Si se considera que el Banco Interamericano
de Desarrollo (BID) no solo presta plata, sino que, como sus semejantes,
el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, condiciona sus
recursos a que los países "favorecidos" actúen
según sus indicaciones, un balance de sus cinco lustros exige
juzgar la economía colombiana en ese lapso, cuando solo se
presentó una diferencia importante entre lo que deseaba Washington
y lo que se decidió en Bogotá durante el gobierno de
Carlos Lleras Restrepo.
Así, el conjunto de la gestión del BID no tiene cómo
defenderse aun si se acepta, pero solo en gracia de discusión,
lo adecuado de los proyectos y que se financiaron con créditos
de auténtico fomento al progreso de los países "beneficiados".
Carece de defensa, porque el nivel de vida de Colombia avergüenza
a las gentes civilizadas y porque la atrofia de la economía
nacional solo puede verse como inevitable si se ignoran las mejores
experiencias de otras latitudes. ¡Y es en términos del
desarrollo del capitalismo como se plantea el debate!
Las instituciones extranjeras que han orientado a Colombia evaden
explicar por qué un país con más de un millón
de kilómetros cuadrados de enormes riquezas naturales y 42
millones de habitantes trabajadores, inteligentes y creativos languidece
en el atraso y la pobreza. ¿Por qué el capitalismo de
Estados Unidos, Europa y Japón funciona con desempleos de menos
de un dígito y pobrezas del orden del 10%, en tanto aquí
los cesantes y los empleados en la informalidad pasan del 60% y la
pobreza tortura a un porcentaje similar? ¿Por qué las
economías de allá se basan en la producción de
bienes de alta complejidad científica y tecnológica,
mientras que la de aquí importa lo complejo y sobrevive de
exportar materias primas agrarias y mineras, recordándonos
a la Colonia española? ¿No requiere el progreso de Colombia
configurar un vigoroso mercado interno y que sus trabajadores, con
todos los derechos laborales, les agreguen valor a las materias primas
nacionales e importadas?
Además, ¿cómo justificar que se importen ocho
millones de toneladas de bienes del agro, cuando hay nueve millones
de hectáreas con vocación agrícola y gentes de
sobra para trabajarlas? ¿Constituye un triunfo para Colombia
que, con la apertura, sus principales fuentes de acumulación
de capital pasaran a manos foráneas? ¿No es el colmo
del despilfarro formar a millones de colombianos para luego expulsarlos
a que contribuyan con el progreso de otros países? La peor
crisis de la historia del país, entre el siglo XX y el XXI,
¿no la causaron las políticas del Consenso de Washington?
¿No da grima oír que el país está "blindado"
o "preparado" frente el tsunami económico que precipitó
el estallido de la burbuja especulativa de Wall Street, burbuja con
la que se aplazó el veredicto sobre el rotundo fracaso de la
globalización neoliberal? ¿Es serio afirmar que las
políticas de "libre comercio" modificarán
positivamente la economía nacional, hasta hacerla similar a
las que, sin razón, se dice que imita?
Y la tendencia del país ha sido y es a empeorar, como lo prueba
que el producto per cápita de Estados Unidos fuera 5 veces
mayor que el de Colombia en 1900, 11 veces superior en 1960 y 15 veces
más alto en 2007.
Bogotá, 30 de marzo de 2009.