BALANCE ELECTORAL
Por Juan Manuel López Caballero


E
n términos globales ninguna sorpresa: pasan los candidatos previstos y la abstención muestra el escepticismo respecto a lo que esas candidaturas ofrecen.

Un análisis puntual si puede decir muchas cosas más.

La consolidación de la abstención -o incluso el que sea más de la esperada- expresa que no tenemos una verdadera democracia: teniendo en cuenta que los otros elementos constitutivos de ese sistema o modelo político -separación de poderes, independencia de la justicia, objetivo prioritario de la justicia social- están más que en entredicho, debe entenderse que la negativa a usar el voto es porque no cumple el propósito que se esperaría en una verdadera democracia. Es un rechazo que hace que ni siquiera se puede reivindicar la 'democracia formal'. Que el candidato con mayor votación no llegue al 12% del potencial de votantes contraria lo afirmado de que 'triunfó la democracia': es ésta la más lesionada con los resultados.

El fracaso más grande sin discusión posible es el del presidente Santos. Toda votación con reelección de por medio es un plebiscito sobre los resultados de su gestión, y un apoyo de menos del 10% de los posibles votantes es más que expresivo. El haber hecho una campaña de identificación con la paz no es lo que produjo esos malos resultados; en cambio si afectó el respaldo o por lo menos la imagen de este respaldo al proceso que se sigue, pues al cuestionarse a su impulsor pareciera que se prefiriera la opción contraria. Perdió el oficialismo liberal, ya que al adoptar al Presidente Santos parece que lo que le hubiera aportado es el rechazo de sus bases y la continuidad de que quienes son sus candidatos pierden una tras otra todas las elecciones.

Perdió Peñaloza pues su caída fue mucho más de lo que se esperaba.

Ganaron Marta Lucia y Clara López -a cual más- pues ambas superaron las expectativas en cuanto a votos, pero sobre todo porque se mostraron más capaces y con mayor seriedad, responsabilidad y preparación que los ganadores. Si hoy se preguntara a los colombianos quienes piensan que deberían competir por la presidencia, es casi seguro que postularían a ellas dos.

Ganaron Uribe y Zuluaga pues la ventaja sacada fue mucho más de lo que ellos mismos contemplaron. Su triunfo infortunadamente se acompaña del de la indiferencia ante los mecanismos usados, y lo que puede ser peor, ante los antecedentes de la línea y la filosofía política que proponen: se legitima el 'todo se vale', tanto para como sucedió en el gobierno pasado, como para las vías para ganar elecciones; no solo se manifestó un respaldo a una ideología y unas propuestas políticas, sino también a que no importa la forma de imponerlas.

Perdió Colombia porque lo que nos espera no es solo la confrontación sucia de las vísperas de elecciones, sino la continuidad del enfrentamiento entre uribismo y santismo que ha copado los últimos cuatro años. Gane quien gane la segunda vuelta -y las probabilidades de que sea Santos son bastante mayores- la gobernabilidad en un país polarizado y dividido al nivel que hemos llegado parece sumamente difícil. No se diga lo que será el manejo del tema de la Paz. Ni se puede olvidar que siguen su curso varios procesos judiciales iniciados alrededor de las acusaciones y escándalos denunciados por las partes: no es claro cuánto fue solo amenazas y cuánto demandas y denuncias reales -no solo en los medios-, pero sí es claro que éstas pesarán al momento de gobernar, tanto para enfrentar las que fueron propuestas por el contrario como para atender las nacidas en el propio campo.

Y aunque es usual que los congresistas se alíen naturalmente con quien dirige burocracia y presupuesto, la distribución de las curules promete que la consecución de votos que permitan las mayorías para las políticas que requieren trámites legislativos va a ser sumamente costosa.

26 de mayo de 2014.