LAS DIFICULTADES DEL EURO
Por Juan Manuel López Caballero


Los problemas que está sufriendo el Euro no se explican solo en el campo de la economía; probablemente sería más correcto estudiarlos desde la perspectiva de la sociología. Por lo menos en lo que tiene que ver con el caso de Grecia, ésta parece ser el factor determinante.

Durante muchos años -pero hace también ya varios años- los griegos decían con algún sentido del humor que tenían a los habitantes de los países del Norte trabajando para ellos; en efecto parte del programa de vida de los Alemanes, Holandeses, Suecos, etc. era con el ingreso del trabajo de todo el año reservar una parte para gastar en las vacaciones en los países de Europa del Sur; así sucedió con Italia, luego con España y después en menor cantidad pero en porcentajes similares con Grecia.

Lo que los griegos ofrecían, además del sol y el mar con los que la naturaleza los había bendecido, era el primitivismo que no existía en los países desarrollados; el carácter descomplicado, el ritmo de vida, las 'incomodidades' características de la atención en los pueblitos y la bonhomía de los nacionales se vendían como pan caliente sin que representara ningún costo para el país o para los habitantes, puesto que no requerían inversiones o gasto adicional alguno.

El ahorro que llegaba del norte era suficiente para el tren de vida de un país donde todo tenía un precio muy inferior.

La integración con el resto de Europa -y sobre todo los pactos alrededor de una moneda única- cambiaron en forma radical esa relación.

La intención y el modelo para crear un espacio económico único fueron probablemente bien estudiados. Básicamente al liberar las fronteras y al someter la región al régimen de la libre competencia de acuerdo a las ventajas comparativas de cada Nación se producía una mayor riqueza colectiva como lo pregona el neoliberalismo. Y el principio de destinar los mayores recursos así creados para financiar el desarrollo de los miembros más atrasados era el complemento necesario para que las perversidades o deficiencias de ese sistema en vez de agrandar las brechas las cerraran (a diferencia de lo que implica un modelo neoliberal sin ese enfoque).

Así Grecia (al igual que España, Portugal e Irlanda en menores proporciones) recibió créditos y subsidios para crear la infraestructura equivalente a la del resto del bloque, y algunas concesiones en principio temporales respecto a las obligaciones macroeconómicas del manejo del Estado.

Donde tal vez estuvo la falta de comprensión es que lo que en realidad se buscaba era convertir a los griegos en alemanes; cambiarles el temperamento y las costumbres para inculcarles las virtudes que permitían el poder y el éxito que se veía en las naciones más avanzadas.

Pero al igual que la religión de los unos pregonaba la disciplina, la laboriosidad y la austeridad, la cultura de los otros era ajena a esos principios.

Se puede hablar de la paradoja de que lo que se podría llamar el mal griego es una variante de la 'enfermedad holandesa': la bonanza producida por ese modelo de integración los obligaba a tener los mismos costos y precios que quienes los financiaban sin que esto estuviera soportado en una producción económica que lo permitiera.

Lo que es sorprendente es que una población de apenas 11 millones de habitantes pueda eventualmente llevar a la quiebra a algo del orden de los 500 millones de habitantes. Y la explicación más lógica no está tanto en los movimientos económicos -que por supuesto sí describen el proceso como discurrió- sino en el error de haber creído que el pueblo que reivindica haber sido donde nació la civilización occidental podría adaptarse al desarrollo de lo que por las mismas épocas eran las más bárbaras naciones.

Junio 12 de 2012.