¿Decrecer o perecer?

POR ALBERTO ANTONIO BERÓN OSPINA*

Para Guillermo Castaño Arcila, maestro de la ecología social, quien tempranamente captó lo prioritario y profundo en la relación con la naturaleza.

Este ensayo reflexivo pretende contribuir en la discusión pública de un tema como el decrecimiento, que ha realizado en Colombia el nuevo gobierno, en especial la ministra de Minas y Energía, Irene Vélez Torres, y que por su importancia merece ser abordado por parte de un pensar que tenga aspiraciones críticas.

Introducción

Hace 25 años el centro de los conflictos ideológicos giraba en torno a la manera que Estado y sociedad contribuirían a resolver las desigualdades sociales. El crecimiento económico y el acceso al consumo se convirtieron en la opción fundamental para la resolución de los problemas de violencia, hambre, falta de oportunidades derivadas de una economía que parecía no beneficiar de la misma manera a los seres humanos. Hoy nos encontramos ante un escenario distinto, pues el crecimiento para estos afecta al resto de especies vivas, un daño que salta a nuestros ojos y que exige parece una transformación radical a corto plazo. ¿De dónde vendrá la transformación? ¿Del Estado, el mercado, de cada uno de nosotros? Estas interrogaciones al parecer ingenuas se formulan en el punto de quiebre entre el viejo antropocentrismo moderno y un presente incierto.

El libro de Casal Lodeiro, La izquierda ante el colapso de la civilización industrial. Apuntes para un debate urgente (Lodeiro, 2016) sitúa en discusión el papel de las izquierdas políticas frente a un progreso civilizatorio cuyo costo es la destrucción del resto de seres vivos. El carácter histórico de esa discusión se desarrolla en una línea temporal de cuatro momentos como son: capitalismo joven (1800-1920), capitalismo maduro (1920-1980), capitalismo senil (1980-2000) y finalmente el colapso.

En la interpretación de Lodeiro la sociedad industrial conjugó la energía propia de los humanos, así como la fuerza incorporada a la invención de los motores a través   de recursos como el vapor, el carbón, el hierro, el petróleo. El debate acerca del colapso remite al agotamiento de esos recursos, a la imposibilidad que tiene la actual sociedad capitalista de detener su carrera, así como la necesidad por parte de los movimientos sociales y las organizaciones de izquierda de comprometerse con acciones en torno al decrecimiento como freno al desarrollo ilimitado. Decrecer o extinguirnos según el autor, alude a la puesta en cuestión de la noción misma de progreso que direcciona nuestra civilización occidental por más de 200 años.

A partir de su lectura se hace inexcusable resaltar, por una parte, el papel de algunos filósofos políticos modernos cuyas reflexiones se ubican en un periodo histórico de crecimiento y progreso, incentivado por el descubrimiento y uso de energías fósiles, con las cuales se alcanzó a una escala mundial la producción, distribución, consumo de bienes, así como la entronización de un capitalismo planetario. Hoy experimentamos la etapa del colapso y parece que tenemos una responsabilidad social distinta debido a la crisis de la idea de progreso. Ante la situación algunos filósofos giran hacia otros horizontes, reconocen praxis comunitarias como el buen vivir andino, el ecologismo y el feminismo como posibilidades de esperanza. En este escrito haré alusión al buen vivir.

Desarrollo

Cuando el Apocalipsis toca a la puerta

Consideremos un mundo que pasa del papel moneda a otras formas de valor de cambio; donde los viajes en avión y el uso de autos privados sean regulados; un mundo que nos apremie a desplazarnos en transporte público y en bicicleta; siendo los productores locales los que nos proveen de ropa y alimentos. Todo esto acontece en ciudades despobladas con dificultades al acceso tanto de los servicios de agua como de energía, lo que ha generado el retorno a la máquina de escribir y los manuscritos. No espere el lector que esté haciendo referencia a un orden socioeconómico comunista o una distopía; se trata del mundo del de-crecionismo, término donde convergen análisis económicos, ambientales, activismos políticos y un llamado a cambiar de manera radical la relación con el entorno, pues el desastre irreversible se torna inminente.

La civilización industrial dejará de ser viable entre 2020 y 2035 señala el autor, basado en diversos informes. Evidencia de esto, es el agotamiento de la energía fósil, materializada en el petróleo y de sus derivados como el gas natural y el carbón, detonando la irreversible desaparición de un Estado del Bienestar y del mismo Estado. De lo anterior proviene el llamado al decrecimiento inmediato, direccionado a gobiernos, corporaciones, sociedades y comunidades en general: una alta voz cuyo mensaje es detener el crecimiento en términos de progreso material capitalista, en razón del inminente derrumbe de la civilización, a cuenta del daño producido en la biosfera. Según el autor este propósito hace parte de las tareas urgentes de la izquierda contemporánea, que consiste en decrecer o perecer, adaptando una idea de Rosa Luxemburgo. Esa salida no se podrá realizar en los marcos del capitalismo sino del ecosocialismo o de una ecología social como apunta el filósofo Michael Löwy refiriéndose a la llamada crisis ecológica: no es un problema entre muchos otros, es la cuestión política, económica, social y moral más importante del siglo XXI. (Löwy, 2023).

El pensar moderno movido por combustible fósil

Para los pensadores sociales las aspiraciones de progreso forman parte de una búsqueda expedita para hacer del ser humano el rey de la modernidad.  En filósofos como Kant, Hegel, Marx, Bakunin, Kropotkin, emergen en sus escritos nuevos actores, visibles en paralelo con la Revolución francesa, la Comuna de París, el mutualismo cooperativo, motivando escritos como La paz perpetua, Fenomenología del espíritu, El capital, Estatismo y anarquía, que se publican en plena juventud del capitalismo moderno. Se trata de grupos plebeyos, clases trabajadoras, lumpen proletaria, etc.

Con posterioridad, se gestan durante el siglo XX planteamientos de filósofos políticos como Bakunin, influido por el nacimiento de las organizaciones de izquierda, trabajadores de carácter político sindical, gestando de esta forma transformaciones que deberían socializarse para estar al servicio de la humanidad emancipada (Sánchez, 2022) en general, bajo las formas de cooperación y ayuda mutua de los trabajadores. Ejemplo de lo anterior son la Revolución anarcosindicalista española, la Revolución rusa, el levantamiento espartaquista alemán, el nacimiento de la República Popular China, la guerra de Vietnam, la Revolución cubana, El Mayo del 68 y la Primavera de Praga, así como la llegada a la Presidencia de Chile del médico humanista Salvador Allende y su gobierno de Unidad Popular, pasando por el sandinismo, el zapatismo y el chavismo.

En el marco de tiempo de un capitalismo maduro, sus defensores proponen otros factores aportantes al fortalecimiento de la idea de progreso como que el crecimiento económico y financiero es ilimitado; el egoísmo  estimula el avance económico; los sujetos humanos necesitan entre ellos de la competencia para probar quién es mejor; el libre mercado estimula la justicia social y es objeto de cuantificación; el mundo se entiende como una máquina; los recursos naturales  son medios de producción; el dinero contribuye a la creación de riqueza y conlleva a la felicidad.

Al gran periodo de esplendor en que se vivió este capitalismo se le conoce como el Welfare state, implementado en Europa y los Estados Unidos con el propósito de superar la Gran Depresión de los años treinta, así como la devastación moral y económica dejada por la Segunda Guerra Mundial. Estas experiencias condujeron a que se replantearan y fortalecieran las políticas económicas a favor de millones de ciudadanos que accedieron al consumo masivo gracias en parte al uso del petróleo; de esta manera, circularon bienes como los automóviles, el turismo a gran escala, los viajes aéreos y se posibilitó la ampliación de cobertura de la salud, educación y vivienda para los ciudadanos.

Igualmente, las formas tradicionales y comunitarias de la existencia fueron orientándose hacia un individualismo altamente competitivo. Para acceder al éxito personal o corporativo se utilizaron energías mortíferas contra los seres vivos y se llegó a considerar que sus efectos eran los costos colaterales, para avanzar en un progreso indefinido. No obstante, el declive de ese mundo inicia prácticamente a finales de los años 70 con la gran crisis en el acceso al petróleo y con el avance de un nuevo fantasma: se trata de la conciencia de que el progreso no era infinito, que las fuerzas productivas desplegadas en la modernidad dejaban un daño dramático en el planeta y su entorno. En ese momento cobran mayor relevancia las propuestas ecologistas, ambientalistas que muestran como el afán de poseer y controlar la riqueza se traslada a la biosfera, arrastrando consigo oportunidades para las generaciones futuras.

Ante un capitalismo senil

El capitalismo senil o en profunda decadencia puede entenderse como la fase donde se evidencia la imposibilidad de dar respuestas a las demandas de acumulación a escala planetaria que tiene el presente, sin destruir los recursos vitales no renovables.  Tanto en la versión capitalista del bienestar como en la versión socialista, el uso de los recursos fósiles será el centro de los cambios en la transformación de la vida de las naciones. Estamos en un tiempo donde el ideario del progreso material parece llegar a su límite ante la perspectiva de unos recursos finitos y un entorno natural resentido, afectado por el avance de los seres humanos. Las víctimas del progreso, son quienes pagan con su vida la expansión de unas prácticas de modernización arrasadoras. La máquina de la productividad material se aceita con los recursos existentes en los territorios. La ciudad y el mundo rural están sufriendo un proceso de cancerización que destruye la coexistencia entre sociedad y naturaleza, creando una sociedad enferma e insostenible ecológicamente.

Como plantea Lodeiro, estamos comenzando a verificar que esa trasformación ya está sucediendo, desembocando quizás en un sistema neo-feudal o eco-fascista (Taibo, 2017) que persiste en controlar los recursos para la “salvación” de las minorías de unas naciones, justificando la eliminación de otros sin fortuna.  Las llamadas “democracias” actuales no se pueden sostener cuando falla la energía, el crecimiento y el pacto social que dicho desarrollo ha permitido entre la clase capitalista y el resto de la sociedad, y solo cabe derivar hacia auténticas democracias (socialistas, anarquistas, o ambas cosas) o hacia auténticas dictaduras.

Para los decrecionistas es inviable que toda la humanidad pueda alcanzar el modelo del consumo occidental. El nivel de producción y consumo se hizo agotando los recursos naturales, rompiendo los equilibrios ecológicos de la tierra. El desarrollo sostenible es un mantra cosmético. Por el contrario, se debe procurar un equilibrio entre los seres humanos y la naturaleza, para esto se cuenta con un margen de tiempo reducido. Por lo anterior, se requiere una modificación en los hábitos y modos de vida, estimulando más que la compra y la acumulación, una propensión por el alquiler y reforma de viviendas rurales; la creación de huertos urbanos, comunitarios y ecológicos; promover la compactación de las semanas de trabajo; recuperar los autobuses de empresas para el desplazamiento de los trabajadores; favorecer la producción de bienes para toda la vida; mantener y potenciar la enseñanza en el medio rural y promover los productos locales frente a los importados.

Reflexión final

 La “vida buena” y la “vida sabrosa” como freno de mano a la locomotora del progreso sin medida

En las regiones de América, denominada por las organizaciones indígenas como “Abya Yala” se ha gestado un pensar comunitario llamado el “buen vivir” que orienta su mensaje a la “convivencia armoniosa del género humano con su entorno natural, el mundo espiritual y las futuras generaciones”. Para esta praxis filosófica, las intenciones económicas o políticas que impliquen destruir las bases para la vida de futuras generaciones, que priorice los bienes de lujo por sobre los bienes de primera necesidad y los valores éticos y espirituales, no es justificable. La visión de un buen vivir, considera que  el verdadero “progreso” no consiste en un incremento cuantitativo de bienes de consumo y de la producción, ni en el aumento de las ganancias de una empresa, sino en el nivel de distribución justa y equitativa de la riqueza existente (Estermann, 2012)  De una manera semejante en las comunidades del departamento colombiano de Chocó,  la expresión “vivir sabroso”, esboza  toda  una serie de relaciones que buscan la armonía y la hermandad con el entorno, en zonas afectadas por la violencia contra pobladores y por el aprovechamiento de sus recursos. El “vivir sabroso” es una filosofía que invita a crear en la compañía de los seres humanos, animales y cósmicos. (Lozano & Meneses Copete, 2019).

Se debería de renunciar a la ideología del “crecimiento”, a la especulación bursátil y el capital improductivo ficticio como bases para un “buen vivir”, pero esto no es fácil. Implica un decrecimiento (“recesión”) de la economía en gran parte del mundo, un estancamiento en otra, y también paradójicamente, la posibilidad de un leve crecimiento en las partes más pobre del planeta. A pesar de que el modelo del llamado “capitalismo salvaje” y de un desarrollo tipo occidental parezca fenecer en los centros del capital especulativo, este mismo modelo prosigue hechizando y atrapando de manera irrefrenable a los pueblos indígenas, a los jóvenes de zonas apartadas o de barrios periféricos. Es frecuente que quienes han sido beneficiados con las migajas del bienestar prediquen la renuncia entre aquellos que tienen la ilusión de un transporte privado o de migrar a otra región que consideran más próspera. Esto no es solamente un reflejo de la alienación cultural y civilizatoria, sino también debe considerase una expresión de aspiraciones legítimas por mejorar las condiciones de vida.

Exigir a los pueblos del llamado sur global que cambien su “chip” y dejen de anhelar los símbolos que exhibe la sociedad del espectáculo implica una voluntad a gran escala, lo cual no pasa solo por la voluntad de unos activistas e intelectuales o un dictado de gobiernos pretendidamente progresistas. Se trataría en el sentido nietzscheano de una transvaloración, o en el benjaminiano de una detención mayúscula, una conciencia a gran escala del peligro inminente que nos asecha como especie y como seres vivos, una “transformación civilizatoria mayor” de la cual dan ejemplo diversas comunidades cristianas de base y pueblos ancestrales.

El llamado “buen vivir” debe ampliar su perímetro de conciencia. Más allá de las culturas indígenas supuestas guardianas de la naturaleza, de la conciencia ambiental de quienes han tenido privilegios de progreso y por propia decisión acuden a frenar sus prácticas acumulativas, se encuentran los contingentes de quienes han vivido la pobreza en todas sus dimensiones, que experimentan una profunda rabia o impotencia; ¿les puede importar a ellos la conciencia del inminente colapso del planeta si ha sido el desastre lo que más han conocido?

Walter Benjamin, un pensador que padeció los efectos del nazismo por causa de su condición judía, supo plantear en sus escritos algo que posteriormente otros estudiosos de la destrucción de la biosfera han apuntado acerca de la necesidad de parar: Dice Marx que las revoluciones son la locomotora de la historia universal. Pero tal vez se trate de algo completamente distinto. Tal vez sean las revoluciones el gesto por el que el género humano que viaja en ese tren echa mano del freno de emergencia” (Benjamin, 2005). La invocación de Walter Benjamin a echar freno de mano resulta provocadora, desnuda la glorificación ególatra de un viaje sin estación de llegada, que realizan un  selecto grupo de privilegiados del progreso; a su vez devela las ilusiones por tomar ese mismo tren, que añoraron sin poderlo alcanzar  varias generaciones de seres humanos en los siglos XX y XXI.

Bibliografía

Lodeiro, M. C. (2016). La izquierda ante el colapso de la civilización industrial. Madrid: laovejaroja.

Löwy, M. (4 de enero de 2023). sinperimiso. Obtenido de sinpermiso: https://sinpermiso.info/textos/eco-decalogo

Sánchez, R. (2022). Un principio esperanza. Bogotá: Tirant humanidades.

Estermann, J. (2012). Una crítica filosófica del modelo capitalista desde el allim kawsay/suma qumaña andino. Polis, Revista de la Universidad Bolivariana, 163.

Taibo, C. (2017). Colapso. Capitalismo terminal, transición ecosocial, ecofascismo. Buenos Aires: Terramar, ediciones.

Benjamin, W. (2005). Libro de los pasajes. Madrid: Akal.

Lozano, A. E., & Meneses Copete, Y. (2019). La Filosofía de vivir sabroso. Revista Universidad de Antioquia, 51-53.

*Profesor Universidad Tecnológica de Pereira.