Crisis de hegemonía y emancipación de los subalternos en el pensamiento de Gramsci

POR ANA LOLE, DIANA FUENTES Y MARINA MACIEL ABREU /

Resumen. Este ensayo expone lecturas del pensamiento de Antonio Gramsci (1891-1937) sobre la teoría de la hegemonía, con el propósito de contribuir al debate sobre el tema en el contexto actual de crisis de la hegemonía mundial y las implicaciones para la lucha emancipatoria de los subalternos y de toda la humanidad. Destaca tres aspectos: a) la hegemonía en Gramsci como proceso práctico-político y filosófico ejercido claramente por las clases sociales en lucha; b) constitución de la hegemonía como estrategia revolucionaria de los subordinados en la que es central la formación de una nueva cultura; c) crisis de hegemonía y filosofía de la praxis, centrada en la discusión sobre la pérdida de consenso por parte de la entonces clase hegemónica y sobre la posibilidad de avanzar en el desarrollo del pensamiento crítico de los subalternos guiados por la filosofía de la praxis.

Hegemonía en Gramsci como proceso político-práctico y filosófico

Gramsci reconstruye el concepto de hegemonía como proceso político-práctico y basado en referencias revolucionarias distintas y particulares, en particular la experiencia de la revolución bolchevique victoriosa en 1917, que estableció una alternativa social al capitalismo -la socialista- y las experiencias identificó como formas de concreción de la revolución pasiva: la constitución del fascismo en el ámbito del capitalismo monopolista frente a la crisis económica y moral de la posprimera guerra mundial; y el americanismo caracterizado como cultura y hegemonía del capital industrial norteamericano en su fase de monopolio. De estos procesos extrae lecciones para pensar los límites, las dificultades y las singularidades de la construcción de la hegemonía por parte de los subalternos en Occidente y en Oriente. En estos estudios, demarca y particulariza las funciones de la hegemonía en relación con las determinaciones históricas de las clases sociales en lucha: cuando incluye la dirección intelectual y moral más el dominio político, se refiere al pleno ejercicio de la hegemonía, es decir, a la supremacía de la clase que ya detenta el poder económico; y, en relación a los subordinados, habla de hegemonía política, como dirección intelectual y moral dentro de la propia clase en relación con las clases aliadas, aún en condición de explotadas económicamente, por tanto ante la conquista (toma) del poder político y su constitución con el Estado.

El concepto de hegemonía traduce el dominio político y la dirección intelectual y moral de un a clase sobre la sociedad en su conjunto, funciones que se ejercen en la relación orgánica entre Estado y sociedad civil, como unidad dialéctica. La unidad entre el Estado en sentido estricto (sociedad política) y la sociedad civil en sentido gramsciano es muy compleja. Se revela en los escritos carcelarios en una profunda crítica al economicismo y al liberalismo, que sustenta el concepto de Estado integral en el que entran elementos que deben ser referidos a la noción de sociedad civil (en el sentido, cabría decir, que Estado = sociedad política + sociedad civil, es decir, hegemonía armada de coerción). La unidad dialéctica entre Estado y sociedad civil fundamenta el análisis de la relación entre “Estado y sociedad regulada” en el que, frente a la confusión entre el concepto de clase-Estado y el concepto de sociedad regulada, Gramsci enfatiza que “mientras haya un estado de clase, no puede haber una sociedad regulada”. Así, desmonta cualquier interpretación de la noción de hegemonía como estrategia revolucionaria reducida al consenso y apunta a la destrucción del Estado burgués, en determinadas condiciones históricas, lo que presupone el uso de la fuerza en la necesaria ruptura, como señala Secco (1996, p. 86) lo interpreta bien, “[…] ninguna clase social armada y dominante cede su poder militar y sus privilegios sólo por persuasión”.

En resumen, el concepto de Estado en Gramsci, referido al Estado burgués, incluye además del aparato de gobierno, también el aparato “privado” de hegemonía o hegemonía civil y significa “todo el complejo de actividades prácticas y teóricas con las que la clase dominante no sólo justifica y mantiene su dominio, sino que logra obtener el consenso activo de los gobernados […]”.

En el ejercicio de la hegemonía destacamos aquí dos de las mediaciones más importantes: la función política educativa de los intelectuales, en relación con los grupos fundamentales (clases sociales fundamentales), cuya “relación con el mundo de la producción no es inmediata, sino ‘mediada’ en diversos grados, por todo el tejido social, por el conjunto de superestructuras, de las que son precisamente ‘empleados’”; y la función de los partidos políticos en el mundo moderno, esto es, como creadores y difusores de nuevas intelectualidades integrales y universales, esto es, “el crisol de la unificación de la teoría y la práctica entendida como un proceso histórico real”. En este proceso surge el problema de la fuerza de las ideologías orgánicas en la constitución de la hegemonía en el centro del trabajo de los intelectuales, que presta el cemento de la unificación de todo el bloque histórico. La ideología, en Gramsci, se refiere a “una concepción del mundo, que se manifiesta implícitamente en el arte, el derecho, la actividad económica, en todas las manifestaciones de la vida individual y colectiva […]”.

En cuanto a los partidos políticos, Gramsci considera que se debe:

[…] subrayar la importancia y el significado en […] el mundo moderno, en la elaboración y difusión de las concepciones del mundo, en la medida en que elaboran esencialmente la ética y la política adecuadas a ellas, es decir, en las que funcionan casi como “experimentadores” históricos de tales concepciones. Los partidos seleccionan individualmente la masa activa, y esta selección opera simultáneamente en los campos práctico y teórico, con una relación cada vez más estrecha entre la teoría y la práctica cuanto más vital y radicalmente innovadora es la concepción y antagónica a las viejas formas de pensar […] y se entiende, por tanto, cuán necesario es que su formación se realice a través de la adhesión individual y no de la forma “obrera”, ya que si se trata de gestionar orgánicamente “toda la masa económicamente activa” hay que gestionar no según viejos esquemas, sino innovando; y esta innovación sólo puede masificarse, en sus primeros estadios, a través de una élite en la que la concepción implícita de la actividad humana se ha convertido ya, en cierta medida, en conciencia actual coherente y sistemática y en voluntad precisa y decidida.

Este pensador italiano señala que los intelectuales actúan en el desempeño de funciones fuerzas subalternas de hegemonía social y gobierno político (consenso y fuerza) que encarnan la formación de la cultura, es decir, a través de la elaboración de ideologías y su difusión en el establecimiento de patrones de sociabilidad que constituyen un cierto conformismo (adaptación del orden intelectual y moral a las necesidades de la producción y del trabajo). La actuación de los intelectuales está por tanto ligada a las funciones:

  • del consenso espontáneo dado por las grandes masas de la población a la orientación dada por el grupo fundamental dominante a la vida social, consenso que nace ‘históricamente’ del prestigio (y, por tanto, de la confianza) obtenido por el grupo dominante grupo por su posición y su función en el mundo de la producción;

  • del aparato de coerción estatal que ‘jurídicamente’ asegura la disciplina de grupos que no ‘consienten’, ni activa ni pasivamente, sino que se constituye para el conjunto de la sociedad en previsión de crisis movimientos de mando y dirección, en los que desaparece el consenso espontáneo.

En estas notas podemos entender que Gramsci marca dos planos: funciones superestructurales en la fijación de las gradaciones de funciones y superestructuras intelectuales:

[…] de abajo hacia arriba (de la base estructural a la cima): […] lo que se puede llamar ‘sociedad civil’ (es decir, el conjunto de organismos comúnmente designados como ‘privados’) y la de los planes de ‘sociedad política o Estado’ que corresponden, respectivamente, a la función de hegemonía que ejerce el grupo dominante en toda la sociedad y a la de ‘dominio directo’ o mando, que se expresa en el Estado y en la ‘ gobierno ‘legal’.

Aquí, nuestro autor parece referirse a la dimensión superestructural de la sociedad civil y no a su reducción a ese plan. Tal formulación, si se toma aisladamente, tiende a interpretar que la sociedad civil en Gramsci se restringe al plano superestructural y por lo tanto contradiría la concepción marxista, que la sitúa en el plano estructural.4, a la vez que genera otras controversias y vulgarizaciones del concepto, en especial cuando la noción de “organismos comúnmente designados como privados” se reduce a una diversidad de asociaciones político-ideológicas de clases sociales, deslindadas de manera desligada de los marcos estructurales determinaciones en una relación dicotómica con el Estado, además de la falsa idea de que el debate gramsciano sobre la hegemonía rara vez incorpora a las empresas capitalistas que forman el aparato económico, como destaca la crítica de Anderson (1986).

Tales preguntas, mínimamente señaladas, entre muchas otras, reverberan negativamente en los procesos político-prácticos y filosóficos, especialmente si se considera que en la relación entre sociedad política y sociedad civil, Gramsci centra todo su análisis en los procesos revolucionarios (considerados en la diversidad de sociedades de oriente. Es “occidental”, a las que vincula las estrategias de guerra de movimiento y guerra de posición), aprehendiendo a la sociedad civil como la base histórica del Estado de la que emana su contenido ético. Para Gramsci:

[…] todo Estado es ético en la medida en que una de sus funciones más importantes es educar a la gran masa de la población a un cierto nivel cultural y moral, un nivel (o tipo) que corresponda a las necesidades de desarrollo de las fuerzas productivas y, en consecuencia, a los intereses de las clases dominantes. La escuela, como función educativa positiva, y los tribunales, como función educativa represiva y negativa, son las actividades más importantes del Estado en este sentido; pero, en realidad, una multiplicidad de otras iniciativas y otras actividades llamadas privadas que forman el aparato de hegemonía política y cultural de las clases dominantes tienden hacia este fin. […] Pero, en realidad, sólo el grupo social que pone como fin a alcanzar el fin del Estado y su propio fin puede crear un Estado ético, tendiente a acabar con las divisiones internas que implica la dominación, etc. y crear un organismo social unitario técnico-moral.

La constitución de la hegemonía por parte de los subalternos implica inicialmente una ruptura con la concepción dominante del mundo y elaboración de su propia concepción del mundo, como autoconciencia en el movimiento de su constitución como clase, que se desarrolla en el ámbito de las transformaciones estructurales y superestructurales y se materializa en la formación de una nueva cultura.

Así, la constitución de una nueva hegemonía significa una lucha “sobre la estructura organización económica y política de la sociedad, sino también sobre la forma de pensar, sobre las orientaciones ideológicas e incluso sobre la forma de conocer” (Gruppi, 1978, p. 3). La ideología dominante, en una forma dada de sociabilidad, es la ideología de la clase dominante.

Es por ello que debe llamarse la atención sobre el hecho de que el desarrollo político del concepto de hegemonía representa, además de un progreso político-práctico, una gran cantidad de progreso filosófico, ya que implica y presupone necesariamente una unidad intelectual y una ética adecuada a una concepción de lo real que superó el sentido común y se hizo crítica, aunque dentro de límites todavía restringidos.

De ahí la tesis gramsciana de que “toda relación de hegemonía es necesariamente una relación pedagógica” que “no puede limitarse a las relaciones específicamente ‘escolares’” sino:

[…] existe en toda la sociedad como un todo y en cada individuo en relación con otros individuos, entre estratos intelectuales y no intelectuales, entre gobernantes y gobernados, entre élites y seguidores, entre líderes y dirigidos, entre vanguardias y cuerpos del pensamiento ejército. Toda relación de ‘hegemonía’ es necesariamente una relación pedagógica, que se verifica no sólo al interior de una nación, entre las diversas fuerzas que la componen, sino en todo el campo internacional y mundial, entre grupos de civilizaciones nacionales y continentales.

Liguori resume bien el pensamiento de Gramsci sobre la hegemonía al explicar que “la plena explicación de la función hegemónica sólo se da cuando la clase que llega al poder se convierte en el Estado: el Estado le sirve tanto para ser líder como para ser dominante” (Liguori, 2003, p. 181). Desde el momento en que las clases subalternas se vuelven realmente hegemónicas, dando lugar a un nuevo tipo de Estado, surge la necesidad de construir un nuevo orden intelectual y moral, es decir, “un nuevo tipo de sociedad y, en consecuencia, la necesidad de elaborar el los conceptos más universales, las armas ideológicas más refinadas y decisivas”.

Pero, que una clase ejerza la hegemonía dependerá de cómo se organice esa clase en el Estado para delimitar su dominio y consenso. Sin embargo:

[…] El ejercicio de la hegemonía asume distintas connotaciones desde la forma en que los grupos sociales se relacionan y ejercen sus funciones a partir de la organización y desarrollo de las fuerzas materiales de producción, la organización del Estado y las formas más o menos coercitivas e intervencionistas de la sociedad política, e incluso del proceso de toma de conciencia política de las clases dominadas; la hegemonía es una relación activa, cambiante, destacando conflictos sociales, formas de pensar y actuar que se expresan en la experiencia política; A medida que las fuerzas en lucha se desarrollan y se interrelacionan, se fortalecen las relaciones de dominación, el equilibrio entre la coerción y el consenso […]. (Schlesener, 2007, p. 29-30).

Es importante resaltar que el concepto de hegemonía manifiesta la dimensión contractual de la política, que, para Gramsci, pasa por el consenso activo y democrático. Para el pensador italiano, el desarrollo político del concepto de hegemonía representa:

[…] la primera fase de una mayor y progresiva autoconciencia, en la que la teoría y la práctica finalmente se unen. Por lo tanto, la unidad de la teoría y la práctica tampoco es un hecho mecánico, sino un devenir histórico, que tiene su fase elemental y primitiva en el sentimiento de ‘distinción’, de ‘separación’, de independencia casi instintiva, y progresa hacia la adquisición real y completa de una concepción coherente y unificada del mundo. (Gramsci).

La constitución de la hegemonía como estrategia revolucionaria del subalterno

La lucha de las clases subalternas por la hegemonía tiene centralidad en los estudios gramscianos, dada la preocupación por la elevación cultural de las masas en el proceso de su constitución como clase de manera autónoma opuesta al orden del capital, en la perspectiva de su emancipación y de todas las clases, en la que la conquista de la hegemonía por estas clases es estratégica. En ese proceso, la formación de la voluntad colectiva nacional-popular, o sea, de la “conciencia obrera de la necesidad histórica, como protagonista de un drama histórico real y efectivo” (Gramsci), como posibilidad inscrita en la totalidad social” (Dias, 1996, p. 14), es la expresión de la reforma intelectual y moral en el movimiento de transformaciones estructurales y superestructurales.

Siempre es bueno recordar que esta premisa gramsciana se inspira en las tesis de Marx y Engels en el que:

[…] toda clase que aspire a la dominación, aunque esta dominación, como en el caso del proletariado, exige la superación de todas las viejas formas de sociedad y de dominación en general, debe primero conquistar el poder político para presentar su interés como un interés general al que está obligado en un principio. (Marx; Engels, 1993, p. 49).

Para Gramsci, “la conciencia de ser parte de una cierta fuerza hegemónica (es decir, conciencia política) es la primera fase de una mayor y progresiva autoconciencia, en la que la teoría y la práctica finalmente se unifican”.

La necesidad de unificación entre teoría y práctica está ligada a la historia de los grupos sociales Los grupos subalternos o clases subalternas que, como enfatiza Gramsci, son necesariamente disgregados y episódicos, sin embargo, contienen la tendencia a la unificación como parte de su constitución como clase en el enfrentamiento con los grupos dominantes a los que están subordinados. Se analiza el proceso de unificación de los grupos subalternos en el ámbito de las relaciones orgánicas entre el Estado o sociedad política y la sociedad civil, como un movimiento arraigado en la sociedad civil en la perspectiva de transformar estos grupos en un Estado. Movimiento que pasa necesariamente por la constitución política y formación cultural de estos grupos como clase y la intervención en las relaciones de poder que actúan en un determinado momento histórico para cambiarlas, lo que sólo puede darse como movimiento en el ámbito de la gran política vinculada a la fundación de un nuevo Estado.

Teóricamente, es un proceso amplio y complejo en el que uno de los grupos los subordinados “ejercerán o tenderán a ejercer cierta hegemonía a través de un partido” (Gramsci). El ejercicio de la hegemonía está, entonces, referido en este caso a la dirección intelectual y moral dentro de la propia clase en relación con las clases aliadas, lo que significa la ruptura con la ideología dominante y la elaboración de una concepción del mundo, de manera crítica y consciente, a partir del cual las clases subalternas puedan distinguirse autónomamente frente a las demás clases y ejercer dirección en el amplio movimiento de transformaciones estructurales y superestructurales en la perspectiva de convertirse en Estado en la superación del orden burgués. Desde este punto de vista, la hegemonía se revela como una estrategia revolucionaria en la construcción de una nueva sociabilidad, la socialista.

El movimiento de reforma intelectual y moral como comprensión de sí mismo por parte de los subalterna, a través de una lucha de “hegemonías” políticas, de direcciones contrapuestas, se da en el campo de la ética y la política y establece el nexo orgánico entre economía, política e ideología. Así, las luchas de los subalternos en la constitución de la hegemonía, como proceso revolucionario, emancipatorio, atraviesan la totalidad de las relaciones estructurales y superestructurales, arraigadas en la sociedad civil en la relación orgánica con el Estado, en las que se pueden distinguir dos grandes procesos interrelacionados, privilegiado en esta discusión: la formación de una nueva cultura en el movimiento de constitución de la clase como fuerza hegemónica; y la alteración de las relaciones de poder.

Por un lado, y sobre todo, la constitución de la hegemonía por parte de los subordinados se expresa en la formación de una nueva cultura, que presupone la elevación cultural de las masas. Se necesitan nuevas relaciones pedagógicas que configuren nuevas subjetividades y normas de conducta orientadas a la instauración de un nuevo conformismo, es decir, un conformismo propuesto por la propia clase, y por tanto, orgánico y dinámico que no solo adapte al individuo al medio, pero lo educa para dominarlo. Gracias a esta conformidad, “el automatismo se convierte en libertad, la libertad en responsabilidad y personalidad” (Manacorda, 1990, p. 283). Para Gramsci: crear una nueva cultura no significa sólo hacer descubrimientos ‘originales’ individualmente, significa también, y sobre todo, difundir críticamente las verdades ya descubiertas, “socializarlas”, por así decirlo; y, por tanto, transformándolos en bases de las acciones vitales, en un elemento de coordinación y de carácter intelectual. El hecho de que una multitud de hombres sea llevado a pensar coherente y unitariamente sobre la realidad presente es un hecho ‘filosófico’ mucho más importante y ‘original’ que el descubrimiento, por parte de un ‘genio’ filosófico, de un nuevo cierto que sigue siendo patrimonio de pequeños grupos de intelectuales. (Gramsci).

Así, la organicidad del pensamiento y la solidez cultural sólo pueden darse si entre los intelectuales y los simples si se verifica “la misma unidad que debe existir entre la teoría y la práctica” (Gramsci), es decir, si los intelectuales son los intelectuales orgánicos de esas masas y han elaborado y hecho coherentes los principios y problemas que esas masas se han planteado con su actividad práctica, “constituyendo así un bloque cultural y social” (Gramsci), incluso en las condiciones de explotación económica. Así, el vínculo orgánico entre intelectual y clase social constituye la marca de la necesidad histórica de unidad entre teoría y práctica, “como un aspecto de la cuestión política de los intelectuales” (Gramsci).

Desde esta perspectiva, la voluntad colectiva sintetiza todo un amplio movimiento de reforma intelectual y moral guiada por la filosofía de la praxis que, por su carácter tendencial de filosofía de masas, se presenta como la nueva concepción del mundo que pretende convertirse en sentido común en la dirección de una nueva sociabilidad. Significa que “sólo puede presentarse inicialmente como una actitud polémica y crítica, como superación del modo de pensar anterior y del pensamiento concreto existente (el mundo cultural existente)” (Gramsci), es decir, como una lucha perpetua con las fuerzas de retroceso en el amplio movimiento de transformaciones estructurales y superestructurales. En este proceso se expresa la filosofía de la praxis:

[…] como una crítica al ‘sentido común’ (y esto después de apoyarse en el sentido común para demostrar que todos ‘son filósofos y que no se trata de introducir ex nuevo una ciencia en la vida intelectual de todos, sino de innovar y hacer ‘crítica’ una actividad ya existente); y, más tarde, como crítica a la filosofía de los intelectuales, que dio origen a la historia de la filosofía y que, como individuo (y, de hecho, se desarrolla esencialmente en la actividad de individuos singularmente dotados), pueden ser “culminantes” del progreso del sentido común, al menos del sentido común de las capas más cultas de la sociedad y, a través de ellas, también del sentido común popular. (Gramsci).

Por otra parte, como lucha en el ámbito de la gran política, la constitución de la hegemonía por subalternos presupone la valoración de las relaciones de poder que operan en la historia de un período determinado, con el fin de esclarecer la distinción entre movimientos orgánicos o estructurales y movimientos coyunturales u ocasionales en la configuración de crisis de hegemonía y evitar errores de análisis basados en el economicismo o en el ideologismo.

En el análisis de las relaciones de poder, Gramsci distingue tres momentos o grados, donde señala la importancia de la propia constitución de la clase como fuerza, en los que aparece el desarrollo de la solidaridad intraclase en la formación de la fuerza política, como elemento de unidad e identidad de clase.

El primer momento se refiere a “[…] una relación de fuerzas sociales íntimamente ligada a la estructura, objetiva, independiente de la voluntad de los hombres, que se puede medir con los sistemas de las ciencias exactas y físicas” (Gramsci), significa la posición de cada grupo social en el desarrollo de las fuerzas materiales de producción y permite evaluar la realidad y viabilidad de las ideologías nacidas en el terreno de las contradicciones que se generaron durante este desarrollo.

El segundo momento es la relación de fuerzas políticas, es decir, se refiere a la “evaluación del grado de homogeneidad, autoconciencia y organización alcanzado por los diversos grupos sociales” (Gramsci) comprende varios grados, que corresponden a los diferentes momentos de la conciencia política colectiva. “El primero y más elemental es el económico-corporativo” (Gramsci), significa un momento en el que la solidaridad aún se restringe a la unidad homogénea de un mismo grupo profesional y el deber para organizarlo La segunda “es aquella en la que se alcanza la conciencia de la solidaridad de intereses entre todos los miembros del grupo social, pero siempre en el campo meramente económico” (Gramsci), aunque ya se plantea la cuestión del Estado aún en el campo de la obtención de la igualdad política y jurídica. El tercer momento “es aquel en que se adquiere la conciencia de que los propios intereses corporativos, en su desarrollo actual y futuro, superan el círculo empresarial, de un grupo meramente económico, y pueden y deben convertirse en intereses de otros grupos subordinados” (Gramsci), sugiere que el desarrollo de la solidaridad adquiere la perspectiva de una clase y ya se plantea la cuestión del Estado como organismo de esa clase con miras a su expansión. Se trata de la expansión como motor de una expansión universal, de un desarrollo de todas las energías ‘nacionales’, en el que se establece un equilibrio de fuerzas, es decir, los intereses del grupo dominante siguen prevaleciendo, pero hasta cierto punto, en el que se supere el estrecho interés económico-empresarial. Esta es la fase más estrictamente política:

[…] que marca el paso claro de la estructura a la esfera de las superestructuras complejas, es la fase en la que las ideologías previamente generadas se transforman en “partido”, entran en confrontación y luchan hasta que una de ellas, o al menos uno solo, combinación de ellos, tiende a prevalecer, a imponerse, a irradiar por todo el ámbito social, determinando, además de la unicidad de los fines económicos y políticos, también la unidad intelectual y moral, planteando todas las cuestiones en torno a las cuales la lucha hierve no en el nivel corporativo, sino en el nivel ‘universal’, creando así la hegemonía de un grupo social fundamental sobre una serie de grupos subordinados (Gramsci).

Así, se crean las condiciones para el surgimiento de un nuevo Estado-Nación, cuya las relaciones internas se entrelazan con las relaciones internacionales, en nuevas combinaciones originales históricamente concretas, en las que la complejidad, dentro de cada Estado, “[…] de varias secciones territoriales con diferentes estructuras y diferentes relaciones de poder en todos los grados […]” (Gramsci).

El tercer momento “es el de las fuerzas militares, inmediatamente decisivas en cada oportunidad concreta” (Gramsci), que también distingue dos grados: el militar en sentido estricto o técnico-militar, y el político-militar, que se presentan en una gran variedad de combinaciones y se relacionan con el tema de las crisis históricas fundamentales y la compleja mediación de las crisis económicas y coyunturales, en las que “[…] la transformación de las relaciones de poder en relaciones de poder político para culminar en la decisiva relación militar” (Gramsci).

El análisis de las relaciones de poder en el sentido de la gran política, ante una crisis de hegemonía, tiene como elemento decisivo “[…] la fuerza permanentemente organizada y preparada desde hace mucho tiempo, que puede avanzar cuando se juzga que una situación es favorable (y sólo es favorable en la medida en que esta fuerza existe y es dotado de ardor combativo)” (Gramsci).

Crisis de hegemonía y filosofía de la praxis

En el marxismo, el abordaje de la crisis y sus efectos en los procesos políticos ha sido un tema central en el análisis económico y político. Para Marx, las crisis como fenómenos económicos no pueden ser interpretadas desde una concepción monocausal o unidireccional, ya que su origen estructural se basa en la discordancia entre las condiciones de producción de plusvalía y su realización, ya que no existe una coincidencia automática entre ellas que garantice su estabilidad.

Esto es lo que explica por qué las crisis son, en última instancia, consustanciales a la forma capitalista de reproducir la vida material.

La lectura de Gramsci de la crisis, a su vez, no se centra en el análisis de la dimensión exclusivamente económico, su enfoque prioriza la dimensión política. La crisis representa la transformación de las relaciones políticas que articulan campos de fuerza específicos, en un momento en que el aparato hegemónico estaba fracturado. En este sentido, es una crisis de hegemonía o crisis de autoridad, representando un momento particular de una crisis orgánica. Esto significa que la clase dominante perdió hegemonía, dando lugar a una situación que, si bien abre la posibilidad de que surjan “fuerzas oscuras representadas por hombres providenciales y carismáticos”, también abre espacios a través de los cuales las clases subalternas pueden insertar una nueva concepción del mundo.

Una de las frases más célebres de los Cuadernos de la cárcel está relacionada con el diseño gramsciano de la crisis:

“[…] La crisis consiste precisamente en que el viejo muere y el nuevo no puede nacer: en este interregno se verifican los más variados fenómenos morbosos” (Gramsci). Este conocido argumento expresa, por un lado, la lectura gramsciana de reflexión sintética expuesta por Marx en el Prólogo a la contribución a la crítica de la economía política de 1859, sobre el desarrollo social y material que explica las grandes transformaciones históricas y sus rupturas:

[…] Una formación social nunca perece hasta que se han desarrollado todas las fuerzas productivas para las que es ampliamente suficiente, y nunca ocupan su lugar nuevas y superiores relaciones de producción antes de que las condiciones de existencia de las mismas no se hayan incubado en el seno de la propia antigua sociedad […]. (Marx, 2006, pág. 67).

Por eso, dice Marx, la humanidad sólo se plantea tareas que puede resolver en cualquier momento de manera práctica, en cuanto que sólo pueden presentarse como tales porque las condiciones materiales para su resolución ya existen o están en proceso de aparición y desarrollo. Esto presupone una concepción del tiempo histórico que, contrariamente a una secuencia causal unidireccional, reconoce la gestación del advenimiento potencial de una nueva configuración de relaciones de producción dentro de una formación social aún viva que corresponde a la estructura técnica y la base material que la sustenta. Gramsci sintetiza esta superposición –propia de momentos de transición histórica de fenómenos de larga duración, como el paso de un modo de producción a otro– que le permite comprender tanto la continuidad como la fractura, y la sitúa en el análisis de procesos más circunscritos, históricamente más específico de un orden político.

Por otro lado, para Gramsci, las crisis, particularmente las crisis modernas, son precisamente el desencuentro entre lo viejo que persiste en el tiempo y lo que transforma la vida social para el cambio venidero. En rigor, es un interregno en el que una parte de la vieja realidad social se resiste a desaparecer, pero ya no es suficiente para hacer frente a las nuevas necesidades sociales. Durante este proceso, es decir, en este espacio de indefinición, ocurren fenómenos anómalos en vista de los momentos de estabilidad. Y su característica definitoria es que opera en una crisis de autoridad, lo que significa que la clase dominante ha perdido el consenso que le permitía ser líder, y ahora se ve reducida a ser detentadora de pura fuerza coercitiva, es decir, ahora es una clase dominante. Esto significa que los grupos subalternos se distanciaron de las ideologías con las que se identificaban y que permitían cierto consenso social.

Comprender qué significa la crisis de hegemonía o de autoridad y qué abre o cierra potencialmente supone atender a la conocida concepción ampliada del Estado desarrollada por Gramsci, que no sólo implica la suma de sociedad política y sociedad civil, sino también la relación entre dictadura y hegemonía. Y enfatiza la importancia política de formar el liderazgo moral e intelectual de un grupo de gobierno. El Estado, como unidad orgánica entre sociedad civil y sociedad política, es un momento específico en el desarrollo de las relaciones político-económicas, en el que las formas que adquieren las estructuras sociales se caracterizan por un movimiento contradictorio en el que revolución y restauración son el reflejo de la lucha permanente por el dominio y el consenso. El autodominio de la sociedad política y el consenso de la sociedad civil son los mecanismos que garantizan la hegemonía de una clase específica.

Sin embargo, es importante señalar que las complejas relaciones que definen a la sociedad civil, en un nivel, marca conflicto y lucha entre grupos, especialmente entre dominantes y subordinados; en otro nivel, destacan la cohesión, el consenso y el propósito común que existe entre grupos opuestos. Desde este punto de vista, la sociedad civil no es un espacio de libre expresión y organización, como plantea el pensamiento liberal; la sociedad civil es la dimensión en la que los grupos sociales gobernantes logran la adhesión y el consentimiento de los grupos dominados-subalternos a su propia posición de subordinación a la autoridad de los grupos gobernantes. Por eso el monopolio de una clase o grupo dominante es consecuencia de un cierto triunfo hegemónico.

Así, en la crisis de autoridad o hegemonía se produce una ruptura entre las masas, grupos populares, en los que la fractura denota el agotamiento de un cierto consenso, pero que a la vez impide el advenimiento de una nueva realidad y, por tanto, no se crea una nueva hegemonía, sin embargo, mientras se vive esta indefinición, los grupos dominantes son todavía en condiciones de ejercer su fuerza que se ejecuta como pura dominación.

En el intervalo abierto por la crisis, argumenta Gramsci, también es posible que las condiciones son particularmente favorables para una expansión sin precedentes del pensamiento crítico, del materialismo histórico, en sus términos. Que en su versión más radical exigiría la posibilidad de formar una conciencia crítica, lo que implica la conciencia de ser parte de una fuerza hegemónica, es decir, el reconocimiento de la propia participación en un grupo específico de hombres y mujeres que comparten una cierta conciencia crítica, visión de la realidad con una práctica política específica; este reconocimiento es la primera fase hacia una autoconciencia, en la que se unifican teoría y práctica.

En el curso de los acontecimientos, para las clases subordinadas este puede ser el momento de establecer conceptos que les permitan comprender la realidad en su movimiento. O entender que el proceso histórico forma una unidad dialéctica entre necesidad y libertad, en la que la acción política concreta implica una toma de conciencia de las relaciones sociales que mantienen a la mayoría sumergida en la pasividad (Piñón, 1987). En esta unidad -entre necesidad y libertad- la filosofía gramsciana de la praxis implica una actividad creadora en dos sentidos: el primero tiene que ver con el hecho de que la filosofía de la praxis se asume como una concepción del mundo que modifica el modo de ser de la mayoría, es decir, lo que la mayoría supone que es sentido común y se convierte en norma activa de conducta que abre el camino a la emancipación. En el segundo sentido, la filosofía de la praxis es creativa porque muestra que no existe una realidad válida en sí misma, sino que esa realidad está necesariamente relacionada con personas que la modifican (Gramsci). Por tanto, es una filosofía que parte de la idea de que el hombre es voluntad concreta, es este impulso vital el que se realiza a través de los medios con los que se enfrenta a la realidad material; pero también es una filosofía que reivindica al ser humano como ser político, reconociendo que su actividad de transformar y dirigir a otros hombres realiza la transformación de su propia humanidad, actividad en la que se modifica su naturaleza humana.

Antonio Gramsci (1891-1937).

Por eso la filosofía de la praxis se distingue de todo pensamiento anterior, porque al mismo tiempo contrariamente al resto del pensamiento teórico, es capaz de reconocer el significado histórico de la acción humana, así como el vínculo entre la estructura socioeconómica y la superestructura ideológica, siendo esta última el terreno de la libertad y la acción política. Esta conciencia es el producto de vuestra actividad esencialmente crítica; una filosofía que representa el salto del sentido común, dejando atrás el cúmulo de ideas caóticas y dispersas que representa para dar paso a un tipo de pensamiento que se expresa como superador del modo de pensar anterior y del pensamiento concreto existente:

“[…] sobre todo como crítica al ‘sentido común’ (después de haberlo basado en el sentido común para demostrar que ‘todos’ son filósofos y que no se trata de introducir ex novo una ciencia en la vida individual de ‘todos’”.

Así, la filosofía de la praxis no representa una ruptura radical con el pasado, que es reconocida por su valor social, pero, contrariamente a la filosofía de la alta cultura, la filosofía de la praxis constituye la superación de la cultura anterior gracias a la unificación entre la teoría y la práctica, entre el mundo cultural de las masas y el mundo intelectual de las élites, entre la filosofía superior y el sentido común.

Consideraciones finales

La reflexión desarrollada en este texto nos permite reafirmar que las funciones de la hegemonía desarrolladas por las clases sociales en lucha son constitutivas de la conexión orgánica entre estructura y superestructura en la totalidad del bloque histórico, en el que las ideologías orgánicas de una clase hegemónica cimientan y unifican el conjunto de la sociedad como elemento central del desarrollo intelectual y moral.

Como enfatiza Gramsci, se puede entender la crisis actual del capitalismo neoliberal, no resultante sólo de la dinámica económica, fruto de las contradictorias relaciones de acumulación capitalista; sino producto de un proceso más amplio, es decir, de una “crisis orgánica” o de una “crisis de hegemonía”.

De esta manera, la constitución de una nueva hegemonía por parte de los subordinados en la dinámica de transformaciones estructurales y superestructurales en las mediaciones de la relación orgánica entre sociedad civil y Estado, implica necesariamente cambiar el panorama ideológico, que sólo puede concebirse como una actividad práctica colectiva, realizada por el hombre colectivo. Presupone la conquista de la unidad teórica y práctica, es decir, de una nueva unidad cultural-social. En la conquista de la hegemonía por uno o más grupos subalternos, en el proceso de emancipación de los subalternos, como clase unificada, en el que se crea un nuevo tipo de Estado:

[…] surge concretamente la exigencia de construir un nuevo orden intelectual y moral, es decir, un nuevo tipo de sociedad y, en consecuencia, la exigencia de elaborar los conceptos más universales, las armas ideológicas más refinadas y decisivas. […] Se da una forma moderna y actual al humanismo laico tradicional, que debe ser la base ética del nuevo tipo de Estado (Gramsci).

Referencias

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