Desastres climáticos en el gran Caribe, una tragedia anunciada y un llamado a la investigación–acción- participativa

POR CATALINA TORO PÉREZ /

El huracán Harvey, considerado el ciclón tropical más fuerte y con más daños materiales que ha tocado tierra en Houston, dejó a miles de personas sin hogar. Junto con las severas inundaciones que generó, se presentaron nuevas amenazas para la salud: aguas contaminadas con elementos tóxicos, plomo y arsénicos derivados de complejos industriales. A poco tiempo de oficializar el retiro de los Estados Unidos del Acuerdo de París contra el cambio climático, Harvey se encendió como una alarma para advertir sobre las consecuencias sociales y ambientales del cambio climático.

La ciudad de Houston, uno de los centros más importantes de la industria química y petrolera de los Estados Unidos, fue golpeado por el huracán Harvey, de los más potentes en los últimos tiempos. Harvey dejó a miles de personas sin hogar como consecuencia de las inundaciones devastadoras, que a su vez presentaron nuevas amenazas para la salud y pusieron de manifiesto los límites de la actual matriz energética y su crecimiento exponencial. Elementos tóxicos derivados de complejos químicos y petroleros, además de otros componentes asociados a pesticidas; plomo y arsénicos derivados de complejos industriales inactivos, contaminaron las aguas tras el paso del huracán.

Harvey se convirtió en una advertencia sobre los riesgos del cambio climático. La catástrofe se desató a menos de ocho meses de que el presidente Donald Trump anunciara el retiro de los Estados Unidos del Acuerdo Climático de París, frenara los presupuestos para las Políticas de Protección Ambiental, y ordenara el cierre de las publicaciones científicas del sitio web de la Agencia de Protección Ambiental (EPA). Trump, además, echó para atrás las últimas medidas tomadas por el Gobierno de Barack Obama en noviembre de 2016, que ampliaron las Áreas Protegidas y prohibieron la expansión de la explotación minera y petrolera en el mar -especialmente entre las costas de Massachusetts a Virginia, que contó con el acuerdo del primer ministro canadiense de continuar las exploraciones en el Ártico. Aunque, cabe recordar que en 2010, dos semanas antes del desastre petrolero en el golfo de México, Obama había levantado la moratoria de la explotación petrolera marina.

Recientemente el huracán Irma llegó a las Antillas, y después de golpear fuertemente St. Martin y St. Barthelemy, se dirige a Puerto Rico, República Dominicana y Haití. India, Nigeria y México, con menos publicidad, han sufrido inmensas pérdidas materiales y humanas derivadas de las grandes inundaciones.

La voz de la academia, a través del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), ha fundamentado científicamente la gravedad de este fenómeno en el planeta, y en la última Cumbre de París se propuso, por primera vez, una política de protección de los océanos. Aun así, el presidente de los Estados Unidos ha afirmado en más de 100 ocasiones que se trata de un “cuento chino”.

Son varios los estudios de científicos climáticos que demuestran cómo este fenómeno agudiza las tormentas y huracanes en el Golfo de México y en el Caribe.  En primer lugar, explican que a medida que se calientan las aguas (en el Atlántico han aumentado entre dos a cuatro grados), las frecuencias de mayores categorías de huracanes -de tres a cinco- aumentan. En segundo lugar, plantean que a mayor calentamiento del aire, éste contendrá más vapor de agua, y, en consecuencia, las tormentas generarán altísimas precipitaciones intensificando vientos y lluvias. Otra posible explicación, aunque aún no totalmente probada, se relaciona con el creciente deshielo en el Ártico que, asociado a los niveles actuales de emisión de gases de efecto invernadero, genera bloqueos en los sistemas de vientos, y produce -como en el caso de Harvey e Irma- consecuencias catastróficas. Entre ellas, grandes inundaciones, pérdida de vidas humanas, contaminación de acuíferos y de suelos, además de la pérdida del hábitat de peces, aves y plantas.

A la comunidad latinoamericana y del Caribe les corresponde profundizar los estudios acerca de las causas económicas, sociales y políticas, relacionadas con modelos de desarrollo insustentables, sus patrones y matrices energéticas. También, repensar una transición hacia un nuevo paradigma que parta del respeto y la reconstrucción de formas y modos alternativas de vivir en este planeta.

Nuestras instituciones académicas deben aproximar las propuestas desde el Sur -donde los fenómenos climáticos generan mayores desastres- a la experiencia científica de las Universidades, para posibilitar información, experiencia y apoyo a los impactos -cada vez mayores- en nuestras vulnerables poblaciones marinas y costeras.

En uno de los espacios paralelos a la COP 21, en el contexto del Tribunal Internacional de defensa de los Derechos de la Naturaleza, surgieron propuestas como la del Anexo 0. El mismo plantea la necesidad de reconocer el respeto y el compromiso real de los pueblos impactados por las actividades extractivas  (Gran Minería, Agroindustria, Petróleo y Gas en el mar y en tierra), ausentes de la arena de la negociación. Además, hace referencia a la Convención de Cambio Climático en Río de Janeiro de 1992, que incluye en los Anexos 1 y 2 a los países del Norte (países desarrollados) y las denominadas “economías en transición” (Rusia y Europa del Este), en tanto piezas necesarias para financiar actividades concretas de prevención y adaptación al cambio climático en los países del Sur. Como se ha constatado, con el aumento desmesurado de la explotación de combustibles fósiles, el compromiso de desarrollar acciones para reducir la dependencia de ellos, no se ha cumplido.

Después de 20 años de negociaciones, desde la primera celebrada en Berlín en 1995, no se han hecho avances efectivos para detenerlo; por el contrario, se han agudizado las condiciones que ocasionaron el fenómeno de cambio climático. Ello se debe a que, justamente, lo que está en cuestión es la crisis del modelo de desarrollo capitalista global, basado en la extracción y procesamiento de combustibles fósiles para producir energía, la utilización masiva de transporte terrestre privado, aéreo y marítimo, la expansión de la urbanización en las ciudades, la liberalización de los regímenes comerciales globales, la agricultura industrializada, y el sobreconsumo en el norte global, incluyendo algunos lugares en el Sur.

El Anexo 0 parte de considerar que uno de los principales problemas de la ausencia de resultados derivados de anteriores negociaciones se relaciona con el alto grado de influencia que tienen las corporaciones de los sectores minero-energéticos, provenientes de los países del Norte; y la ausencia de voluntad política de sus gobiernos, incluyendo a los de países del Sur, para abordar desde raíz los verdaderos problemas asociados a la cadena energética, basada en combustibles fósiles, desde la extracción, el refinamiento la producción y el consumo.

Somos las mujeres, los trabajadores, las comunidades indígenas y campesinas quienes sufrimos directamente las consecuencias sociales y ambientales de la devastación, que afecta al Sur global e incluye, también, algunos lugares en el Norte. Precisamente las comunidades locales son las víctimas de los derrames petroleros; del acaparamiento de tierras; de la polución en tierra, aire y fuentes de agua; de los impactos en la salud y del aumento de la mortalidad en sus territorios; de la ausencia de servicios estatales; de la criminalización de la protesta social en lugares con servicios cada vez más comercializables, y con un altísimo nivel de violencia interpersonal doméstica y sexual, que muchas veces se relaciona con la militarización asociada a los recursos energéticos.

Frente a la crisis climática, los pueblos en África, Asia y América Latina impulsan propuestas concretas para la construcción de alternativas reales de Justicia climática y ecológica (reconocimiento de la responsabilidad de las corporaciones y Estados), justicia energética (dejar los el 80% de los combustibles fósiles bajo tierra y mar), justicia alimentaria (acceso y  control de las comunidades sobre sus prácticas ancestrales y territorios) y justicia de género (equidad en los procesos de participación en la toma de decisiones)

Pero en lugar de reconocer sus voces, prácticas y propuestas, surgen una y otra vez, por parte de las corporaciones financieras e industriales asociadas a la industria extractiva, una variedad de falsas soluciones “verdes” para legitimar sus “depredadoras prácticas”. Esas falsas soluciones acarrean nuevos riesgos tecnológicos, porque sus prácticas incluyen a los mercados de carbono, la agroindustria, los cuestionados programas de desarrollo limpio REDD, la geo-ingeniería con tecnologías de modificación del clima, proyectos de desarrollo de energía nuclear, grandes hidroeléctricas, y tecnologías para capturar y almacenar el carbono (CCS).

No hay más lugar para falsas alternativas neo-extractivistas disfrazadas de “capitalismo verde”. Debemos tomar en serio la problemática del cambio climático: unir esfuerzos y solidaridades, recuperar lecciones aprendidas, recoger miradas, experiencias y construir alternativas desde la ecología popular. Por esta razón, para 2019, estamos planteando desde la Asociación de Estudios del Caribe, poner especial énfasis en la Ecología Política del Cambio Climático para lograr consolidar las bases de una solidaria investigación-acción que permita prever y manejar uno de los más grandes desafíos de este siglo.

Megafón, CLACSO.