El gobierno del presidente López
no había acabado de anunciar la colombianización de
la banca extranjera en el 75 cuando ya habían llovido demandas
de inconstitucionalidad contra la medida.
Estaba yo entonces de Presidente de la Asociación de Instituciones
Financieras; preparé con la ayuda de ilustres abogados como
Rodrigo Noguera Laborde un documento de apoyo a la posición
oficial y se lo envié a López por cortesía.
Cuando, un día después, la secretaria me dijo que me
llamaba el Presidente, pensé que se trataba de algún
amigo que me estaba mamando gallo; tardé unos minutos en darme
cuenta de que era, efectivamente, el Presidente en persona para invitarme
a almorzar al día siguiente. Me preparé como un león
en el tema, me lo sabía de memoria.
Cuando llegué al Palacio de San Carlos, muy pronto me di cuenta
de que era el único invitado, lo cual aumentó mi zozobra.
Él me recibió muy amablemente y de inmediato me preguntó
por la rama de la familia Samper a la cual yo pertenecía; apenas
acerté a hablarle de mi padre, de mi abuelo y hasta de mi bisabuelo
sin mayores detalles.
López siempre se preció de ser un gran 'samperólogo';
cuando entró a los vericuetos de los Samper del siglo XIX y
toda su parentela se dio cuenta de que yo estaba perdido en el árbol
y consumido en el sofá, y tuvo la benevolencia de pasar al
tema de la colombianización. Ese día nació por
cesárea mi carrera pública.
EL LÓPEZ DIVERTIDO Y ANALÍTICO
Nos seguimos conversando. Se divertía mucho -más que
los norteamericanos- con mi tesis sobre la legalización de
la marihuana, hasta el punto que un día, después de
instalar una Asamblea de ANIF en la cual insistí en marcar
algunas distancias con E.U. sobre el tema, me hizo enviar, a través
de Sara Ordóñez, un supuesto telegrama del entonces
presidente Jimmy Carter en el cual me anunciaba su próxima
llegada a Cartagena para tomarme cuentas por mis propuestas. La relación
personal con él era así, amable, desprevenida; era un
dialéctico incorregible, dejaba hablar a la gente solo para
tener el placer de contradecirla y, ocasionalmente, para sacarse un
clavito, así estuviera oxidado de tanto guardarlo; como sucedió
con un cardenal al cual le cobró varios años después
que lo hubiera zarandeado por decir que el tema de la paz era mucho
más difícil de lo que el prelado pensaba.
En otra ocasión, después de haber estado callado por
semanas, dio un reportaje sobre el futuro de la industria cafetera
solo para tener el placer de mandarle un lanzazo al ex presidente
Pastrana, acusándolo de trasvestismo ideológico porque
lo había maltratado denunciando supuestas relaciones suyas
con algunos narcos. Estaba con él cuando lo llamó Hernando
Santos a decirle que el reportaje era formidable y tan bueno que hasta
le sobraba el puyazo a Pastrana; "Hernando, cómo se ve
que no me conoces", le dijo López, "si el reportaje
lo di precisamente para echarle el vainazo a Pastrana, no para hablar
del café, que es un tema aburrídisimo para el ciudadano".
López era un hombre más de pensamiento que de ideas;
su hobby era pensar, encontrar relaciones entre las cosas, descubrir
los ángulos distintos de las circunstancias, polemizar sobre
lo divino y lo humano y hacerlo muy rápido. Era un repentista
formidable, como lo prueba la anécdota que le encantaba sobre
el día siguiente a las elecciones presidenciales del 82, que
perdimos, cuando, en mi condición de coordinador de su campaña
y por tomarle el pelo, le dije que Belisario andaba pregonando a los
cuatro vientos que si yo hubiera estado con él, en ese momento
ya sería ministro de su gobierno, a lo cual López me
respondió sonriente: "No, porque en ese caso yo hubiera
sido el Presidente".
LA PLAZA PÚBLICA
Esa campaña fue una verdadera pesadilla. López se dio
cuenta de que la política ya por entonces había cambiado;
ya no eran las grandes manifestaciones, llenas de entusiasmo, del
74, cuando el 'pollo Lopez' cantaba en las plazas; ahora lo que había
era una competencia a muerte entre caciques regionales que se disputaban
a dentelladas los votos sin tener en cuenta por qué votaban.
Recuerdo la gira histórica que hicimos por el Magdalena en
un barco fletado por Humberto Muñoz. El Presidente se metía
en su camarote todas las tardes a preparar el discurso siguiente en
la correría con alusiones históricas, geográficas,
folclóricas y económicas a cada puerto que íbamos
tocando. Cuando alguien cercano le dijo, con toda la razón,
que era un desgaste innecesario ir cambiando de discurso en cada parte,
se limitó a responder: "Es que me muero de la pena con
la comitiva de andar repitiendo la misma vaina".
El gran amigo de López fue Indalecio Liévano Aguirre.
Tenía por él una debilidad que no ocultaba, tal vez
porque Liévano, como él, sabía que la historia
es la maestra del conocimiento. Presencié el último
encuentro de los dos amigos en la sede de nuestra campaña en
el 82. El Partido Liberal acababa de ganar las parlamentarias, lo
cual aseguraba, aparentemente, el triunfo en las presidenciales. López
me pidió que invitara a Indalecio a un almuerzo privado en
el cual planteó que ese era el momento de retirarse, ganando
en la mesa y dejando a Indalecio al frente de la candidatura. Este
se opuso radicalmente; en términos amables pero categóricos
lo conminó a seguir y le reiteró su respaldo. Cuando
vio que nada podría convencerlo, López se dedicó
entonces a molestarlo con el cuento de que Núñez, el
ídolo de Liévano, había muerto de diarrea, víctima
de unas sales de epson que equivocadamente le habían suministrado
unos médicos caribes, mientras leía los periódicos
liberales que lo denostaban a diario. Indalecio sufría con
estas disquisiciones históricas de López, y ese día
la cosa hubiera acabado en trifulca si él, con una sonrisa,
no le hubiera aclarado que estaba bromeando.
Alguna vez, recién pasadas las elecciones del 82, lo llamó
una seguidora a pedirle un puesto para el hijo, y López, sin
inmutarse, le dijo: "Mi señora, ¿tiene papel y
lápiz?, anote bien este número", y le dio el número
de Palacio que se sabía de memoria; "llame allá,
pregunte por Don Belisario, el señor que ganó las elecciones,
y pídale el puesto porque no tengo nada que darle".
Era lo suficientemente inteligente para poder burlarse de sí
mismo y, por supuesto, de los demás. En la última campaña
que hizo en el 2006 con un esfuerzo heroico, me dijo que lo trataban
como la Pepa Bustos del Partido Liberal. Yo le pregunté, entre
risas, que quién era doña Pepa Bustos, y me habló
de una señora solterona muy respetable de Bogotá, con
la cual todas las mamás dejaban ir a sus hijas a pasar vacaciones
en Apulo; cuando la respetable matrona se dormía, los aconductados
jóvenes veraneantes de día armaban maravillosas rumbas
con las protegidas damiselas. "Así me siento yo -me decía-;
me llevan de Pepa Bustos para echarles teorías, pero cuando
se acaban las manifestaciones todos vuelven a sus andanzas locales".
EL LEGADO INTERNACIONAL
Su gran legado internacional, además de los tratados de límites
marítimos que duplicaron el mar Atlántico colombiano,
fue la devolución del Canal de Panamá. Trabajó
al lado del presidente Torrijos hasta conseguirlo.
Alguna noche, cuando Torrijos había cambiado tres veces de
Canciller en pocos meses, López le hizo el reclamo y el General
le contestó con su talante campechano: "Presidente, es
que con los tres he tenido la misma diferencia, y es que mientras
ellos quieren entrar a la historia, yo lo que quiero es entrar al
Canal". Fuimos a recibirlo a El Dorado cuando vino a un acto
de solidaridad con López por los logros de Panamá; Torrijos,
para hacerle un homenaje a López, se vino vestido de civil
con un traje que parecía escogido por sus enemigos; cuando
López lo vio bajar del avión, de rosado hasta los pies
vestido, le dijo, "Omar, qué pena, pero pareces una cabinera
de Viasa", y cuando el general le explicó que había
querido venirse vestido de "licenciado", López le
replicó con la sonrisa en los labios: "pues de lo que
vienes no es de licenciado sino de licencioso"
Lamentablemente no pudo terminar de vivir la anécdota de su
vida, que era la firma del Acuerdo Humanitario. Lo buscó por
todos los medios, lo luchó, lo pensó, lo soñó;
la última vez que hablé con él, hace dos o tres
días para felicitarlo por su cumpleaños 94, me dijo,
atribulado por el asesinato de los diputados del Valle: "Ernesto,
creo que no veré el Acuerdo firmado, siento que me están
tocando en la puerta..."
Bogotá, julio 12 de 2007