RECUERDOS AMABLES SOBRE LÓPEZ MICHELSEN


Por Ernesto Samper Pizano

El gobierno del presidente López no había acabado de anunciar la colombianización de la banca extranjera en el 75 cuando ya habían llovido demandas de inconstitucionalidad contra la medida.

Estaba yo entonces de Presidente de la Asociación de Instituciones Financieras; preparé con la ayuda de ilustres abogados como Rodrigo Noguera Laborde un documento de apoyo a la posición oficial y se lo envié a López por cortesía.

Cuando, un día después, la secretaria me dijo que me llamaba el Presidente, pensé que se trataba de algún amigo que me estaba mamando gallo; tardé unos minutos en darme cuenta de que era, efectivamente, el Presidente en persona para invitarme a almorzar al día siguiente. Me preparé como un león en el tema, me lo sabía de memoria.

Cuando llegué al Palacio de San Carlos, muy pronto me di cuenta de que era el único invitado, lo cual aumentó mi zozobra. Él me recibió muy amablemente y de inmediato me preguntó por la rama de la familia Samper a la cual yo pertenecía; apenas acerté a hablarle de mi padre, de mi abuelo y hasta de mi bisabuelo sin mayores detalles.

López siempre se preció de ser un gran 'samperólogo'; cuando entró a los vericuetos de los Samper del siglo XIX y toda su parentela se dio cuenta de que yo estaba perdido en el árbol y consumido en el sofá, y tuvo la benevolencia de pasar al tema de la colombianización. Ese día nació por cesárea mi carrera pública.

EL LÓPEZ DIVERTIDO Y ANALÍTICO

Nos seguimos conversando. Se divertía mucho -más que los norteamericanos- con mi tesis sobre la legalización de la marihuana, hasta el punto que un día, después de instalar una Asamblea de ANIF en la cual insistí en marcar algunas distancias con E.U. sobre el tema, me hizo enviar, a través de Sara Ordóñez, un supuesto telegrama del entonces presidente Jimmy Carter en el cual me anunciaba su próxima llegada a Cartagena para tomarme cuentas por mis propuestas. La relación personal con él era así, amable, desprevenida; era un dialéctico incorregible, dejaba hablar a la gente solo para tener el placer de contradecirla y, ocasionalmente, para sacarse un clavito, así estuviera oxidado de tanto guardarlo; como sucedió con un cardenal al cual le cobró varios años después que lo hubiera zarandeado por decir que el tema de la paz era mucho más difícil de lo que el prelado pensaba.

En otra ocasión, después de haber estado callado por semanas, dio un reportaje sobre el futuro de la industria cafetera solo para tener el placer de mandarle un lanzazo al ex presidente Pastrana, acusándolo de trasvestismo ideológico porque lo había maltratado denunciando supuestas relaciones suyas con algunos narcos. Estaba con él cuando lo llamó Hernando Santos a decirle que el reportaje era formidable y tan bueno que hasta le sobraba el puyazo a Pastrana; "Hernando, cómo se ve que no me conoces", le dijo López, "si el reportaje lo di precisamente para echarle el vainazo a Pastrana, no para hablar del café, que es un tema aburrídisimo para el ciudadano".
López era un hombre más de pensamiento que de ideas; su hobby era pensar, encontrar relaciones entre las cosas, descubrir los ángulos distintos de las circunstancias, polemizar sobre lo divino y lo humano y hacerlo muy rápido. Era un repentista formidable, como lo prueba la anécdota que le encantaba sobre el día siguiente a las elecciones presidenciales del 82, que perdimos, cuando, en mi condición de coordinador de su campaña y por tomarle el pelo, le dije que Belisario andaba pregonando a los cuatro vientos que si yo hubiera estado con él, en ese momento ya sería ministro de su gobierno, a lo cual López me respondió sonriente: "No, porque en ese caso yo hubiera sido el Presidente".

LA PLAZA PÚBLICA

Esa campaña fue una verdadera pesadilla. López se dio cuenta de que la política ya por entonces había cambiado; ya no eran las grandes manifestaciones, llenas de entusiasmo, del 74, cuando el 'pollo Lopez' cantaba en las plazas; ahora lo que había era una competencia a muerte entre caciques regionales que se disputaban a dentelladas los votos sin tener en cuenta por qué votaban.

Recuerdo la gira histórica que hicimos por el Magdalena en un barco fletado por Humberto Muñoz. El Presidente se metía en su camarote todas las tardes a preparar el discurso siguiente en la correría con alusiones históricas, geográficas, folclóricas y económicas a cada puerto que íbamos tocando. Cuando alguien cercano le dijo, con toda la razón, que era un desgaste innecesario ir cambiando de discurso en cada parte, se limitó a responder: "Es que me muero de la pena con la comitiva de andar repitiendo la misma vaina".

El gran amigo de López fue Indalecio Liévano Aguirre. Tenía por él una debilidad que no ocultaba, tal vez porque Liévano, como él, sabía que la historia es la maestra del conocimiento. Presencié el último encuentro de los dos amigos en la sede de nuestra campaña en el 82. El Partido Liberal acababa de ganar las parlamentarias, lo cual aseguraba, aparentemente, el triunfo en las presidenciales. López me pidió que invitara a Indalecio a un almuerzo privado en el cual planteó que ese era el momento de retirarse, ganando en la mesa y dejando a Indalecio al frente de la candidatura. Este se opuso radicalmente; en términos amables pero categóricos lo conminó a seguir y le reiteró su respaldo. Cuando vio que nada podría convencerlo, López se dedicó entonces a molestarlo con el cuento de que Núñez, el ídolo de Liévano, había muerto de diarrea, víctima de unas sales de epson que equivocadamente le habían suministrado unos médicos caribes, mientras leía los periódicos liberales que lo denostaban a diario. Indalecio sufría con estas disquisiciones históricas de López, y ese día la cosa hubiera acabado en trifulca si él, con una sonrisa, no le hubiera aclarado que estaba bromeando.

Alguna vez, recién pasadas las elecciones del 82, lo llamó una seguidora a pedirle un puesto para el hijo, y López, sin inmutarse, le dijo: "Mi señora, ¿tiene papel y lápiz?, anote bien este número", y le dio el número de Palacio que se sabía de memoria; "llame allá, pregunte por Don Belisario, el señor que ganó las elecciones, y pídale el puesto porque no tengo nada que darle".

Era lo suficientemente inteligente para poder burlarse de sí mismo y, por supuesto, de los demás. En la última campaña que hizo en el 2006 con un esfuerzo heroico, me dijo que lo trataban como la Pepa Bustos del Partido Liberal. Yo le pregunté, entre risas, que quién era doña Pepa Bustos, y me habló de una señora solterona muy respetable de Bogotá, con la cual todas las mamás dejaban ir a sus hijas a pasar vacaciones en Apulo; cuando la respetable matrona se dormía, los aconductados jóvenes veraneantes de día armaban maravillosas rumbas con las protegidas damiselas. "Así me siento yo -me decía-; me llevan de Pepa Bustos para echarles teorías, pero cuando se acaban las manifestaciones todos vuelven a sus andanzas locales".

EL LEGADO INTERNACIONAL

Su gran legado internacional, además de los tratados de límites marítimos que duplicaron el mar Atlántico colombiano, fue la devolución del Canal de Panamá. Trabajó al lado del presidente Torrijos hasta conseguirlo.

Alguna noche, cuando Torrijos había cambiado tres veces de Canciller en pocos meses, López le hizo el reclamo y el General le contestó con su talante campechano: "Presidente, es que con los tres he tenido la misma diferencia, y es que mientras ellos quieren entrar a la historia, yo lo que quiero es entrar al Canal". Fuimos a recibirlo a El Dorado cuando vino a un acto de solidaridad con López por los logros de Panamá; Torrijos, para hacerle un homenaje a López, se vino vestido de civil con un traje que parecía escogido por sus enemigos; cuando López lo vio bajar del avión, de rosado hasta los pies vestido, le dijo, "Omar, qué pena, pero pareces una cabinera de Viasa", y cuando el general le explicó que había querido venirse vestido de "licenciado", López le replicó con la sonrisa en los labios: "pues de lo que vienes no es de licenciado sino de licencioso"

Lamentablemente no pudo terminar de vivir la anécdota de su vida, que era la firma del Acuerdo Humanitario. Lo buscó por todos los medios, lo luchó, lo pensó, lo soñó; la última vez que hablé con él, hace dos o tres días para felicitarlo por su cumpleaños 94, me dijo, atribulado por el asesinato de los diputados del Valle: "Ernesto, creo que no veré el Acuerdo firmado, siento que me están tocando en la puerta..."
Bogotá, julio 12 de 2007