BALANCE DEL AGRO EN EL TLC


Jorge Enrique Robledo Castillo
robledoje@senado.gov.co

Intervención en Recinto del Senado de la República de Colombia, el 14 de febrero de 2005

El caso de los trozos de pollo y la ropa usada. Los “avances” logrados, todos contrarios al interés nacional. Gobierno acepta como un hecho irreversible las pérdidas de la apertura. El Sistema Andino de Franjas de Precios. Las salvaguardias. La llamada agenda interna. El TLC, peor que la apertura. Un Tratado con revaluación. Al Congreso le corresponde aprobar o desaprobar el TLC. La consulta indígena. Propuesta de referendo.

Se ha presentado un alboroto enorme por la petición norteamericana de inundarnos de basura; ropas usadas y trozos de pollo, para poner dos ejemplos. Y lo anterior indica, a mi juicio, que la cosa va muy mal, porque en una negociación más sensata este punto ni se plantearía siquiera. Pero lo más grave, y usted, doctor Bedoya, lo ha planteado repetidas veces en nombre de los productores de pollo, es que Colombia se encuentra en una situación de espantosa debilidad frente a la contraparte gringa, porque la teoría general que sustenta el TLC se basa en que el país debe importar todo lo que sea barato por ser, según los defensores, lo que les conviene a los colombianos, y tal es exactamente el caso que se aplica a la ropa vieja y a los trozos de pollo. Lo pongo como ejemplo para empezar a denunciar que el Tratado está mal concebido y que la única manera en que podría terminar bien sería si Colombia se levantara erguidamente de la mesa. Pero hasta donde se sabe, el presidente Uribe tiene la intención de hacer todo lo que sea necesario para firmar el acuerdo. Lo ha dicho expresamente.

LO HECHO HASTA AHORA, CONTRARIO AL INTERÉS NACIONAL.

Es cierto, como lo acaba de afirmar el presidente del Senado, doctor Gómez Gallo, que nada se ha negociado e incluso parece que no se hubiera avanzado nada. Pero si uno mira con más detenimiento las negociaciones, encuentra que los avances sí son muy grandes y todos, a mi juicio, contrarios al interés nacional. Ya está aceptado, así no se haya firmado el punto, que Estados Unidos va a mantener sus subsidios al agro, que en el mejor de los casos ascenderían a unos 54 mil millones de dólares al año, pero que bien podrían ser 70 mil millones. También Colombia aceptó ya que nuestros aranceles se pondrán en cero por ciento. Lo que se está discutiendo es el plazo, sobre la base de unas canastas, la última de las cuales eliminará los aranceles en el plazo más largo, tanto en la industria como en el agro. Ya Colombia aceptó algo dramáticamente grave, y es que los gringos hacen valer como argumento fundamental para la defensa de su agro la seguridad nacional o la soberanía alimentaria, es decir, se reservan el derecho a producir la propia comida en su territorio. Por el contrario, el ministro Botero advirtió por escrito que Colombia no esgrimirá ese mismo concepto, sin duda el arma principal de defensa de la producción agropecuaria en cualquier país.

Colombia está negociando sobre la base de aceptar como un hecho irreversible lo perdido en la década del noventa. Pero, si ustedes lo examinan a fondo, las pérdidas desde el año noventa hasta hoy son bárbaras. Pasamos de importar 700 mil toneladas a importar cerca de 7 millones de toneladas de comida, que quizá últimamente se haya reducido un poco, porque el hambre de los colombianos es tanta que la gente ya no come ni de aquí ni de allá ni de ninguna parte, pero no porque se haya modificado sustancialmente la política. En el año1990 se importaban 11 mil toneladas de cebada, en números redondos, y hoy estamos importando 242 mil toneladas. Prácticamente se acabó la cebada en Colombia y se generó al tiempo una hambruna en Boyacá y Cundinamarca. Y el gobierno acepta esta pérdida como un hecho cumplido.

SE CEDIÓ YA EL SAFP

Pero además, aquí se dan otros graves precedentes en distintas negociaciones, que nos derrotan de entrada. Colombia aceptó en el Mercosur que no guarda ningún interés ni en la cebada ni en el trigo. Y aun cuando eso por sí mismo no implica firmarlo con Estados Unidos, es apenas obvio que si el gobierno entregó el punto en el Mercosur, le quedará expedito entregarlo en el TLC con Estados Unidos, porque parte del criterio, repito, de que buena parte de lo perdido desde el año 1990 hacia acá es por completo irrecuperable, cuando lo sensato y nacionalista es decir “vamos a trabajar sobre las cifras anteriores a 1990”, año en que arranca la catástrofe neoliberal. Ya se entregó también el Sistema Andino de Franjas de Precios, nuestro principal instrumento de protección. Uno no entiende cómo se permite siquiera que se le acepte a Estados Unidos esa lógica enrevesada. Estados Unidos dice: “No quitamos nuestros subsidios, porque eso sólo lo negociaremos en la OMC”. Pero para el Sistema Andino de Franja de Precios sí apelan ellos a la OMC para exigir que Colombia lo elimine “por ser ilegal”. ¡Cómo se permiten estas manipulaciones en la mesa! Ellos sacan cualquier argumento y Colombia lo termina aceptando. Y repito, el Sistema Andino de Franja de Precios es el principal elemento de protección, y si hoy existe agro en Colombia, es en buena medida por la existencia de dicho mecanismo.

El gobierno aceptó ya negociar producto por producto, lo que implica ceder el Sistema Andino de Franja de Precios. Ya denuncié que se aceptó en el Mercosur eliminar el trigo y la cebada. Según lo señaló el ex ministro Cano, lo que está buscando el gobierno es encontrar un mecanismo que sustituya el de las franjas de precios, dizque para que las cosas sigan igual, concepto reiterado por el ministro Arias. Pero yo me pregunto: si las cosas van a quedar igual, para qué las cambiamos. ¿Para qué un cambio así? No nos pueden venir con esas astucias. Es obvio que lo que va a quedar en el TLC, si es que queda algún mecanismo, protegerá menos que el Sistema Andino de Franja de Precios. Pero además, ya Felipe Jaramillo, jefe de la negociación por Colombia en la mesa agrícola, expresó por estos días que “Colombia tendrá que ver cómo cambia su esquema de protección arancelaria”. En suma, se está entregando el Sistema Andino de Franja de Precios, así no lo hayan firmado todavía.

Últimamente han venido haciendo mucho ruido con que lo que nos va a defender son las salvaguardias, y no faltarán los inocentes que se crean el cuento. Pues bien, las salvaguardias las utilizaron los mexicanos y, aun así, los borraron del mapa. Las salvaguardias las aprobaron los centroamericanos, y si uno estudia cómo les va a ir, también ellos están perdiendo el agro. ¿Cómo opera la salvaguardia? El mecanismo opera desmontando gradualmente los aranceles, de tal modo que no evita la ruina, sino que la difiere. Se trata de un instrumento de índole política que no apunta a salvar al agro, sino a crear las condiciones políticas para que el productor termine aceptando cualquier cosa con el cuento de que no se va a morir hoy sino dentro de cinco años. Son trucos que conducen a la pérdida del sector agropecuario y no a resolverle sus profundos problemas.

ACCESO AL MERCADO, EL GRAN ARGUMENTO DEL GOBIERNO

El gobierno acepta que sí va a haber pérdidas, porque habrá ganadores y perdedores, pero que, a cambio, Colombia va a ganar en acceso al mercado de Estados Unidos. Eso no es cierto. Las leyes internas norteamericanas, sanitarias y fitosanitarias, que impiden el acceso a nuestros productos, no se están negociando ni hacen parte de la negociación. A lo máximo a lo que aspira este gobierno, y sobre esto tengo un documento elaborado por el doctor Andrés Felipe Arias antes de ser ministro, es a que Colombia logre crear un comité de medidas sanitarias y fitosanitarias que, ojo, tendría carácter meramente “deliberatorio”. Obvio, los gringos no van a cambiar su legislación interna en este punto. Los dirigentes del gremio avicultor nos han contado cómo en México, que firmó hace diez años un TLC, las principales firmas productoras de pollo son empresas gringas que no han podido vender ni un ala en el mercado norteamericano, primero, por razones obvias de seguridad alimentaria y, segundo, por razones no menos obvias de seguridad sanitaria y fitosanitaria.

Aun suponiendo que se avance en esto del acceso y que se logre el sueño del doctor Arias en aquello de que Colombia pueda seguir vendiendo flores --y, desde luego, ojalá se sigan vendiendo--, yo les pregunto a los asistentes a este foro cuánto de las flores que se vendan en Estados Unidos les va a tocar a los arroceros, o a los maiceros, o a los paperos o a avicultores, porque este es un problema concreto. Vemos cómo se sacrifican unas cosas por otras. ¿Qué es lo que vamos a ganar en flores? Que básicamente nos mantengan el Atpdea, que, según las cuentas que han hecho especialistas, les genera a los floristas 24 millones de dólares. Todo, en términos prácticos, se reduce a eso. Yo propondría que hoy mismo empezáramos una colecta entre todos los colombianos para darles a los floristas esa suma, señor ministro, y así les resolvemos su problema particular, pero que no nos presionen más para que sacrifiquemos el arroz, el maíz, el pollo, etcétera, etcétera, todo a cambio de salvar los intereses de los floricultores, en buena medida trasnacionales. O sea, que la ganancia tampoco es del todo para Colombia.

La agenda interna es el Túnel de la Línea

Con respecto a la agenda interna, me limitaré a hacer un par de comentarios breves. Hemos estudiado esto en mi oficina y cada vez tenemos más claro que la principal decisión hoy de inversión en la agenda interna es el Túnel de La Línea. Curiosamente nos llamó la atención que este túnel no es una obra privatizada. ¿Y qué es lo que hemos descubierto? Que si el Túnel de La Línea se construye, lo que va a abaratar fundamentalmente no son las exportaciones a Estados Unidos, por lo menos no las agropecuarias, sino las importaciones. Porque Buenaventura es por sobre todo un puerto de importación y porque lo agropecuario que exporta Colombia por allí se produce al otro lado del Túnel. O sea, el Túnel de la Línea apunta esencialmente a abaratar la importación de comida a Bogotá y al centro del país.

Se ha dicho también, y aquí me lo adujo el ministro Botero en tono relativamente airado, que este Tratado no era lo mismo que la apertura. Nada más cierto. Tiene razón. Yo creo que es peor, porque nosotros podríamos hoy echar atrás la apertura mediante normas internas relativamente fáciles de aplicar. No va a suceder lo mismo con el TLC, una vez se firme. Uno de los aspectos más graves de este Tratado tan leonino, y sobre esto no han hecho conciencia los colombianos, es que sustituye en materia muy amplia la propia Constitución Política del país. El día de mañana, cuando queramos aprobar una ley, habrá que mirar primero qué dice el TLC para saber si nos permite hacerlo. Luego echar hacia atrás todas las modificaciones de estos catorce años, de la apertura hacia acá y después del TLC, no digamos que será un imposible, porque la lucha de los pueblos puede lograr todas las cosas, pero sí será tremendamente más difícil. Incluso habría que empezar por denunciar un tratado internacional, cosa muy compleja.

Además, el TLC tiene todos los elementos de la apertura del noventa, más otros nuevos. Señalo entre los viejos algo sobre lo que me hizo fieros el ministro Botero cuando aquí mismo, en este recinto, me señaló enfáticamente: “¡Senador Robledo, esto va a ser sin revaluación!” Supongo que los colombianos que permanecen atentos a la vida pública del país todavía se están riendo de esta afirmación. Porque lo cierto es que nos van a meter al TLC y, ante este hecho, el gobierno nacional, que es el que supuestamente debe sentar las bases para que los empresarios y los campesinos y los indígenas compitan en igualdad de condiciones, no les ofrece nada, fuera de malos consejos y malas decisiones. ¡Ni siquiera les garantiza el precio de la divisa! Haciendo caso omiso de todo lo demás, ¿cómo puede Colombia ser competitiva con dólar a dos mil pesos? Y hay sitios del país donde se consigue a mil quinientos, señor ministro. Ni siquiera esa sola garantía se les ofrece a los productores. Luego, sin duda, el TLC va a ser peor que la apertura.

Nosotros, los que nos oponemos al TLC, hemos venido acumulando en todo este proceso un mayor arsenal de argumentos en contra del Tratado. No podrá llevar a Colombia a nada positivo, porque está absolutamente mal planteado desde el comienzo y porque lo único que ha hecho el gobierno colombiano es ceder ante cada presión. Aquí se afirma que el presidente de la República ha asegurado que bajo ninguna consideración cederá ante las presiones norteamericanas. Pues, bueno, habrá algunos que en este caso vamos a hacer de notarios y yo, personalmente, quiero ver cuando el Departamento de Estado golpee la mesa y diga: “Presidente Uribe, ¡es firmando!” ¿Qué va a pasar en ese instante? Creo que el presidente va a ceder, porque la estrategia, la concepción al mando con respecto a esta negociación es una estrategia de sometimiento a los intereses norteamericanos.

Por último, este Tratado no puede entrar en vigencia mientras no lo apruebe el Congreso de la República y lo revise la Corte Constitucional. El presidente Uribe tiene legalmente el derecho de firmar lo que se le antoje y, no me hago ilusiones, estoy seguro de que va a firmar mal. En estos días hubo un hecho muy grave y es que el gobierno nacional puso en vigencia el Tratado que firmó la Comunidad Andina con Mercosur, amparado en una norma que señala que puede hacerlo de manera provisional. El gobierno esgrimió esa norma y lo puso en vigencia por decreto, sin pasarlo por el Congreso. Por supuesto que uno no puede estar de acuerdo con este tipo de prácticas, porque no se puede poner a votar al legislativo en materias gravísimas como estas sobre hechos que ya se están aplicando. A mi juicio, el Tratado con el Mercosur es dañino para el país, pero el TLC lo será aún más. Entonces el llamado es que a que estemos vigilantes para que no resulte que mañana, mediante la interpretación del Artículo 224 de la Constitución, se diga que también el TLC puede entrar en aplicación provisional, hecho, repito, no solo abiertamente ilegal sino también terriblemente antidemocrático.
QUE SE LES CONSULTE A LOS COLOMBIANOS

Viene avanzando en Colombia una erguida posición, encabezada por las comunidades indígenas del Cauca. Y es la idea de que aun cuando las normas estipulan que un Tratado como este se tramita como una ley ordinaria, lo firma el gobierno, lo aprueba o desaprueba el Congreso y lo confirma o no la Corte Constitucional, las comunidades indígenas del norte del Cauca vienen planteando una iniciativa a mi juicio sensata: que un tema de tanta gravedad no se debiera tramitar como una ley ordinaria, como si fuera una simple ley de honores al último pueblo de Colombia. El TLC nos va a cambiar la Constitución Nacional, y para cambiar la Constitución hay que citar una asamblea nacional constituyente, porque así lo dicen las normas. Les quedó bien metido en la Constitución del 91, sin duda alguna. Lo democrático sería entonces que el gobierno nacional propiciara que el TLC se les consultara a los colombianos mediante una votación nacional. Cosa que por supuesto no puede hacerse si el gobierno no quiere.

Lo que están promoviendo los indígenas del Cauca es una consulta en cinco municipios el próximo 6 de marzo. Van a poner a la gente a opinar allí donde tengan condiciones políticas especiales. ¿Por qué no hacemos lo propio en toda Colombia? ¿Por qué el gobierno nacional no toma la iniciativa de un referendo, que tanto le gusta al doctor Uribe, y nos ponemos todos de acuerdo para tramitar los mecanismos que sean del caso para que la consulta se haga? Por supuesto, no me hago ni la más remota ilusión de que me vayan a aceptar la propuesta. Y en ese sentido, a quienes creemos que esto es un desastre nos tocará seguir preparándonos para las más grandes movilizaciones que habrá que hacer para impedir que el Tratado entre en vigencia. No porque estemos en contra de que haya relaciones económicas internacionales, eso sería una bobería. Es bueno que Colombia exporte café si lo puede exportar, o que importe tractores, eso no es lo que estamos discutiendo. Lo que estamos discutiendo es si el país adhiere a un Tratado tremendamente desigual que anexa la enclenque economía nacional a la economía norteamericana, que nos recoloniza, llevando nuestras relaciones económicas y políticas con Estados Unidos a una situación parecida a la que tuvimos con España, una situación de la que no puede quedar nada bueno.