HABLANDO DEL CAFÉ

Por Juan Manuel López Caballero

Durante décadas se dijo que Colombia era el café y su economía dependió de la suerte del grano. Entre el 30% y el 40% de las divisas para compensar nuestras importaciones fueron producidas por los cultivadores del rubiáceo y se puede decir que la organización del país giró alrededor de ese producto.

En lo externo y en su conjunto porque, por representar el principal ingreso nacional, sus fluctuaciones determinaron no solo hechos económicos sino políticos que marcaron la historia del país; los historiadores económicos por ejemplo atribuyen la caída de Rojas a la baja de su precio en los mercados internacionales, y si el Gobierno del Mandato Claro logró sortear con éxito el peor verano que se tenga memoria con el choque simultáneo del alza petrolera en el momento en que requerimos importaciones masivas de hidrocarburos, y si al final fue el de mejores resultados históricos en cuanto a control del déficit, de la inflación, del desempleo, de crecimiento del producto bruto, y en general de las variables de manejo económico, fue en buena parte por la bonanza cafetera de la época.

En lo interno la Federación constituyó una especie de Gobierno paralelo en las zonas cafeteras donde, con los recursos del Fondo Nacional del Café, tuvo más importancia que el mismo Gobierno Nacional llegando a ser el principal gestor de obras públicas, infraestructura, electrificación, etc, además de su intervención en la comercialización, que era la cuasi única actividad económica regional. Incluso fue recaudador de impuestos, puesto que una variante de estos eran los que alimentaban parcialmente el Fondo Nacional del Café.

El Fondo llegó a ser la entidad más importante de Colombia financiando al Gobierno Nacional y/o realizando inversiones y proyectos que, como la Flota Mercante, por su envergadura eran típicos del Estado. Su manejo contratado por el Estado con la Federación consistía básicamente en negociar en el exterior el Pacto Cafetero que determinaba precio y cuotas que correspondían al país -o sea el total de ingresos que recibiría- y luego fijar el precio interno de compra.

Bajo estas condiciones determinaba el crecimiento que él mismo tendría cada año y disponía de recursos permanentes para cumplir tanto los proyectos locales mencionados anteriormente como otras inversiones eventualmente complementarias como el Banco Cafetero, Concasa, etc.

Como en cualquier entidad poderosa se logró un alto perfil de administración, en parte con buena selección de funcionarios y en parte con mucha inversión en imagen. Entre éstas últimas una de las de mayor éxito fue la de posicionar el producto colombiano como el símbolo de la excelencia en el ramo. Juan Valdez y Café de Colombia llegaron a ubicarse entre los diez logos más reconocidos del mundo (al lado de Marlboro, Coca Cola, etc.)

En épocas de vacas gordas se hicieron intentos por prepararse para un futuro de vacas flacas mediante promociones de sustitución de cultivos, o mediante formas de buscar valor agregado al producto -la planta de liofilización de Chinchiná- pero sin que se pueda decir que con resultados satisfactorios.

Con la suspensión del Pacto Cafetero se descuadró el esquema de la Federación y del Fondo, e, inicialmente por perder el manejo de precios -bajando los márgenes que recibía el Fondo-, y posteriormente como consecuencia del mercado sin cuotas -cuando ingresaron nuevos productores como Vietnam-, el Fondo simplemente se ‘desfondó’.

Reducido a menos de una cuarta parte su patrimonio y sin el ingreso que le producía el diferencial que fijaba entre precio interno y externo, hoy sobrevive como lo que fue diseñado inicialmente, es decir, como un fondo de sustentación de precios que se alimenta de un impuesto o retención específica que se hace a los comercializadores para ese propósito; representa menos del 8% de las divisas y su peso en la economía nacional está lejos de ser el primero, aunque a nivel de los municipios y de la población que de él vive sigue siendo su fuente de entradas y de ocupación.

Parece ser que su principal activo sea su imagen. Esta ha sido la nueva orientación que con el cambio de dirección se ha tomado, buscando convertir en activo productivo a través de marcas y franquicias la inversión que se hizo a través de los años.

Curiosamente hoy es Starbucks, empresa montada alrededor del café, la que, sin tener producción ni industrialización y dedicada exclusivamente a la comercialización al consumidor final y la promoción de la franquicia, está entre las diez imágenes mas reconocidas del mundo y la de mayor crecimiento en cuanto a concesiones. Es lo que intenta ahora la Federación con la cadena de locales ‘Juan Valdez’ de los cuales inaugura en Agosto y Septiembre los primeros fuera del país, en Washington y Nueva York respectivamente.

Por solidaridad con los cafeteros ante el mal momento que pasan, y por los cambios que significa para nuestra economía y las repercusiones que pueden tener las gestiones de la nueva administración, debemos interesarnos en los nuevos proyectos que se desarrollen. Pero curiosamente la primera dificultad que han encontrado es el mismo Estado que a través de sus órganos de control ha iniciado investigaciones para verificar a quien pertenece y como se explota este activo; es decir, si la marca y la imagen de Café de Colombia y de Juan Valdez son patrimonio de todos los colombianos o si pertenecen a los cafeteros. Sugiero como respuesta obvia -parodiando al Presidente López-: ‘las bonanzas, las pérdidas y las recuperaciones cafeteras son de los cafeteros’.