EL VOTO PROTESTA
Por Juan Manuel López Caballero


P
ocas dudas caben que el país está insatisfecho con sus gobernantes. Con el actual gobierno, porque a pesar de que él se siente satisfecho y reclama toda clase de 'exitos' en el manejo de la economía (inflación, crecimiento del PIB, inversión extranjera, etc.), esto no se refleja en lo que afecta al ciudadano en forma inmediata. Por el contrario, los temas que él siente directamente han sido olvidados o relegados a un segundo plano: la postergación, o peor el retiro, de las reformas a la Educación, a la Salud, a la Administración de Justicia; la falta de expedición de los Estatutos del Trabajo, o de la Oposición ordenadas en la Constitución para regular esos derechos; las altísimas tasas de interés en comparación al aumento del ingreso salarial; la pésima relación calidad-servicio de los servicios públicos; el caos en el transporte público en todas las ciudades y todas las carreteras; en fin, lo que recibe directamente la población en contraste a lo que el Estado se dice que avanza, son todos motivos de indignación y se manifiestan tanto en las encuestas como en las permanentes protestas ciudadanas, que van desde los pequeños ataques a oficinas públicas en algunos municipios, hasta las grandes movilizaciones que el gobierno acalla con promesas que por lo demás pocas veces cumple.

Nada más significativo que el hecho de que el Congreso y las Cortes sean hoy las dos instituciones más desprestigiadas, y que el ejecutivo tenga solo como tabla de salvación el tema de la paz, habiéndose rajado en prácticamente todos los otros aspectos administrativos (empleo, seguridad, salud, educación, etc.).

El cómo expresar ese inconformismo es dónde el colombiano se encuentra en una encrucijada.

Los partidos políticos en la realidad no existen; son solo personerías jurídicas con la facultad de expedir avales y negociar cuotas burocráticas. En ese sentido el voto en la inmensa mayoría de los casos no es un respaldo a un programa o a una propuesta sino una contraprestación a lo que en alguna forma a través de algún intermediario el candidato distribuye (lo que correctamente llamamos clientelismo). Cada político es 'dueño' de una votación que nada tiene que ver con el partido que le otorgue el permiso para aspirar a una curul.

Por ejemplo la mayoría de los seguidores de Uribe no serán elegidos por el Centro Democrático sino, debido a la prohibición de la doble militancia y el transfuguismo, repetirán candidatura en las listas por las cuales fueron elegidos cuando éstas sí lo respaldaban -la U, el Partido Conservador, Cambio Radical, MIR, etc.-, y no le tocaba hacer un partido personal propio; y a su turno a esas agrupaciones no les importa saber si apoyan al gobierno o a la oposición, si están con Santos o con Uribe, si van con la Paz o con el sabotaje a ella, pues lo que les interesa es que les sean contados como 'votos del partido' (en esto el Partido Liberal, o más exactamente su 'director', se lleva la palma pues no solo recibe sino persigue cualquier posibilidad de conseguir candidatos que aporten clientelas, así sea a costa de sus verdaderos representantes).

Esta situación indigna y aumenta más el deseo de protesta del votante.

Se habla entonces de que debería existir una forma de votos protesta y se mencionan la posibilidad del voto en blanco o de la abstención.

Vale la pena entonces distinguir la naturaleza de estas dos opciones.

El voto en blanco se instauró para descalificar a quienes potencialmente podrían ser elegidos. Su función no es solo manifestar una opinión sobre ellos sino jurídicamente negarles esa posibilidad. La forma en que opera es que cuando el voto en blanco supera el 50% de la votación respectiva todos los candidatos son eliminados y se realiza un nuevo certamen con candidatos diferentes. Es idóneo por eso para elecciones de la rama ejecutiva donde se elige un poder único y es factible descartar al uno o unos pocos aspirantes porque esa mayoría se puede conseguir. No sucede lo mismo cuando se trata de elecciones para cuerpos colegiados; por un lado sería injusto, pues nunca se podría pensar que todos los que se postulan a los cargos no son idóneos; pero sobre todo conseguir una votación mayor que la de todos los candidatos juntos y en contra de todos ellos es evidentemente imposible.

Por eso, si con el voto se desea sentar una protesta, la opción de la abstención es más expresiva, tiene mas sentido. Por un lado significa que quien toma esa decisión no encuentra en los supuestos 'partidos' una respuesta concreta a su visión de lo que debería ser una propuesta de gobierno; por otro que no está satisfecho con el sistema electoral o por lo menos con lo que éste produce como sistema de gobierno; o también porque no está de acuerdo o no gusta del modelo de Estado tal cual funciona hoy en día.

El voto en blanco protestaría -inútilmente por lo demás- contra los candidatos, pero le daría validez al sistema electoral, al modelo de Estado, y, paradójicamente, a los partidos y a quienes así son elegidos, puesto que, al aumentar la votación, mostraría cierta legitimidad que proporcionalmente no corresponde al respaldo de la población.

12 de enero de 2014.