversión al riesgo se presentó a mediados de junio en los mercados financieros mundiales, en medio de un elevado temor de una recesión económica en Estados Unidos y un banco central más restrictivo para atacar la inflación.

¿Cómo puede ser que la Secretaria del Tesoro Yanet Yellen y el presidente de la Reserva Federal (Banco Central) Jerome Powell se hayan equivocado tanto?, pregunta el analista James Surowiecki en el The Atlantic.

Para los analistas, el problema no está tanto en los planes de estímulo pospandemia implementados por las principales potencias del planeta en 2021, tras las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI), las que iban acompañadas por la exigencia de austeridad en caso de países subdesarrollados.

La causa más bien sería lo que la especialista Tsvetana Paraskova llamó en Oil Price, el principal sitio de información energética, “la mayor reorganización de los flujos de petróleo desde la década de 1970”.

El tema que es abordado también por influyente revista Foreign Affairs, con la pluma de dos pesos pesados en la materia, el actual decano de la Columbia Climate School y exasesor del presidente Obama, Jason Bordoff, junto a la titular de Geopolítica de la Energía en la Escuela Kennedy de Harvard y exasesora de Bush hijo, Meghan O’Sullivan, y aborda los principales cambios en el mercado mundial por la guerra de Ucrania y diagnostica la intervención decidida de los estados en el sector energético.

Janet Yellen, hizo algo inusual en Washington: admitió que había cometido un error: en entrevista con CNN habló sobre sus predicciones del año pasado en el sentido de que los precios se mantendrían bajo control: “Me equivoqué entonces sobre el camino que tomaría la inflación”.

Cuando los críticos señalaban en marzo del año pasado que el plan de estímulo de 1,9 billones de dólares de la administración Biden – -financiado a través de la deuda- iba a sobrecalentar la economía, Yellen calificó el riesgo de inflación de «pequeño» y «manejable». Un par de meses después añadió: “No, no anticipo que la inflación va a ser un problema”. También Powell creía que la inflación sería yransitoria y cuando superó el 6 por ciento, la Fed mantuvo las tasas de interés cerca de cero (hasta marzo de 2022).

Pero hete aquí que la inflación en mayo fue del  8,6 por ciento, quizá en el mayor problema que enfrenta la administración Biden: los altos precios eclipsan prácticamente todo lo demás sobre la economía estadounidense. La tasa de desempleo es baja (3,6%), y el Departamento de Trabajo anunció que había agregado otros 390 mil puestos de trabajo el mes pasado.

Yellen y Powell, como era de esperar, se han enfrentado a un aluvión de críticas por su incapacidad para mantener la inflación bajo control. ¿Se equivocaron? Lo cierto es que estaban librando la (pen) última guerra, la Gran Recesión económica de 2008-2009 y tras esos dos años un crecimiento muy lento de la economía: de 2009 a 2016, el crecimiento del PIB promedió un dos por ciento anual y el desempleo, que alcanzó que llegó al 11 por ciento en octubre de 2009, seguía arriba del 7% cuatro años después.

Los salarios medios aumentaron muy lentamente en ese período, lo que significó que decenas de millones de estadounidenses vivieron –por lo menos- cinco años miserables. Los demócratas habían aprobado un plan de estímulo de 787 mil millones de dólares, que era entonces el paquete más grande jamás promulgado y el banco central había recortado las tasas de interés casi a cero, cuando Ben Bernanke dirigía la Fed.

Las medidas evitaron que la Gran Recesión se convirtiera en otra Gran Depresión, pero no fue hasta 2016 que la economía realmente despegó. Cuando Biden asumió el cargo en enero de 2021, el desempleo se mantuvo en 6,3 por ciento y la economía perdió empleos, lo que hizo temer una repetición de la recuperación posterior a 2009, con millones de personas sin trabajo en los años siguientes.

Para los analistas, la afirmación de que el paquete de estímulo fue más grande de lo necesario, o al menos, podría haber sido mejor dirigido, parece indiscutible, pero igualmente cierto es que probablemente solo representa una fracción de la tasa de inflación actual. Europa, después de todo, hizo mucho menos estímulo fiscal que EE.UU., pero la inflación dentro de la Unión Europea es ahora alta.

Según cifras oficiales, la economía de EE.UU. ha creado unos nueve millones de empleos desde enero de 2021. Pero Biden es blanco de la ansiedad, la ira y la bronca producidas por un desempleo del 8,6%, pero sobre todo por los altos precios, en especial de los alimentos.

Lo que vendrá

El exsecretario de Estado Henry Kissinger afirmó, en el Foro de Davos, que Estados Unidos debía restablecer la paz cuanto antes en Europa, incluso considerando la cesión a los rusos de ciertos territorios en disputa. La posición del conocido estratega de 99 años, y el lugar en el cual se ventiló, generaron un revuelo inusitado.

Y tras el revuelo, volvió sobre sus dichos, en una entrevista con el exceo de Alphabet/Google, Eric Schmidt, en un encuentro organizado en Venecia por el Instituto Berggruen. Ahora afirma que Rusia está perdiendo “la guerra estratégica” y que la prioridad debería ser integrar a China en un sistema internacional común para evitar confrontaciones permanentes.

¿Qué pasó con Kissinger entre Davos y Venecia? Fácil: estuvo en el Bilderberger Meetings, el evento anual más reservado e influyente de la élite política y los multimillonarios a nivel global, donde China fue el mantra.

Antes de la guerra en Ucrania, toda conversación sobre la necesidad de desafiar o redefinir la globalización se limitaba a los círculos académicos. La guerra convirtió esa conversación teórica en tangible, urgente. El apoyo de Estados Unidos, Europa y Occidente a Kiev tiene poco que ver con la soberanía e independencia de Ucrania y todo que ver con la ansiedad real de que un éxito ruso destruya o, al menos, dañe la versión actual de la globalización económica al estilo de EE.UU. y sus aliados.

 

A partir del 31 de mayo, el canciller ruso Sergei Lavrov comenzó una gira por los países del Consejo de Cooperación del Golfo, donde visitó Bahréin, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, entre otros. El objetivo principal es fortalecer los lazos entre Rusia y las naciones del CCG en medio de una carrera global por el dominio geopolítico.

El Medio Oriente, especialmente la región del Golfo, es vital para el orden económico global actual y es igualmente crítico para cualquier remodelación futura de ese orden. Si Moscú logra redefinir el papel de las economías árabes frente a la economía global, lo más probable es que logre garantizar que se forme un mundo económico multipolar. El reordenamiento geopolítico del mundo no puede lograrse simplemente mediante la guerra o desafiando la influencia política de Occidente en sus diversos dominios.

Desde 1991 el mundo dejó de ser un espacio en disputa entre dos superpotencias militares, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y el Pacto de Varsovia, y dos grandes campos económicos, EE.UU. y la URSS.

¿Para qué es la OTAN?

La OTAN se conformó para garantizar la seguridad de la Europa Occidental frente al peligro que representaba la Unión Soviética y sus adláteres. Su tratado dice que fue “para promover valores democráticos y permitir que los miembros se consulten y cooperen en cuestiones relacionadas con la defensa y la seguridad”. Dice también tener, “un compromiso de resolución pacífica de controversias. Cuando los esfuerzos diplomáticos no dan fruto, la fuerza militar emprende operaciones de gestión de crisis”. Se trataba de preparar a los gobiernos de la “libertad capitalista” para la llamada Guerra Fría emprendida por “la barbarie comunista” que avanzaban con sus rojos estandartes y sus cimitarras de hielo sobre Europa. Concluida sin disparar un sólo tiro, la confrontación por la hegemonía política, económica y militar, la OTAN debió haber desmantelada. Pero, no fue así. Washington descubrió que esa extraordinaria fuerza militar conformada, en buena parte por ese consorcio que llaman la Unión Europea, no sólo era una magnífica mampara, también instrumento de su poder imperial. De ahí salió la “Operación Fuerza Deliberada” contra los serbios, la “Operación Fuerza Aliada” contra la República Federal de Yugoslavia, que la borró del mapa. Luego contra los iraquíes, afganos, libios y sirios, que quedaron desbaratados. Y claro está, los millones de muertos, desplazados y emigrados que ahora se niegan a aceptar, siempre en nombre de la libertad, la democracia y el mundo libre.

Guerras  con componente económico

La invasión estadounidense de Panamá (1989) y de Irak (1990), marcó la ascendencia estadounidense en los asuntos globales, pero el componente militar y geopolítico de esta guerra estuvo acompañado por uno económico: el establecimiento de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 1994 tenía como objetivo ilustrar la perspectiva económica de Washington en este nuevo orden mundial.

Las protestas contra la OMC en Seattle en 1999 intentaron revertir la alarmante tendencia en los asuntos económicos mundiales. Lograron demostrar el poder de la sociedad civil en el trabajo, pero las protestas no lograron resultados reales y duraderos. En la definición de globalización centrada en Estados Unidos y Occidente, los países más pequeños tenían (y tienen) poco poder de negociación y los países ricos negociaron con éxito muchos privilegios para sus propias industrias, y gran parte del Sur Global no tuvo otra opción que seguir las reglas de Occidente.

Los estadounidenses hablaron de libre comercio y mercados abiertos mientras mantenían una agenda proteccionista sobre lo que percibían como industrias clave. La globalización fue catalogada como una historia de éxito para la libertad y la democracia mientras que, en esencia, era una reproducción barata de la doctrina económica francesa del laissez-faire del siglo XVIII.

Es fácil criticar a los países pobres por no desafiar el dominio de Estados Unidos y sus socios euroccidentales. Cuando lo intentaron, recibieron sanciones económicas y bloqueo, cambio de régimen y guerra. Quizá esta forma depredadora de capitalismo alentó a los países pequeños del Sur Global a reformular sus propios bloques económicos, para que pudieran negociar con mayor influencia. Sin embargo, incluso eso no fue suficiente para influir, y mucho menos desmantelar, el paradigma global sesgado.

Rusia está invertida en un nuevo sistema económico global, pero sin aislarse en el proceso. Occidente está desgarrado. Y pretende arrojar sobre Rusia el Telón de Acero del pasado, pero –eso sí- sin dañar sus propias economías en el proceso, una ecuación irresoluble, al menos durante los próximos años.

En un discurso en el Foro Económico Euroasiático, el presidente ruso, Vladimir Putin remarcó que tratar de aislar a Rusia es “imposible, absolutamente irreal en el mundo moderno”, en clara advertencia al bélico eje OTAN-EEUU. Mientras, China mira de reojo, Lavrov intenta  animar un sistema económico global alternativo en el que Rusia no esté aislada, intentando redefinir el mundo desde una perspectiva geopolítica, y redefinir el concepto mismo de globalización para las generaciones venideras. Si es que la globalización no haya sido asesinada.

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