Construyendo democracia: activismo político y social en América Latina en la era digital

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OBJETIVO GENERAL

En este curso virtual se hace una reflexión sobre la democracia en América Latina en la era digital. Se busca entender la existencia y experiencia de actores sociales que operan en los márgenes, desde donde articulan nuevos espacios públicos y construyen formas alternativas de ejercicio del poder vinculándose de manera innovadora entre sí y con el poder político.

Se plantean algunas tendencias, experiencias y herramientas que puedan servir como una hoja de ruta para moldear procesos de cambio social. Este camino no es otro que el de incluir a los excluidos, democratizar y conectar los espacios existentes y ayudar a los nuevos sectores sociales y políticos a emerger.

MÓDULO 1

INTRODUCCIÓN: UNA HOJA DE RUTA PARA MOLDEAR PROCESOS DE CAMBIO SOCIAL

Los materiales de este curso tienen el propósito de exhortar a la reflexión sobre la democracia en América Latina (video) en el que se intenta indagar acerca de lo que sucede en los márgenes del Estado democrático tal como lo conocemos. Se busca entender la existencia y experiencia de actores sociales que operan en esos rincones, desde donde articulan nuevos espacios públicos y construyen formas alternativas de ejercicio del poder vinculándose de manera innovadora entre sí y con el poder político.

La democracia no es más que una forma de organización social que se basa en las premisas de libertad e igualdad y en virtud de la cual cada sociedad se dicta a sí misma su forma de gobierno y sus reglas de convivencia. Sin embargo, como bien sabemos, la experiencia concreta en el mundo y especialmente en América Latina, es bastante menos feliz, y muchas veces contradictoria con estos preceptos ideales. A lo largo del siglo XX América Latina ha tenido un desarrollo económico precario donde lo principal que ha ofrecido al mundo han sido sus materias primas. Sus Estados han permanecido cooptados por elites que han tenido dificultades —o desinterés– en incluir a grandes mayorías y por grupos de poder –militares principalmente– que en reiteradas ocasiones han tomado el poder por la fuerza.

En las últimas décadas, a pesar de que han habido grandes avances en términos institucionales y electorales, los principios de libertad y de igualdad distan mucho de los preceptos –opacados por un Estado e instituciones representativas (gobierno, parlamentos y partidos políticos)– que no han resuelto los intolerables niveles de desigualdad en el acceso a recursos culturales, económicos y políticos, los cuales todavía se encuentran concentrados en las manos de unos pocos. La política y las instituciones políticas parecieran piezas de museo que no logran adaptarse a los cambios tecnológicos y culturales de las sociedades actuales.

En este contexto, no son de extrañar las tensiones, frustraciones y falta de legitimidad de las principales instituciones y actores políticos en la gran mayoría de los países de la región. Frente a esta situación, la sociedad pareciera reaccionar como con una máquina expendedora cuando esta no provee lo que debería: la sacude y golpea esperando que responda.

Sin embargo, no todo es frustración y malestar, también hay una proliferación de actores y espacios de democratización alternativos, más horizontales, inclusivos y más colaborativos que se dan en los márgenes del Estado y sus instituciones.

Los insumos que se suministran en este curso intentan entender estas dinámicas que, aunque muchas veces marginales, parecerían brindar un horizonte auspicioso para la profundización de las democracias en la región y nos hace reflexionar sobre las posibilidades de caminos alternativos para ello.

Las disquisiciones que se hacen a lo largo de este ejercicio de reflexión apuntan a señalar que la emergencia de estos actores y prácticas –no necesariamente nuevos– se debe principalmente a la confluencia de dos factores clave. Por un lado, esto sucede en un contexto único donde se conjugan las propias falencias de una “modernidad inacabada” en la región que deja a amplios sectores institucionalmente huérfanos; y, a su vez, a las tecnologías digitales que brindan espacios y herramientas de poder que resultan en un mayor grado de libertad y autonomía frente a los poderes institucionales y de facto. Esto último permite una desjerarquización de las relaciones sociales, posibilitando la presencia de una mayor cantidad de voces ya que por primera vez el costo de emitir y recibir una señal es el mismo; hay cada vez más información a disposición de la sociedad; y las personas están cada vez más conectadas –casi dos tercios de la humanidad tiene hoy acceso a internet y en la calle ya hay más teléfonos móviles que personas–. Por otro lado, el segundo factor clave es el surgimiento de una camada de actores que están ocupando esos espacios y usando esas herramientas para generar un cambio social sustantivo. Estamos frente a nueva generación en América Latina que es al mismo tiempo nativa democrática y nativa digital. Tal como afirmara Hannah Arendt, no hay cambio social sin el poder transformador de la acción subjetiva de las personas, y en este caso, la clave es que una nueva generación de activistas hace un ejercicio novedoso de estos espacios y herramientas a su alcance. Estos actores son esencialmente –aunque no exclusivamente– jóvenes que tienen naturalizadas las prácticas democráticas pero que desafían al status quo imperante.

La última parte de este curso plantea cómo este contexto histórico donde se entrelazan dichas transformaciones nos lleva inexorablemente a preguntarnos si nos encontramos frente a la génesis de un cambio cualitativo en la forma como nos organizamos como sociedad y en la relación entre la ciudadanía y el sistema político. Más específicamente, nos preguntamos sobre las posibilidades de transitar hacia democracias más participativas y deliberativas. Indagamos cómo frente a la uniformidad que nos propone la modernidad, tenemos delante de nosotros la oportunidad de crear democracias con más voces, con más participantes, acordes a nuestra sociedad llena de diversos colores y culturas.

En este sentido, la evidencia hace temperar el optimismo, debido a que existen interrogantes sobre los desafíos que estas transformaciones presentan. En primer lugar, el hecho de que democracias más complejas, que incluyan más voces en el día a día y establezcan canales más participativos, requieren de una mayor agencia por parte de una ciudadanía bien educada, conectada e informada. Justamente, los sectores que deberían empoderarse de estas herramientas, son los que están en peores condiciones de aprovecharlas. Si no se resuelven las falencias en educación y conectividad, se podrían incrementar los niveles de desigualdad ya existentes en nuestras sociedades. Las limitaciones que previamente existían para el ejercicio de la democracia, como la propiedad privada, el analfabetismo, el género o el color de piel, en la era digital lo es el conocimiento. En un futuro no muy lejano estaremos en un escenario en el que la disyuntiva política será “programa o te programarán” y existen dudas si las mayorías de la región estarán en condiciones de influir en el proceso. En segundo lugar, pareciera que muchos de estos procesos y actores no están conectados a los procesos políticos institucionales. Si bien la política es un lugar conservador donde se innova poco, estos nuevos espacios y actores no pueden quedar aislados de las instituciones formales y las políticas públicas. Es en el Estado donde se formulan las leyes, y es donde se siguen tomando las principales decisiones que involucran el desarrollo económico y social de los países.

En tercer lugar, un gran desafío es la construcción de poder en la era digital. Es un interrogante cómo se construyen alternativas de acción e identidad política con actores organizados en red sin un centro gravitacional, sin la territorialidad y la institucionalidad que tienen los partidos políticos tradicionales. Por último, hoy corremos el riesgo de que internet deje de ser tal como la conocemos. Uno de los rasgos distintivos de la web ha sido su principio de no discriminación, o como se conoce el debate, su “neutralidad”. Sin embargo, las grandes empresas de telecomunicaciones buscan cobrar por acceso prioritario y segmentación de mercado; y por otro lado los gobiernos buscan utilizarla como herramienta de control político, es decir, limitar el poder que les brinda a los ciudadanos. Por ello es que internet deja de ser una herramienta para transformarse en una “arena política” donde los ciudadanos deben involucrarse para defender sus conquistas y ampliar a nuevas.

Dada la naturaleza descentralizada y heterogénea de estos movimientos, este curso no busca realizar un análisis exhaustivo, abarcativo ni definitivo sobre las transformaciones sociopolíticas en la región, sino más bien tiene un objetivo político. Aquí lo que se intenta plantear son algunas tendencias, experiencias y herramientas que puedan servir como una hoja de ruta para moldear procesos de cambio social. Este camino no es otro que el de incluir a los excluidos, democratizar y conectar los espacios existentes y ayudar a los nuevos a emerger.

MÓDULO 2

¿CÓMO FUNCIONA LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA?

La discusión sobre la democracia en América Latina siempre es un tema recurrente en la agenda pública. Desde la recuperación de la misma en la mayoría de los países de la región a comienzos de la década de 1980, el debate ha ido avanzando con las preocupaciones y preguntas de cada momento: primero fueron las transiciones, cómo recuperar los derechos civiles y políticos y la relación con los militares; luego, la estabilidad y gobernabilidad frente a crisis económicas y la rigidez de los sistemas políticos; luego, se pasó a pensar en los partidos políticos, las dinámicas en los parlamentos, la heterogeneidad de los regímenes al interior de los países. Hoy la cuestión reside, para algunos sectores, en los problemas de seguridad y de corrupción y, para otros, el principal problema es que los avances sociales registrados en los últimos años no han sido suficientes. Lo que aglutina a unos y a otros en la actualidad son las preocupaciones sobre el funcionamiento de la propia democracia, especialmente la incapacidad de la política de dar respuestas a las demandas de la sociedad.

Sin embargo, también existen actores y espacios de socialización novedosos. Por toda la región encontramos a actores que articulan espacios públicos alternativos y usan herramientas innovadoras. Estos grupos dan esperanza hacia un cambio de paradigma, aunque todavía no sabemos el alcance ni la dirección del mismo.

Este trabajo es una indagación sobre estos grupos y las oportunidades y desafíos que esto supone para la democracia en la región. Intentamos entender la creciente complejidad de la democracia en la región, para discernir sobre la novedad, potencialidad y limitaciones de estos espacios de socialización y construcción política que observamos.

Desde las actividades llevadas a cabo a través de entrevistas en profundidad con decenas de activistas sociales y la interacción con más de 600 participantes en talleres en una docena de países, se observó la existencia y experiencia de actores sociales que operan con creciente autonomía, y muchas veces a pesar de las instituciones estatales. Estos operan en los márgenes, en rincones donde articulan nuevos espacios públicos, construyen formas alternativas de ejercicio del poder y se vinculan de manera innovadora entre sí y con el poder político. Son voluntarios, activistas, emprendedores, militantes, líderes comunales, estudiantes, comunicadores entre otros, que tienen como objetivo ampliar los derechos ciudadanos desde el rincón en donde actúan.

Como sabemos, los actores no surgen en la oquedad de un tubo de ensayo, sino en contextos históricos concretos. En este capítulo, nos concentraremos en las características estructurales que son peculiares de las democracias latinoamericanas y que combinadas con las transformaciones económicas y tecnológicas de las últimas décadas, brindan el marco y las herramientas para el surgimiento de estos liderazgos y prácticas alternativas.

CARACTERIZANDO LA DEMOCRACIA EN LATINOAMÉRICA

Comenzaremos con las características de las democracias de América Latina, las cuales tienen aspectos que les son peculiares. El surgimiento de la democracia liberal en Occidente tal como la conocemos, es un proceso histórico largo y complejo que se nutre de las tradiciones de respeto al hombre (al individuo) y a las ideas de igualdad y colectividad. Si bien en el mundo de las ideas se trazan los legados de los clásicos griegos, del Renacimiento y más cercanamente de los iluministas, lo cierto es que su existencia concreta se debe a una innovación institucional del momento: el Estado Moderno. No se puede hablar de democracia sin hablar de las características de este último.

Es el Estado, el Leviatán hobbesiano, de característica secular y basada en leyes, el que rompe con la idea de sociedades estratificadas en el nombre del señor, y pasa a basarse en el hombre. Este se va luego enriqueciendo con doctrinas humanistas como el Renacimiento, el Iluminismo, el colectivismo, así como va adoptando las premisas requeridas del sistema capitalista y otras fuentes de pensamiento. Es así como la democracia occidental va germinando en un proceso vivo no exento de debates, guerras y conflictos. A través de la construcción de las instituciones del Estado, y en constante negociación y conflicto entre clases y actores sociales, es que cristalizan esas relaciones de fuerza y se logra regular el acceso y el ejercicio del poder político.

En los siglos XVIII y XIX la democracia se definió como representativa por la problemática de escala y distancias que hacían imposible la democracia directa y por la necesidad de las elites políticas de seguir manteniendo las riendas del poder. Mediante el voto (más o menos inclusivo según el momento y el caso) los ciudadanos (concepto también definido y redefinido históricamente) elegimos a nuestros representantes a través de partidos políticos, quienes ejercen la responsabilidad de ejecutar la “voluntad popular”, mediante un monopolio de la representación pública.

En este apartado se busca identificar algunas características distintivas con las que el Estado moderno ha estructurado a las sociedades occidentales para luego poder resaltar algunas especificidades de los países de América Latina.

Una de ellas es la forma en la que se estableció la relación jerárquica y vertical establecida entre Estado y sociedad. Lo cierto es que el hecho fundante de la modernidad fue el Tratado de Westfalia de 1648 mediante el cual las coronas europeas reconocieron la soberanía de los países. Frente a un mundo estructuralmente anárquico, se impuso el reconocimiento del monopolio de la fuerza dentro de los límites geográficos de los Estados, ahora soberanos. Dicho proceso histórico se evidencia especialmente a partir del siglo XIX, durante la denominada “Era de los Estados nación”, donde gradualmente las sociedades se fueron amalgamando alrededor de este. Lo que se buscaba era conformar la unidad de una Nación a partir de la premisa de que el Estado es el instrumento para su desarrollo.

Este tipo de institución, novedosa en su momento, fue ganando preeminencia frente a otras instituciones sociales (iglesia, feudos, mutuales, etcétera), debido a tener el control de la fuerza pública y los recursos fiscales para penetrar a todo el territorio nacional. Michael Mann señala que estos Estados, con mayor o menor grado de éxito, fueron así adquiriendo capacidades “infraestructurales” y responsabilidades al formar fuerzas armadas, una burocracia centralizada, un régimen legal estandarizado, un sistema de comunicaciones para integrar el país (correo, caminos, trenes, etc.), una moneda única para facilitar el comercio, un idioma común, un sistema educativo y un régimen de ciudadanía (2004). Es así como el Estado fue creando una cultura nacional, incluyendo jerárquicamente a los diferentes sectores sociales y estructurando las relaciones sociales. Este proceso, que llega a su esplendor a mediados del siglo XX, es el que Cavarozzi define como la “matriz Estado-céntrica” (1996).

Justamente, en esa capacidad de planificación y ordenación de la sociedad desde “arriba” hacia “abajo” (idealmente incluyendo a todos los sectores sociales), es donde se define el éxito de los Estados modernos.

En relación al régimen democrático, como señala Mann, solo los Estados con capacidades infraestructurales que permitan movilizar recursos para el desarrollo de la sociedad, proveerla de servicios y darle un sentido de ciudadanía común, son capaces de construir democracias plenas (2004: 179).

MODERNIDAD INACABADA

En América Latina el Estado moderno se desarrolló a velocidades y formas diferentes que en países como Inglaterra, Estados Unidos o Francia. La consolidación de los Estados modernos en la región a partir de mediados del siglo XIX, vino emparejado con un desarrollo económico basado en la exportación de recursos naturales, generalmente de carácter extractivo y en su mayoría, de enclave. Los recursos han estado controlados por elites rentísticas (locales e internacionales), que concentraron los bienes públicos, infraestructura e instituciones en los lugares con mayor dinamismo económico, dejando a grandes porcentajes de la población marginados de los procesos económicos y del poder político. La historia del quebracho en el Chaco argentino, el banano centroamericano, el café paulista, los nitratos andinos, la plata mexicana, el caucho amazónico o las esmeraldas colombianas, es la historia de las venas abiertas de América Latina.

Durante el siglo XX, con importantes diferencias entre ellos, los Estados de la región lograron escasos avances en la consolidación de sus poderes infraestructurales para incorporar a las mayorías en los procesos de desarrollo nacional. Educación, salud, seguridad, transporte, servicios y demás, se concentran en los centros urbanos y para algunos sectores. Los Estados no consiguieron (o solo lo hicieron parcialmente) que seamos todos iguales frente a la ley, y en ellos la dificultad de ser indígena o mulato aún se vive día a día, no existe la igualdad de género, los bienes no llegan a todas las regiones, y escasean oportunidades para los jóvenes. Algunas veces se ha avanzado en algún aspecto, pero retrocedido en otro. De alguna manera, los poderes “de facto” han prevalecido frente a una institucionalidad estatal débil y de escasa penetración territorial.

Estas características del Estado tienen su correlato en la debilidad histórica de los regímenes democráticos en la región. Tal como señalan los argentinos Oscar Oszlak (1997) y Marcelo Cavarozzi (1996), la dificultad de establecer el poder central en el siglo XIX y su consolidación incompleta en el siglo XX, hicieron que en vez de descansar en la fórmula político-económica de Estado de bienestar y sistema de partidos como en Europa, en la región se exacerbara el rol del Ejecutivo y de sus aparatos represivos. En otras palabras, reúne la parte violenta y jerárquica del Estado sin el alcance de los beneficios sociales que implementaron en los países desarrollados.

La fragilidad infraestructural de los Estados, la falta de autonomía frente a los poderes fácticos y la debilidad de la ciudadanía, son los factores fundamentales que explican un siglo de tensiones entre democracia y autoritarismo en la región.

DEMOCRACIAS ACTUALES

En los últimos treinta años se ha experimentado una recuperación de la democracia como régimen político, lo cual ha significado importantes avances.

Hoy, los derechos a votar a los representantes y a tener libertad de expresión son indiscutibles en la región. Para 8 de cada 10 latinoamericanos, la democracia es el mejor sistema de gobierno, y en la gran mayoría el apoyo a esta ha crecido en las últimas dos décadas (Latinobarómetro 2013).

Además, especialmente en la última década, hemos experimentado avances importantes en la inclusión de derechos a poblaciones indígenas, protección a los jóvenes, y en la disminución de los niveles de pobreza y exclusión. Sin embargo, estos han sido percibidos por la población como insuficientes y escasos. La CEPAL señala que la región creció económicamente a un promedio del 4% en la última década, uno de los períodos de mayor bonanza de los últimos dos siglos (CEPAL 2013). Sin embargo, la región sigue siendo la más desigual del mundo.

Además, los grupos de mayor vulnerabilidad siguen siendo los indígenas, las mujeres, los jóvenes y los niños –no hace falta mencionar cuando se da una combinación de estas características–. La pobreza extrema entre los menores de 15 años es casi un 100% mayor que entre el resto de la sociedad, y prácticamente la mitad de los pobres en la región son niños. Todavía para 2015 se proyecta, con una mirada optimista, que las mujeres logren obtener el salario equivalente al 73% de los hombres por realizar la misma tarea. Además, la tasa de indigencia rural es el triple de la urbanas y la brecha entre ambas solo pudo reducirse en 5 países. Asimismo, el origen étnico de la población sigue siendo determinante, con los pueblos indígenas y afrodescendientes como los más pobres entre los pobres. La estructura por edades también revela diferencias claras entre pobres y no pobres. Esta compleja situación, en donde los jóvenes, mujeres, indígenas y poblaciones rurales son las principales víctimas, explica los serios cuestionamientos al actual orden social, al cual solo un 25% de los latinoamericanos lo consideran “justo” (Latinobarómetro, 2013).

Actualmente, la sociedad tiene una mirada más amplia de la democracia, más allá de lo electoral, y es por ello que demanda más del sistema político. No casualmente solo el 8% de los habitantes adultos de la región dice que hay una democracia plena en sus países y la mitad asume que tiene grandes problemas en su desempeño (ídem). Lo que sucede es que el sistema político pareciera no resolverle sus problemas cotidianos, va muy por detrás de la agenda de prioridades de la sociedad. En este sentido, a pesar de la estabilidad de la democracia electoral, la democracia de ciudadanos o democracia de bienestar se encuentra todavía muy rezagada. Aquí es donde reside lo que comúnmente denominamos “crisis de representación” de las democracias actuales.

No es casual, por ello, que las instituciones públicas tengan más baja estima entre la población que las instituciones privadas, y que sean los partidos políticos los que tengan los niveles más bajos de legitimidad entre todas las instituciones, así como las instituciones representativas en general.

El resultado ha sido que solo en las últimas dos décadas, 18 presidentes no completaron sus mandatos constitucionales, y en todos los casos no fue por cuestiones constitucionales, sino por desempeño en sus funciones. Es más, entre los encuestados por Latinobarómetro que afirman que la democracia es el mejor sistema político, la mitad opina que sería posible prescindir de los partidos políticos y del Congreso.

Lo que sucede es que tenemos Estados que son piezas de museo diseñadas en el siglo XIX que tienen que servirnos para lidiar con los problemas del siglo XXI. Es decir, las instituciones para representar a los ciudadanos, incluir a las mayorías e implementar mecanismos de desarrollo, son a la vista de los latinoamericanos cada vez menos capaces de llevarlo a cabo.

Estas instituciones, incluyendo a los partidos políticos que tienen un doble rol de formador de sentido cívico-partidario y de agregar voluntades para llevarlas al sistema político –recordemos que tienen el monopolio en la materia–, han dejado huérfanos a amplios sectores sociales, minorías o mayorías excluidas.

Por otro lado, la debilidad de los Estados democráticos de la región quizás pueda ser una ventana de oportunidad, un espacio fértil y desestructurado en el que pueda surgir algo nuevo. Hace dos siglos, cuando los líderes criollos de la región se planteaban cortar las cadenas coloniales que los unía a la Corona española, no es casual que estos movimientos revolucionarios hayan surgido en las zonas más periféricas como lo eran la Argentina, Chile, Uruguay o Venezuela en vez de los centros de poder colonial de Lima, Bogotá o México donde las instituciones de la Colonia y la Iglesia eran muy fuertes. Allí se filtraron más fácilmente los libros prohibidos, florecieron con relativo mayor vigor las ideas revolucionarias y de libertad y, en definitiva, se pudo instar con mayor facilidad una nueva institucionalidad.

Los “huérfanos” aparecen con mayor libertad para proponer alternativas de manera fresca, innovadora y desestructurada.

El movimiento #YOSOY132 en México surgió como reacción a una sensación de desilusión e incredulidad frente al nuevo proceso de elecciones del año 2012.

Este movimiento relata que en México era imposible encontrar un espacio donde la gente pudiera canalizar sus inquietudes, y fue a partir de ello que decidieron construir una alternativa. Frente a la verticalidad del PRI; sus “caciques”; y estructuras de poder corroídas; #YOSOY132 se planteó como red horizontal cuyo objetivo es alentar el voto informado y la democratización de los medios de comunicación.

Una lógica similar es la que defiende Nicaragua 2.0, que busca romper con una forma unilateral de hacer política y se propone construir una ciudadanía de verdad.

Surgieron a partir de motivaciones políticas respecto a la coyuntura del país: se refieren al gobierno como un actor ilegítimo y corrupto que no los deja participar como ciudadanos de manera libre, y denuncian represión y violencia de su parte.

Ante esta situación, se forma un grupo de jóvenes que busca denunciar esta problemática y crear las bases para construir una Nicaragua con otros valores y principios democráticos. Asimismo, sus motivaciones no se canalizan por los intereses tradicionales de la política partidaria y la búsqueda de poder, sino por una lucha para el ejercicio de la ciudadanía plena.

Los déficits de la democracia y las carencias de los aparatos estatales de la región, resultan ser, de alguna manera, una oportunidad para articular espacios públicos nuevos y para dar fruto a liderazgos alternativos que permitan empujar por un cambio social.

LA REVOLUCIÓN DIGITAL

Otro proceso central que estamos experimentando es la revolución digital que cada día avanza de manera inusitada. Este es el segundo proceso de cambios estructurales que la región ha experimentado en las últimas dos décadas, pero especialmente en la última: una revolución digital que todavía no sabemos bien qué significa y hacia dónde nos lleva. Rainie y Wellman en su reciente libro “Networked” (2012) hablan de un encadenamiento en una triple revolución (3R) donde la primera fue la masificación de internet, luego la explosión de las redes sociales y más recientemente la masificación de los celulares y especialmente los smartphones.

Con la llegada de internet, específicamente con su masificación desde 1993 a partir del surgimiento del primer navegador web y la aparición de servicios de correo electrónico, se provocó un primer cambio importante en la sociedad de la información mediante la implementación de un sistema de comunicación que funciona en forma de red descentralizada. En solo un par de años, cientos de millones de personas pasaron a conectarse a través de internet. Si en el año 1993 había 9 millones de usuarios de internet en el mundo, diez años más tarde eran 600 millones, y hoy más de la mitad de la humanidad está conectada a internet.

Actualmente, más de la mitad de los latinoamericanos tiene acceso a internet, obteniendo el índice de crecimiento más alto del mundo (BBC, 2013).

La segunda revolución es la de las redes sociales. El género humanos siempre ha construido redes sociales como la familia, amigos, el club, el partido político, pero con el advenimiento de internet, y especialmente de Facebook en el 2004, las redes se ampliaron exponencialmente. En el año 2013, el 40% de la población mundial tenía acceso a redes sociales. Facebook cuenta con más de 1.300 millones de usuarios y Twitter y LinkedIn con unos 250 millones de usuarios activos cada una.

Con las redes sociales, las personas comenzaron a vivir en la red. Cada minuto se envían unos 100.000 tweets y se comparten unos 700.000 contenidos en Facebook. Lo curioso es que América Latina es una región especialmente aficionada a las redes sociales. En el caso de Facebook, cuenta con el 20% del total de los usuarios mundiales y cada minuto hay dos nuevos miembros que se suman a la red, que cuenta ya con casi 200 millones de usuarios. Es decir, casi el 40% de la población tiene una cuenta en esta red social. Además, le dedica más tiempo que el promedio mundial, ya que los usuarios de la región se pasan 5 horas al mes más que el promedio mundial, y 5 de los 10 países que usan más contenidos sociales se encuentran en América Latina (Comscore, 2013). En 2013, de los 10 presidentes con más seguidores en Twitter, 4 eran latinoamericanos, en el puesto 6: Cristina Fernández de Kirchner, 8: Enrique Peña Nieto, 9: Juan Manuel Santos y 10: Dilma Rousseff. (Digital policy council, 2013).

La tercera revolución es la masificación de los teléfonos móviles (revolución móvil), de los que actualmente hay más cantidad de unidades que personas en el mundo. Hasta mediados de la década de 1990, los teléfonos celulares estaban limitados geográficamente. Con la revolución móvil, y el advenimiento de los smartphones, el límite entre teléfono y lugar desapareció. Tu lugar es donde tu conectividad está. Hoy 9 de cada 10 latinoamericanos tiene un teléfono celular.

La disminución del costo de los mensajes de texto, la conexión a internet de los teléfonos y las cámaras digitales, convirtieron a los celulares en dispositivos inteligentes conectados a la red: fáciles de llevar, baratos y transportables.

Gracias a estos dispositivos, la brecha digital disminuye a mayores velocidades que la del internet.

Lo importante es entender hasta qué punto la difusión de estas tecnologías ha significado que se produzcan transformaciones disruptivas en nuestras relaciones sociales, comunicaciones, comercio, economía, vida privada y en el conocimiento, especialmente cuando todo está sucediendo al mismo tiempo.

Algunos de estos cambios son de carácter cuantitativo. Uno es la ampliación de la comunidad. Así como la consolidación de los Estados de la modernidad significaron la ampliación de lo público, una expansión de la comunidad mediante la ampliación de los círculos de relaciones de la familia o parroquia a una escala de ciudadanía nacional, la creación o consolidación de un idioma y la creación de escuelas para ampliar el entendimiento común, la moneda nacional para ampliar los intercambios en la economía capitalista, y la creación del correo y transportes para multiplicar la conectividad: la era digital multiplica exponencialmente la ampliación de la idea de comunidad donde podemos estar conectados, satisfacer las necesidades de información y compartir contenidos de mayor alcance con relaciones sociales más diversas y alcanzando múltiples grupos y espacios.

Otro cambio cuantitativo es el aumento y disponibilidad de la información. Como señala Gavin Newsom en su reciente libro Citizenville: “el futuro es sobre la información, poder accederla, manipularla, aprender de ella, y mejorar nuestra calidad de vida con ella” (2013). La nube (cloud) –la posibilidad de subir y acceder a contenidos remotamente– nos permite acceder a información cuando queramos y donde la necesitamos. La nube es ubiquidad, acceso, compartir, colaborar, conectar –está a disposición y trabaja para ti.

Estos procesos están ocurriendo a una velocidad que impide muchas veces que nos demos cuenta de lo que sucede. La velocidad y alcance de estos procesos no tienen paralelo a otra tecnología en la historia.

Como se mencionó más arriba, América Latina no es ajena a este proceso. Para #YOSOY132 de México, la clave de su éxito fue:

“La velocidad del proceso, completamente inesperado, en un territorio político de lucha que los partidos políticos tradicionales no manejan, como son las redes sociales, en las que los estudiantes (chicos de 18 o 19 años) se sienten como peces en el agua, su medio natural de comunicación. Lo organizamos en la forma y velocidad en la que se organiza un partido de fútbol con amigos a través de un evento en Facebook”.

Hay un aspecto crucial en esta o estas revoluciones, y es el hecho de que estos cambios no son solo cuantitativos, sino cualitativos y disruptivos. Veamos algunas características.

ESTRUCTURALMENTE DESCENTRALIZADA

“En la Modernidad, el Estado está en el centro, y es el gobierno quien empuja las cosas hacia ti y tú eres un recipiente pasivo, aislado de los centros de decisión. Es un modelo de una sola vía. En educación, yo soy profesor y tú eres estudiante; en política, tú votas, yo mando”.

En la revolución digital la sociedad se encuentra en trasformación. Pasamos en un principio de redes altamente centralizadas con las monarquías absolutas, para luego articularnos como redes medianamente centralizadas pero con una mayor cantidad de nodos. Estos cambios se hacen especialmente evidentes a partir de los años setenta cuando empezamos a experimentar cambios profundos en lo que denominamos la “era de la globalización” con la emergencia de las corporaciones multinacionales, los medios de comunicación masivos y los sistemas regulatorios transfronterizos.

En la era digital, el cambio es cualitativo porque la red es estructuralmente descentralizada. En este contexto, la sociedad se horizontaliza. En internet y las redes sociales, la línea de juego es más equitativa, aunque no completamente.

Internet y las redes sociales hacen que las personas interactúen con tal densidad y velocidad que resulta imposible una planificación jerárquica desde el Estado. De esta manera, el Estado pasa a ser un actor más con lo que se rompe su esqueleto de dominación y especificidad geográfica. Hoy se puede trabajar en un lugar y percibir una remuneración en otro, accionar en un lugar y tener una red en diversos puntos. Entonces, la espacialidad de la vida social ya no está determinada por una geografía y por ende la dominación ya no es vertical como proponía el Estado moderno (con una planificación, una cultura nacional, un orden social, de roles sociales estructurados y específicos); hay una mayor multiplicidad de actores interdependientes. Por ejemplo, el surgimiento del bitcoin, aunque todavía incipiente, evita la mediación de los Bancos Centrales y el control gubernamental. Esto significa un ataque al corazón del Estado Moderno. ¿Qué sucedería si reemplazara a las monedas nacionales?

En términos de comunicación e información, los periódicos en el siglo XIX y la radio y la televisión en el siglo XX fueron instrumentos revolucionarios en términos de escala y alcance de acceso a información. Sin embargo, todos ellos responden con la misma dinámica: de uno o pocos a muchos. Miles de personas con los periódicos, millones con la radio y cientos de millones con la TV, se fueron incluyendo en un modelo unidireccional de comunicación. Lo que sucede con internet y las redes sociales es que permiten pasar de una producción y comunicación de la información de pocos a muchos, para pasar a una de muchos a muchos.

Esta estructura descentralizada de una sociedad en red implica no solo un cambio en dinámicas comunicacionales, sino en la estructuración del poder. Douglas Rushkoff (2010) explica que, por primera vez, a diferencia de con otras grandes maquinarias (la industrial, la cultural de masas, etcétera) se nos ofrece la oportunidad de poder crear y recrear lo que consumimos. Con las nuevas tecnologías no estamos solamente extendiendo la agencia humana a través de un nuevo sistema de comunicaciones, sino que a través de esos mecanismos externos estamos replicando la función cognitiva misma.

NUEVOS ESPACIOS PÚBLICOS

Se estima que dentro de los próximos 5 a 10 años tendremos en el mundo a más de 5.000 millones de personas de todas las nacionalidades y trasfondos sociales incorporadas al uso de internet. Esto significa que sectores sociales antes “desconectados” ahora podrán interactuar, ejercer su voz y así construir relaciones sociales diferentes.

Internet crea nuevos espacios, antes inexistentes, a un costo marginal. Mario Durán Chuquimia de Bolivia, por ejemplo, considera que hoy en día es fundamental para cualquier activista tener un blog:

“Este es un archivo histórico de lo que haces, en él están todas mis ideas, y no cuesta nada”.

Además de ello, señala como fundamentales:

“Las herramientas de difusión, Twitter y Facebook que te permiten tener feedback e interconectarte con más gente. Si alguien quiere hacer activismo tiene que tener un blog y herramientas en redes sociales. Todo lo que puedas utilizar para hacer efecto de tu causa es bueno”.

Esto permite poner a disposición de grandes mayorías herramientas para crear sus propios medios, buscar información, proyectar sus voces, formar grupos alrededor de sus intereses y crear vínculos antes inexistentes.

Internet ha significado una fuerza fundamental para las organizaciones sociales. Como nos comentó uno de nuestros entrevistados, Iván Flores de El Salvador:

“Las nuevas tecnologías nos han brindado medios alternativos con mucho más impacto cuyo costo es bajísimo y con el que se puede hacer mucho más”.

Las redes sociales permiten difundir y compartir contenidos de un modo instantáneo. De las organizaciones entrevistadas por el proyecto Mucho con Poco, el 91% utiliza las redes sociales como principal fuente de comunicación institucional.

Carmen Cañas de Yo me visto de Blanco de El Salvador cuenta que:

“Dos personas twitteando como locos por cuestiones irregulares en la política lograron reunir en 10 horas de twitteo a 400 personas en la plaza, que no se conocían, que jamás había estado juntos. Ahí me di cuenta que se podía lograr mucho y fue esa vez que empezamos a organizarnos como entidad…”.

Podemos decir entonces que, internet y las redes sociales son plataformas desde donde se estructuran y forman liderazgos. Hoy, varias entidades existen gracias a la red. Es el caso del Consejo de Juventudes Indígenas: se comunica intra-organizacionalmente vía Facebook, sus 13 líderes tienen acceso a la cuenta y cualquier miembro del colectivo puede comunicar ahí lo que sea a través de estos recursos. Lo mismo sucede con organizaciones como #YOSOY132 en México o con la trayectoria de los denominados youtubers, quienes surgieron a partir de las redes.

NUEVAS FORMAS DE RELACIONES SOCIALES

Hoy lo “real” es el contenido generado por los propios usuarios. Esto implica nuevos tipos de sociabilidad. Como señalan los autores de “Network”:

“Las cosas son diferentes ahora, al incorporar gadgets (dispositivos) a su vida cotidiana, las personas han cambiado la forma en que interactúan. Se han convertido en individuos más interconectados, antes que incluidos en grupos. En el mundo de los individuos en red, es la persona la que está en foco: no la familia, no el trabajo, no el barrio o el grupo social” (Rainie y Wellman, 2013: 8).

Allí, si bien los vínculos son más débiles y las redes más fragmentadas, los individuos intentan satisfacer sus necesidades sociales, económicas y emocionales recurriendo a redes de baja intensidad integradas por conocidos o contactos. Los límites de los grupos son más débiles pero más amplios y plurales.

Se pasa de grupos homogéneos, delimitados y aislados para pasar a organizaciones que se organizan en redes ad hoc circunstanciales, abiertas e informales (ídem: 29). Las personas se reúnen por temas de interés, como las protestas estudiantiles en Venezuela y Chile, entonces los círculos de confianza y lugares de referencia que tradicionalmente son la familia o los partidos políticos, ahora son más heterogéneos y pueden crearse y disolverse en un instante.

Una organización que saca provecho de este paradigma es Change.org, una plataforma que busca movilizar personas para apoyar peticiones específicas que van desde una comisión injusta de una tarjeta de crédito hasta denunciar un acto de corrupción en el gobierno. Esta plataforma junta firmas y estructura el reclamo apoyado por miles de personas, sin importar dónde están. Hoy cuenta con más de 40 millones de usuarios en casi 200 países en el mundo.

Asimismo, estas “smart mobs” (multitudes inteligentes) actúan de manera coordinada y se crean en espacios donde los grupos ya no requieren procesos centralizados para la toma de decisiones ni flujos de información verticales. La información e influencia se transmite por los miembros de la red de manera descentralizada a través de contactos solo cuando es relevante.

TEORÍA Y PRÁCTICA

En la era digital, las fronteras entre teoría y práctica se difuminan. La información, comunicación y acción de los individuos interconectados tienen lugar en el mismo momento, especialmente mediante la programación, donde se va creando el mundo al mismo tiempo en que se lo imagina. Esto también genera el desafío de aprender a movernos y a gestionar nuestras redes sociales.

Son requerimientos de mayor capacidad de agencia por parte de los ciudadanos, lo cual conlleva sus riesgos.

Los peligros del “tecnoelitismo” están presentes. Tal como alertaba el filósofo italiano Antonio Gramsci en la década de 1920, los cambios sociales (en su caso propugnaba por una revolución) significan un cambio cultural de empoderamiento de las bases. Él pensaba que el desafío de los movimientos sociales era un proceso de formación ciudadana, y la revolución requería eliminar las divisiones entre dirigentes y dirigidos, por cuanto el peligro inminente era la caída en el totalitarismo.

En la Italia fascista de Mussolini en la que vivía Gramsci el desafío era la formación de intelectuales orgánicos, hoy el desafío es crear alfabetos digitales. Cada época con sus propias herramientas. En esa misma dirección habla Santiago Siri del Partido de la Red en Argentina cuando nos dice que aprendiendo a programar software y no solo a consumir lo que otros quieren que consumamos, podemos potencialmente ser capaces de controlar computadoras, páginas web, blogs y redes sociales y así, transformarnos en agentes de cambio verdadero.

Y nos alerta:

“En un futuro cercano el dilema político será: o programas o te programan”.

A pesar del desafío, es indudable que la revolución digital ha fortalecido a los actores sociales, y ha nivelado las jerarquías, al darles a amplias mayorías las herramientas para crear sus medios, buscar información, proyectar voces, formar grupos que sirvieran a sus inquietudes y necesidades, y llegar a sus redes más extendidas. Es por ello que internet, las redes sociales y la tecnología móvil ofrecen un medio privilegiado para la creación de nuevos espacios para conectarse con otros, satisfacer sus necesidades de información, y crear y compartir contenido. Estas son plataformas y herramientas que facilitan la emergencia de actores sociales a un costo marginal y les brindan recursos de alto impacto a bajo costo para construir alternativas de poder con mayor nivel de libertad y autonomía frente a los poderes institucionales y de facto.

MÓDULO 3

NUEVOS LIDERAZGOS: NATIVOS DIGITALES Y NATIVOS DEMOCRÁTICOS

“Tomar los derechos, no pedirlos; arrancarlos, no mendigarlos”. – José Martí.

Es en los márgenes de las sociedades, con los espacios y las herramientas de alto impacto a bajo costo que brinda la era digital, donde están ocurriendo propuestas políticas alternativas. Sin embargo, no puede haber cambio social sin la acción de los hombres y las mujeres. Al respecto, Hannah Arendt reparó en el carácter ilimitado de la acción (archein) y le confirió el sentido del gatillo para la liberación de procesos de cambio social. En este sentido, afirmó que la fuerza de la acción nunca se gasta en un acto individual, sino que constituye una interminable cadena de acción/reacción, y con ello, su productividad y su potencial para desencadenar cambios es inmensurable (2003).

La acción remite, de ese modo, a la posibilidad de cambio, y ello tiene que ver con la iniciativa humana, el alcanzar lo nuevo, lo inesperado, lo improbable. Más allá de los procesos estructurales, la importancia de la subjetividad constituye la esperanza ante la inercia, la dominación y el totalitarismo: el hombre está dotado para poner en marcha procesos, y es allí mismo donde reside la libertad. Esa es la esencia de la política.

Justamente, la democracia y la ampliación de los derechos son conquistas sociales, logradas por hombres y mujeres que lucharon por sus derechos ciudadanos. Estos procesos no han sido pacíficos: invasiones, revoluciones, guerras civiles, huelgas, fusilamientos y hambre es el precio pagado por las sociedades en el camino de la ampliación de derechos. El sociólogo inglés T.H. Marshall enfatiza en su clásico libro sobre el desarrollo de la ciudadanía que, en las democracias más consolidadas el proceso de inclusión y democratización de las sociedades, proceso lógico e histórico a la vez, es uno en donde los ciudadanos fueron conquistando y ampliando sus derechos civiles, políticos y sociales (1963). Y que es en el propio ejercicio de los derechos donde los ciudadanos se han ido organizando y forzando la ampliación de estos. Primero fueron las burguesías emergentes las que organizaron revoluciones contra los monarcas absolutistas reclamando sus derechos civiles y la defensa de la propiedad privada; luego fueron los levantamientos de los sectores recientemente urbanizados, demandando derechos políticos en el siglo XIX; y finalmente, en el siglo XX, los movimientos obreros, las crisis económicas y las guerras mundiales hicieron ampliar los derechos sociales dentro del nuevo esquema del Estado de bienestar.

En este sentido, el historiador brasilero José Murilo de Carvalho reflexiona sobre este proceso en Brasil, haciendo énfasis precisamente en la debilidad histórica de la ciudadanía en ese país y en la región en general. Desde su punto de vista, y haciéndose eco del análisis propuesto por T.H. Marshall, sostiene que la adquisición de los derechos ciudadanos en Brasil ha sido a la inversa de los países desarrollados y esto es resultado de que la ciudadanía no conquistó sus derechos como en Francia o Inglaterra, sino que fueron “dados” por líderes de arriba hacia abajo. Es por ese motivo que él explica las características clientelares y populistas de la democracia en Brasil. Es decir, quizás el factor más determinante en la debilidad de las democracias de la región sea la debilidad histórica de sus pueblos.

Por fortuna, nos encontramos con indicios de lo contrario. Hemos podido conocer de cerca testimonios y experiencias de una importante cantidad de líderes y organizaciones sociales que están buscando alcanzar transformaciones haciendo un uso innovador de las herramientas a su disposición, creando nuevos espacios públicos, formando construcciones políticas alternativas a partir de su accionar. Hablamos de organizaciones y activistas sociales que no se dejan estar, y que se esfuerzan por construir alternativas de poder y espacios donde visibilizar sus demandas. Ya lo decía Emiliano Zapata:

“Nuestra lucha es por hacernos escuchar”.

Las preguntas que surgen son, ¿quiénes son estos actores que están trabajando por el fortalecimiento de los derechos ciudadanos en la región? ¿Son “nuevos” políticos? ¿Cuáles son las características de su accionar?

Los problemas que mueven la acción no son nuevos. Los derechos reclamados dan cuenta de estructuras de poder no inclusivas sedimentadas a lo largo de la historia. No obstante, las condiciones para actuar han cambiado y los actores se constituyen haciendo uso de estos novedosos espacios. Parafraseando al presidente José Mujica de Uruguay, las banderas son viejas, lo que se están construyendo son nuevos mástiles.

Estos espacios en la actualidad son resultado de un contexto único en la historia de la región latinoamericana: la presencia de una generación de nuevos adultos que son a la vez nativos democráticos y nativos digitales. Esta doble dimensión significa que están aculturizados o “formateados” con una visión experiencial de la democracia y con las habilidades para tomar provecho de las oportunidades ofrecidas en la era digital.

Los movimientos que se aprovechan de dicha ventaja son esencialmente ciudadanos y trascienden las fronteras de los mecanismos tradicionales de participación, trasgrediendo el escenario social, imprimiendo dosis de consciencia pública. Sus agendas son globales pero localizadas territorialmente, sus discursos se mueven transitivamente entre el descontento y la acción estratégica y sus demandas son demandas de derechos. Han posicionado la innovación como fuente primaria de su accionar, revitalizando y ampliando el concepto de ciudadano como benefactor de derechos para pasar a ser agentes de cambio social.

Hablamos de acciones impulsadas por activistas y emprendedores que se conducen de modo horizontal, que se valen de nuevas formas, medios y repertorios para manifestarse en el espacio público, como es la participación de foros ciudadanos de debate, la utilización política del arte, el aprovechamiento de las ventajas que presenta la cooperación internacional e interna entre los sectores público y privado; y por sobre todo de la utilización innovadora de las tecnologías de la información.

Luego de haber estudiado estos actores hemos notado que comparten dichas características, las cuales resultan interesantes para analizar en profundidad.

NATIVOS DEMOCRÁTICOS

Es una generación que se ha criado en democracia, para la cual la libertad de expresión, de asociación y el voto a representantes son valores completamente naturalizados. Sean democracias disfuncionales o imperfectas, esta generación desconoce otro tipo de régimen político.

Esto marca una diferencia con la generación de sus padres, quienes vivieron procesos de facto, donde las dictaduras militares extendidas a lo largo de la región suprimieron libertades y cometieron violaciones aberrantes a los derechos más básicos. Para dicha generación su lucha fue por la recuperación de las instituciones democráticas y las libertades perdidas. Sin embargo, para las generaciones actuales el objetivo es diferente, es lograr que la democracia funcione y tenga sentido para todos.

Lograrlo, depende completamente de una ciudadanía más activa y compro- metida. Las entrevistas llevadas a cabo apoyan esta mirada, donde el 95% de los entrevistados manifestaron una aproximación activa y vivencial con la democracia, a la que considera como una forma de solucionar los problemas a las personas.

Como decía José Martí:

“Mientras que todo no esté hecho, nadie tiene derecho a sentarse a descansar”.

La idea es retomada por Alberto Cabrera Rodríguez, activista en el Movimiento Político Despertar Ciudadano, surgido para generar un nuevo espacio de participación política en Paraguay, quien sostuvo que:

“Establecer e instaurar las instituciones democráticas frente a gobiernos dictatoriales fue un proceso que les tocó a nuestros padres. Hoy en día nosotros tenemos que hacer que la democracia funcione, porque hay muchos elementos y variedad de factores que hacen que la misma tenga numerosas falencias. Actualmente nuestro rol es encontrar actores políticos que trabajen para que esa democracia tenga sentido y pueda hacer que la gente se sienta mejor dentro de ese sistema de organización social. Por ello, si en una democracia, entendida como un sistema participativo, los gobernantes deciden llevarnos por un lugar a donde no quiere ir la sociedad, tenemos que intervenir metiéndonos en la política para hacer que se tome un golpe de timón”.

De igual modo, Germana Montalvo, activista feminista de Derechos Humanos y Derechos Sexuales y Reproductivos, que se desempeña como agente en el Colectivo Decide RedLAC Bolivia expresó similares inquietudes:

“La democracia se ha construido en base a revoluciones, luchas en las que se ha derramado mucha sangre, que las denominamos luchas ganadas. El rol de las generaciones actuales es pensar qué es lo que pasa luego de eso. Nos toca asumir cómo nos pensamos y qué cosas nos falta lograr en el marco de derechos. Puede haber instituciones que garantizan los derechos, no obstante el ejercicio pleno de estos es algo que aún nos toca ganar”.

Estas posturas vienen a mostrarnos un proceso de resignificación de la idea de democracia. En este sentido, el sistema representativo no constituye el enemigo a destruir sino el marco a deconstruir y reconstruir; como un espacio importante pero ya no como el lugar exclusivo de la democracia. Se resignifica sin negarse al Estado, al que se le exige adaptarse a sociedades pluridiversas y a formas de vida y demandas diferentes.

Germana Montalvo deja en claro esto al plantearnos lo siguiente:

“El rol de los ciudadanos es reaccionar y accionar, deconstruir las estructuras e imaginarios construidos. De ese modo haces democracia cuando participas, cuando abres espacios de participación política para las mujeres, por ejemplo”.

De la mano, Silvia Tamayo, joven concejala del Movimiento Sin Miedo en la ciudad de La Paz sostiene:

“La bandera que nos toca llevar es hacer carne de lo que somos, mujer, indígena, afrodescendiente, joven. En los espacios de toma decisión muchas veces la democracia se ve como un discurso y no una práctica. Los jóvenes debemos cuestionar la democracia construida a través de espacios conflictivos. Yo participo de estas instituciones para volver a retomar el sentido de las mismas”.

Estas organizaciones o activistas sociales sostienen de esa forma un nuevo relacionamiento con el Estado y las instituciones democráticas. Sea desde una ONG, un club barrial, un partido político, lo que se busca es dar soluciones concretas para ampliar los derechos ciudadanos. Y es este proceso el que entendemos como un proceso de resignificación.

NATIVOS DIGITALES

Pensadores como Levy, Rheingold y García Canclini celebran el potencial que tienen las tecnologías de la información y comunicación, su capacidad de crear espacios para posibilitar formas de identidades nuevas, múltiples y experimentales. En relación a ello, la otra característica que define a esta generación de líderes sociales es que son una generación online, o como definió Marc Prensky, una generación de “nativos digitales”. Este es un proceso global que va más allá de América Latina, sin embargo, lo particular de nuestra región es que es al mismo tiempo nativa democrática y nativa digital.

En relación a esta última característica, un estudio desarrollado por la Fundación MacArthur y el Centro para la Información e Investigación en Aprendizaje Cívico examina el uso de las redes sociales y la participación política online de los jóvenes centrando su atención en tres cuestiones: el uso de blogs o redes sociales para compartir o discutir perspectivas sobre cuestiones políticas y sociales, el uso de internet para obtener información sobre cuestiones políticas o sociales y la utilización del mail para comunicarse con otros cuando están trabajando en cuestiones sociales o políticas.

Los resultados de dicho estudio pusieron en evidencia la importancia de las tecnologías de la información y comunicación (TIC) en el accionar político de las generaciones actuales. Por un lado, se confirmó que pasar tiempo online se relacionaba con la participación en más actividades de voluntariado, caridad, trabajo con los demás en cuestiones comunitarias y formas de protesta política (como bien hemos vivido en tiempos recientes con el Movimiento Mundial de Indignados). Asimismo la investigación demostraba que si bien muchos jóvenes se desacoplan de las formas tradicionales de la vida cívica y política, están muy comprometidos con los nuevos medios. De ese modo se sugiere fuertemente la posibilidad de construir desde un compromiso con los medios digitales para fomentar la participación política e involucramiento social de los ciudadanos (MacArthur Foundation, 2011). Esto mismo observamos en la región, donde actualmente internet, las redes sociales y la proliferación de smartphones aparecen como los principales elementos socializadores de las generaciones actuales. Los nuevos adultos poseen agencia en el uso de estas nuevas tecnologías, es decir allí pueden actuar diferentemente. Esta característica abre nuevas oportunidades y provee de herramientas únicas para el accionar social y político.

Entre estas oportunidades adquiere relevancia la posibilidad que otorga la red, frente a la falta de respuestas de un Estado en crisis de representación, de repensar sistemas de gobierno desde una estructura de alcance global, incorporando más variables sociales en este comprender y abriendo el rango de interacciones posibles.

De ese modo, se puede afirmar que las nuevas tecnologías abren nuevas formas de pensamiento, espacios alternativos de socialización, de emprender y salirse de la zona de confort para abrirse a posibilidades de transformación social.

De esa forma los jóvenes adultos se presentan como pródigos en nuevos ámbitos de participación “de abajo hacia arriba”, dada su capacidad para aprovechar formas emergentes de asociación y de comunicación a distancia (CEPAL-OIJ, 2011).

Uno de los usos políticos más comunes es el de la visibilización de conflictos, de actores o de situaciones. Una historia que ejemplifica dicho uso donde las redes sociales se configuran como territorio político es el de Paulo Rogério que trabaja junto al Instituto Mídia Étnica.

La propuesta de Mídia Étnica es la utilización de las herramientas online para las comunidades afrodescendientes posibilitando consecuentemente la promoción de la diversidad étnica brasileña. Y esto lo han realizado principalmente a través de redes sociales. Según ellos, “la estructura horizontal que propone la red, permite comenzar a tener una mayor difusión en los medios, presionando aún más, desde una posición más cómoda, mayor democratización”.

Esta nueva salida les permite a los movimientos trabajar a partir de una esfera virtual y tecnológica y ayudar a visibilizar sus problemáticas, brindándoles voz para así constituirse como actores políticos.

El accionar de Máximo Arnoldo Curruchich Cúmez es otro ejemplo de la importancia del uso de las TIC para hacer escuchar la voz de excluidos por el sistema. Él es activista en pos de los derechos de los pueblos indígenas en Guatemala, director de la organización Consejo de Juventudes Indígenas de ese país. Esta organización se comunica centralmente mediante su página de Facebook, y es a través de esta red social que tanto medios de comunicación, como políticos, como la sociedad civil en general se nutren de la información que el Consejo de Juventudes Indígenas recoge de todos los colectivos que están dispersos por toda la geografía guatemalteca y que ponen a disposición pública en dicha red social.

Es remarcable aquí que las nuevas tecnologías no solo sirven en contextos donde la bonanza aflora y en casos de expulsión y pobreza como los que sufren en gran parte los colectivos indígenas en Guatemala, sino que también se encontró en dichos medios una manera de cumplir su objetivo y de mantener viva la llama de la tradición maya. A partir de esto, el Consejo ha tomado una centralidad notable a la hora de comunicar y de informar a toda Guatemala. La clave del éxito para lograrlo parece ser la comunicación masiva a través de internet.

Así como abre nuevos espacios para la visibilización de causas sociales, el uso creativo de la tecnología también se encuentra entre las características definitorias de las nuevas organizaciones que comienzan a adquirir impacto en la región. iLab América Latina es un ejemplo de ello: esta organización se constituye como un laboratorio de innovación creado con el propósito de desarrollar y proveer herramientas tecnológicas innovadoras que permitan a las ONG, gobiernos, emprendedores sociales y demás organismos de cooperación mejorar el desempeño en sus respectivas áreas de trabajo, optimizando sus capacidades en materia de salud, desarrollo, emergencias y libertades individuales.

Por su parte, EPOSAK se constituye en otro espacio donde la tecnología ha sido base para la solución de problemas que aquejan a una comunidad. Este proyecto consiste simplemente en una página web (www.eposak.org) como plataforma virtual para la recaudación de fondos para activar, promover y desarrollar el turismo solidario y sostenible en Venezuela.

De esta forma podemos ver cómo estos nuevos adultos digitales encuentran espacios alternos brindados por la tecnología. Su uso creativo otorga plataformas para la visibilización de causas y genera herramientas para la realización de proyectos sociales de alto impacto en las comunidades latinoamericanas.

JUVENTUD COMO FACTOR DE CAMBIO

América Latina se encuentra en un momento demográfico único en su historia. Actualmente la región atraviesa por un período calificado por el “bono demográfico”, en el cual la población infantil se ha reducido y el crecimiento de la población de mayor edad todavía no se ha acelerado, lo que significa que el grueso de los habitantes se concentra en “las edades activas”, entre 15 y 59 años.

Al respecto, en julio de 2013 la población mundial llegó a 7.162 millones de personas, de las cuales 1.205 millones tienen edades entre 15 y 24 años y 3.238 millones entre 25 y 59 años, según las proyecciones del FPNU revisadas en 2012.

En América Latina y el Caribe, de acuerdo con esas proyecciones, viven hoy 617 millones de personas, de las cuales 109 millones están en el grupo de edad de 15 a 24 años y 276 millones en el de 25 a 59.

De ese modo, observamos una América Latina como la región que más jóvenes tiene en porcentaje de población. No solo eso, sino que hoy tiene más jóvenes que hace dos décadas. Estas son las condiciones que generan esperanzas: ya que invertir en este “bono demográfico” es invertir en la transformación de nuestras sociedades. Es aquí donde la juventud como actor de cambio pisa fuerte en los procesos que se están llevando a cabo en la región.

Pero esto no es novedoso, la juventud siempre ha sido un factor de cambio. A lo largo del siglo XX los jóvenes fueron los que empujaron la reforma universitaria en la Córdoba de 1918 con efecto contagio en toda la región, son los que tomaron la Plaza de Tlatelolco en 1968, los “Pingüinos” de Chile por una educación más inclusiva, el movimiento #YOSOY132 y muchos otros más. Esto siempre ha sido así y la actualidad no es la excepción. La diferencia se encuentra en los nuevos mecanismos que dicha juventud tiene a su alcance así como el alto porcentaje que concentran en términos poblacionales en la región.

Lamentablemente, pareciera que el sistema político tiende a responder al pasado: datos provenientes del Observatorio de Elites Parlamentarias de América Latina evidencian que el 75% de los diputados latinoamericanos superan los 40 años.

Esto es una oportunidad perdida, porque en procesos de cambio es cuando más se los necesita. Al respecto, el 97% de nuestros entrevistados remarcó el rol de los jóvenes en la sociedad como potenciales actores de cambio. Además, la consideración de los mismos como innovadores en su accionar y como grupo social que posee una actitud diferente frente a las problemáticas a afrontar es planteada por un 86% de los entrevistados.

En este sentido Nadine Souto, fundadora de la revista venezolana “Komunumo” cuyo propósito es conformar un punto de encuentro para pensar desarrollo de Venezuela, plantea:

“El rol de las juventudes es el tener la capacidad de reconocernos como actores estratégicos en una agenda de desarrollo, en una agenda política, y por sobre todo en una agenda de democracia que nos propone que cada uno sea actor político. El reto es asumirnos todos los días como alguien importante que puede contribuir al cambio de un mundo, de tu país, de tu barrio, de tu comunidad”.

Asimismo, Andrea Beltrán, de la Asociación Diásporas para el Progreso, Desarrollo e Integración de las Comunidades Africana, Afrodescendientes y Demás Colectivos Migrantes en Colombia, plantea:

“Soy mujer y soy negra, pero además siento cierta discriminación por ser joven. En relación a eso, estoy algo aburrida de escuchar la frase: los jóvenes son el futuro, pero también somos el presente y estamos logrando algo interesante en nuestro accionar”.

Los jóvenes no se quedan quietos y podemos encontrar expresiones de ellos pasando por los grupos de hip hop en las favelas cariocas así como la murga joven que está revolucionando el carnaval de Montevideo hasta los “grafiteros” de Sao Paulo.

Además la mitad de ellos sostiene que corren con la ventaja de poder establecer fácilmente contacto con otros jóvenes con motivaciones similares, que tienen más flexibilidad de acción, son más optimistas y ello les otorga una posibilidad inmensa en términos del impacto alcanzado. A veces promoviendo grandes causas nacionales, otras veces alrededor de causas más puntuales pero no menos relevantes.

Al respecto, Espolea, una de las organizaciones entrevistadas se constituye en uno de esos espacios donde el involucramiento de los jóvenes se hace sentir de un modo contundente. Esta organización mexicana fue creada por Aram Barra junto con otros jóvenes en su búsqueda hacer una agenda del país desde la juventud. Hoy es una organización con una agenda de trabajo internacional en temas como VIH, género, política de drogas, diversidad sexual, entre otros.

MIRADA REGIONAL

Los países de la región nacieron y se desarrollaron dándose la espalda uno a otro, siempre mirando al Atlántico norte buscando intercambios comerciales, culturales y modelos políticos que replicar. Recién en las últimas décadas los países han comenzado a mirarse, a integrarse y buscar estrategias comunes de desarrollo regional.

Sin embargo, la integración a nivel social ha sido y continúa siendo mucho más profunda y rápida que la gubernamental. En un contexto donde las problemáticas de América Latina se repiten y repliegan a lo largo del continente, las organizaciones latinoamericanas están buscando soluciones de manera integradora, con una visión regional de estas. Ayudados por las innovaciones tecnológicas, la participación de activistas y emprendedores en la actualidad está teniendo fuerte capacidad articuladora regional, aprendiendo de procesos políticos y sociales que van sucediendo. Este fenómeno es muy alentador ya que los principales desafíos de la región tienen alcance regional (tráfico de drogas, migraciones, medioambiente, trata de personas, infraestructura, etcétera.) y sin lugar a dudas que las soluciones tienen que tener una mirada con esa perspectiva.

Dicha visión, que constituye una de las características definitorias de los liderazgos emergentes en la región. Al respecto, 4 de cada 5 entrevistados llevan a cabo sus proyectos teniendo una visión regional en cuanto al espacio que involucra la situación que buscan resolver. De estos activistas y organizaciones que miran hacia la región, el 86% sostiene que el trabajar en otros países tiene por objetivo ampliar el área de trabajo y aumentar el impacto de su accionar. En relación a ello, el 74% plantea que busca replicar su proyecto en otros países.

Por otro lado, un común denominador del 72% de ellas es que buscan trabajar con la región como parte del objetivo inicial. En este sentido afirman que una mirada regional es la forma de resolver los problemas.

Asimismo, un tercer motivo de una gran parte de los entrevistados es la necesidad de trabajar con otras organizaciones más allá de su propio país, ya sea por similitud en la temática tratada, o por coordinación y complementariedad de las actividades llevadas a cabo.

Alex Sánchez líder de la organización Homies Unidos es un ejemplo de estos nuevos liderazgos cuya actuación está envuelta en una visión regional. Él, un exmarero nacido en El Salvador que actualmente trabaja junto a las pandillas y jóvenes de sectores vulnerables, ve al conflicto de la violencia juvenil más allá de su país, buscando de ese modo incluir a actores de países vecinos en su lucha. Es de esta forma como lo plantea:

“Lo que hace que Homies Unidos sea diferente del resto de las organizaciones que luchan contra la violencia es que nos hemos enfrentado a esto de una manera transnacional y no solo local, dado que entendemos que de ese modo debe solucionarse la criminalización de los jóvenes y su deportación”.

Estos procesos regionales no son solo el reflejo de una mayor interacción entre individuos de diferentes países, sino también implica un aprendizaje colectivo, la creación de comunidades epistémicas regionales donde se construyen miradas colectivas sobre procesos sociales.

HORIZONTALIDAD

Una característica sobresaliente que se destaca en la acción política al interior de los grupos entrevistados es la horizontalidad de su trabajo. Este modo de comportamiento de las organizaciones podemos entenderlo en estricta oposición al verticalismo decisionista del liderazgo tradicional. En este sentido, 8 de cada 10 entrevistados brindaron espontáneamente una definición de liderazgo relacionada con la horizontalidad, la comunidad, el equipo o hasta rescataron el lema zapatista de “mandar obedeciendo”.

La horizontalidad se manifiesta hacia fuera de las organizaciones, donde hay una preocupación constante por la “comunidad” y hacia adentro con el fuerte énfasis en el “equipo”.

En relación a la primera consideración, un 67% de los emprendedores sociales entrevistados comprenden a la horizontalidad en el sentido de trabajar por el otro, para resolver un problema en la sociedad. Muy similar a esta idea es aquella que sostiene el 64% de los entrevistados que plantea la importancia de trabajar por la necesidad de un grupo social y no por una agenda personal.

De este modo Marco Castillo de Grupo Ceiba de Guatemala afirma:

“El liderazgo no existe si no tiene corresponsabilidad social, si no está hecho para servir, debe estar al servicio de las personas”.

Igualmente, Paulo Rogério de Mídia Étnica de Brasil plantea:

“Un liderazgo es el que observa e interpreta cuáles son las demandas de la sociedad y busca resolver los problemas de la misma”.

Esta caracterización viene de la mano de la consideración del liderazgo como construcción colectiva, que surge a partir de los acontecimientos, producto de un determinado momento histórico que los obliga a asumir un papel en la sociedad, donde la realidad interpela a los actores a asumir un papel de liderazgo, para el cual no están solos.

Este rol se acompaña siempre de otra condición, sobre la que Atenas Saavedra nos comparte una idea muy esclarecedora:

“El verdadero líder es aquel que avanza junto con su gente, junto con las personas que lo apoyan y que sigue los ideales del grupo partiendo siempre del reconocimiento del otro”.

Aquí los grupos imprimen mucho énfasis al trabajo hacia adentro de las organizaciones. De ese modo, el concepto de equipo al hablar de horizontalidad es el que surge con mayor frecuencia. Liderazgo como desencadenador de las potencialidades de los miembros de un equipo, un ámbito de escucha y consideración de opiniones diversas. Ello se opone al carácter hermético e inclusive muchas veces impenetrable del líder que guía, ilumina y manda.

En relación a la horizontalidad entendida en términos del vínculo del “líder” con los miembros de un grupo (no con la sociedad de modo directo) que comparten las mismas causas, objetivos y que actúan por ellas, Albina de Ciudad Saludable considera:

“Un líder solo es posible a partir de un equipo donde además haya otros líderes, quienes deben atreverse a decir que es posible cambiar las cosas y contagiar a las personas para hacer también de ellos agentes de cambios”.

Un alto porcentaje de los emprendedores entrevistados plantean que al hablar de liderazgo hay que hablar de equipo, de la necesidad de desarrollar la potencialidad de cada persona dentro del equipo. Y es aquí donde surgen conceptos nuevos como “equipazgo” y “gestión del talento”. Rodrigo Jordan de la organización Fundación Nacional para la Superación de la Pobreza de Chile, plantea esta posición al decir:

“Líder es aquel que crea las condiciones para que un grupo humano se despliegue en su totalidad, en todas sus capacidades y potencialidades”.

Otros hablan de la necesidad de un trato horizontal con el equipo para lograr la sostenibilidad del mismo, para que alcancen independencia del líder en un futuro. (67%). Carmen Pisfil de Solaris Perú plantea esto al afirmar:

“El líder actúa teniendo un trato horizontal con las mismas personas que están trabajando o siguiéndolo; esto permite que el sueño no se caiga, que siga siendo vivo y que se mantenga en el tiempo”.

De igual modo, Gabriel I. Rojas Arenaza de Ednica de México sostiene:

“Es importante ser hábil para construir un equipo que vaya sosteniendo su propio liderazgo. La construcción de un buen equipo es lo que a la larga permite sostener los frutos que se consiguen”.

TRABAJO EN RED

El trabajo en red se presenta como un elemento distintivo de estos nuevos grupos sociales que accionan en la región. En este sentido es clave que el 98% de los entrevistados haya planteado que trabajan y establecen relaciones de cooperación con otras organizaciones.

Entre las organizaciones con las cuales se establecen mecanismos de colaboración, la universidad aparece como central al momento de entablar relacionamientos para llevar a cabo proyectos, como lo afirman un 45% de los entrevistados. Las organizaciones de cooperación internacional al desarrollo también son consideradas aliados importantes. Cabe destacar que estas organizaciones jóvenes cuentan con pocos recursos y es un motivo este para establecer alianzas.

De igual modo las empresas son otra fuente de apoyo para los entrevistados. Un 35% dice estar vinculados a ellas. Asimismo, el trabajo con otras ONG se plantea fundamental. En este sentido, el 84% de las organizaciones entrevistadas sostiene que es sumamente importante generar redes y alianzas con otras organizaciones sin fines de lucro.

El vínculo que la Fundación Acción Joven y las Universidades de Costa Rica han entablado nos permite mostrar este modo de accionar coordinado entre organizaciones de la sociedad civil. Esta fundación costarricense creada por José Aguilar Berrocal, en alianza con las universidades del país creó un programa que involucró a la juventud universitaria en la problemática sobre la deserción escolar en el país. De ese modo, el logro de la organización ha sido posible por este trabajo conjunto entre las dos organizaciones. Al respecto José Aguilar nos plantea:

“Lo que hagamos o dejemos de hacer tiene un efecto dominó. Esto influirá en otros, aunque, después de la tercera ficha, ni te darás cuenta del efecto que has causado. Si ello se realiza entablando alianzas, el efecto será aún mayor”.

RELACIÓN CON EL ESTADO

¿Qué ocurre con el relacionamiento de estas organizaciones con el Estado? ¿También con él entablan mecanismos de colaboración?

Como se ha podido reflexionar, las organizaciones jóvenes formadas en democracia plantean modos diferentes de vinculación con las instituciones políticas. Más de la mitad de ellos asumen trabajar y coordinar actividades con instituciones del Estado, pero lo hacen de maneras innovadoras.

Se plantea una visión renovada que deja de lado una figura patrimonialista del Estado, al que ahora se le pide abrirse, sacarle información, controlarlo, y, en definitiva, democratizarlo. Es esto lo que se exige y es así como se comienza a configurar de modo espontáneo un nuevo relacionamiento entre los nativos democráticos y las instituciones establecidas. Sin reconocerlo, siguen la máxima que nos recordaba José Martí: “Tomar los derechos, no pedirlos; arrancarlos, no mendigarlos”.

El Estado no es un lugar donde se piden favores. Ahora, “el gran desafío de la ciudadanía es recordar exigentemente a los poderes del Estado que ellos son nuestros y que, por lo tanto, son para nosotros”, (O ́Donnell).

Entre quienes se encuentran trabajando al interior del Estado se plantea la necesidad de ampliar los espacios de participación e incluir a aquellos que no han sido contemplados por las instituciones, y es mediante el reconocimiento de la necesidad de ampliar los espacios de inclusión ciudadana que buscan apropiarse de las instituciones. La participación en la política partidaria adquiere de ese modo un carácter diferente, más integrador.

Alberto Cabrera Rodríguez del Movimiento Político Despertar Ciudadano del Paraguay afirma al respecto:

“Tengo ganas de reivindicar a la política, dado que la política es algo bueno que debe ser utilizado para servir”.

David Reyes, un joven político que se ha convertido en el primer diputado con discapacidad de El Salvador, así como el político de menor edad que haya accedido a una banca en el Congreso en la historia de este país.

Hay quienes que como David Reyes consideran la posibilidad de cambio desde dentro de las mismas instituciones políticas, pero otorgándole un carácter renovado a estas mismas. No obstante, también nos encontramos con otros activistas como Raúl Montiel que junto a la Fundación Saraki, acciona por la misma causa, pero que ha decido realizarlo por fuera del Estado. Igualmente buscando incidir en la elaboración de políticas más justas e inclusivas involucrando y desarrollado mecanismos de vinculación con este.

La Fundación Saraki nace en Paraguay con el propósito de trabajar con personas con discapacidad en la búsqueda del mejoramiento de su calidad de vida. Pero este objetivo buscó ser cumplido de forma participativa a través del trabajo coordinado con el Estado. De esa forma, con dicha fundación a partir de su trabajo en alianza con instituciones públicas ha logrado importantes avances en términos de políticas públicas de inclusión de la discapacidad.

Podemos observar en base a estos alcances que organizaciones como estas entienden la posibilidad de cambio trabajando junto al Estado, pero generando nuevos espacios y mecanismos de inclusión en dicho proceso colaborativo.

Por otro lado, en cuanto a los activistas entrevistados por Mucho con Poco que no trabajan junto al Estado, encontramos razones diversas de esta decisión: como primer instancia muchos se oponen a las instituciones tal como están funcionado actualmente, y de la mano encontramos una segunda causalidad: la búsqueda por modificar las estructuras. En relación a ello un tercer motivo (que no excluye a los dos anteriores) hace énfasis en la falta de libertad de expresión que genera el trabajar con organismos del Estado. Un grupo menor plantea que prefiere mantenerse neutral en términos políticos (2%) y otros consideran no es necesario trabajar con estas instituciones establecidas (1%).

Graffitiarte, el colectivo creado por Emmanuel Audelo Enríquez en México es un ejemplo del trabajo desde los márgenes de las instituciones democráticas establecidas, una organización que decide no trabajar con el Estado que decide ir en búsqueda de nuevos espacios de participación alternativa.

Así como el trabajo de Emmanuel y Graffitiarte nos plantean que espacios alternativos como el arte urbano para dar a conocer su voz, otras organizaciones que no actúan desde el estado o teniendo una relación con este, están creando nuevos y dinámicos espacios de expresión ciudadana para lograr cambios sociales en sus comunidades.

Si bien, como se sostuvo anteriormente, la búsqueda de nuevos espacios de disposición de poder y de involucramiento con la política no propone el rechazo ni la destrucción de las instituciones políticas actuales, el relacionamiento con estos organismos comienza a configurarse de un modo diferente al tradicional y asimismo comienza a perder su rol patrimonialista: adquieren importancia otras organizaciones paralelas que colaboran en el desarrollo de los nuevos proyectos formados dentro de la sociedad civil, se busca una descentralización en cuanto a las configuraciones de las alianzas establecidas y se acude a otros organismos para fortalecer las iniciativas o para generar espacios de debate paralelos.

MÓDULO 4

¿HACIA DÓNDE AVANZA LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA?

“Ocupar internet es ocupar la sociedad”. – Julian Assange.

Estamos viviendo momentos tumultuosos en el siglo XXI, invadidos por una sensación de transición hacia otro modelo de Estado y sociedad pero sin saber cuál ni cómo. Hasta hace poco creíamos que la democracia liberal seguiría con su avance victorioso tal como venía mostrando desde la segunda guerra mundial.

Recordemos que en 1941 había solo 11 regímenes democráticos en el mundo, pero luego de las sucesivas oleadas democráticas, especialmente a partir de los años ochenta cuando casi todos los países de América Latina lograron restablecer el juego democrático, una gran parte del mundo pasó a vivir en países que podrían calificarse como democráticos.

Sin embargo, existe un creciente malestar con su funcionamiento. Actualmente vemos cómo la crisis económica en Europa, la corrupción en Ucrania, la falta de insumos básicos en Venezuela, la falta de transporte público decente en Brasil, hacen que grandes masas manifiesten sus descontentos y que, en algunos países, hasta surjan movimientos antisistema. Esto implica un retroceso, el cual se manifiesta en que en el año 2013 haya sido el octavo año consecutivo en que las libertades democráticas disminuyeron en promedio en el mundo.

Si bien en América Latina hay gran apego hacia la democracia, Latinobarómetro señaló que solo el 8% de los latinoamericanos considera que hay una democracia plena en sus países (2013).

Lo que está en crisis, en definitiva, es un modelo de democracia que tiende a reducirla al proceso electoral, con una inclusión de la ciudadanía intermitente y limitada, y que privilegia elementos de decisión por sobre los deliberativos o participativos. Tal como lo pone Jorge Soto de México:

“El problema es que la política es la misma que hace 100 años. Somos ciudadanos del siglo XXI, intentando interactuar con instituciones del siglo XX, que fueron diseñadas con tecnologías e ideas del siglo XIX”.

Sin embargo, en las secciones previas de este documento hemos visto elementos que nos brindan optimismo en América Latina: mediante repertorios y canales innovadores las minorías vulnerables, los jóvenes y otros sectores tradicionalmente excluidos del espacio público han empezado a construir desde los márgenes espacios alternativos, más cooperativos, más participativos y, en definitiva, más democráticos.

Si estamos de acuerdo en que la democracia es una forma de organización social, por ende imperfecta y en constante definición o redefinición, entonces no podemos permitirnos una mirada históricamente determinista. Es decir, la democracia puede mejorar, profundizar y avanzar hacia modelos deliberativos, como también empeorar y restringir los derechos ciudadanos, tal como hemos visto recientemente en varios países. Todo dependerá de las coaliciones sociales que se armen, la agenda que se proponga y de cómo logren construir alternativas socialmente legítimas y políticamente viables.

Esta situación nos lleva a la pregunta ineludible: ¿qué posibilidades existen de extender estas prácticas al régimen democrático? Es decir, ¿estamos frente a una transición hacia democracias más participativas y deliberativas?

IMPLICANCIAS DE LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA

La democracia deliberativa es un ideal que se basa en la experiencia de la Grecia clásica y en los cantones suizos que inspiraron a Rousseau, la cual busca implementar un proceso de toma de decisiones que incluya a todos los afectados. En el centro de esta se encuentra el “debate” en el cual la argumentación y discusión pública de los diferentes puntos de vista son las herramientas vitales de la vida política.

Una transición desde nuestras actuales democracias representativas hacia unas más participativas y deliberativas implica cambios complejos: requiere una ampliación de la esfera pública que incluya a más actores y una agenda más completa; requiere lograr que el debate político sea constante y vinculante; y que la pluralidad de las sociedades sea su capital, no un obstáculo.

Para ello, deben crearse más vías de contacto entre ciudadanos y Estado; dejar de ser momentos de encuentro para las campañas y pasar a establecer mecanismos estables que permitan a los ciudadanos participar de los asuntos públicos. Así como lo hace la economía y la cultura, pareciera que es momento para que la política se adapte a la sociedad de la información.

Nos vamos a detener en las dimensiones principales de la democracia deliberativa, sobre todo en aspectos claves de los que los procesos analizados nos permiten echar luz sobre las posibilidades y limitaciones en la región.

AMPLIACIÓN DE LA ESFERA PÚBLICA

Una de las condiciones para una ampliación de la democracia, o mejor dicho, una mayor democratización de la esfera pública, es ampliarla, para que más actores y temas tengan lugar en la agenda pública.

Los ámbitos y sujetos marginales que han sufrido el abandono, marginalidad u opresión deliberada del aparato estatal, pueden ser también entendidos como espacios fértiles para construir una nueva sociabilidad más democrática e inclusiva. A su vez, gracias a la triple revolución digital, se pueden estructurar relaciones menos jerárquicas, brindando voz y poder a actores sociales marginados, mejorando los flujos de información y comunicación con potencial más colaborativo y horizontal.

Lo mejor, es que estas herramientas tienen un alto impacto a costos marginales, con posibilidad de uso por las amplias mayorías.

También hemos mostrado evidencia de una gran cantidad de colectivos que hacen uso de estas oportunidades para constituirse como actores políticos, quienes se organizan desde los márgenes para conquistar espacio dentro de un diálogo realmente democrático. Mediante repertorios y canales innovadores, las minorías vulnerables, los jóvenes y otros sectores tradicionalmente excluidos del espacio público han empezado a construir espacios alternativos, más cooperativos, más participativos y, en definitiva, más democráticos. El líder zapatista subcomandante Marcos, quizás sea el primer líder social que alcanzó renombre mundial gracias a internet. Luego de sus innovadoras estrategias de comunicación en la red se volvió un referente mundial.

Las demandas ya no se concentran en exigir el respeto a las instituciones democráticas, como sucedió durante la primera parte de las transiciones desde el autoritarismo. Los ciudadanos, sobre todo los jóvenes, le exigen una democracia con mayor justicia social, instituciones transparentes y participación ciudadana.

EL DEBATE COMO PRINCIPIO DE LA POLÍTICA

La democracia representativa identifica democracia con la selección de gobernantes. Allí, los gobernantes son “fideicomisarios”, no mensajeros, dado que no existen mandatos imperativos y casi no hay revocabilidad de gobernantes: el pueblo solo tiene poder de sanción en cada elección, una suerte de juicio retrospectivo. Entonces, el bien común es definido “agregativamente” a través del voto y la regla de la mayoría. Igualmente supone que las preferencias de los votantes están dadas y que no cambian a través del tiempo. Los individuos tienen una racionalidad utilitarista y persiguen sus intereses individuales.

En cambio, para Rousseau, la voluntad del pueblo no puede ser alienada y tampoco representada, si el pueblo no interviene mediante su propia deliberación, el gobierno no será legítimo. Es por ello que en la democracia deliberativa el bien común toma la forma de un consenso discursivo básico acerca de cuestiones fundamentales para la sociedad. La concepción tradicional de la democracia representativa olvida que las decisiones por votación son solo una contingencia ya que interrumpen un proceso de deliberación: la voluntad de la mayoría no es justa de por sí, debe cumplir principio democrático discursivo. Según el filósofo alemán Jürgen Habermas, frente a la democracia representativa actual, la perspectiva deliberativa concibe a la esfera pública como el espacio para la interacción “cara a cara”. Allí, la política establece una dinámica donde la autoridad del mejor argumento prevalece y donde nadie posee el monopolio de la interpretación correcta.

Hasta hace poco, las dificultades para comunicarse y transportarse hicieron necesaria la concepción de un sistema político que pudiera sostenerse sin la necesidad de estar en consulta permanente con sus ciudadanos. Los representantes vivían en la Capital y tomaban decisiones en nombre del pueblo. En cambio, hoy la interacción directa y el autogobierno parecen más factibles que nunca. Como lo explica Arias Maldonado:

“La desigual proporción entre el demos y sus instrumentos comunicativos impediría el establecimiento de procesos de decisión capaces de implicar al conjunto de la ciudadanía (…) Ahora…el carácter instantáneo e individualizado de los nuevos medios haría posible resolver… el problema de la escala democrática,… se darían las condiciones para una suerte de democracia 2.0 capaz de acabar con los viejos arcaísmos representativos”. (2011).

A su vez, el lenguaje cibernético, teoría y praxis a la vez, hace palpable la idea de crear foros públicos de dimensiones tales que puedan llamarse verdaderamente inclusivos. Suponen la posibilidad de desarrollar procedimientos que permitan al ciudadano participar en primera persona, de manera inmediata en cada vez más esferas de los asuntos de interés público, prescindiendo así de la representación política y de la delegación a terceros. Esta es la agenda de la organización Democracia en Red de Argentina, quienes han desarrollado un software de código abierto (Democracia OS) para que cualquiera pueda armar una plataforma de discusión de proyectos de ley, de propuestas de políticas públicas, información de la agenda pública, etcétera. El mismo grupo creó el Partido de la Red quienes recientemente han logrado que la Legislatura de Buenos Aires tome las preocupaciones de la población manifestadas en la plataforma.

En nuestro continente, cada vez más organizaciones y proyectos sociales encuentran en las nuevas tecnologías la manera de darse a conocer y de ejecutar sus objetivos con éxito. Además, estos objetivos no son cualesquiera: “las personas que declararon haber utilizado las redes sociales con fines políticos son, en promedio, más tolerantes políticamente y apoyan más la democracia en abstracto… y los que participan en la política a través de las redes sociales son más propensos a involucrarse en organizaciones de base y otras formas de participación política”. (LAPOP, 2013).

SOCIEDADES PLURALES Y LA INCLUSIÓN DE LA DIFERENCIA

Uno de los puntos centrales en los que difieren la democracia representativa y la deliberativa es que mientras la primera busca la homogeneidad, la segunda se nutre de esta. Mientras que los principios de la representación consideran irreconciliables a las doctrinas particulares y las deja afuera de la política; para la deliberativa la diversidad cultural debe incorporarse a la esfera pública. La pluralidad de voces es la condición de la democracia. Las instituciones deben articular con la sociedad civil: la participación popular es necesaria para permitir una mejor evaluación de las políticas públicas.

“El énfasis del modelo de la democracia deliberativa en la inclusividad democrática lo torna particularmente atractivo en relación con los intereses de las minorías excluidas… promete no solo su inclusión sino también la potenciación de su papel”. (Benhabib, 2006).

Esto es clave para sociedades heterogéneas y mal integradas como las latinoamericanas. Lo que observamos, es que los sujetos políticos están aprovechando estos nuevos códigos para intentar posicionarse en el espacio público y articular demandas populares. Es notable el énfasis que todas las organizaciones entrevistadas ponen en la comunicación, la información, el debate, y el entendimiento. Violeta Tamayo del TIPNIS insiste en que el mero hecho de que una reivindicación se involucre en el debate ya es un logro. Que se empiece a dar un salto a una discusión más política y económica del conflicto ya es un logro que tiene impacto, postula.

Aquí nadie posee el monopolio de la interpretación correcta de la verdad, por eso minorías tienen igual derecho de ser consideradas. Desde la ONG Responde aseguran que para ello:

“Es fundamental el respeto de lo diverso, y de idiosincrasia y pensamiento diferente al de uno mismo”.

Por su misma dinámica, la red permite la profusión de una inmensidad de tonalidades diferentes de preferencias y opiniones. Matthew Carpenter explica cómo, tanto la televisión como otro tipo de medios, tienen su tiempo y espacio restringidos, y por ende tienden a recortar sus emisiones de acuerdo a sus propias preferencias y estimaciones de qué es lo que le interesa a la gente (2014). Lo mismo pasa con los partidos políticos, que deben limitar el espacio que ocupan en una escala ideológica para demostrar coherencia y aprovechar el máximo posible de votantes racionales (Downs, 1973); o con el sistema representativo como lo entiende Madison (The Federalist n. 10): como “tamiz” que los más formados ejercerían sobre las opiniones de la masa.

En la red, en cambio prosigue Carpenter, este filtro de las preferencias no es necesario, por el contrario: hay espacio para todas las diferencias de opinión en sus diferentes grados y colores, de allí que internet implique la posibilidad no solo de democratizar la información y de coadyuvar el entendimiento mutuo, la cooperación y la acción colectiva, sino de difundir todo tipo de ideas y saberes de distintas culturas.

LÍMITES Y DESAFÍOS

Si bien hay condiciones dadas que permiten inclinar la balanza para pensar en una transición hacia sociedades más democráticas, existen paralelamente diferentes desafíos que nos hacen matizar el optimismo.

Exclusión social y surgimiento de “tecno” elites Uno de los principales desafíos es caer, nuevamente, en sistemas dominados por elites esta vez encabezados por tecnólogos y programadores. Como señala Douglas Rushkoff, hoy las tecnologías de la información moldean la realidad que nos rodea. Entonces, quienes crean y diseñan esas tecnologías, pueden moldear esa realidad y determinar el modo en que vivimos y nos relacionamos entre nosotros. El poder que pueden tener aquellos que conozcan el lenguaje de la programación, los códigos de la comunicación y las herramientas de procesamiento de información en gran escala, es enorme, dado que les significará ser capaces de articular nuestras vidas.

Si hablamos de los recursos tecnológicos, debemos decir que la conectividad está siempre determinada por variables de nivel socioeconómico, urbanización, género y aún factores étnico-raciales.

Se comprobó que los más propensos a involucrarse en política a través de las redes sociales son “los más ricos, más educados y los que residen en zonas urbanas”. (LAPOP, 2013).

Esta situación es especialmente problemática en América Latina, región que es la más desigual del mundo, donde la calidad de la educación es inferior al nivel de ingreso per cápita, y el acceso a la economía formal es muy limitado para los jóvenes. Allí, los grupos que mayor vulnerabilidad muestran son las mujeres, jóvenes y los niños. Por otro lado, al pensar en las bondades que ofrece internet para la política, no debe olvidarse que a pesar del crecimiento en la conectividad de la región, “persiste un rezago latinoamericano en conectividad en comparación con países de la OCDE. El promedio para América Latina de usuarios por cada 100 habitantes es de 17,3, muy por debajo de los niveles de penetración de internet en los países de mayor grado de desarrollo. En promedio en la región, el acceso en hogares se sitúa alrededor del 20% con fuerte heterogeneidad entre países. En contraste, la tasa correspondiente en la OCDE está en torno al 70%”. (Internet Economy Report, 2012).

Sin embargo, estamos hablando de recursos de relativo bajo costo. Entonces, esta no es una batalla esencialmente económica, sino cultural. Cuando Antonio Gramsci criticaba al partido comunista en la Italia fascista de Mussolini, este se enfocaba justamente en la distancia que existía entre dirigentes “ilustrados” y las masas de obreros. Para él, la revolución significaba un cambio cultural, era formar a las bases, sin lo cual se quedaría una vez más a criterio de los que mandan, y la consecuencia de caer en el totalitarismo. (1984).

La nueva batalla cultural que hay que dar hoy también requiere que las bases tengan los recursos cognitivos para entender y hacer uso de las oportunidades de la revolución digital.

Aquí el principal peligro reside en la concentración de estos conocimientos y herramientas estratégicos en pocas manos, lo que podría tener las mismas con- secuencias que la concentración del poder en cualquier otra época de la historia. Entonces, la alfabetización digital y el manejo de estrategias de comunicación se vuelven una prioridad en la construcción política en las democracias modernas.

CONSTRUCCIÓN POLÍTICA EN LA SOCIEDAD EN RED

Si hay algo a lo que el Estado moderno le dio respuesta, es a la cuestión de construir y ejercer el poder en escala. Esto se realizó gracias al sistema representativo en el cual los partidos políticos ejercen el monopolio. A partir de finales del siglo XIX, los partidos políticos lograron institucionalizar el conflicto político. Mediante sus instituciones, programas, ideologías, cuadros políticos y representantes, estos están a cargo de agregar demandas sociales, cada partido según su electorado, y llevarlas al sistema político.

Sin embargo, como hemos ya comentado, desde la década de 1980 y en el caso de América Latina este proceso ha sido menos preciso debido a la “modernidad inacabada” plagada de patrimonialismo, clientelismo e interrupciones institucionales no logran dar respuestas a los problemas del siglo XXI. Entonces, si estamos de acuerdo en que hay que ampliar la representación, y el debate público, esto también implica quitarles el monopolio de la representación a los partidos políticos. Pero, ¿quién los reemplaza?

A pesar de que las movilizaciones espontáneas y coyunturales cobraron gran protagonismo facilitadas por las redes sociales y las nuevas tecnologías de la in- formación y comunicación (TIC), la construcción política en la era digitalsigue siendo un gran desafío.

Una incógnita es: ¿cómo articular a diferentes actores sin un centro gravitacional? Cualquier organización que pretenda hacer una diferencia con su accionar, no puede limitarse a utilizar las nuevas tecnologías como si fueran una extensión más de su aparato de prensa. Nunca serán útiles para el cambio democrático si además de ser utilizadas como un medio de comunicación no son utilizadas como elemento para revolucionar nuestra cultura y sistema político.

Hemos visto en los últimos años a varios movimientos que utilizaron recursos digitales para cobrar fuerza pero que no tuvieron éxito en lograr sus objetivos (ni electorales ni de otro tipo). Pareciera que en la actualidad es mucho más fácil movilizar a enormes cantidades de gente alrededor de cuestiones específicas y coyunturales, pero que es cada día más difícil canalizar esa cantidad de demandas particulares en una propuesta política duradera. Los recientes ejemplos internacionales en África del Norte, en Ucrania, o aun las movilizaciones de Madrid muestran la dificultad de articulación más allá de la protesta.

En nuestra región, la trayectoria del movimiento #YoSoy132 es también ilustrativa porque luego de lograr una trascendencia enorme en México en la época preelectoral, no logró adquirir una organicidad más duradera que lo convirtiera en un actor de peso en el escenario político. Hoy este movimiento está en proceso de disolución. En Brasil, se han visto suceder manifestaciones donde millones de personas salieron a las calles a reclamar por diversos tópicos: los servicios públicos, la corrupción, la oposición a la realización de la Copa del Mundo en Brasil, etcétera; pero entre tanta profusión de identidades diversas no se ha generado ningún movimiento articulado ni bandera que represente esas demandas sociales. Lo mismo estamos visualizando en las movilizaciones de Venezuela: los actores tradicionales no tienen legitimidad, y los nuevos no logran aglutinar voluntades.

En esta dirección apuntan los miembros del Partido de la Red en Argentina. A través del software Democracia OS, buscan crear una plataforma online para la deliberación y votación de propuestas políticas. En este, se propone a los ciudadanos participar de foros y votar, según sus preferencias políticas, el curso de acción que tomarían sus representantes políticos. Intentando mediar entre el mundo cibernético y el mundo de la política, es que también crearon su partido político.

Esta interesante iniciativa, desgraciadamente, todavía es muy incipiente: se limita a la ciudad de Buenos Aires y todavía no ha logrado ningún representante electo.

Una segunda incógnita es cómo lidiar con la incertidumbre, cómo reconstruir un relato político. El otro factor que logró la modernidad – especialmente mediante el positivismo y el iluminismo – es la certidumbre de la acción que guiará a la paz perpetua kantiana o la revolución del proletariado según los gustos. Los partidos políticos mediante la construcción de una ideología transmitían un “relato” para sus seguidores. Esto brindaba certidumbre a la acción y definitivamente facilitaba la acción política.

La percepción es que faltan conceptos, definiciones y herramientas que guíen la acción política. Uno de los desafíos actuales es la construcción de nuevos relatos.

Finalmente, otro interrogante es cómo financiar la actividad política. Los partidos políticos tienen regulado este aspecto y es el propio gobierno y los partidarios los que aportan los recursos. Si bien actualmente los grandes empresarios aportan una gran cantidad de recursos, ahora se pasaría a ser aún más dependiente del sector privado. Tradicionalmente también tenían sus actividades sociales, clubes y demás que aportaban los recursos para el funcionamiento de la política. Como sabemos, la era de la televisión distorsionó estas prácticas y uno de los problemas de la política es justamente la influencia de los grandes poderes fácticos en las elecciones. Pero, en el peor de los casos, hay regulaciones y mecanismos de control y sanción.

En el caso de las organizaciones emergentes, todavía no están claros los mecanismos de financiamiento. La figura de “empresa social” todavía es muy incipiente, lo que deja a muchas organizaciones sin recursos, o a la voluntad de donantes, muchas veces naciones extranjeras o grandes empresas.

RELACIÓN CON EL ESTADO

El tercer desafío que queda pendiente para la región es cómo (re)construir puentes entre el Estado y la sociedad. A pesar de los defectos, vicios e injusticias, las instituciones del Estado siguen siendo imprescindibles para nuestra vida cotidiana. La democracia deliberativa no prescinde del Estado, ya que sigue siendo fundamenta en nuestras vidas. Como nos recuerda Newsom:

“Esta mañana me desperté con la alarma eléctrica que da la empresa del Estado, me duché con el agua provista por el gobierno […]. El Estado conecta todas nuestras vidas, desde el aire que respiramos, al agua que bebemos, de las luces que iluminan las ciudades, a las calles por las que conducimos”. (2013: 14)

Sin embargo, hay todavía escasos vínculos entre Estado y estos movimientos sociales. Conscientes de ello, los actores sociales que hemos entrevistado desde lo discursivo no intentan eludir a las instituciones políticas sino conquistar espacio en ellas, a las que siguen considerando como fundamentales para el cambio social.

Paulo Rogério de Mídia Étnica cree que el gobierno tiene un papel fundamental para generar y promover el cambio social.

Una manera sería: así como la tecnología volvió obsoleto al Estado, el Estado tiene que volver obsoleta a la tecnología. En este contexto, las decisiones del Estado para con las nuevas tecnologías serán claves para una mayor democratización de nuestras sociedades. En lugar de desestimar el potencial transformador de internet a causa de la inaccesibilidad de grandes porcentajes de la población, es necesario pensar cuál es el rol del Estado respecto a la conectividad y a la educación informática.

Es necesario pensar cómo aprovechar mejor para la democracia las posibilidades del internet: ¿Qué educación se les brinda a los ciudadanos del siglo XXI? ¿Qué implica la alfabetización en la era digital? ¿Qué tipo de regulación debe tener internet? ¿Se debe garantizar una conectividad social? Son todos interrogantes abiertos que requieren un debate profundo.

LA RED COMO ARENA POLÍTICA

Hemos aceptado aquí con optimismo que internet es una herramienta para el desarrollo, con formidables posibilidades para fortalecer la democracia, impulsar las economías y llevar cultura a todos los rincones.

Uno de los factores principales de este fabuloso poder de la web radica en un valor fundamental: la neutralidad. La neutralidad de la red significa que las computadoras se comunican entre sí sin distinguir procedencia, propiedad, protocolo, destino o contenido. La única diferencia que puede haber es la calidad del servicio que proveen las empresas de telecomunicaciones o la infraestructura existente en el país. Internet impide a los proveedores de internet favorecer –o censurar– algún tipo de tráfico. Es decir, cualquier persona en cualquier lugar puede acceder a cualquier información, lo único que varía es la velocidad.

Este principio de no discriminación es lo que ha permitido que amplias mayorías accedan a la red y la asimilen como propia.

Sin embargo, hay riesgos ciertos de que internet deje de ser tal como la conocemos. Las grandes empresas de telecomunicaciones y muchos gobiernos están actualmente ejerciendo presiones y acciones que buscan terminar con la neutralidad de la web.

Las grandes empresas buscan cobrar por acceso prioritario a material o segmentar velocidades y productos. Como es un espacio muy redituable, las empresas buscan que el tráfico y acceso sea determinado por capacidad de pago. Internet pasaría a estar estructurada en “castas”. Simplemente hay mucho dinero en juego.

Asimismo, diversos gobiernos buscan controlar el uso de internet o buscan limitar el poder que les brinda a los ciudadanos. Aquí no hay discriminación de tipo de régimen. En general se las acusa a China o Corea del Norte de censurar material y limitar acceso a contenidos. Pero lo cierto es que también las grandes potencias occidentales han acorralado a Julian Assange por un caso de acoso sexual en Suecia cuando la verdadera preocupación es que publicó al mundo mediante su sitio Wikileaks documentos militares y diplomáticos de los Estados Unidos. Algo similar sucedió con Edward Snowden quien reveló documentos de la National Security Agency de Estados Unidos en los que muestra cómo esta organización espía descaradamente al mundo violando todo principio de soberanía y privacidad. Por ello, el expresidente de México, Enrique Peña Nieto, presentó un proyecto de ley al Congreso que explícitamente permite al gobierno censurar contenido y controlar las señales de internet. Es decir, muchos gobiernos intentan que internet sea una gran herramienta de control político y social.

Debido al poder económico y político que desencadena internet, esta deja de ser solo una herramienta para convertirse también en una “arena” donde se disputa poder, y por ende un espacio en el cual los actores buscan tomar posiciones.

Mientras se escribe este texto, en Brasil se está llevando a cabo el encuentro NetMundial que busca discutir reglas universales para internet, una especie de Constitución universal. El futuro de internet está en juego.

Tal como nos alerta Berners-Lee, el padre de internet:

“Solo si tenemos una internet abierta y neutral podemos confiar sin preocuparnos qué está sucediendo en la puerta trasera. No podemos tener un gobierno abierto, una buena democracia, un buen sistema de salud, con comunidades conectadas y una gran diversidad cultural. No es ingenuo pensar que podemos aspirar a eso, pero es ingenuo pensar que podemos quedarnos sentados y esperar que suceda”.

Es por ello que no se puede estar ajeno a este debate porque sus consecuencias en nuestras vidas serán enormes. Porque, tal como afirmara Julian Assange en su presentación en Brasil:

“Ocupar internet es ocupar la sociedad”.

A MANERA DE CONCLUSIÓN

Una sensación de cambio de época es lo que motiva este trabajo. Aquí se han detectado elementos, actores y espacios que nos brindan esperanza de una posible transición desde una modernidad inacabada, con democracias deficientes, donde hay una gran cantidad de sectores sociales excluidos y donde nuestras instituciones políticas parecieran no brindar las respuestas adecuadas, hacia sociedades más inclusivas y con democracias a puertas abiertas permeables a la diversidad de colores y culturas de nuestras sociedades.

Esto es una realidad y al mismo tiempo una agenda política. Es una realidad porque de alguna manera ya está sucediendo. Emprendedores sociales, activistas, políticos, líderes barriales y periodistas de toda la región están utilizando a este motor económico y fuerza social muy poderosa que significa internet.

Con estrategias y mecanismos innovadores estos actores se organizan, protestan, y proponen alternativas políticas y sociales al status quo. Lo interesante es que el cambio pareciera venir desde los márgenes, utilizando las fisuras del sistema como palancas para el cambio. Estos grupos están cansados de ser actores de reparto en una región que también se ha acostumbrado, por demasiado tiempo, a ser un actor de reparto en el escenario internacional. Entonces se proponen pasar a la acción, tomar la escena. Si cambiamos el juego hacia el interior de nuestros países para que la riqueza principal sean nuestros ciudadanos, quizás también cambiemos hacia fuera: podremos ofrecer ya no solo los productos de la naturaleza, sino el valor agregado de nuestra gente.

Su forma de organizar la acción y de concebir su sentido implica una revolución, un cambio de paradigma político. Así como las revoluciones de la independencia a principios del siglo XIX significaron una transición del colonialismo hacia los Estados liberales modernos, ahora nuevamente nos encontramos frente a una bisagra.

Las condiciones parecieran estar dadas para que los ciudadanos tomen al toro por las astas. Si en el siglo XX quien tenía el poder era quien controlaba el micrófono, ahora en el nuevo milenio, gracias a las nuevas tecnologías, la mayoría tiene uno.

Sin embargo, no sabemos hacia dónde vamos en la era digital. Elizabeth Eisenstein explicaba que recién un siglo después de la invención de la imprenta pudo empezar a entenderse el alcance que tendría el disminuir los poderes institucionales, la difusión de la revolución científica, la revolución en la educación, la infancia, etcétera. Hoy no tenemos los elementos para discernir el futuro que nos depara. Primero, porque estamos demasiado cerca de la creación de internet y solo dos décadas no alcanzan para tener una perspectiva clara del impacto en nuestras sociedades. Y segundo, porque por más que los contextos importan mucho, a la historia la hacen los hombres y las mujeres. Todavía es demasiado pronto como para saber de qué manera la sociedad los internalizará y creará con ellos. En los márgenes de la democracia también hay actores que han utilizado innovadoramente los espacios públicos y las tecnologías de la información pero para fines criminales o violentos. Organizaciones como los carteles de tráfico de drogas, de personas, de armas, las Maras, y hasta Sendero Luminoso, son productos de este mismo proceso. Por ello es que este trabajo también tiene una agenda política. La misma apunta a individualizar y potenciar estrategias que busquen incluir a los excluidos, democratizar los espacios existentes y ayudar a nuevos espacios a emerger. Allí es donde nosotros pensamos que se debe concentrar el debate.

Primero, en el hecho de que solucionar el problema de escala en las comunicaciones o en la cantidad de información disponible, no garantiza automáticamente una democratización del ámbito público ni la instalación de lógicas deliberativas.

El desafío será cómo aprovechar los recursos disponibles en esa dirección repensando los mecanismos institucionales y no institucionales que permitan canalizar esas tendencias y lograr un acercamiento entre Estado y ciudadanía.

Muchos de los argumentos que se expresan en la actualidad sobre la utilidad de la tecnología en política son para transparentarla, vigilarla, controlarla. El filósofo coreano Byung-Chul Han en una entrevista reciente, señala:

“La demanda de transparencia presupone la posición de un espectador escandalizado. No es la demanda de un ciudadano comprometido, sino de un espectador pasivo. La participación se realiza en forma de reclamos y quejas. La sociedad de la transparencia, poblada de espectadores y consumidores, es la base de una democracia del espectador”.

Y justamente, Han señala que esto es síntoma de una debilidad de la esfera pública y una concepción antipolítica de esta. Es por ello que la agenda debe consistir en pensar cómo construir en la era digital alternativas de poder consistentes, creíbles, inclusivas, democráticas y legítimas. Por otro lado, no hay que olvidar que la tecnología es nuestro mejor aliado para ayudarnos a hackear el Estado decimonónico y así moldear estas instituciones a la medida de los pueblos que gobiernan y a la altura de los tiempos que corren.

Los recursos tecnológicos serán los que nos faciliten (mediante un mayor acceso a la información y más canales de diálogo) la lucha para exigir y conformar esos nuevos espacios de toma de decisiones donde el pueblo sea el soberano. Es decir, el objetivo no es ir contra el Estado, sino reconstruirlo, adaptarlo a las posibilidades actuales para que responda a las necesidades actuales.

Para ello hay dos direcciones en las que hay que avanzar. Por un lado, es de suma importancia alfabetizar a la población –como dicen los gurúes, “evangelizar”– en el uso de las tecnologías de la información. Igualar la capacidad de uso y acceso a estas será en el futuro un elemento fundamental para evitar la reproducción de la desigualdad en las sociedades y para lograr la formación integral de la ciudanía del nuevo milenio.

La segunda dirección es la de luchar para que internet siga siendo un espacio neutral. Es decir, entender y usar internet no como una herramienta, sino como espacio de poder. Quizás uno de los valores fundamentales de internet sea el principio de no discriminación donde cualquiera puede decir y hacer lo que mejor le parezca. Sin embargo, hoy estamos frente a la posibilidad de que esto acabe frente a las presiones de las grandes empresas de telecomunicaciones y a gobiernos asustados. Las corporaciones buscan cobrar por acceso prioritario a material o segmentar velocidades y productos. Y por otro lado, muchos gobiernos buscan controlar su uso, limitar el poder que internet brinda a los ciudadanos. Estos elementos, la extensión del conocimiento digital y la profundización de una concepción deliberativa de la política, se retroalimentan y se necesitan entre sí. Entre los dos, presentan un potencial inconmensurable para las democracias latinoamericanas.

BIBLIOGRAFÍA SUGERIDA

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