LA CITA DE ECUADOR

POR JUAN DIEGO GARCÍA

El domingo 30 de septiembre la ciudadanía ecuatoriana escoge en las urnas a los 130 responsables de redactar una nueva constitución para el país. Todas las encuestas dan ventajas considerables a los partidarios del presidente Correa por lo que se vaticina que la nueva Carta Magna abrirá un nuevo período en la historia de este país andino, en armonía con la propuesta renovadora del joven mandatario.

La sucesión de presidentes derrocados mediante revueltas populares, el pujante movimiento cívico (por fuera de los partidos y en su contra), las altísimas tasas de voto nulo (en las últimas elecciones para diputado fue mayoritario en 15 de las 22 provincias), la masiva emigración obligada de cientos de miles de ecuatorianos, la creciente reivindicación de la población indígena y el grosero sometimiento del país que bajo los últimos gobiernos ha perdido su moneda propia y se ha visto comprometido en la guerra contrainsurgente de Colombia mediante la presencia directa del Pentágono en su base militar de Manta, son en su conjunto acontecimientos que explican que un candidato joven, Rafael Correa, extraño a la política tradicional y ajeno a las oligarquías criollas haya ganado las pasadas elecciones por una amplia mayoría. Explican también el enorme respaldo recibido a su propuesta de reformar la constitución, a pesar de la cruda oposición de una buena parte del parlamento, de las multinacionales y de la vieja clase dominante que ven peligrar sus privilegios, y a juzgar por los pronósticos, ese apoyo social a su proyecto será refrendado mayoritariamente en las urnas el próximo domingo.

Correa propone una nueva institucionalidad, disolver el Congreso y dar a la ciudadanía la oportunidad de elegir nuevos representantes, acordes con la nueva situación; desea despolitizar los tribunales y democratizar los medios de comunicación; busca desmantelar el modelo neoliberal imperante, que a su juicio es el responsable del mayor enriquecimiento de la oligarquía criolla y el empobrecimiento de las mayorías sociales, una de cuyas expresiones más dramáticas es precisamente la enorme masa de emigrantes impelida a buscar horizontes mejores. Una emigración que aporta con sus remesas una buena parte de los ingresos del país pero deja tras de si la tristeza y la soledad de cientos de miles de familias y padece en carne propia el desarraigo, la explotación infame y la discriminación en tierra extraña. Un sacrificio éste que castiga preferentemente a las mayorías pobres del país.

Correa y su movimiento sostienen la necesidad de ejercer la soberanía nacional recuperando las riquezas naturales hoy en manos de las multinacionales, las mismas que saquean, destruyen, entregan migajas y se van dejando un paisaje de grave deterioro medioambiental, pozos vacíos y ese legado de corrupción que parece acompañarles donde quiera que se aposentan como siniestros zopilotes.

No debe extrañar entonces la reacción airada de los sectores minoritarios ante la perspectiva de una nueva institucionalidad que les arrebate sus privilegios. Como en Venezuela, ante la impotencia y escasa legitimidad del Parlamento y otras instancias de poder la oposición recurre a la obra venenosa de la manipulación mediática, anunciando el fin del mundo si las propuestas de Rafael Correa consiguen el apoyo mayoritario de la ciudadanía. Los medios de comunicación, monopolio de los grandes grupos de intereses nacionales y extranjeros intentan con todos los recursos imaginables desvirtuar la naturaleza democrática del evento y sembrar dudas acerca de las bondades de un proyecto que en términos generales tan solo se propone recuperar y ejercer la soberanía nacional y distribuir la riqueza para terminar con siglos de explotación, humillación y miseria, sobre todo de la población indígena sometida desde siempre y excluida permanente de todo progreso.

Como en otros países del continente, contra el movimiento reformador de Correa se juntan entonces, en santa alianza, los sectores neoliberales más comprometidos con el capital extranjero y las capas más retrógradas de la vieja oligarquía criolla, los monopolios mediáticos y los privilegiados de toda la vida, así como los sectores "medios" que se conforman con las migajas que caen del festín neoliberal. Todos al unísono, bajo la sombra protectora del capitalismo internacional que teme por un nuevo Ecuador en el cual se ponga fin al saqueo tradicional y se obligue a las multinacionales a ser en todo caso socios respetuosos y no amos prepotentes.

Por supuesto que la nueva constitución tendrá que ser redactada a la medida de la mayoría social. Resulta todo un sarcasmo que quienes ayer impusieron una constitución neoliberal mediante otra asamblea constituyente dominada por los partidos tradicionales, hoy se rasguen las vestiduras porque las actuales mayorías deseen hacer lo propio, dando además satisfacción plena a los más exigentes requerimientos democráticos. Solo que ahora la correlación de fuerzas favorece a los de abajo, a los explotados y ofendidos, y el resultado será diferente. Por eso la oposición se declara consternada y ante la eventualidad de su derrota acude a la siembra de sospechas, la promoción de la duda y el anuncio premonitorio de los graves males que traerá consigo la nueva constitución: el caos, el socialismo y la dictadura.

Si no se presentan cambios espectaculares todo indica que el domingo se abrirá una nueva página en la historia de Ecuador. Las gentes sencillas, campesinos pobres, indígenas, asalariados de todos los sectores y la pequeña burguesía empobrecida y discriminada, esos "forajidos" que en las últimas batallas insurreccionales han gritado "que se vayan todos" y han expulsado a presidentes corruptos y traidores, tendrán la oportunidad de avanzar por el camino que ya mayoritariamente escogieron llevando a Rafael Correa a la presidencia. Con el voto en la mano, muchos y muchas recordarán emocionados ese grito de batalla, tan arraigado en las mejores tradiciones de lucha del pueblo ecuatoriano …¡Alfaro vive, carajo!.