“América Latina posee una economía moral de la comunicación popular que está en capacidad de articular nuevos procesos de mediación”

POR FERNANDO ARELLANO ORTIZ /

Entrevista con el comunicólogo, investigador social y catedrático universitario español, Francisco Sierra Caballero.

Introducción a la Comunicología, es el último trabajo bibliográfico del destacado especialista español Francisco Sierra Caballero, en el que apunta “a repensar la construcción del campo comunicacional y el papel de las Ciencias Sociales desde el punto de vista de la ruptura que, en cierto modo, introduce la tecnología y el desafío epistemológico del necesario diálogo interdisciplinario en un escenario de crisis, de debilidad del pensamiento crítico”.

El libro ofrece además un cuadro crítico de la mediación social de la comunicación mediante el abordaje de problemáticas de acuciante actualidad como la crítica de los medios en la era Trump, la denominada posverdad y los discursos informativos legitimadores de la guerra a través de los casos de Irak, Venezuela y Brasil.

Analiza pormenorizadamente la estructura de la comunicación que aparece en nuestros días gobernada por un relato que impone ideológicamente, a través de sus discursos, la razón económica y el actual sistema de relaciones de producción como la verdadera y única naturaleza de la vida social. Los medios y agentes productores de información vienen de este modo favoreciendo, de forma activa, lo que Herbert Schiller califica como “apropiación corporativa de la expresión pública”.

Al implicar niveles, ámbitos y procesos distintos, difícilmente reductibles en su complejidad, dentro del conjunto de las relaciones sociales, la comunicación pública moderna debe ser conceptualizada por lo mismo, en un sentido amplio, con relación a los múltiples circuitos generales de intercambio y circulación de bienes y sujetos.

La presente obra ofrece un cuadro crítico y panorámico del ámbito de la mediación social tratando de ilustrar al lector sobre la manera como la comunicación forma, informa y transforma la sociedad y la cultura contemporáneas, así como la trascendencia y el papel de los componentes comunicacionales considerando diferentes perspectivas teóricas como objeto de investigación social.

Para hacer una reflexión en torno a los aspectos que aborda en su nuevo libro, el Observatorio Sociopolítico Latinoamericano https://cronicon.net, entrevistó al reconocido comunicólogo español.   

Sierra Caballero (Gobernador, Andalucía, España, 1969), es un investigador social de dilatada trayectoria académica y profesional, doctor en Ciencias de la Información y posgraduado en Sociología, Ciencia y Tecnología, tiene una estrecha relación con América Latina, en donde ha impartido cátedra en diversas universidades y centros de pensamiento de la región. Actualmente se desempeña como profesor de Teoría de la Comunicación e Investigador del Instituto Andaluz de Investigación en Comunicación y Cultura (INACOM) en la Universidad de Sevilla. Es director del Grupo Interdisciplinario de Estudios en Comunicación, Política y Cambio Social (www.compoliticas.org), director del Departamento de Periodismo I y editor de la Revista de Estudios para el Desarrollo Social de la Comunicación (REDES.COM) (www.revista-redes.com). Ha trabajado como experto en políticas de comunicación, nuevas tecnologías y participación ciudadana en la Comisión Europea y otros organismos internacionales como la UNESCO y UNASUR. Presidente de la Unión Latina de Economía Política de la Información, la Comunicación y la Cultura (www.ulepicc.org); es también director de la Sección de Comunicación y Cultura de la Fundación de Investigaciones Marxistas (FIM).

O liberamos la Comunicación o seguiremos sufriendo la barbarie de un modelo esclavista

¿En esta época de big data, redes sociales y algoritmos que han transformado sustancialmente el complejo mundo de la información y la comunicación, se hace necesario precisar una “Introducción a la comunicología” para el siglo XXI, pues como diría Mario Benedetti, “cuando teníamos las respuestas, cambiaron las preguntas”?

Desde luego, hoy más que nunca, primero porque las preguntas las formulan otros y en comunicación estamos mirando al dedo cuando los cambios en curso exigirían mirar a la luna. Digamos, en este sentido, que en un momento de crisis del capitalismo no se están abordando cuestiones sustanciales sobre desigualdad, manipulación y fenómenos como el golpismo mediático. Por otra parte, la cuarta revolución industrial, la robótica e inteligencia artificial, proyectan un escenario distópico, que pensábamos era solo ciencia ficción, en el que los peligros que se ciernen sobre la humanidad son reales y concretos actualizando con toda su crudeza la tesis de Socialismo o Barbarie. Este año que se cumple el centenario del asesinato de Rosa Luxemburgo convendría plantear por lo mismo un reto partisano: o liberamos la Comunicación o seguiremos sufriendo la barbarie de un modelo y sus derivas que nos tratan de vender como libertad de información lo que no es sino el reino de la esclavitud. Como diría Marx, la potencia del verdadero pensamiento crítico está en las preguntas y no tanto en las respuestas y este es el reto, a nuestro juicio, que tenemos por delante. Pensar la comunicación desde otros enclaves y filosofía social. Nos han cambiado las preguntas pero seguimos dando respuestas débiles y, lo más preocupante, se han dejado de lado cuestiones sustanciales para la justicia, la democracia y la dignidad.

Ciertamente, como bien apunta el análisis de tu último libro, “la estructura de la comunicación aparece en nuestros días gobernada por un relato que impone ideológicamente, a través de sus discursos, la razón económica y el actual sistema de relaciones de producción como la verdadera y única naturaleza de la vida social”. ¿Esta infortunada realidad para nuestras sociedades, es un evidente indicativo del triunfo del capitalismo cognitivo, entendido éste como las prácticas económicas sobre las producciones de conocimiento enmarcadas en el capitalismo globalizado?

Sin duda, si algo ha triunfado en el sistema ordoliberal es justamente la privatización del conocimiento, la subsunción del saber de acuerdo a la lógica de la racionalidad instrumental. Esta tendencia es, podríamos afirmar, universal. Sea en gobiernos de progreso o ultraconservadores, la ciencia se ha convertido en una función más de producción y los trabajadores intelectuales en mera comparsa del proceso de valorización del capital. Los rankings de universidades, los criterios de evaluación de la actividad investigadora, las propias políticas de ciencia y tecnología han sido colonizadas por la visión angloamericana del tiempo es oro y del mundo de los negocios. Curiosamente, muchos profesores universitarios e intelectuales son inconscientes de estas condiciones que sobredeterminan su práctica teórica, pero es imposible negar la precariedad, la dependencia, el control del pensamiento. Y tenemos numerosos ejemplos que ilustran la grave situación que padecemos, en este caso en las Ciencias Sociales. Por ejemplo, difícilmente en Europa o América Latina el sistema de ciencia y tecnología financia o acepta proyectos que se ocupen de los oligopolios industriales en la telemática o la conexión entre capitalismo especulativo y periodismo. La desigualdad por otra parte entre docentes, universidades y países ha crecido, desde el punto de vista de autonomía y capacidad de la generación del conocimiento propio. Es decir, la relación centro-periferia que la teoría de la dependencia puso en la agenda de las relaciones internacionales sigue de plena vigencia. Los recursos se concentran en centros como la Universidad de Oxford mientras la mayoría de departamentos, institutos y grupos de investigación apenas cuentan con medios para pensar y difundir su saber. Se niega además la posibilidad de plantear preguntas desde lo local. Los criterios de evaluación de la ciencia por ejemplo en Colciencias, tienden a valorar positivamente estudios aplicados en Chicago pero se considera local e irrelevante estudios sobre comunicación comunitaria en Popayán. Y no digamos los oligopolios del conocimiento que determinan la agenda de lo relevante, de las teorías de referencia y los resultados empíricos validables marginando por sistema la producción de conocimiento desde el Sur y desde abajo. Un sistema que opera con tal lógica el problema es que resulta insostenible y está amenazando el progreso general de la ciencia. Pero este es otro debate que nos llevaría horas. En los últimos quince años, he escrito varios ensayos al respecto sobre la Comunicología y el Capitalismo Cognitivo. Creo, sin lugar a dudas, que es central para entender los cambios en la agenda de estudios por ejemplo en América Latina. Y no es pura abstracción. Lean los escritos de Gregorio Selser sobre los Derechos Humanos y el Documento de Santa Fe porque allí queda claro que un objetivo básico de la extrema derecha estadounidense ha sido desde la década de los ochenta revertir el pensamiento crítico y cooptar a la inteligencia latinoamericana.

“No cambiaremos la realidad si no democratizamos la comunicación, si no ampliamos el dominio público, si no garantizamos el acceso y gobierno de la mayorías frente a los señores del aire y los terratenientes de la comunicación digital”

¿En ese contexto, la comunicación y la información se encuentran secuestradas por la mentalidad de la ideología neoliberal? ¿Se trata de lo que el crítico de medios estadounidense Herbert Schiller calificaba como “apropiación corporativa de la expresión pública”?

Absolutamente. Cuando se publicó en 1980 el Informe McBride los niveles de concentración eran tan graves que la Unesco tuvo que convocar una comisión mundial para resolver los desequilibrios en el mundo de la comunicación. Hoy, en pleno siglo XXI, el diagnóstico es de extrema urgencia. Apenas unas cuantas empresas de telecomunicaciones concentran más del 80 por ciento del sector a nivel mundial. ¿Es comprensible la visión distorsionada sobre Venezuela sin esta concentración de propiedad? ¿Es posible imaginar que el muro de Wall Street no haya sido derribado y se convierta deuda financiera de la banca en deuda pública sin la apropiación corporativa del espacio público? Coincido con David Harvey en que el capitalismo contemporáneo responde al principio de acumulación por desposesión. La crisis financiera e hipotecaria de 2008 en Estados Unidos y la Unión Europea (UE) responde a esta lógica: expropiación de las casas, el ahorro, los fondos y pensiones públicas e incluso la propia vida (véase por ejemplo lo que algunos denominan farmacopolítica con el incremento exponencial de la depresión y el suicidio. Hoy no se suicidan los especuladores de la bolsa sino las clases populares). Para que este acto de desposesión sea posible primero es necesario la violencia simbólica. Por ejemplo, el discurso en España de que vivimos por encima de nuestras posibilidades cuando si auditáramos la deuda sabríamos que más bien algunos vivían por encima de las posibilidades de la mayoría de la población. Es por ello que insisto que no cambiaremos la realidad si no democratizamos la comunicación, si no ampliamos el dominio público, si no garantizamos el acceso y gobierno de la mayorías frente a los señores del aire y los terratenientes de la comunicación digital.

No obstante que la declinación de la hegemonía de Estados Unidos en Occidente con la irrupción de China y Rusia en el tablero geopolítico es un hecho, sin embargo la influencia cultural del Tío Sam se ha consolidado en el mundo. Los mecanismos de influencia cultural de Estados Unidos sobre América Latina son generalizados en el mundo de la información a través de las matrices mediáticas. El propio Schiller relacionaba a mediados de la década de los años 70 las industrias de la comunicación con el estamento militar y vinculaba el concepto de «imperialismo» con el de cultura, para explicar cómo en el capitalismo avanzado utilizan las «industrias de las conciencias» (medios masivos) para el control político e ideológico en sus zonas de influencia o países periféricos e imponer el modo de vida norteamericano. ¿Esta influencia que desemboca en «dependencia cultural», es difícil de superar en la actual coyuntura histórica?

La situación de Estados Unidos como imperio es paradójica. Su poderío económico y militar está en franco declive. Por ello no ha habido intervención en Venezuela ante el peso que Rusia y China ejercen y no nos olvidemos por otra parte de los BRICS, pese a la situación de retroceso de Brasil. Ahora, en el plano simbólico las nuevas generaciones viven en el mundo Netflix. La colonización y dependencia cultural es cuasi absoluta y los datos de Unesco dan cuenta de una creciente pérdida de diversidad y autonomía de las culturas periféricas, tanto en el audiovisual como en la información. Pero el problema aquí es la tecnología. Con frecuencia ponemos el énfasis en el contenido pero hoy la dependencia y subalternidad tiene que ver con lo que los teóricos de la dependencia, creo recordar que Agustín Cueva, denominaba la renta tecnológica. Celso Furtado avanzó algunas ideas interesantes al respecto. La función de dependencia de Latinoamérica e incluso la UE con respecto a EE.UU. es que nuestras herramientas de comunicación: de Microsoft, Apple o la propia Internet, están en manos del complejo industrial militar del Pentágono. Las GAFAM que dominan la comunicación global son norteamericanas y cuando hablamos de la primavera árabe hay que saber que los dispositivos están al servicio de los intereses geopolíticos y estratégicos de la Casa Blanca. Por ejemplo, el papel de Whatsapp en el golpe contra Dilma fue vital como hoy Steve Bannon asesora a Vox en España para lograr el toque final de la estrategia de Wall Street y los fondos buitre: destruir definitivamente el proyecto de la UE como ya ha logrado dinamitar UNASUR y el nuevo regionalismo latinoamericano con una vieja estrategia a la que apelaba la derecha gringa: el efecto dominó. Y en ello estamos. Ahora, a tu pregunta, cómo alterar esta situación de desventaja y control de la comunicación internacional es difícil. Hace tiempo apoyamos y participamos en pro de un Foro Social de Internet. Desde luego, Naciones Unidas debe garantizar la gobernanza multilateral de la red y, al tiempo, impulsar políticas de regulación. Es una afirmación ridícula afirmar que las nuevas tecnologías, por su propia naturaleza, no pueden ser reguladas. La panoplia neoliberal sigue como en el siglo XVIII. Necesitamos regular, claro que sí, y también democratizar la tecnología con políticas activas para desarrollar nuestros propios medios de comunicación. La desconexión no es posible ni deseable pero la propuesta de un verdadero comunismo digital pasa por impugnar este modelo. Y, paradójicamente, como advierte Carlo Formenti, esto se está dando en el eslabón más débil: por ejemplo los trabajadores de Amazon, los repartidores de Glovo o la lucha de los taxistas en España frente a Uber. En cualquier caso no hay avances significativos. Las sanciones de la Comisión Europea a Microsoft o Facebook por abuso de poder y prácticas de monopolio son insignificantes si se analiza la cuenta de resultados de las grandes compañías tecnológicas y, es más, las grandes corporaciones europeas han terminado siendo adquiridas o se han fusionado con los gigantes estadounidenses. En este plano, queda pues desplegar una lucha por tecnologías libres y por libertades públicas en un horizonte francamente adverso.

Las conclusiones del Informe McBride auspiciado por la Unesco en 1980 en cuanto a la democratización de la información, particularmente en los países del denominado tercer mundo, son tarea pendiente. Exigir «el derecho a no sólo informar sino a ser informado» (honestamente, habría que agregar), frase recogida de ese importante Informe, sigue constituyendo una aspiración legítima. ¿Para alcanzarlo, es necesario avanzar en la praxis hacia una “ciudadanía digital”, entendida como apropiación social de la mediación?

Algunos pensamos que, en lo esencial, el proyecto de Un solo mundo, voces múltiples, sigue vigente. Con el profesor Quirós, publicaba hace un par de años un estudio comentado de los debates que tuvieron lugar en Latinoamérica en este tiempo, apelando a la necesidad del “espíritu McBride”. Ciertamente, el mundo ha cambiado. La revolución digital y los medios descentralizados hacen real la utopía que imaginara Bertolt Brecht con la radiodifusión y hoy cada actor social puede ejercer de comunicador, pero en modo alguno se han logrado muchos de los objetivos descritos en dicho informe que, no olvidemos, fue atacado por Estados Unidos y socios históricos del imperialismo como Inglaterra. Por hacer memoria, en el proyecto de un Nuevo Orden Mundial de la Información y de la Comunicación, el conocido como NOMIC, se recomendaba la cooperación sur-sur. Hoy los intercambios siguen siendo dominantes con el Norte y el centro del sistema, resultando los intercambios entre países de Latinoamérica irrelevantes. De hecho, en UNASUR no se pensó en una comisión y dirección de política cultural y de medios. Por otra parte, el NOMIC vindicó por vez primera la democratización de los medios, el acceso y participación de los pueblos, la protección de los derechos ciudadanos a la comunicación y prácticamente la mayoría de países tienen por política la voluntad de no intervención, el libre flujo que en verdad es la sacrosanta libertad de empresa que está en la base de las actuales desigualdades y desequilibrios de la comunicación en todo el mundo sin que se planifiquen de forma integral Políticas Nacionales de Comunicación.

“Tenemos un cúmulo de saber, una economía moral de la comunicación popular, en especial en el sur global, que nos pueden ayudar, como lo ha hecho, por cierto, el movimiento indígena en América Latina, a articular nuevos procesos de mediación, nuevas formas de enunciación de la palabra compartida”

En uno de tus sugerentes ensayos (2016) consideras que se hace prioritario “otra ecología mediática”, por cuanto el papel que juega el monopolio del negocio de las comunicaciones en el mundo contribuye a “la acumulación por desposesión”, según la acertada frase del geógrafo inglés David Harvey, para explicar uno de los propósitos esenciales del modelo neoliberal. ¿Es la interrelación del capitalismo en su fase neoliberal con la alienación mediática?

Sin duda, pero no es nuevo este proceso. Del Marx de La ideología alemana a los análisis de Žižek, la comunicación, su desarrollo social, ha sido, como critica Mattelart, siempre al servicio de la dominación y el control social. Ya en el origen de la cultura de masas, como advirtiera Morin, se produce un proceso de colonización del espacio, y lo que es más importante, de las mentes e imaginarios de la gente. Lo que ha variado en nuestro tiempo es la extensión e intensidad de esta lógica del fetichismo de la mercancía.

¿Es una utopía en un mundo atravesado por criterios neoliberales en lo político, económico y cultural, “descolonizar la comunicología” como lo plantea Boaventura de Sousa Santos?

Esto al menos venimos defendiendo algunos. Hay que impulsar un giro decolonial en los estudios y práctica profesional del periodismo, de la comunicación. Pensar nuestra ciencia como, en efecto, una técnica y un arte del bien común. El concepto de progreso y desarrollo en la comunicación sigue imponiendo visiones distorsionadas como la popular idea de que cuanto más rápido y mayor sea el alcance mejor es la comunicación, y nos podemos encontrar con todo lo contrario: usos subdesarrollados de tecnologías avanzadas e hiperdesarrolladas. La decolonización de la Comunicología, pues, implica por un lado repensar nuestra ciencia y su función social pero también nuestro objeto y prácticas profesionales desde un tiempo, un espacio y experiencias mancomunadas, acorde con los tiempos y los ecosistemas, más sensible a la diversidad de repertorios y códigos culturales, tramado pues en lo social para que la vida en común sea sostenible. Una comunicación de tiempos lentos, anclada en lo local, construida desde el Sur y desde abajo, con matrices epistémicas que ponderen otros criterios, otras prioridades, con las que caminar lento porque nuestra mirada va más lejos que la cuenta de resultados. Si no prestamos más atención a los procesos y garantizamos esta reflexividad dialógica, compartida en común, es previsible el naufragio cultural y el fracaso como sociedad. En realidad, en tiempos de la conexión móvil hemos de aprender el verdadero lenguaje de los vínculos. Es paradójica, pero es así.

En tu dilatado recorrido académico por América Latina y en una de tus múltiples conferencias planteabas que “es necesario combinar la constitución de una corriente epistémica proveniente de la cultura latinoamericana con la producción científica de las naciones desarrolladas en materia tecnológica para proponer una nueva concepción de apropiación de tecnologías que conlleve a emancipar los modelos de producción latinoamericanos en beneficio de sus comunidades, y no obedeciendo a ideologías que alienan y empobrecen nuestras culturas”. ¿Para ello no se requiere de voluntad política de los gobernantes y de contrarrestar la restauración conservadora de la que habla el expresidente ecuatoriano Rafael Correa, en Latinoamérica?

Claro, sin voluntad política olvidemos todo proceso de cambio. La Revolución Ciudadana y el liderazgo de los gobiernos de progreso en la región han contribuido a transformaciones históricas impensables que hoy tratan de revertir los nuevos gobiernos autoritarios entre el autoritarismo y una suerte de dictablanda, como en el caso de Brasil. Es cierto que, si leemos bien a Benjamin, la tensión entre tradición y modernidad existe, en especial en Latinoamérica como un problema a la hora de definir los procesos de cambio. Ahora, lejos de ser un lastre es preciso que esta dialéctica se piense de forma productiva. Lo preocupante es cuando la voluntad de las elites al servicio de la Casa Blanca es claramente volver no ya al siglo XX de total hegemonía del imperialismo norteamericano sino en algunos casos al siglo XIX en situaciones de semiesclavitud de los sectores populares. La única voluntad que se ha demostrado de la derecha antidemocrática en la región, y diría lo mismo en España y Europa, es el recorte de derechos fundamentales, la criminalización de la protesta y las fuerzas de izquierda, y la liquidación de las libertades públicas, entre ellas la libertad de expresión. Y ello en una estrategia definida y coordinada que, vaticino, tendrá poco recorrido. Véase los indicadores de pobreza en Argentina, las dificultades económicas del pueblo brasileño, la situación de Ecuador o Colombia. El tiempo y la historia son leyes inexorables y su lectura nos hace más sabios, pese a la voluntad de los colaboracionistas. Es decir, tendrán lugar, como en otro tiempo, emergencias, procesos de insubordinación, movimientos para la autonomía y habrá que ajustar cuentas con quienes en estos momentos han trabajado para la liquidación de la dignidad al servicio el FMI y los agentes de la cultura napalm.

Otro de tus importantes aportes a este debate es que “la Comunicología Latinoamericana puede renovar, como ya  hiciera antaño, los paradigmas y modelos teóricos aprendiendo de la experiencia insurgente de los movimientos indígenas, tal y como está ocurriendo en otras disciplinas (Derecho, Antropología, Sociología, Historia), pero para ello es necesario proceder a una ruptura epistemológica de la colonialidad del saber comunicológico dominante”. ¿Ese es un desafío que tiene la educación y los sectores académicos?

Por fortuna, en Colombia, en Medellín, en la Amazonia, en México, las experiencias de las universidades de la tierra, y aportes significativos al campo avanzan ya en esta dirección. El diálogo de saberes empieza a ser un tema en la agenda de la Comunicología. Es marginal, bien es cierto, pero comienza a ser un reto emergente que nuevas generaciones de investigadores asumen como propia. La cuestión es que la Universidad, la academia vive de espaldas a este reto. La lógica colonial domina el pensamiento científico y abunda en el epistemicidio criticado por Boaventura. Pero tenemos un cúmulo de saber, una economía moral de la comunicación popular, en especial en el sur global, que nos pueden ayudar, como lo ha hecho, por cierto, el movimiento indígena en América Latina, a articular nuevos procesos de mediación, nuevas formas de enunciación de la palabra compartida. Pero se ha avanzado poco en este frente cultural. Por ello, insistimos sobremanera sobre este reto, que por cierto, también, en cierto modo, estaba presente en el debate del Informe McBride.

“Hay que impulsar un giro decolonial en los estudios y práctica profesional del periodismo, de la comunicación. Pensar nuestra ciencia como, en efecto, una técnica y un arte del bien común”

 

Hacia dónde apunta el análisis y la reflexión de tu último trabajo bibliográfico, Introducción a la Comunicología?

El libro trata de actualizar los aportes en Teoría de la Comunicación abordando, desde la escuela crítica, dos retos: la fundamentación de una teoría materialista de la mediación social, y, en segundo lugar, la revolución digital. En el primer caso, venimos trabajando hace décadas. Este año concluimos nuestro próximo libro Marxismo y Comunicación que trata de avanzar en esta dirección. Si bien es cierto que el agujero negro del marxismo ha sido históricamente la comunicación, también hay que señalar que el campo comunicacional ha ignorado tradicionalmente la posibilidad de una perspectiva materialista. Más aún, la perspectiva crítica ha estado marginada y la bibliografía al respecto brilla por su ausencia. Por ello, hace quince años decidimos asumir el reto enciclopédico de reconstruir en tres volúmenes de Marx a nuestro tiempo, los aportes teóricos en la tradición materialista. En ello venimos trabajando y esperamos contribuir con esta obra a que los estudios sociocríticos en comunicación identifiquen los conceptos, métodos y aportes originales para un pensamiento otro. Introducción a la Comunicología, como Marxismo y Comunicación, es un primer ensayo o aproximación tentativa a este empeño. En concreto, en Introducción a la Comunicología hacemos una revisión panorámica de la Teoría de la Comunicación pero repensando desde los nuevos medios, irrelevantes cuando iniciamos nuestra carrera académica hace 25 años, y nuevos fenómenos como las fake news o los golpes mediáticos. Y en esto resulta más que novedoso por la propensión de desligar la teoría y todo abordaje epistémico de los problemas de orden práctico. En esta línea venimos trabajando con la esperanza, parafraseando a Benjamin, de los que han perdido toda esperanza, construyendo utopías de futuro y, como decimos en ULEPICC, una crítica económico-política latina, transformadora y revolucionaria.