ESQUIZOFRENIA O PRIMAVERA COLOMBIANA

Por Juan Manuel López Caballero

Aún sin saberse la dimensión ni los efectos del paro, un comentario parece evidente: hay una gran distancia entre lo que informan los medios y las autoridades, y lo que vive buena parte de la ciudadanía; para un extranjero que no se guiara por la información oficial estaríamos ante una especie de agitación como las manifestaciones que han conmovido al mundo recientemente; para quien viera las movilizaciones sin conocer sus causa o sus propósitos -y se limitara a la versión oficial de la situación colombiana- deberíamos estar ante unas marchas de respaldo a la gestión del Gobierno como solo se ven después de las grandes revoluciones.

¿Serán parte de los 2.300.000 ciudadanos que según el gobierno salieron de la pobreza los que participan de estos actos? No sabemos de dónde salen esos datos, pero si, como parece, estas cifras se basan en el ingreso traducido a dólares, cada día de revaluación supondría sacar de la miseria a familias enteras ¿De esos millones de afortunados que repite el Presidente, cuántos saben que pertenecen a tal categoría y se equivocan al salir a protestar?

¿También se equivocarán los beneficiarios de las casas gratis que deberían salir a agradecer al gobierno su regalo?; ¿O será que aunque según el gobierno no solo son cien mil sino se promete repetir el programa, sí son únicamente 3.000 que al cumplirse un año del programa ya las recibieron?

Podrían ser estas unas marchas de los campesinos que según el Ministro han recibido la titulación de 800.000 hectáreas, o de los desplazados a quienes según Santos se les han restituido unas 400.000; pero, como en lo concreto -y no en la promesas o las expectativas- ni siquiera el 5% de esto ha sucedido, parece que los cafeteros, paperos, arroceros, paneleros, cacaoteros, lecheros, etc. que salen, son los que están viéndose quebrados por las políticas de algo contrario a la 'prosperidad para todos'.

Los organizadores del paro han escogido la palabra 'dignidad' para caracterizarlo.

Existe el dicho de que se puede engañar a todos un tiempo, o a unos todo el tiempo, pero que no es posible engañar a todos todo el tiempo. En el actual mandato parece haberse creído que con anuncios y divulgación masiva en los medios amigos se podría contradecir esto. La realidad es que la secuela de esto es que cuando se abren los ojos queda un resentimiento peor que el del engaño, y es el de que lo crean a uno un idiota, una persona a la cual se le puede seguir dando igual tratamiento; es decir, se siente uno, en este caso los pobladores que protestan, heridos en su dignidad.

Porque en este caso no se trata de movimientos organizados por partidos políticos, ni por gremios poderosos que desean obtener privilegios del Gobierno, ni respaldados por medios de comunicación que desean defender posiciones de sectores afines, ni siquiera por estamentos institucionales como los sindicatos que defienden determinados intereses. No son expresiones dirigidas a resultados a favor de personas, dirigentes o grupos políticos con nombre propio y que cuenta con recursos y estructuras organizativas que se lo faciliten. Es algo no solo espontáneo sino por fuera y aún como queja en contra de quienes teniendo ese deber no lo han cumplido; que han dado más importancia a la figuración de la entidad gremial como tal (o incluso a su propia persona) que a lo que viven sus asociados.

Un observador desprevenido se podría sentir en una de esas películas de serie negra en que el responsable de descubrir a un asesino o de resolver un misterio es él mismo el culpable y el protagonista que se busca, entonces intenta convencer al jurado (y a la audiencia) de que a quien él sindica es un enfermo mental, que sufre de esquizofrenia, y que vive en una realidad diferente que lo lleva a actuar como loco.

20 de agosto de 2013.